Aunque esté cerca de cumplir los ochenta, aún hace honor a su apodo, Bebe, no solo por ser baby face sino por la ocurrencia. Sentado en su despacho de abogado, Esteban Righi recorre con precisión las horas cruciales de aquel 25 de mayo en el que asumía como ministro del Interior de Héctor Cámpora.
En rigor, sus 34 años lo hacían bisoño en apariencia. Sin embargo, si algo le faltaba para crecer de golpe fueron cada uno de los minutos de aquella jornada.
Uno de los invitados más esperados para la asunción de Cámpora era Salvador Allende, el presidente socialista chileno. Uno de los colaboradores de Righi había estado en Chile viviendo la experiencia de la Unidad Popular y armó una cena para el 24 de mayo a la noche en la residencia de Ramón Huidobro, el embajador, con la presencia de Allende y Righi iba a ser la figura del flamante gobierno peronista.
-Yo llegué a las tres de la tarde al Congreso y calculé que para la cena estaba libre. Mi prioridad era lograr que los bloques opositores retiraran los proyectos de ley de amnistía que tenían en carpeta y se plegaran al proyecto elaborado por nosotros. El tiempo era muy valioso: no podíamos sostener un debate parlamentario que demorara la salida de los presos políticos", cuenta Righi a Infobae – Vicente Leónidas Saadi, senador por Catamarca, daba vueltas con lentitud y llevó tiempo convencerlo aunque era de nuestro bloque. El que se empecinó con su propio proyecto fue Jesús Porto, del Encuentro Nacional de los Argentinos, que nucleaba a la izquierda cercana al Partido Comunista.
Porto se trenzó con Righi y su equipo en una discusión sobre detalles de artículos de la legislación penal que había impuesto la dictadura de Alejandro Agustín Lanusse. Pese a su juventud, Righi fue expeditivo. En el estudio de abogado del designado ministro del Interior estaba Domingo Mercante, hijo del mítico colaborador de Juan Perón desde la creación del GOU en 1943. Mercante hijo recibió el llamado telefónico de Righi para que pudiera leerle tal y cual eran las leyes vigentes.
-Porto, no podemos estar en los detalles. Nuestro proyecto garantiza la derogación de la legislación represiva. Además, necesitamos promulgar una ley de modo inmediato. Un indulto presidencial deja al gobierno demasiado expuesto. Es preciso el respaldo contundente del Congreso…
Además de la fuerza argumental, Porto sabía que la ola del peronismo llegaba con una fuerza arrolladora y, finalmente, desestimó su proyecto.
Para Righi fue una victoria con sabor amargo: eran las tres de la madrugada, hacía doce horas que discutía con todo el mundo y Salvador Allende ya dormía el sueño de los justos a la espera de concurrir a la histórica jura de Cámpora.
Pese a la hora, para Righi el día no había terminado. A su lado estaba Leopoldo Polo Schiffrin, abogado, joven, judío, sin trayectoria en la resistencia y convertido en subsecretario del Interior.
-Polo era muy resolutivo y veloz. Al rato terminamos de pulir el proyecto de ley de Amnistía y teníamos el compromiso de que los demás lo votarían, radicales, intransigentes, demócrata cristianos, prácticamente todos dieron su acuerdo para que salieran todos los presos políticos.
Righi y Schiffrin fueron hasta la casa de Cámpora, lo hicieron levantar de la cama, le informaron y el presidente electo volvió a dormir con la tranquilidad de que ese tema, muy espinoso, estaba encausado.
Mano a mano con Lanusse
Con apenas unas horas de sueño, a las 10.30 de la mañana del 25 de mayo, el flamante ministro llegaba a la Casa Rosada a bordo de su propio auto. Se hizo paso entre la multitud que coreaba por Perón y por la libertad de los presos.
Una vez que estuvo adentro tomó nota de que todavía no tenía oficina. Se instaló con su gente en la Casa Militar, a cargo del brigadier Roberto Bortot, a quien había tratado porque era el hombre que el presidente de facto Alejandro AgustÍn Lanusse había designado como enlace con Cámpora tras el contundente triunfo electoral del 11 de marzo.
De acuerdo a la Constitución, el nuevo gobierno tomaba posesión tras el discurso presidencial en la Asamblea Legislativa, de modo que Lanusse todavía estaba a cargo de las decisiones. Righi, sin embargo, debió parar la primera embestida.
El propio Lanusse lo hizo llamar. Righi, que había ido al Liceo Militar y se acerca al metro ochenta, parecía pequeño al lado del macizo y colérico Lanusse.
-¡Haga algo Righi –le espetó el general- lo escupieron a Coda cuando cruzaba la Plaza de Mayo!
El almirante Carlos Coda era el jefe de la Armada y no resultaba persona grata para las decenas de miles de manifestantes que gritaban "¡Se van, se van, y nunca volverán!".
-¡Haga lo que quiera –devolvió Righi-. Usted es el presidente!
-¡Pero usted va a ser el ministro del Interior, ya lo tiene a Ferrazzano en la sede de la Policía Federal!
