El martes 19 de junio de 1973, Emiliano Costa fue al sindicato de Gas del Estado, lugar donde se concentraban los dirigentes de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) en avenida Entre Ríos cerca de San Juan, un lugar más o menos cómodo para que en la madrugada salieran las columnas con destino a Ezeiza.
Era un día histórico, pero nadie tenía presente que se cumplían 153 años de la muerte de Manuel Belgrano, ese prócer que había nacido rico por familia y moría pobre en la misma casa donde había llegado al mundo.
Lo histórico era que Juan Perón volvía a la Argentina después de 17 años, 9 meses y 15 días del largo exilio al que lo habían sometido.
Perón, con 77 años a cuestas, había vivido los últimos 13 en Puerta de Hierro, merced a que Francisco Franco le permitió estar allí.
Más allá de sus habilidades a izquierda y derecha, había enviado a Evita en 1947 a ver al dictador español. La primera dama llevaba algo más que un pan abajo del brazo: créditos blandos para el trigo, el maíz y la carne argentina para un país aislado en la política internacional y con hambre.
Franco fue, en aquella oportunidad al aeropuerto de Barajas a recibir a Evita. Muchos años después, el dictador fue a despedir a Perón al mismo aeropuerto en la mañana cálida de aquel miércoles 20 de junio para que Perón viajara acompañado del presidente Héctor Cámpora y llegara ese mismo día al atardecer al aeropuerto Pistarini.
Emiliano tenía 26 años y había hecho una breve carrera en El Cronista, un diario de economía y finanzas, manejado por Rafael Cacho Perrota, un bon vivant que se había contagiado de las luchas contra la dictadura argentina que había durado desde 1966 hasta hacía apenas 25 días, cuando se había retirado del poder con la llegada del peronismos tras "el urnazo" del 11 de marzo de ese año.
Emiliano provenía de una familia más bien antiperonista y de padre aviador de la Fuerza Aérea, pero la militancia estudiantil, barrial y gremial lo llevó a integrarse a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y allí a desarrollar el Bloque de Prensa, donde confluían periodistas de muchos medios.
De La Opinión, el joven diario que apenas llevaba dos años de existencia, se destacaba una chica menuda que tenía tres años menos que Emiliano. Era María Victoria Walsh, Vicki, de quien Emiliano se había enamorado perdidamente al punto que tiempo después, en enero de 1975, se casaron por civil. Claro, estaban los padres de los novios: el comodoro Miguel Costa y el revolucionario Rodolfo Walsh.
Sin embargo, los cruces de la historia argentina reconocen demasiados matices.
Durante el golpe que derrocó a Perón en 1955, Walsh simpatizó con los complotados, su hermano Carlos era aviador naval y activo partícipe del desalojo del gobierno.
Costa, a su vez, en plena dictadura de Pedro Eugenio Aramburu, levantó la Base Aérea de Morón. Había serios rumores de que el gobierno no cumpliría con la promesa de elecciones de 1958 y Costa decidió el alzamiento, convencido de que no podían postergar los comicios. Aramburu de inmediato llamó a Costa, éste fue a la Casa Rosada y el presidente de facto se comprometió al llamado electoral. Costa le contestó con una frase que todavía recuerda textual Emiliano, que por entonces tenía 10 años:
-General, su palabra vale más que los cañones de mis Gloster.
No hubo insubordinación pero a Costa lo enviaron, por las dudas, de agregado militar en Madrid, donde todavía no había llegado Perón. A Emiliano le permitió conocer un poco otras latitudes, allí empezó su colegio secundario. Tras ese destino, el comodoro Costa pasó a retiro y la familia volvió a Buenos Aires.
En cuanto a Walsh, a principios de los 60, todavía vivía con la madre de sus hijas Elina Tejerina. Pero pocos años después, el escritor de ascendencia irlandesa tomaba partido por la Revolución Cubana y se iría a tierras tropicales para contribuir con la agencia Prensa Latina y con la inteligencia de Fidel Castro.
Allí desarrolló una habilidad especial que nada tenía que ver con sus oficios de escritor y periodista. Se trataba de otro oficio terrestre: detectar mensajes cablegráficos y desentrañar las claves con que eran enviados.
