En Canadá no hay ley de aborto pero el aborto no es un crimen. En ese país, a partir de 1969 la interrupción voluntaria del embarazo fue despenalizada para ciertos casos y desde 1988 ya no existen leyes que lo limiten ni en causas ni en períodos de gestación. Al mismo tiempo, fue integrado al sistema de salud, regulado y financiado como cualquier otro servicio médico, por lo que se practica en hospitales pero también en clínicas privadas. Treinta años después, no sólo no aumentó la tasa de abortos en el país sino que va decreciendo, sobre todo en la franja adolescente, en la que las cifras oficiales confirman que el aborto disminuyó casi en un 30%. Educación sexual y despenalización: esa fue la receta.
Hasta llegar a este estado de cosas, pasaron varias décadas en las cuales el aborto estuvo prohibido en todas las circunstancias y la sociedad protagonizó una larga serie de debates políticos y judiciales, que dieron como resultado este status singular de que no exista una ley pero que así y todo el aborto sea legal. Durante ese tiempo, hubo un hombre que estuvo a la cabeza de la batalla por la despenalización. Se llamaba Henry Morgentaler (1923-2013) y aunque para algunos canadienses será siempre poco menos que un asesino, para gran parte de la sociedad canadiense siempre será un verdadero héroe humanista.
Cuando llegó a Canadá, en 1950, tenía 26 años y ya había vivido todas las vidas posibles. Heniek "Henry" Morgentaler conoció de cerca la miseria, la enfermedad y la muerte, primero en el gueto y luego en los campos de concentración nazis. Aprendió el oficio de sobreviviente y, ya como médico, se prometió asistir a las mujeres que lo necesitaran. En el abismo de la ilegalidad, durante décadas encabezó la cruzada para conseguir la despenalización del aborto en Canadá y lo logró. En el camino sufrió atentados, amenazas de muerte, campañas de desprestigio y también la cárcel. Murió en 2013, a los 90 años. Lo acompañaba quien fue su esposa en sus últimos 30 años, Arlene Leibovitch y sus cuatro hijos, más sus nietos.
Había nacido en Lodz, por entonces la segunda ciudad más importante de Polonia, cercana a la frontera alemana. Sus padres Jozef y Golda eran un tejedor y una costurera socialistas y tenía dos hermanos, un varón y una mujer. Cuando llegaron los nazis, su padre fue detenido y asesinado por la Gestapo y él, su madre y su hermano fueron encerrados en el gueto de Lodz, junto con otros 164 mil judíos. Antes de la guerra, el 30% de los habitantes de Lodz eran judíos. Su hermana mayor había logrado huir con su novio a la capital: durante la ocupación alemana fue llevada primero al gueto de Varsovia, donde fue una de las protagonistas del célebre levantamiento de abril del '43 y luego a Treblinka, donde murió asesinada.
En 1944, luego de pasar unos días escondidos detrás de una falsa pared junto con otra familia mientras los nazis liquidaban el gueto, Henry Morgentaler y su hermano Mike fueron enviados a Auschwitz junto con su madre. Una vez allí, los nazis acostumbraban a seleccionar a quienes serían utilizados como mano de obra esclava y a separar a aquellos que directamente irían a la muerte. Henry y su hermano fueron derivados al campo de concentración de Dachau, en Alemania. Golda Morgentaler murió en la cámara de gas; sus hijos varones fueron liberados en abril de 1945. Henry había perdido todos los dientes y pesaba entonces 30 kilos. Tenía 22 años.
Finalizada la guerra, los hermanos Morgentaler terminaron en un campo de refugiados en Baviera. Tiempo después, Mike emigró a Estados Unidos y Henry fue a Bruselas, en donde se reencontró con los sobrevivientes de la familia Rosenfarb, viejos amigos de su familia en Lodz, vecinos queridos con quienes habían estado escondidos de los nazis detrás de aquella falsa pared, cuando buscaban evitar ser capturados y asesinados. Entre ellos estaba Chana, su antigua compañera de colegio y noviecita de la adolescencia.
Henry y Chana se casaron en 1949 y viajaron a Canadá. Ella se dedicó a escribir poesía; él, a terminar sus estudios de medicina. Se establecieron en Montreal, donde nacieron sus dos hijos, Abraham y Goldie. En 1955, el doctor Morgentaler abrió su consultorio, especializándose en planificación familiar, con una mayoría de pacientes de clase trabajadora. En Canadá el aborto estaba prohibido sin excepciones; las penas eran cárcel de por vida a quienes los practicaran y dos años de prisión para las mujeres que interrumpían voluntariamente el embarazo. Morgentaler fue uno de los primeros médicos en Canadá que practicó vasectomías, colocó DIUs y recetó pastillas anticonceptivas.
