"Los hijos de ustedes, sin que ustedes lo quieran, van a recibir marcas de esto que le pasó". Las palabras de Mirta Kupferminc, artista plástica de profesión, calan hondo en Vera de Benito Ortega y Mijal Tenenbaum. Ambas perdieron a sus papás, en dos atentados, separados por décadas y por los miles de kilómetros que separan a la Argentina y a España.
Vera, española, de 24 años, aún recuerda cuando Esteban, su padre, se convirtió en una de las 193 víctimas que dejó el 11M, aquel numerónimo que agrupa los ataques terroristas sucedidos en cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid el 11 de marzo de 2004. 20 años antes, en Buenos Aires, otro ataque terrorista con coche bomba en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) también se cobró la vida de una decena de inocentes. Fueron 85; y entre ellos Javier, el padre de Mijal.
Mirta toma la palabra y las jóvenes oyen, en su relato, el terror -luego convertido en dolor y más tarde en recuerdos- transmitidos por sus padres, quienes llegaron a la Argentina en 1948 luego de haber permanecido durante un año y medio en Auschwitz, en donde fueron torturados y maltratados. Cuando la guerra terminó, se conocieron en un hospital de Hungría y decidieron escapar de un lugar en el que habían sido perseguidos y sus familiares estaban muertos.
Las tres se convirtieron en las hijas del horror, no más que acontecimientos históricos, nefastos, perpetrados por gobiernos, organizaciones y personas que se cobraron la vida de millones de seres humanos que, aunque no estén, aún viven entre quienes permanecen aquí, exigiendo justicia y recordándolos para siempre.
Infobae las reunió en la previa de un encuentro que las tuvo como protagonistas en el Palacio San Martín de Buenos Aires. Allí, expusieron sus historias, exigieron justicia por los que ya no están y recordaron a sus seres queridos. Todo en el marco de una semana en la que se cumplen 24 años del atentado a la AMIA.
Una jornada reflexiva, con autoridades nacionales y miembros de asociaciones y organizaciones judías, participaron en "La Memoria en palabras y las palabras de la Memoria", un encuentro organizado por la DAIA y la Fundación BAMÁ.
Un tatuaje para nunca olvidar
"Mi mamá es húngara y mi papá era polaco. Llegaron a la Argentina en el 48. Crecí sin abuelos, sin tíos, sin fotos. Sólo palabras. Era una historia en la que me sentía extranjera en mi propia patria. Mi papá odió Polonia por todo lo que le pasó y, a pesar de su acento, él decía que era argentino. En mi casa se hablaba alemán, porque mi mamá no sabía polaco ni mi papá húngaro. Hablaban mal alemán para que no entendiera y un poco en castellano", cuenta Mirta.
Su madre tardó más de 60 años en saber la verdad sobre sus propios padres, a quienes sus vecinos húngaros les dijeron que "se suicidaron dos meses después de que a mi mamá se la llevaron". Una mentira encubierta por aquellos que los señalaron, por judíos, para que los soldados nazis los asesinaran por la espalda.
"Mi mamá aún exhibe el tatuaje en su muñeca izquierda que los nazis le hicieron en el campo de concentración. Una vez le pregunté por qué no se lo tapaba y me respondió: 'para no olvidar'", se emociona Mirta, quien reflexiona: "Es impactante que los recuerdos que no viví son más importantes que los míos, propios, de la infancia. Es increíble como la historia no se termina".
"Crecí escuchando las historias de mis padres, quienes hablaban en un mal alemán para que no pudiera entenderlo. Viajé por todo el mundo buscando saber quién soy, porque nuestros antepasados siempre caminan con nosotros", explica Mirta.
"Siento la ausencia, vivo distinto a otra gente"
"Un mes antes del atentado en la AMIA había muerto mi abuelo Marcos. Mi papá estaba haciendo el kadish, que es una bendición que se le da a un familiar cuando muere. Tenía que ir a trabajar, pero decidió pasar por la AMIA para comenzar el trámite de la Shloishim, una ceremonia que se hace en el judaísmo al mes que se muere una persona", dice Mijal, quien sólo tenía tres meses cuando Javier, su padre, perdió la vida allí.