Walsh era, además, criptógrafo, según sus propias palabras. Y contribuyó a detectar los campamentos de cubanos anticastristas y mercenarios que desembarcarían en Bahía de los Cochinos en 1961. La invasión resultó conjurada y Walsh, poco tiempo después volvió a la Argentina como un hombre de a pie más.
La previa de Ezeiza
Emiliano y Vicki habían ido a vivir al pequeño departamento céntrico de la calle Paraguay que alquilaban Rodolfo Walsh y su compañera, Lilia Ferreyra. Lilia era una estudiante de letras de ojos celestes profundos que se había enamorado de ese escritor parco con un sentido del ritmo de la prosa como pocos.
Cuarenta y cinco años después, en el living de su casa de Palermo, Emiliano conversa con Infobae y recuerda aquel día febril.
-Rodolfo estaba con unos audífonos conectados a una radio y el grabador Geloso que prendía y apagaba cuando algo le parecía relevante. Desde ya, no hablaba con Vicki y conmigo de los contenidos. Había logrado interferir la red del Automóvil Club (ACA), que era utilizada por los organizadores de la llegada de Perón y que, en realidad, estaban preparando una cacería de militantes de la tendencia.
El ACA había facilitado unas 15 grúas, algunos camiones y autos con equipos de comunicación VHF, que fue utilizada por el coronel (RE) Jorge Osinde con el apoyo del general (RE) Miguel Ángel Iñíguez así como por la Policía Federal y las ambulancias tripuladas por empleados de José López Rega, que salían desde el Ministerio de Bienestar Social.
Osinde era un lobo solitario que coordinaba bandas paramilitares. Iñíguez, luego de estos episodios, llegaría a jefe de la Policía Federal. Ambos habían sido leales a Perón cuando lo derrocaron en 1955.
La llegada del máximo líder del peronismo desataba tanta pasión popular como enfrentamientos internos en el movimiento. Y los grupos de la derecha sindical más los comandos paramilitares tenían el propósito de granjearse el favor de Perón desatando el terror entre las columnas del peronismo combativo y revolucionario.
-¿Walsh contaba con equipos sofisticados para las interferencias?, le pregunta Infobae a Costa.
-Él encargaba algunos equipos técnicos a amigos que viajaban.
La pieza principal que usaba Walsh era el escáner de radiofrecuencia, unos aparatos que hacen un barrido en busca de frecuencias que estén activas. Como las policías y el ACA usaban VHF y, aunque fueran cambiando constantemente la frecuencia, para Walsh era relativamente sencillo ubicar las comunicaciones gracias al escáner. Por ese entonces, en los locales de Radio Jack, en Estados Unidos, eran de venta al público.
Las comunicaciones policiales -y las del Automóvil Club ese 20 de junio- no estaban encriptadas, a lo sumo usaban una jerga o ciertos modismos que Walsh, entrenado periodista de Policiales, conocía de memoria. Cuando algo le resultaba confuso, al quedar grabado en el Geloso, luego podía entender el sentido.
Así el trabajo de orfebre de Walsh se llevó a cabo el 20 de junio, sirvió para hilvanar los lazos entre grúas, camiones y ambulancias tripuladas por pistoleros por un lado y el papel de Osinde, Kennedy, Iñíguez, López Rega y otros que estaban en el grupo que dirigía la llegada de Perón a la Argentina.
Walsh y la militancia
Costa le cuenta a Infobae cómo había llegado Walsh a Montoneros.
-Yo estaba en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y a esa altura las conducciones de FAR y Montoneros estaban unificadas. Rodolfo estaba vinculado a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) y esta organización entra en una crisis interna por la discusión del rol de Perón. Entonces, él y un grupo de militantes se integran a las FAR a través de Paco Urondo, cuando éste sale de la cárcel en mayo de 1973. Junto con ese grupo, también se suma Vicki.
Vicki trabajaba en la Sección Política de La Opinión y había sido elegida delegada. Rodolfo Walsh, una vez que se integró a las FAR reportaba a otro sector, probablemente a Inteligencia.
-¿Las interferencias a la red del Automóvil Club las hacía por su cuenta o pasaba la información?