En 1967, Morgentaler se presentó ante la comisión parlamentaria de salud que investigaba el problema de los abortos ilegales. En un recordado discurso, sostuvo que toda mujer debía tener el derecho de interrumpir un embarazo sin correr riesgo de muerte. La reacción fue inmediata: una gran cantidad de mujeres desesperadas comenzaron a buscarlo pidiéndole que las atendiera y les practicara un aborto, aunque por entonces él no lo hacía, por los que las derivaba a dos profesionales conocidos que sí llevaban adelante esos procedimientos, entonces ilegales.
Un año después, Morgentaler comenzó a desafiar el sistema al abrir su primera clínica en Montreal, en donde comenzó a practicar abortos seguros. En 1969, en una reforma al Código Penal que despenalizó la homosexualidad y el uso de métodos anticonceptivos, se modificó la ley de un siglo atrás que prohibía el aborto y el aborto comenzó a ser legal siempre y cuando un comité integrado por tres profesionales determinara que la salud física o psíquica de la mujer gestante estaba en riesgo.
Lo que ocurrió a partir de entonces fue el reino de la arbitrariedad: diferencias enormes entre provincias, según estuvieran gobernadas por "pro choice" o "pro vida", y entre poblaciones urbanas y rurales, y también una gran disparidad entre los hospitales: mientras en algunos los comités autorizaban prácticamente todos los abortos, en otros no se conformaba el comité, se demoraba la decisión o directamente se le negaba la autorización a la solicitante. En los hechos, el aborto no era accesible para todas las canadienses.
Morgentaler siguió desafiando a la Justicia ya que siguió practicando los abortos en su clínica sin que sus pacientes solicitaran la autorización del comité que exigía la ley. La guerra estaba declarada. A partir de entonces, y agitado por el vaivén político entre liberales y conservadores cada vez que llegaban al gobierno, comenzó un raid de allanamientos, juicios y absoluciones que se mantuvo por años, tiempo durante el cual Morgentaler llegó a pasar incluso diez meses tras las rejas en una prisión de Montreal, en 1975. Durante su detención, tuvo un infarto.
Afuera, sus defensores reclamaban su libertad. Una vez liberado, su pedido de aborto seguro y legal se siguió escuchando en su discurso y en la provocación que agitaba cada vez que abría una clínica en alguna provincia, en un nuevo capítulo de la misión que se había propuesto.
A mediados de la década del 80, el aborto era el tema más controvertido en Canadá. A las demandas en tribunales y las requisas a sus clínicas, se sumaron amenazas públicas y privadas a Morgentaler y a sus equipos y la bomba con la que un grupo pro vida destruyó su clínica en Toronto.
En 1988 la Corte Suprema de Canadá falló en el llamado "Caso R. contra Morgentaler". En su sentencia, el máximo tribunal determinó que la legislación existente era inconstitucional y anuló la reforma de la ley de 1969 al considerar que la norma atentaba contra la Carta de Derechos y Libertades, por violar el derecho a la privacidad de la mujer, a su libertad y a su seguridad personal.
"Obligar a una mujer, mediante la amenaza de sanción penal para llevar un feto a término a menos que cumpla determinados criterios relacionados con sus propias prioridades y aspiraciones, es una interferencia con el cuerpo de una mujer y por lo tanto una violación de la seguridad de la persona", escribió el juez Brian Dickson, por entonces presidente de la Corte.
La "misión" de Morgentaler venía desde lejos y apuntaba al futuro. "Sabía que no había podido salvar a mi madre", declaró en 2003, "pero pude salvar a otras madres. Era un pensamiento inconsciente que terminó convertido casi en un mandato: si yo ayudo a las mujeres para que tengan a sus hijos en un tiempo en el que puedan darles amor y afecto, esos chicos no crecerán para ser violadores o asesinos. Ellos no construirán campos de concentración".
También por entonces, y consecuente con su modo de ver las cosas, Morgentaler declaró que la baja en los índices de criminalidad juvenil que las autoridades habían informado podían deberse a la legalización del aborto, lo que había conducido a que hubiera menos chicos abandonados y enojados y más madres vivas para alimentar a sus hijos. Su lema era: "Toda madre, una madre con deseo; todo hijo, un hijo querido".
