Victoria llega con el guardapolvo blanco puesto. Es maestra de primaria, igual que Paula, su hermana. Sus alumnas y alumnos son muy chicos pero son más grandes de lo que eran ellas durante los años en que fueron abusadas sexualmente en su propia casa. Cuando el entonces novio de su madre comenzó a meterse en sus camas, Victoria recién había empezado el jardín. Su hermana, primer grado.
"Vivíamos en un PH en Villa Crespo. Nuestros padres se separaron y al poco tiempo mi mamá empezó a salir con este hombre, que era amigo de los vecinos del barrio", cuenta a Infobae Victoria Acebedo (31). El hombre del que habla se mudó al PH enseguida. Lo primero que Paula (33) recuerda son los besos en la boca.
"El instituyó que en mi casa nos saludáramos con besos en la boca: decía que era una manera cariñosa de saludarse. Pero para mí todo era raro: yo nunca me había saludado así con nadie". El abuso fue mostrando sus caras menos obvias: "Se tiraba gases y nos hacía olerlos".
Así empezó a construirse la confusión: los besos eran sinónimo de cariño. "Después siguieron los regalos. El trabajaba en Musimundo y se robaba cassettes. Ahora sé que es típico del abusador que te regale cosas, porque así genera una supuesta relación de pares en la que terminás creyendo que tienen una relación especial y que a vos te gusta lo que está pasando", sigue Victoria.
Cuando el terreno ya estaba allanado, comenzaron los abusos genitales. Sucedían muy temprano, cuando la mamá de las chicas -que era docente y trabajaba en una escuela de Lugano- se iba a trabajar. Paula, que tenía 6 años, logró recuperar algunos recuerdos: que él la despertaba, que la besaba en la boca, que ella tensaba el cuerpo y que la obligaba a practicarle sexo oral. El recuerdo del aliento a cigarrillo todavía le da arcadas.
Victoria, que cumplió 4 años mientras sucedían los abusos, suma otro fragmento: "Recuerdo puntualmente cuando él me lavaba para limpiarme el semen del cuerpo. Me acuerdo perfectamente la sensación de tener eso pegado y no poder sacármelo sola". Lo que cuenta es apenas una muestra de por qué las personas que fueron abusadas en la infancia necesitan tanto tiempo para romper el silencio: Victoria recién entendió que eso era semen en la adolescencia, más de una década después.
Las amenazas no eran las obvias. No había un "si le contás a tu mamá, las mato a todas". "No. Él me decía que se sentía mal porque estaba engañando a mi mamá conmigo. Yo creía que si le contaba a mi mamá, ella se iba a poner muy mal. Sentía una culpa terrible", dice Paula.
Paula iba a primer grado cuando el abusador le dijo que eran "una pareja". Pasaba mucho tiempo bañándose, una conducta común entre los chicos que sufren abusos. Victoria, en cambio, recuerda que se ponía muchísimo papel higiénico en la bombacha. También se ponía mucha ropa, que es lo que hacen los chicos, instintivamente, para que al abusador le cueste más llegar a sus cuerpos.
Los síntomas empezaron a supurar. Una de ellas iba a la primaria cuando le metió el dedo en el ano a un compañero. "Me retaron mucho y yo no entendía por qué, si el novio de mi mamá me hacía eso y me decía que era un juego". Paula tenía crisis de furia explosiva, cistitis crónica e infecciones urinarias, algo que también suele pasarles a los niños abusados por los tocamientos en los genitales con las manos sucias. Victoria era una nena "ida". "Irme con la cabeza era un mecanismo de supervivencia. Una nena no tiene otra forma de irse de casa".
Fue Paula la que un día, mientras se frotaba el cuerpo en la ducha para sacarse la sensación de suciedad, llamó a su madre y se lo contó. La mujer lo echó del PH. Hacía casi dos años que abusaba de ellas. Echarlo no fue suficiente porque con el abuso sexual en la infancia no funciona el "muerto el perro, se acabó la rabia". Las hermanas eran como esas casas que quedan erguidas después de un terremoto: no se terminan de desplomar pero los cimientos ya están rotos.
