Aquel 9 de julio de 1966 había caído sábado y hacía un calor inusitado. El general Juan Carlos Onganía, de 52 años, que había comandado la fracción azul del Ejército, el sector más industrialista y pro norteamericano, había llegado a la Casa Rosada apenas 10 días antes mediante un golpe de Estado, por supuesto.
El dictador llegaba temprano a la histórica Casa de Tucumán. No quería perderse la foto: se cumplía el sesquicentenario de la Independencia, como se lo nombraba en las escuelas. Justo 150 años atrás, congresales de muchas provincias habían firmado una declaración de independencia a cualquier potencia extranjera. La proclama fue escrita en español, aymara y guaraní. Por suerte, en aquel 1816, un auténtico general, José de San Martín, había trazado un plan para que las palabras fueran empuñadas por los soldados que cruzaban los Andes y sellaran con hechos las declamaciones.
Onganía no tenía mucho del aura sanmartiniana. Mucho menos su sentido de renunciamiento. La Nación lo definía como "un fanático de la disciplina y el orden", que respetaba por sobre todas las cosas la costumbre de "hacer el asadito de los domingos".
Algunos de sus oficiales, en cambio, lo llamaban El Caño, por lo recto y por lo hueco. Poco después de asumir el mando, dio su primer traspié en público: se presentó en la inauguración de la Exposición Rural en un landó de 1910 escoltado por lacayos de librea. El gesto, casi imperial, fue muy mal recibido.
Un día de calor
-El desfile fue en la avenida Mate de Luna. A los costados se juntó una multitud. Trajeron tropas de todo el país. Me acuerdo que desfilaban las brigadas de Montaña con los esquíes en los hombros y el equipo de nieve. Varios de los colimbas se desmayaron del calor –recuerda Marcos Taire.
Taire, por entonces, tenía 18 años y trabajaba en una librería. Poco tiempo después se iniciaría en el periodismo, siguiendo los pasos de su padre, Juan Octaviano Taire, que por entonces era jefe de Prensa de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (FOTIA).
Tucumán no era solo el Jardín de la República o la Cuna de la Independencia: allí estaba la FOTIA, uno de los sindicatos más combativos de la Argentina. Los ingenios azucareros endulzaban a todo el país y sus dueños, multimillonarios, contaban con precios acordados con las autoridades y distribuidos por cupos a través de la Dirección Nacional del Azúcar. El diario más leído en la provincia era y es La Gaceta, de la familia García Hamilton, siempre muy atento a los intereses de los industriales azucareros.
-Al día siguiente, en La Gaceta se publicó entrecomillado lo que un hombre del público le había dicho en alta voz a Onganía: "General, ¡gobierne 30 años!" –le cuenta Taire a Infobae.
La idea, temeraria, de Onganía, era quedarse 10 años en la Casa Rosada, el entusiasta asistente al desfile consideraba que era muy poco.
El dulce amargo
En su novela El sexo del azúcar, el escritor Eduardo Rosenzvaig narra la vida de Clodomiro Hileret y el Ingenio Santa Ana. En los tiempos de la presidencia del tucumano Nicolás Avellaneda, en la década de los 70 del siglo XIX, Hileret se había dado el gusto de que el paisajista Carlos Thays se desplazara hasta su ingenio y le diseñara los jardines de su casa. No solo eso: el tren llegaba hasta los canchones y también hasta su petit chateau.
La contracara de la abundancia eran las largas jornadas laborales y salarios menos que mínimos. Todo cambió en los albores del primer peronismo, cuando Juan Perón desde la secretaría de Trabajo y Previsión, en 1943, estableció salarios dignos, 8 horas, vacaciones y otros derechos que hicieron de la FOTIA un bastión sindical. En las elecciones, el peronismo solía arrasar en la provincia.
-Mi padre era socialista y llegó a la FOTIA de la mano del primer secretario general no peronista elegido en el sindicato –cuenta Taire.
Se trataba de Mario Arnaldo Aparicio, que en 1963 ganó las elecciones. Dos años después, la FOTIA resolvió elegir al secretario general por voto directo de los afiliados y resultó ganador un joven peronista combativo: Atilio Santillán.