-Tenía una actividad orgánica. Rodolfo se quedó todo el 20 de junio en el departamento. Y todo lo que había grabado ese día lo analizó con detalles los días siguientes a la cacería de los grupos paramilitares. No sé cuánto pudo saber hasta ese momento porque las comunicaciones del Automóvil Club fueron precisamente ese día. Los anteriores no. De modo que es difícil que Rodolfo viera de inmediato la magnitud de lo que pasaría. Además, en caso de haber tenido datos respecto de que el Comando de Organización y otras bandas salían a tirar con armas largas, no creo que la decisión nuestra hubiera sido salir armados. Era la movilización popular más grande de la historia argentina, llegaba gente de todo el país, muchos con nuestras agrupaciones pero era espontáneo.
Los hechos
El palco montado para poner proveer información por altoparlantes estaba cerca del Puente 12, Ciudad Evita, muy cerca del aeropuerto donde debían llegar Perón, su esposa, el presidente Cámpora, el secretario privado López Rega y los sindicalistas José Rucci y Lorenzo Miguel, titulares de la CGT y las 62 Organizaciones Peronistas respectivamente. La locución estaba a cargo nada menos que de Leonardo Favio.
En el palco y sus aledaños, los guardias de la Comisión Organizadora de Osinde y Norma Kennedy se paseaban impacientes. Eran cientos, entre matones sindicales, militantes del CdeO, de la Alianza Libertadora, militares y policías retirados y algunos mercenarios franceses contratados por Ciro Ahumada, un ex capitán del Ejército que había participado de la resistencia peronista y en algún momento empezó a trabajar para los servicios de inteligencia del Estado.
Los guardias iban armados con fusiles Fal, subametralladoras Uzi, Ingram y Halcón.
A su vez, el operativo paramilitar contempló una retaguardia: unos días antes habían ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa, ubicado a unos 600 metros del palco y que tenía facilidades para albergar a cientos de chicos internados. Los pibes fueron testigos de cómo se instalaron las patotas en las dependencias destinadas a estudiar y dormir.
Al frente de esa maniobra estuvo Alberto Brito Lima, proveniente de la resistencia y de las primeras agrupaciones de la Juventud Peronista y decidido a barrer del mapa a la militancia de la izquierda peronista.
El operativo estaba centralizado por el propio Osinde y por Norma Kennedy, instalados en el Hotel Internacional de Ezeiza, rodeados por hombres muy armados.
En los alrededores, aunque parezca insólito, el clima era festivo: cánticos y vivas a Perón, ponchos y banderas argentinas por doquier, puestos de choripanes, gaseosas, en alguno se podía conseguir una damajuana de tinto. Miles y miles, desafiando el frío, habían pasado la noche del martes 19 al miércoles 20 en carpas improvisadas o apenas con frazadas.
Una multitud nunca vista
La columna central de la JTP partió a la madrugada desde la sede del sindicato de Gas del Estado. Al frente iban, además de Emiliano Costa, otros dirigentes de Prensa, como Juan José el Yaya Ascone, que trabajaba en La Opinión, y Guillermo Greco, dirigente de Gas del Estado.
Fueron a pie, con bombos y estandartes. En la autopista, vieron cómo amanecía soleado y también cómo confluían columnas que llegaban desde todo el país.
Algunos llevaban radios portátiles y algunos periodistas arriesgaban cifras aún antes del mediodía ya hablaban de millones de personas.
Nunca se sabrá cuánta gente se juntó ese miércoles, en los alrededores de Ezeiza. Los diarios del día siguiente hablarían de tres millones. Años después la cifra fue revisada a la baja, pero hasta los cálculos más conservadores siguieron hablando de un millón: fue, sin duda, la mayor reunión de la historia argentina.
En las cercanías del Puente 12 había un ómnibus cubierto de banderas de FAR y Montoneros: era su puesto de comando.
Allí estaban Roberto Quieto y Marcos Osatinsky, máximos dirigentes de FAR y también Mario Firmenich, número uno de Montoneros.
En el ómnibus había una veintena de militantes con algunas armas para autodefensa pero sin ninguna previsión del ataque que habían montado los grupos parapoliciales.
