Fue una votación de infarto, con momentos de altísimo dramatismo y cuesta recuperar la serenidad para pensar. Hay cansancio por tantas horas de debate y emociones encontradas, sin embargo, es posible arriesgar algunas conclusiones. La primera y fundamental: la revolución de las mujeres llegó para quedarse. Fue la presión de las mujeres, su capacidad de persuasión y de divulgación del centro del reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito una de las principales razones por las que hoy podemos decir que estamos camino a una ley justa y necesaria, que les otorga a las mujeres un poder de decisión crucial.
Otro de los resultados de esta discusión sobre un tema central -que por presiones religiosas o hipocresía se mantuvo escondido debajo de la alfombra hasta ahora- es que los ciudadanos pudimos ver en acción a nuestros representantes tal vez como nunca antes. Es difícil separar a las personas de sus nombres y de sus partidos, sin embargo, en este debate todos respondieron a su razón y a su corazón: en todos los partidos salvo en la izquierda, el tema del aborto se convirtió en una grieta, como destacó la diputada Graciela Caamaño (FR) en su cierre. Ahora bien, eso que la diputada ve como un problema de la política y un déficit en términos de disciplina partidaria, de este lado de sus bancas se ve como una ventana abierta al acercamiento transversal en temas fundamentales que el ciudadano común agradece porque entre nosotros también se dio esa misma situación. Personas distanciadas durante años por la política, esta vez se encontraron en la calle esperando el resultado del mismo lado de la plaza.
La palabra vida fue clave durante todo el recorrido del proyecto, desde lo que se convirtió en un inteligente lema de los opositores a la ley ("Salvemos las dos vidas"), pasando por exposiciones en el Congreso como la de la escritora Claudia Piñeiro o como el debate que acaba de terminar, en donde por momentos la discusión pareció centrarse en demostrar en donde se encontraba la hegemonía de la defensa de la vida. Así, mientras los opositores defendían al borde de la exaltación el derecho a la vida del "niño por nacer", quienes apoyan la ley centraban su defensa en las mujeres abandonadas a su suerte en el momento que deciden, por la razón que sea, que no quieren o no pueden continuar con un embarazo. Fue lo que señaló la diputada oficialista Sofía Brambilla, de Corrientes, quien se preguntó: "¿Cómo vamos a salvar las dos vidas si no podemos decirles a las mujeres que, decidan lo que decidan, vamos a acompañarlas?".
La discusión por la ley de la interrupción voluntaria del embarazo mostró también como nunca antes las debilidades retóricas y argumentativas de nuestros diputados. Hubo grandes discursos y picos de calidad pero también escenas que a muchos nos despertó vergüenza ajena y nos llevaron a preguntarnos cómo esas personas que se expresaban de manera tan precaria desde sus bancas habían podido llegar allí. Me propuse no dar nombres por una cuestión de decoro, pero todos los que seguimos el debate los tenemos presentes.
Desde aquellos que se opusieron a la ley, se pudieron escuchar objeciones bizarras al proyecto con razones que iban desde la desconfianza en las cifras ofrecidas por diferentes representantes que incluía a grandes científicos y al propio ministro de Salud Rubinstein a otros definitivamente falaces ("con esta ley se busca terminar eliminar las malformaciones") y hasta a argumentos definitivamente ofensivos como tratar de asesinos o nazis a quienes apoyan la ley. Se hace difícil encontrar calificaciones adecuadas para la propuesta de cementerio de fetos y embriones abortados del diputado Olmedo, de Salta, o para la comparación entre las mujeres y las perras, a las que no se obliga a abortar y cuyos cachorros se dan en adopción, según la diputada Regidor Belledone de Corrientes. O para la trama alucinada de literatura de anticipación que denuncia un "mercado negro de cerebros e hígados de fetos" de la diputada Bianchi, de San Luis. La preocupación por el financiamiento de la implementación de la ley y por el colapso del sistema de salud pública que no permitirá que los abortos se realicen a tiempo también apareció insistentemente como curioso argumento de los opositores.