Onganía tenía muy claro que contaba con el respaldo de muchos dirigentes gremiales a los que llamaban participacionistas y que no iba a transar con los que se opusieran al modelo corporativo que quería imponer.
El 29 de junio de 1966 tanto los leales como los neoperonistas se pusieron saco y corbata para participar de los actos de asunción de Onganía y abrir un período de tregua, archivando los planes de lucha iniciados dos años atrás.
En cambio, los de la FOTIA eran, para esa dictadura recién estrenada, enemigos.
Ese sábado 9 de julio solo hubo discursos para exaltar la bandera y la Patria. A un costado de Onganía estaba Jorge Néstor Salimei, un ministro de Economía surgido de las filas empresarias. Concretamente del rubro de la alimentación. SaSeTru, así se llamaba la compañía, era propiedad de Salimei, Seitún y Trucco.
Maximalismo
El año 1965 había sido de ebullición política y sindical en Tucumán. Hubo huelgas, cortes de rutas y ocupación de ingenios impulsados por la FOTIA. En algunos casos, los directivos eran mantenidos en el interior de las fábricas en manos de los que ocupaban las plantas.
La FOTIA había encarado plan de lucha que, para los empresarios del sector, era revolucionario, "comunista": iba desde exigir el pago al día de salarios y jornales, hasta proponer el control obrero de la comercialización del azúcar así como a pedir la incautación del uso de las empresas que no cumplieran y la expropiación de los ingenios en falta.
A todo esto hay que sumarle que en las elecciones de ese 1965 se había sellado una alianza entre sectores del peronismo, la izquierda y la poderosa FOTIA. Del acuerdo participó un joven contador proveniente de una familia tradicional santiagueña, Mario Roberto Santucho, quien cinco años después sería el jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Ese año, en alianza con sectores marxistas que no propiciaban la lucha armada, Santucho impulsó la creación del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
Entre los diputados obreros elegidos en las elecciones de 1965 estuvieron Leandro Fote y Simón Campos. El primero era un hombre de confianza de Santucho. Campos, un histórico del sindicalismo combativo peronista. Estos diputados presentaron un proyecto, aprobado por la Legislatura tucumana, ordenando la incautación de los ingenios que tuvieran deudas con el Estado y no cumplieran con el pago de sus obligaciones con proveedores y trabajadores.
Por Retaguardia
Onganía no mostró su plan aquel sábado 9 de julio. Sin embargo, apenas 44 días después, por cadena nacional, el ministro Salimei dijo que el Estado nacional no iban a mantener a los 11 ingenios que presentaban altos pasivos y pedían más cupo de azúcar a la Dirección Nacional del Azúcar. En consecuencia, palabra más palabra menos, dijo que esos 11 ingenios serían cerrados, los trabajadores despedidos y la FOTIA intervenida.
A los cesanteados tucumanos el gobierno de Onganía les ofrecía ser parte del Operativo Tucumán: enviarlos a Río Negro a trabajar en la cosecha de la manzana.
La FOTIA se opuso, Atilio Santillán desconoció a los interventores de su sindicato porque lisa y llanamente habían borrado de la FOTIA a los delegados de los ingenios cerrados. El plan de Salimei no cuajó y el ministro debió renunciar, pero el sueño de Onganía seguía vigente: encaminar la Argentina con un plan a diez años.
Los sueños de los obreros despedidos eran menos ambiciosos: recuperar las fuentes de trabajo. Y para eso hacían ollas populares, se quedaban a dormir en las fábricas, reclamaban todo lo que podían hasta que los gases lacrimógenos y los bastones largos ocupaban el territorio.
Pocos días después de que Salimei dejara la silla ministerial, las balas policiales mataron a la joven Hilda Guerrero de Molina en las inmediaciones del ingenio Santa Lucía. Fue un 12 de enero. Una joven obrera se convertía en la primera víctima mortal de la dictadura de Onganía.
Cordobazo y final
El fin de los días de Onganía se selló en Córdoba el 29 de mayo de 1969. El estallido de obreros y estudiantes desbordó a la policía cordobesa y el jefe del Ejército era por entonces el general Lanusse, quien demoró la participación de esa fuerza en la represión.