Mientras el avión que traía a Perón estaba en vuelo y el clima aún estaba calmo, desde el escenario, Leonardo Favio decía:
-¡Compañeros, vamos a ensayar el recibimiento que le vamos a dar al general Perón cuando llegue a este palco!
Favio había sido nombrado "encargado de Ornamentación" del acto y, a su lado, estaba el locutor Edgardo Suárez.
Los gritos de la multitud hacían que muchos no se dieran cuenta de que habían empezado los primeros ataques a las columnas de la izquierda peronista.
Favio advirtió algunas maniobras pero no tenía idea del origen ni del plan de quienes estaban a su lado, conectados con walkie talkie con Osinde y Norma Kennedy.
-¡Compañeros, acá ya hay más de dos millones y medio de personas! ¡Esto es inenarrable, compañeros! ¡Por favor, compañeros, quédense todos en sus lugares! ¡Cada peronista debe permanecer en su lugar! ¡Por favor, somos cuatro millones de peronistas contra cinco dementes!
Era muy difícil ver qué estaba pasando. Favio estaba descontrolado:
-¡Que se bajen todos de los árboles, repito: que se bajen de los árboles! ¡A partir de ahora, los que queden en los árboles son considerados traidores! ¡Los enemigos ya han sido visualizados!
Dijo, y una voz que se coló por los altoparlantes agregó "muy bien, mátenlos, mátenlos".
Y otra voz, marcial, la de Ciro Ahumada dijo:
-Ordeno que el personal se baje inmediatamente de los árboles; les doy cinco minutos para hacerlo. Están en la óptica de nuestros fusiles. Si no bajan los ejecutamos. Es una orden.
Entonces, otra vez, se oyeron los tiros. Miles y miles de personas se tiraron al suelo; la gritería era estremecedora.
Mientras, en los alrededores del palco, la confusión era total. Millones de personas seguían gritando, cuerpo a tierra, puteando, tratando de entender o simplemente de evitar los balazos.
Desde el palco tiraban con rifles y pistolas. Algunos empezaron a bajar para tomar prisioneros o poder disparar mejor.
Tal como pudieron retratar algunos reporteros gráficos, algunos de los que tomaban prisioneros eran izados por los pelos, golpeados, tajeados. Por todas partes, la gente huía como podía, en bruto desorden. Los responsables de las columnas organizadas trataban de recuperar a los suyos: cualquier militante suelto corría el peligro de que lo interceptaran las bandas armadas que recorrían la zona buscando nuevas víctimas.
El caos era completo. Faltaba poco para que Perón llegara a Ezeiza después de tantos años de exilio.
El tiroteo fue decreciendo de a poco, dejando lugar al estupor, a la bronca, al espanto. Había cientos de heridos: los sindicalistas y militantes del ministerio de Bienestar Social que controlaban las ambulancias elegían a quién atender y a quién no.
En simultáneo, desde Ezeiza, el vicepresidente en ejercicio de la presidencia, Vicente Solano Lima, llamó al presidente Cámpora al avión de Aerolíneas Argentinas que ya atravesaba el espacio aéreo uruguayo. Solano le dijo que había incidentes graves en la concentración y que no se podía garantizar la seguridad de Perón en ese aeropuerto, así que tendrían que desviarse a la base aeronáutica de Morón.
Aunque todo parecía una improvisación sobre la marcha, el aeropuerto de Morón había sido preparado horas antes, y algunos periodistas fueron invitados a desplazarse allí cuando los incidentes todavía no eran importantes.
El avión de Perón aterrizó a las 16.49 en la base militar de Morón, donde lo esperaban los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas.
-Fue un viaje muy lindo, y por fin lo trajimos, dijo al bajarse del avión José Ignacio Rucci.
Algunos de los manifestantes se enteraban por las radios que Perón ya estaba en la Argentina y que no iría a la concentración del Puente 12. La mayoría de los presentes no tenía ni idea de lo que pasaba, las multitudes caminaban cabizbajas, rumiando su bronca.
