El fondo del conflicto entre mapuches y el Gobierno en Villa Mascardi es espiritual. Siete familias de la comunidad originaria que habitaban los barrios pobres de Bariloche salieron a "recuperar" a mediados del año pasado una pequeña porción hectáreas de Villa Mascardi por una razón que responde a su cosmovisión. Tiempo atrás, y después de al menos cien años, se levantó de este lado de la Cordillera por primera vez una "machi", o sanadora o guía espiritual.
En esos meses de 2017, la vida de María Nahuel se transformó radicalmente. Su hija Betiana, de 17 años, fue la mujer signada como machi. Las siete familias se encolumnaron detrás de ella. Los nehuen (ancestros) le marcaron a la machi que debía instalarse en ese territorio (frente al lago Mascardi, dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi, al que llaman Lafken Wincul Mapu) y allí fueron, lo que generó un conflicto que parece lejos de terminar y que tuvo su punto más trágico el 25 de noviembre, cuando Rafael Nahuel, primo de Betiana, sobrino de María, murió por una bala que disparó Prefectura. Una bala de plomo.
Pero aquí, bajo los enormes coihues, escondidas dentro de la densidad del bosque patagónico, las siete familias resisten las amenazas de desalojo por parte del Estado nacional. Dicen que su fuerza está marcada por la machi, por los nehuen y por la naturaleza. Ese es su escudo.
En este territorio vedado para el huinca (hombre blanco), al que tuvo acceso Infobae, María mira para arriba, a su alrededor. Un pañuelo colorido le cubre la cabeza y una capa gruesa, negra, le protege la espalda del frío patagónico. Sus ojos recorren el cielo celeste y diáfano, cortado por las copas de los árboles. Hasta que su mirada termina donde termina siempre: en las fotos de Rafael pegadas en el árbol.
"Era una persona muy querida, muy respetada, tenía muchos amigos. Era una persona muy buena. Con una historia de vida muy dura", cuenta Nahuel mientras fija sus ojos en los de la última selfie que se sacó su sobrino, una foto de las que decoran el coihue.
Rafael tenía 22 años. Se crió en un contexto de violencia urbana e intrafamiliar en el barrio Nahuel Hue, en el Alto de Bariloche, la zona más pobre de esta ciudad, el lado oscuro de un emblema del turismo internacional patagónico.
Había empezado a cursar el taller de herrería en el Semillero El Margen, un espacio para separar a los pibes de los vicios y la delincuencia. Rafita, como todos le decían allí, intentaba zafar del alcohol y de algunas drogas.
"Era muy dócil, dado, generoso, tenía un corazón muy puro. Cuando lo velamos se acercó muchísima gente, sobre todo jóvenes de los talleres que iba. El se recuperó muy rápido porque tenía fuerza mapuche. Pudo entender que vivía en un barrio porque el Estado lo arrinconó ahí y empezó a buscar salir. No quería vivir ahí", cuenta María.
Ella se crió un tiempo en un barrio y otro en el campo. Sus padres mapuches vivían en el campo y ya de grandes se mudaron a la ciudad, junto a sus 10 hijos, entre los que estaban María y el papá de Rafael. "Ellos me transmitieron la identidad mapuche. Por eso estamos aquí. Después de la Conquista mucha gente mayor negaba estas enseñanzas. Yo tengo 50 años y recién ahora estoy aprendiendo el mapdungun (la lengua mapuche). Siempre fui muy discriminada", relata.
La discriminación contra los mapuches en la Patagonia está presente todo el tiempo. Las mujeres mapuches sienten que cuando andan con su vestimenta tradicional las miran raro. A Betiana, su hija "machi", le pasó cuando tenía 13 años. Según cuenta su mamá, un colectivero le pidió que se sacara el pañuelo característico. La nena se negó y el chofer frenó el ómnibus y llamó a la Policía. "Ella es alta y parecía mayor, entonces la tuvieron cuatro horas presa. Así vivimos en la ciudad", dice entre resignada e indignada Nahuel.
El levantamiento de Betiana como machi es el motor de la lucha de esta comunidad.
-Machi es una persona que nace con un espíritu para sanar gente, para ayudar, para curar. Una machi nace para ayudar primero que todo a su gente, a su pueblo. Y después, no discriminamos a nadie, no solamente la machi que tenemos aquí, también las que vienen de Chile, atienden gente que no es mapuche. Pobres y ricos. Gente que tiene plata, hasta médicos, abogados, no hay distinción de personas y condiciones económicas. Por eso nos sentimos mal cuando a nosotros como mapuches nos dicen que somos malos o violentos, explica María.
-¿Cómo se levanta una machi?
-Es algo espiritual. Se nace con eso. No es que nosotros lo elegimos.
-¿Cómo se dan cuenta?
-Son señales, a través de sueños de la familia entera y de ella. Betiana de muy chiquita ya tenía cosas y costó muchos años el proceso de levantarse. Cuando una machi se levanta tiene que prepararla otro machi, pero ella es la primera que se levantó acá en muchísimos años. Y atrás de eso se están preparando muchos otros.
El levantamiento de su prima como machi potenció la identidad mapuche de Rafael Nahuel. Durante la madrugada del 23 de noviembre pasado, dos días antes de morir, comenzó el operativo de desalojo del grupo Albatros de Prefectura, por el que se llevaron a las mujeres y a los niños de la comunidad.
María y otras mujeres terminaron golpeadas y en el hospital. Luego fueron trasladadas hasta la comisaría de la Policía Federal de Bariloche y cerca de las 8 de la mañana fueron liberadas. Rafael Nahuel fue hasta allí a acompañar la liberación. Y entonces decidió subir a la comunidad, en Villa Mascardi, para proteger el territorio. Menos de 48 horas después moriría.