Las puebladas se extendían por todo el país y la resistencia subía de tono: en 1970 distintas organizaciones armadas irrumpían en el escenario político.
El ERP tenía una base fuerte en Tucumán. Mario Santucho, contador del sindicato del Ingenio San José, era el líder el ERP. Montoneros hacía su aparición con el secuestro y muerte del general Pedro Aramburu.
Onganía, muy golpeado, se fue a su departamento frente a las Barrancas de Belgrano. Tras un interinato de un general de escritorio, Lanusse se hacía presidente a sí mismo. Perón ya preparaba una estrategia para volver al país. Y volvió.
Tucumán arde
En mayo de 1973, con la llegada de Héctor Cámpora al gobierno, Atilio Santillán recuperó la conducción de la FOTIA. Sin embargo, los 11 ingenios cerrados siguieron poblados de malezas, vidrios rotos, puertas herrumbradas y trapiches destruidos, rodeados de caseríos silenciosos que antes eran de trabajadores industriales y sirenas mañaneras.
La inacción del nuevo gobierno peronista en materia azucarera llevó a una gran huelga en 1974. Al cierre de los ingenios, nunca reabiertos, se sumó la mecanización de muchas de las tareas industriales. Eso significó más despidos. A la par, el ERP decidió poner en marcha la guerrilla rural y el gobierno de María Estela Martínez de Perón convocó al Ejército para terminar con ese desafío.
El Operativo Independencia fue mucho más allá que la persecución en los montes tucumanos: no hubo activista estudiantil, de la vida laboral, cultural o profesional, que no sufriera el terror.
Cuando era inminente un nuevo golpe de Estado, Atilio Santillán fue asesinado a balazos. Fue el 22 de marzo, en las oficinas que la FOTIA tenía en Buenos Aires.
Los diarios informaron que un comando del ERP había asesinado a Santillán por haber entregado militantes a los militares. Muchos creyeron que era una operación del Ejército para "desprestigiar a la guerrilla". Sin embargo, tanto el Estrella Roja (ERP) como El Combatiente (PRT) asumieron que un comando guerrillero había matado a Santillán.
Marcos Taire inició hace años una investigación para tratar de desvelar quién mató a Santillán. Infobae accedió a ese minucioso trabajo, aún no publicado. Taire contempla como posible que se tratara de una acción del ERP, pero no descarta la hipótesis de un atentado realizado por los militares simulando ser un comando guerrillero:
-A principios de 2012, una mujer se puso en comunicación conmigo. No quiso identificarse y pidió ser escuchada para relatar su supuesta involuntaria participación en el asesinato de Santillán. Dijo que era prisionera en un centro clandestino desde hacía casi un año. Que era prácticamente una esclava obligada a mantener relaciones con uno de los jefes de dicho centro. También que tanto ella como otras dos compañeras que sobrevivieron fueron obligadas a acompañar a grupos de tareas cuando salían a operar. En su caso, afirmó que esa mañana de marzo de 1976 fue en uno de los autos que utilizó la patota para asesinar a Santillán. Y que al llegar al lugar subió hasta la oficina donde mataron al dirigente sindical. Finalmente, se negó a identificar a quienes integraron el grupo operativo y afirmó que no conocía sus identidades y que solo los nombraban con alias.
Taire agrega:
-Recientemente accedí a otro testimonio, probablemente el más importante. Me lo brindó Hugo Santillán, hermano de Atilio. Dice que un alto dirigente de las 62 Organizaciones de Tucumán le reveló que había acordado una reunión con Santillán en la FOTIA de Buenos Aires. Hasta allí llegó minutos después del asesinato y desde la vereda del frente vio salir del edificio a los atacantes. Según ese dirigente vio a tres personas e identificó a uno de ellos, un capitán del cuerpo profesional del Ejército, muy cercano al general Antonio Bussi, jefe del operativo y que después asumiría como gobernador de facto en la provincia.
Dos días después del asesinato de Santillán, otro general, Jorge Rafael Videla, encabezaba un nuevo golpe de Estado que dejaría el terror de la dictadura de Onganía –aquel general que se paseaba en carroza – desdibujado en el pasado.
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