Cámpora habló al país a las 17.50:
-Compañeros y compañeras: el general Perón ha pisado nuevamente el suelo de la patria. Está perfectamente bien. Contento y satisfecho de este viaje que ha realizado con toda normalidad, pero desde el aeropuerto de Ezeiza nos fue informado de que elementos que están en contra del país pretendieron distorsionar el acto en el cual se había congregado una muchedumbre nunca vista en el país de más de 6 millones de compañeras y compañeros para recibir jubilosamente a quien es el conductor y el líder de la inmensa mayoría de la ciudadanía argentina (…) por eso les pido que aquella frase del general Perón se haga nuevamente cierta en esta oportunidad: de casa al trabajo y del trabajo a casa…
Costa, de vuelta
La confusión y la desolación no fueron suficientes como para que Emiliano Costa, el Yaya Ascone y otros militantes de la JTP regresaran a sus casas masticando bronca. Veían a personas que no tenían cómo volver, muchos de ellos llegados a Constitución o a Retiro en tren sin conocer siquiera Buenos Aires.
-Ya había caído la noche. Junto a otros compañeros decidimos parar colectivos y usarlos para subir a la gente que estaba perdida. Los llevaron a la cancha de Vélez, desde donde habían partido muchísimos argentinos, aquella mañana, esperanzados de ver a Perón.
El día después
Perón habló a las nueve de la mañana del jueves 21 de junio. Estaba sentado entre Isabel y Cámpora. A sus espaldas, de pie, lo escoltaban José López Rega y su yerno Raúl Lastiri, presidente de la cámara de Diputados.
Perón leía y empezó diciendo que llegaba "sin rencores ni pasiones". Luego pintó la situación argentina: "Una deuda externa que pasa los seis mil millones de dólares y un déficit cercano a los tres billones de pesos acumulados en estos años, no han de cubrirse en meses sino en años".
Aseguró que no quería excluir a nadie de esa "revolución que tenemos que realizar, pero para que ella sea válida ha de ser una reconstrucción pacífica y sin que cueste la vida de un solo argentino".
Tardó varios minutos en llegar al meollo de la cuestión:
"Conozco perfectamente lo que está ocurriendo en el país. Los que crean lo contrario se equivocan. Estamos viviendo las consecuencias de una posguerra civil que, aunque desarrollada embozadamente, no por eso ha dejado de existir, a lo que se suman las perversas intenciones de los factores ocultos que desde las sombras trabajan sin cesar tras designios no por inconfesables menos reales. Nadie puede pretender que todo esto cese de la noche a la mañana. Pero todos tenemos el deber ineludible de enfrentar activamente a esos enemigos si no queremos perecer en el infortunio de nuestra desaprensión e incapacidad culposa. Pero el Movimiento Peronista, que tiene una trayectoria y una tradición, no permanecerá inactivo frente a tales intentos".
"Es preciso llegar así, y cuanto antes, a una sola clase de argentinos: los que luchan por la salvación de la Patria, gravemente comprometida por los enemigos de afuera y de adentro. Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro Movimiento, ponerlo en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo desde abajo y desde arriba. Nosotros somos justicialistas, levantamos una bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes. No creo que haya un solo argentino que no sepa lo que ello significa. No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología", dijo.
Perón tenía un gesto muy serio, sin las sonrisas habituales. Hablaba como un padre severo que trata de contener su cólera.
Algunas frases estaban destinadas, precisamente, a quienes fueron víctimas y no victimarios al menos el día anterior:
"…Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así les aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables. Nadie puede ya escapar a la tremenda experiencia que los años, el dolor y el sacrificio han grabado a fuego en nuestras almas y para siempre (…)".
"A los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento. Dios nos ayude, si somos capaces de ayudar a Dios. La oportunidad suele pasar muy quedo. Guay de los que carecen de sensibilidad e imaginación para percibirla. Un grande y cariñoso abrazo para todos mis compañeros, y un saludo afectuoso y lleno de respeto para el resto de los argentinos", concluyó.
La mirada de la izquierda peronista
El Descamisado, pocos días después, lo leía de otra manera: "La masacre de compañeros y la ausencia del General Perón en el acto multitudinario del miércoles en Ezeiza reclamaban casi con angustia la palabra del Líder. Perón fue claro. Preciso. Y sereno. En primer término reafirmó su papel de conductor. Y esto tiene su importancia ya que distintos sectores de dirigentes intermedios pretendieron siempre disputarle ese poder, aprovechándose de la imposibilidad del General para comunicarse directamente con la masa. Esa intermediación entre Perón y el pueblo era la que les permitía aumentar su poder. Son estos sectores, precisamente, los que vuelven a impedir, el 20, el contacto Líder-masas".