Paula lo contó en un pijama party, cuando ya iba a quinto grado. Otra nena reveló que le había pasado lo mismo. Y una tercera dijo que le había pasado a otra amiguita. Pero en la familia se enojaron mucho: le dijeron "de eso no se habla", que esos eran "secretos de familia".
Victoria creció y empezó a dibujar "cosas tétricas": gente triste, fondos oscuros, caras tachadas, personas a las que le faltaban partes del cuerpo. "Era eso lo que sentía. Cuando empecé a crecer tenía claro que lo único que quería era morir".
Las hermanas se llevaron mal durante años hasta que se dieron cuenta de que a las dos les había pasado lo mismo. No lo podían creer. Pasaron los años, las dos se recibieron de maestras y fueron madres.
Fue hace pocos años que Victoria y Paula empezaron a juntarse con otras adultas que habían sufrido abusos cuando eran nenas. "Se presentaban como 'sobrevivientes de abuso sexual en la infancia', y eso fue un gran impacto, me hizo tomar dimensión de lo que el abusador nos había hecho'". Una de ellas le sugirió hacer la denuncia penal y también organizar una acción de visibilización.
Hacía décadas que no sabían nada de él pero cuando lo buscaron en las redes sociales entendieron por qué era importante dar información: "Vive en Magdalena y da clases de música a chicos. Por primera vez empezamos a pensar que podía estar haciéndole lo mismo a otros", dice Victoria.
Lo denunciaron hace 3 años, casi 25 años después de haber sido abusadas. Luego fueron a Magdalena y pegaron carteles que decían que el hombre de la foto había sido denunciado por "abuso sexual agravado por el vínculo".
Pero se encontraron con un obstáculo inesperado. La Ley Piazza (que permitía que el tiempo de prescripción del delito comenzara a correr recién cuando la víctima cumpliera la mayoría de edad) no servía para ellas, porque ninguna ley es retroactiva. La norma que estaba vigente cuando fueron abusadas decía que el delito prescribía 12 años después del último abuso: es decir, Victoria tendría que haberlo denunciado a sus 16 años.
Tampoco les sirve la ley que está vigente desde 2015 ("Ley de respeto a los tiempos de las víctimas"), que amplió los tiempos: es decir, la prescripción empieza a correr a partir del momento en el que la persona adulta puede hacer la denuncia. Pero la ley tampoco es retroactiva y también deja desamparadas a las adultas que recién ahora pueden denunciar.
La abogada que consiguió Victoria después de un peregrinaje agotador por ONGs en busca de un patrocinio gratuito, les pidió un suma de dinero que no podían pagar. Las hermanas vendieron tortas, stickers y remeras y como no llegaron a juntar la plata, Victoria empezó a ir a la fiscalía una vez por semana de la mano de su hija. Cada vez que iba llevaba ejemplos de otros casos en los que el delito no se había considerado prescrito.
Las pericias psiquiátricas y psicológicas fueron tan contundentes que la fiscalía decidió apoyarse en la Convención sobre los Derechos del niño para seguir adelante. Sin embargo, el juez la consideró prescrita. Las hermanas fueron a la Cámara de Apelaciones, que también consideró que "ya era tarde". Apelaron nuevamente y ahora están esperando la respuesta de la Cámara de Casación. De ser igual al resto, les queda la Corte Suprema de Justicia o la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Ya no buscan Justicia sólo por ellas. Durante el proceso se enteraron de que eran la tercera generación de mujeres abusadas de su familia: su abuela había sido abusada, también su mamá. Y se dieron cuenta de que no les había pasado algo excepcional sino que el abuso sexual había atravesado las infancias de miles de mujeres que, en el mejor de los casos, pueden romper el silencio recién cuando son adultas.
Victoria lleva a las audiencias una foto pegada en un cartón. Son ellas dos en la pileta a la edad en que eran abusadas: 4 y 6 años. "No es sólo a nosotras -dice, y señala la foto-. Es a esas dos nenas a las que la Justicia les debe una respuesta".
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