Algo que también quedó en evidencia en este debate parlamentario fue hasta qué punto, para muchos de nuestros representantes la división entre Iglesia y Estado es letra muerta. Varios se expresaron -y votaron en consecuencia- acentuando su lealtad a un credo y no al cumplimiento de su deber como representante popular. Hubo, en cambio, quienes aún declarando su fe eligieron votar a favor. Fue el caso del diputado Felipe Solá, quien mencionó una palabra que curiosamente estuvo ausente de los discursos de los legisladores que se llaman a sí mismos cristianos y que votaron en contra, bajo el argumento de la defensa de las dos vidas. Solá habló de piedad: de piedad por las mujeres que deciden recurrir a un aborto. Habló, en realidad, de "amor, comprensión y piedad" por esas mujeres.
Algunas observaciones más. Fue interesante ver cómo ciertas cuestiones que durante todos estos años eran un reclamo a gritos del movimiento de mujeres y de gran parte de la sociedad como la descriminalización de la mujer en caso de aborto o la puesta en práctica efectiva de la ley de Educación Sexual Integral o del Protocolo de Aborto No Punible -a los que la mayor parte del país no adhiere- aparecieron esta vez en boca de algunos legisladores contrarios a la ley como la solución que debe impartir el Estado (que viene fallando, según todos reconocen) para evitar los embarazos no deseados y para resolver cuestiones dramáticas como los embarazos productos de violaciones y los embarazos inviables o que ponen en riesgo la vida de la madre. Cuesta no pensar que esos legisladores actúan en función de aquella vieja frase de Marx, Groucho Marx, la que decía: "Si no les gustan mis principios, tengo otros".
Por último, y volviendo al comienzo, si la revolución de las mujeres llegó para quedarse, será una revolución cuyos resultados podrán vivir en plenitud los más chicos. Las adolescentes, las reinas absolutas de la marea verde, fueron fundamentales no solo en la movilización popular sino también en el voto de algunos legisladores, que encontraron en sus hijas o sus nietas el discurso que los convenció para votar a favor. No en vano, varios diputados -convencidos desde siempre o persuadidos con argumentos en estas semanas- hablaron de sus hijas, como Daniel Filmus o el diputado correntino Ruiz Aragón, quien dijo que legalizar el aborto dará como resultado la verdadera paridad entre hombres y mujeres, y deseó para sus hijas la misma libertad sexual que desde siempre tienen los hombres. O como Agustín Rossi, quien terminó su discurso pidiendo el voto positivo de una manera singular y emotiva: "Voten por mis hijas como yo voy a votar por las suyas".
La ley de interrupción voluntaria del embarazo tiene media sanción y aún falta un tramo duro: si el conservadurismo de algunas provincias se hizo presente en las manifestaciones de Diputados, los compromisos y las presiones entre los senadores serán el mayor obstáculo y está por verse aún si lo que hoy es pura satisfacción entre los partidarios de la ley se mantiene. Se hace difícil pensar, de todos modos, que vaya a plancharse el empuje que llevó a dar vuelta lo que parecía impensado, sobre todo si esa votación llega en el transcurso de las próximas semanas. El propio senador Miguel Pichetto, que algo sabe de esto, aseguró que "habrá un efecto imparable y la ley saldrá en el Senado".
Argentina está muy cerca de sacarse una venda de los ojos. Cada vez quedan menos temas de los que no se habla y eso, ya de por sí, puede ser un refrescante modo de enfrentar lo que viene. Luego de este debate se hizo evidente para grandes mayorías que lo que se está definiendo no es si las mujeres pueden abortar sino el modo en que lo harán de ahora en más. Si seguirán contribuyendo con su desesperación a un negocio turbio – en el mejor de los casos- o afectando su propia integridad física cuando se trate de mujeres sin capacidad para afrontar el pago de la práctica o si podrán finalmente contar con el acompañamiento del Estado en esta decisión que suele ser durísima y que nunca es un simple impulso.
Por eso, va un pedido final para aquellos que no comprenden o incluso desconfían de las emociones de tantas mujeres de todas las edades y del orgullo con el que enarbolan sus pañuelos esos grupos bulliciosos de rostros frescos y también aquellos otros, más ajados, cuyos ojos revelan un pasado de opresión y de pelea contra una realidad considerada inequitativa. No se confundan: el color verde no es una simple muestra de frivolidad sino la exposición de un reclamo colectivo de soberanía: el de que finalmente nos entreguen a las mujeres el poder de decisión sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas que nos pertenece.