Leonardo Favio
En el hotel Internacional de Ezeiza en la tarde del 20 de junio, media docena de matones sindicales conducidos por el Negro Corea, jefe de la custodia de Rucci, estaban en la habitación 108 torturando a ocho de sus prisioneros a golpes y descargas eléctricas.
La mayoría de los torturados eran peronistas sin militancia orgánica; uno era, incluso, un suboficial de la policía mendocina.
Leonardo Favio se enteró de lo que estaba pasando y fue para allá. Hasta ese entonces, Favio había aceptado las directivas de la Comisión Organizadora, y se ganó el odio de la JP, pero la visión de las torturas terminó de desquiciarlo.
Pasados los días, El Descamisado, dirigido por Dardo Cabo, acusó a Favio de haberse prestado al juego de los asesinos de Osinde. Sin embargo, Cabo y Emiliano Costa se comunicaron con Favio y lo visitaron en su departamento cercano a la plaza Vicente López. De esa conversación surgió un descargo que sirvió para deslindar cualquier responsabilidad del cantante y director de cine más emblemático que tuvo el peronismo.
El Descamisado publicó el descargo de Favio: "Yo subo y me quiere parar un tipo al que le dije: 'A mí no me parés porque empiezo a los alaridos'. Golpeo la puerta y aviso quién soy; entonces me abren y me piden que me tranquilice diciéndome que ahí no pasaba nada pero al ver el espectáculo me puse a llorar de rodillas. Será de cagón, ¡qué querés! Pero iba a salvar ocho vidas. La única arma que tenía era gritar. Y después ustedes dicen que yo me propuse olvidarme de esos rostros de los torturadores".
-Volviendo al primer tiroteo, vos decías que desde el palco tiraron a rolete. ¿Hacia dónde?
-Para todos lados, hacia la izquierda, hacia la derecha, hacia el costado. Si incluso mataron a una señora embarazada. Tiraban para todos lados y en un momento dado me quisieron hacer decir por los parlantes que detuvieran un coche y otro agarró el micrófono y dio la orden. ¡Gracias a Dios que yo no lo dije, porque al tipo me parece que lo mataron y creo que ese era uno que ni la comía ni la bebía!
No llores por mí
La Argentina no fue la misma después de ese día. O quizá era la misma pero se rompía una ilusión que compartían millones de argentinos.
La violencia, después de ese 20 de junio, lejos de detenerse, creció.
A fines de septiembre, era asesinado José Ignacio Rucci. Montoneros no se hizo cargo, pero fueron los responsables de esa muerte.
Unos días antes, el ERP, que nada tenía que ver con las internas peronistas, atacaba el comando de Sanidad del Ejército, donde moría el teniente coronel Duarte Hardoy.
La Triple A hacía su debut en noviembre, con un atentado contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen.
La muerte de Perón, el 1 de julio de 1974, terminó con la ilusión de que había un argentino que podía intentar pacificar los espíritus.
Emiliano Costa fue detenido en abril de 1975, cuando Montoneros había pasado a la clandestinidad y volvía al accionar armado. Vicki Walsh murió en octubre de 1976 en un cruento combate en Floresta donde pudo salvarse su hija Vicki, muy pequeña por entonces.
Miguel Costa, ya retirado, visitaba a su hijo en Sierra Chica y, por su pasado militar, logró que le devolvieran a su nieta Vicki. Al recuperar la libertad, Emiliano pudo criar a su hija, que ya es grande y le dio una nieta.
Rodolfo Walsh fue interceptado por un grupo de tareas en marzo de 1977 y llegó muerto a la ESMA. Los marinos interceptaron a Walsh en Entre Ríos y San Juan, a metros de donde aquel 20 de junio, Emiliano y otros de la JTP salían para darle la bienvenida a Perón.
Parte del material obtenido por Walsh ese 20 de junio fue utilizado por Horacio Verbitsky en su libro Ezeiza, publicado en los primeros años del gobierno de Raúl Alfonsín.
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