Tiempo después, cuando todavía había voces que se levantaban en su contra, escribió:"¿Acaso olvidaron todas estas personas que las mujeres solían morir en nuestros países a causa de abortos autoinducidos o clandestinos; que niños no deseados eran entregados a instituciones en donde sufrían enormes traumas que quitaban la alegría de sus vidas y los convertían en individuos angustiados y depresivos resentidos contra la sociedad? Olvidaron estas personas que un embarazo no deseado era el mayor riesgo para la salud de mujeres jóvenes y fértiles y que podía dar como resultado la pérdida de fertilidad, enfermedad a largo plazo, heridas y muerte?".
En 2006, el médico dejó de practicar abortos pero su pelea con parte de la sociedad que estaba en contra de la despenalización continuó hasta su muerte, en 2013. En 2008, el gobierno canadiense le entregó la orden de Canadá, el mayor reconocimiento que un ciudadano puede recibir en ese país, pese a que hubo una fuerte campaña en contra de grupos fundamentalistas. El eje del reconocimiento se sostenía en la capacidad de Morgentaler por acrecentar "las opciones para el cuidado de la salud de las mujeres canadienses". Morgentaler "ha sido un impulsor para cambiar el rumbo de tan importante debate", señalaba el comunicado oficial, "él ha intensificado la conciencia sobre los temas de salud reproductiva de las mujeres entre los profesionales médicos y el público canadiense".
Hubo agitación y debate por el galardón y hubo también personalidades que devolvieron su propia medalla en protesta por el reconocimiento al médico nacido en Polonia.
"Canadá es uno de los pocos lugares en el mundo en los que la libertad de expresión y de elección prevalecen de una manera realmente democrática. Vine de una Europa devastada por la guerra y estoy orgulloso de haber tenido esta oportunidad, de darme cuenta de mi potencial y de mi sueño de crear una sociedad mejor y más humana", declaró el médico, ya entonces un hombre mayor. Hacía años que soñaba con ese premio, que incluso habían pedido para él personalidades como el escritor John Irving, autor de la celebrada novela Príncipes de Maine, reyes de Nueva Inglaterra, en donde el tema del aborto es un motivo central del argumento.
Hace algunos días pasó por Buenos Aires Joana Erdman, una experta en Derecho y Política de la Salud, quien expuso durante el debate en Comisión del aborto en el Congreso.
Durante un almuerzo con periodistas organizado por Amnistía Internacional, Erdman habló sobre las características del tema aborto en su país y entre otras cosas recordó cómo se vivía hasta la despenalización total de 1988, sobre todo por las consecuencias negativas de tener que contar con la autorización de los comités terapéuticos. "Para habilitar el aborto, normalmente en el diagnóstico figuraba algo relacionado con problemas psiquiátricos, de modo que la mujer era autorizada a abortar, pero inmediatamente corría el riesgo de perder su trabajo y/o de perder la tenencia de sus otros hijos, por lo que muchas mujeres preferían seguir abortando clandestinamente", contó en un almuerzo con periodistas organizado por Amnistía Internacional.
Pese a no contar con restricciones en cuanto al tiempo, hoy en Canadá la mayoría de los abortos informados se realizan antes de la semana 12 de gestación. Cuando se le preguntó a Erdman por la tasa de mortalidad materna provocada por aborto en la actualidad, fue terminante. "Cero", dijo. Y repitió: "Cero".
Según el Instituto Canadiense de Información sobre la Salud (CIHI), en ese país se producen aproximadamente 100.000 abortos por año, lo que habla de una tasa de aborto de 14.1 (por cada 1000 mujeres de entre 15 y 44 años). Se trata de una tasa muy inferior a la media de los países en donde el aborto está restringido. Estas tasas de aborto no aumentaron en los 30 años desde la despenalización y – en sintonía con el resto de los países en donde está legalizada la práctica- es posible comprobar una reducción constante desde mediados de los 90.
El dato más destacable dentro de este panorama es que la reducción más pronunciada del aborto se da entre las adolescentes que tienen entre 15 y 19 años: es de un 29%, según cifras oficiales entre 1997 y 2005. Educación sexual en las escuelas -y también en clínicas de planificación familiar- y despenalización del aborto fueron los componentes de la receta exitosa para terminar con uno de los mayores dramas sociales en el mundo, pero sobre todo en los países menos desarrollados como el nuestro, donde en estos días se definirá en el Congreso si en la Argentina habrá finalmente aborto legal, seguro y gratuito, un reclamo que, en nombre de la salud pública y de los derechos de las mujeres a decidir su maternidad, lleva años esperando en la antesala del recinto.
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