-¿Cómo fue la vida de Rafa? ¿Cómo se conectó con su identidad mapuche?
-Nunca estuve ni muy cerca ni alejada de él. Pero siempre conversábamos a medida que fue creciendo. El se perdía, y llegaba, pero siempre supo que era mapuche. Por la parte de mi hermano, que es una persona que no entiende nada de nada, que vive en su mundo, se lo crió así. Pero yo le hablaba de ser mapuche y también mis hijos, que fueron creciendo y hoy están acá. Se había acercado más que antes. El llegó a acompañarnos hasta Chile a una ceremonia. Hace mucho tiempo estaba aprendiendo y acompañando en la ceremonia. Y después se integró de lleno por el tema de su prima.
La idea de Rafael era ayudar a Betiana a recuperar el territorio, a instalarse. "Quería hacerse una casa, criar caballos, conejos y tener gallinas y sembrar", dice de su sobrino María Nahuel.
-¿Además de representar una conexión con su identidad, también significaba una salida para los problemas que genera vivir en la ciudad?
-El estaba metido con problemas de alcohol y violencia. Siempre estuvo en contacto con nosotros, pero pasó tiempo hasta que pudo sentir su cambio. Siempre supo que era mapuche, pero tenía que emprender un cambio. Siempre le decía que fuera de la ciudad, como mapuche, tenemos un mundo mejor que andar en drogas y alcohol, que eso lo trajo el Estado y la conquista. Y eso fue también lo que engañó a nuestra gente. Por eso hoy en día tenemos que entrar a nuestro territorio como si fuera ajeno. Nosotros estamos volviendo al lugar donde hace muchísimos años se mató a nuestra gente.
María Nahuel, como también le explicaron a este medio Wentru y Coihue, dos hombres de la comunidad, asegura que está en su naturaleza y en el designio de sus ancestros instalarse aquí, propiedad de Parques Nacionales, para que la machi pueda desarrollarse. Afirma que no tienen intereses económicos.
"No es que estamos tomando un lugar de Parques, esto no es de Parques. Antes era nuestro, de todas las comunidades que ves acá. Pero cada mapuche se defiende a su manera y tiene diferentes luchas. Algunos nacen para machi, lonko, o para estar en las ceremonias. A nosotros nos tocó esto y a Rafa también. Su prima se iba a levantar como machi y él tenía un compromiso muy grande de acompañarla", dice la mujer con una sonrisa cargada de melancolía, que se convierte en palabras: "Tenemos tristeza y tranquilidad, estamos conectados con la tierra y eso nos da fortaleza".
-¿Tienen confianza en que la Justicia condene a los prefectos que mataron a Rafael?
–Hasta aquí, como ustedes sabrán, no tenemos respuesta de nada. Los procesos son lentos. Y quieren culpar a los dos compañeros que ayudaron a bajar a mi sobrino de la montaña. La Justicia se quiere lavar las manos y encontrar culpables acá cuando aquí no hay culpables. Son ellos.
María se refiere a Fausto Jones Huala y Lautaro González. Ellos bajaron de la montaña a Rafael herido de muerte. Las pericias determinaron que ellos dos (pero no Nahuel) tenían rastros de pólvora en sus manos, por lo que se sospecha que pudieron haberle disparado a Prefectura. Aunque durante los rastrillajes hechos días después del episodio, no se hallaron ni armas ni rastros de disparos.
La bronca de María Nahuel tiene casi una destinataria exclusiva: Patricia Bullrich. Contra la ministra de Seguridad apunta la tía de la víctima. "La ministra (nunca me acuerdo su nombre) tiene la lengua muy grande y se ve que es muy mezquina. Ella habló como que estuvo en este lugar. Pero no tiene razón. Ella habló de enfrentamiento, que se habían caído árboles, que largábamos bombas. Y cuando se vino a hacer el peritaje no había nada. Somos mapuches para cuidar la naturaleza, no para dañarla. Ella dijo que estuvimos disparando a los tiros, acá se hizo allanamiento, se subió a donde asesinaron a mi sobrino y no encontraron ninguna bala. Es todo de ellos", dice enojada la mujer.
-¿La dejaría tranquila que encuentren quién mató a su sobrino?
-Es lo que más queremos. Que pague el que lo mató y que haya Justicia. Que se aclare de una vez por todas qué pasó. Pero esto no es de ahora, es de siempre. Venimos pidiendo justicia y no la tenemos. Justicia por nuestra tierra. A él lo mató el Estado, lo mató la Ministra. Ella mandó a disparar, ella es la asesina, que no nos digan que somos asesinos nosotros.
El color de la piel de María se vuelve más colorado. Y la mujer entra en un rato de silencio, como si buscara elegir palabras adecuadas. El coihue que tiene las fotos de Rafael está a sus espaldas. La mujer gira y camina hacia allí. Da otros pasos y se apoya en la tranquera que contiene la entrada de ajenos al territorio forrada en una bandera con el nombre de su sobrino.
María Nahuel pasa sus manos curtidas por la R y por la A de la bandera pintada con aerosol. Uno de sus nietos se le cuelga de las piernas y ella lo alza. El nene quiere salir en la foto. Entonces larga una última frase que es como un suspiro, como si en estas palabras salieran meses de angustia escondida detrás de la coraza de la resistencia.
Angustia no es debilidad. Entonces dice: "Aquí nunca lo vamos a olvidar, estamos en el territorio donde fue asesinado. Por eso este territorio no se va abandonar. Acá hubo una muerte y esperemos que no haya más. Si nos quieren sacar, nos van a sacar muertos".
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