"Mi mamá estaba conmigo en casa, eso me cuenta. Llamó a la secretaria y le comentó que mi papá había salido de la AMIA. Pero nunca se supo si le dijo que salió o que estaba por salir. Sus amigos salieron a buscarlo, por todas partes. Pero obviamente no lo encontraron", agrega.
Javier Tenenbaum era abogado y tenía 30 años. "No tengo recuerdos de él, no lo pude vivir. Hay momentos en los que me doy cuenta de que me falta. De que la situación no es normal. Por ejemplo en dos semanas se casa mi hermana y va a ir al altar con mi mamá y mi abuela. Toda mi vida fue así. Tiene el sentido con el que crecí, es normal. Pero cuando me detengo a pensarlo falta alguien. Se siente la ausencia. Vivo distinto a otra gente".
"Cuando hay un atentado me pongo muy mal, me paso días leyendo sobre el tema. La gente lo deja pasar como si nada ocurriera. Lo que vivió mi familia lo llevo conmigo hasta el día que me muera; es sentir el peso de tu historia y saber lo que representás. Cuando conozco a alguien y me pregunta por mi papá y le cuento lo que le pasó capaz que se me ponen a llorar, porque tienen sus propias historias con la AMIA. Les agarra una angustia que no pueden evitar".
"¿Quién me va a llevar al altar?"
"Vivía enfrente de la estación, de Santa Eugenia, en Madrid. Y lo vi todo. Esto fue cerca de las 7.30 de la mañana. Yo estaba ya lista para ir al colegio. Se escuchó una explosión, aunque por mis 10 años no sabía lo que era una explosión. Sólo recuerdo que fue un ruido fuerte. Allí mi madre intentó localizar a mi padre, que creemos estaba llegando a la estación Atocha. Pero no pudo. Sólo sabemos que, en el momento de la explosión, mi papá no estaba muerto", dice Vera a Infobae.
Y agrega: "Si mi papá hubiese recibido la llamada de mi madre no hubiese podido bajar, tenía que llegar a Atocha sí o sí. Pero hasta hubiese sido peor… Peor en el sentido de que podría haberse enterado de que iba a venirle una explosión. De esta manera no se enteró y listo. Siento que no sufrió".
Vera cierra los ojos y vuelve a asomarse por la ventana, como aquella mañana de 2004. "Se veía fuego, humo, personas sin sus extremidades. Recuerdo que el día anterior había suspendido un examen de matemáticas. No había ido en realidad. Y creí que lo que estaba viendo era un castigo por no haber asistido a la escuela".
Molesta con los medios de comunicación españoles "por el trato que le dieron al caso", recuerda que los partidos políticos "se lo atribuían al grupo terrorista español ETA. Lo hicieron para ganar las elecciones, no les importaba la verdad ni que todos nosotros nos quedábamos sin nuestros familiares". Vera es periodista y aún convive con las heridas que no cicatrizan. No llora. Tampoco le hace mal hablarlo. "Puedo entender que mi mamá aún guarde prejuicios ante los musulmanes. Los tienen toda mi familia. Tengo amigos musulmanes y a mi familia le ofende", comenta.
"¿Qué si lo extraño? Siempre he esperado quién me va a llevar al altar. Quién me va a poner la banda cuando me gradúe en la facultad. Lo voy a vivir el año que viene y todavía no pensé quién lo va a hacer. A veces creo que en algún momento va a sonar el timbre o van a tocarme la puerta de la habitación, como si fuese una pesadilla, y voy a darme cuenta que nada de esto pasó. Pero no. A mi papá lo extraño todos los días. A diario. Saco una muy buena nota en un examen y me encantaría que estuviese acá para ir a tomar un helado y celebrarlo. Sólo estoy con él mediante una relación íntima que únicamente nosotros tenemos", concluye.
Fotos: Thomas Khazki
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