Carlos conoció a Mónica, su mujer, hace 30 años. Venían a este mismo centro de rehabilitación, en Belgrano. Él, porque había tenido poliomielitis cuando era chico y apenas podía mover las piernas. Ella, porque había recibido un disparo en un robo y había quedado parapléjica. Se casaron pero cuando quisieron adoptar un hijo recibieron una respuesta cruel: "Nadie le va a dar un bebé a dos discapacitados". La bebé, sin embargo, llegó: es la chica que ahora espera que su papá se baje del auto con una sonrisa y la silla de ruedas lista.
"Nací en Santiago del Estero, vivía en el campo. Tenía tres años pero me acuerdo patente. Estaba jugando a la pelota debajo de un algarrobo y empecé a renguear. Me paraba y me caía. Después empezaron los vómitos", cuenta a Infobae Carlos Chapero. Le diagnosticaron poliomielitis en 1955, un año antes de la epidemia que afectó a más de 6.500 personas en Argentina, en su mayoría niños.
Carlos, que ahora tiene 66 años, quedó en cuarentena. El virus le había afectado las piernas, el brazo izquierdo y la columna y nadie sabía bien cómo tratarlo. Lo trasladaron a Buenos Aires para hacer rehabilitación en el ex Casa Cuna, lo operaron 11 veces antes de empezar la adolescencia -de la cadera, para emparejar las piernas, para corregir la escoliosis- pero las piernas nunca volvieron a estar bien. "Igual sobreviví. En el campo, donde vivía, nos enfermamos dos. El otro murió".
"Mientras fui chico no tuve problemas. Jugaba a la pelota con muletitas y mis amigos del barrio me defendían: decían que si yo no jugaba, ellos tampoco. Me acuerdo que me llevaban a un circuito de autos, me subían a un Di Tella, apretaban el acelerador y me hacían ir al mango. Nos moríamos de la risa; así aprendí a manejar", cuenta. "Donde empecé a renegar fue en la adolescencia, cuando me empezaron a gustar las chicas. Ahí entendí que para los demás la palabra 'discapacitado' significaba que eras menos".
Fue acá mismo, en el club de rehabilitación Ramsay, que conoció a Mónica. Era 1988, Carlos era vendedor ambulante en los semáforos y por ella dejó a su novia. Mónica no sólo era parapléjica: después de la bala que le había entrado por la columna, un virus intrahospitalario le había provocado una enfermedad llamada "endocarditis bacteriana" (una inflamación de las estructuras internas del corazón). "No me importó, ya me había enamorado -recuerda Carlos-. A los cuatro meses estábamos viviendo juntos".
Se casaron dos años después y Mónica quedó embarazada. Pero el médico fue claro: "No va a aguantar un embarazo". Finalmente lo perdió y fue ahí que, por primera vez, pensaron en ser padres adoptivos. "Yo primero era un poco machista. Decía 'no', si no es un hijo mío, no. Después, pensé: 'Yo quiero ser papá, dar amor. Quizá haya algún chico que lo necesite. Y apareció el amor de mi vida", dice, y le da la mano a Belén, que ahora tiene 24 años.
Belén llegó a su casa en 1994, cuando todavía era bebé. "Ella nos cambió la vida. Los dos estábamos en sillas de ruedas así que nos turnábamos de noche para levantarnos a darle la mamadera y cambiarle los pañales. Ella nunca lloraba, era un ángel, era como si supiera lo que nos costaba movilizarnos".
Carlos no tardó mucho en darse cuenta de que algo no andaba bien. "Noté que algo le pasaba. Pero bueno, ella fue mi hija desde el día en que la conocí, ¿justo yo le iba a poner 'peros' a una hija con discapacidad?". El diagnóstico confirmó que Belén tenía un retraso madurativo, por eso ahora va a una escuela especial. "Me acuerdo que le encantaba dormir encima de mi pecho. Cuando mi señora quería sacarla para llevarla a la cuna, ella se prendía fuerte para quedarse conmigo".
Belén iba a la primaria cuando Mónica le insistió a Carlos para que usara los ahorros de la familia y comprara una licencia de taxi. "Me dijo: 'la nena ya pregunta de qué trabaja papá. Sería bueno mostrarle que podés hacer de todo. Y hace 17 años que tengo mi auto adaptado y soy taxista".
Mónica murió cuando Belén tenía 16 años. "Me acuerdo que ya estaba muy mal y me dijo: 'Carlos, tenés que saber cuándo le viene la menstruación, anotá todo. Yo no sabía lo que era un ginecólogo, y al principio dije: 'no voy a poder'. Me tendrías que ver ahora. Voy a la lencería y le compro los corpiños, voy a la perfumería cuando quiere unas pinturitas para las uñas". Para hacer las tareas domésticas, Carlos recuerda cómo se las arreglaba su mujer cuando él sólo se ocupaba de ser el proveedor de la familia.
"Me siento en la silla de ruedas, agarro el lampazo y limpio todo. También le enseño, para que sea independiente. Hacemos juntos el relleno de las empanadas y le compré un aparatito para que pueda cerrarlas porque le cuestan los movimientos finos. Al principio creía que ser buen padre era que no le faltara nada; ahora pienso que ser buen padre es no tenerla en una cajita. Cuando me dice 'no puedo', le contesto 'vas a ver que sí podés'".
Fue con esa lógica que en 2015 decidió hacerle un regalo. "Nos fuimos a Disney", dice. Y Belén aplaude. "Es que yo con ella aprendí a ser papá. Uno no nace papá, aprende. Yo hoy la miro y sé qué le duele, sé cuando está bajoneada, sé lo que quiere. Ella me enseñó a mirarla para entenderla".
Belén muestra la foto que tiene con su caniche. "La regalé un perrito para que aprendiera a ser responsable. Y ella aprendió a cuidarlo. Yo estoy 10 horas por día arriba del taxi pero corto un rato al mediodía y vuelvo a casa a ver si está todo bien. Después va a la escuela sola. Me cuesta dejarla pero tengo 66 años y creo que lo mejor que puedo hacer por ella es enseñarle a salir adelante, como me tocó a mí".
Belén, al lado, habla poco pero entiende. Cuando el grabador se apaga, sonríe con vergüenza, baja la mirada y dice: "Lo quiero mucho a mi papá".