Heraclio Ferrazzano había llegado a general en tiempos del segundo gobierno de Perón. Acreditaba una lealtad a prueba de balas, literalmente, en las horas difíciles.
Dieciocho años después, por consejo del mismo Perón, era el hombre que se hacía cargo de la temible policía que había cargado en cuanta manifestación hubiera y en cuyas dependencias se torturaba a militantes peronistas y de izquierda.
Righi, cuarenta y cinco años después sonríe.
-Yo estaba solo, en cambio Lanusse estaba rodeado de jefes militares.
De nuevo, cara a cara
Doce años después de esos gritos, Righi y Lanusse se encontraron de pura casualidad. Righi de regreso del exilio en México y Lanusse después de haber sido perseguido por la dictadura de Jorge Videla.
Lanusse invitó a Righi a las oficinas del señorial edificio de la consignataria de hacienda Pedro y Antonio Lanusse en San Martín al 200, apenas a tres cuadras de la Casa Rosada, donde habían discutido aquel 25 de mayo.
-Recreamos el diálogo. Lanusse sostenía que era él quien estaba solo. Y en eso se equivocó. A la vez, yo le dije que había varios militares a su lado y, entre ellos, recordaba a Alcides López Aufranc –recuerda Righi.
López Aufranc era un militar, de Caballería como Lanusse, con mucho predicamento interno por haber sofocado un levantamiento interno en una lucha de facciones donde cada bando se identificaba con una cinta roja o azul. Por eso se habla de la pelea entre azules y colorados. Lo de colorados era una manera de evitar la palabra rojo que para el anticomunismo de los militares de entonces era un color innombrable.
-Lanusse me dijo que era imposible que López Aufranc hubiera estado a su lado sencillamente porque hacía un mes se había ausentado de la actividad porque creía que su nombre sonaba como el jefe del Ejército con nuestro gobierno. Me di cuenta que mi memoria me había jugado también una mala pasada. Más allá de los detalles, lo que me queda claro es que en esas horas había un vacío de poder –dice Righi.
La gente estaba en la calle pero el nuevo gobierno todavía no tenía las oficinas desde las cuales se mueven los piolines del poder.
La jura de los ministros
Righi confiesa que no quería ser ministro del Interior sino de Justicia. Pero unos días antes, Héctor Cámpora y Juan Perón –que estaba en Madrid- armaron el gabinete.
-Cámpora quería ofrecerle el Ministerio de Bienestar Social a Isabelita (María Estela Martínez de Perón), pero el general le dijo que esa cartera debía ser para José López Rega –recuerda Righi
Y, enumera a los hombres fuerte de aquel gobierno:
–Antonio Benítez fue a Justicia, era un peronista histórico; igual que Jorge Taiana, médico personal de Perón, que fue a Educación. Hubo dos ministerios que eran corporativos: José Ber Gelbard (Economía) y Ricardo Otero (Trabajo, bajo la mirada atenta de Lorenzo Miguel). En cambio, Juan Carlos Puig (Relaciones Exteriores) y yo éramos Cámpora puro. Encima yo no venía del peronismo. A Defensa fue Ángel Robledo, que había sido el abogado de Cámpora cuando le incautaron sus bienes en 1955.
Este hombre, que fue ministro del Interior por apenas los 49 días del gobierno de Cámpora, que vivió en el exilio toda la dictadura, que volvió a la facultad de Derecho como titular de cátedra y referente del Derecho Penal, que estuvo a cargo de la Procuración General de la Nación con Néstor Kirchner y que Cristina lo corrió cuando su entonces vice, Amado Boudou, empezaba con problemas en la Justicia, exclama una frase antológica ante estos cronistas:
-¡Pasé de ser un infiltrado a ser un peronista histórico sin solución de continuidad!
El elegante pullover Burberry, el peinado a la gomina de aquellos tiempos y la sonrisa son testigos de esa muestra de peronismo explícito.
Aquel 25 de mayo la jura fue "desordenada, caótica… bien peronista", recuerda este hombre de buenos modales.
La primera tarea que encaró, apenas asumir el cargo, no tuvo relación con la liberación de los presos sino con un pedido de su predecesor, Arturo Mor Roig. Se trataba de un hombre proveniente del radicalismo que causó la ira del propio Ricardo Balbín cuando Lanusse convocó para ser su ministro político de cara a la apertura que terminó en los comicios del 11 de marzo.
Mor Roig se había pasado con armas y bagajes del partido radical, que había prestado ministros a varias dictaduras, sin el permiso de la dirigencia radical. Ni hablar de la antipatía que despertaba entre los peronistas. Ese 25 de mayo, en medio del fervor, Mor Roig le hizo un planteo al Bebe Righi.
-Doctor, voy a devolver los fondos reservados y, además, no voy a hacer uso de la custodia que me da la Policía Federal.
Righi ahí se enteró que había un dinero para uso discrecional y le pareció muy razonable que Mor Roig devolviera el dinero una vez terminado su cargo.
-Pero doctor, la custodia se la tengo que dejar… No son tiempos para andar descuidado –le dijo Righi.
-¡No! Usted no sabe lo que es no tener privacidad, estar todo el tiempo con gente que lo está observando… -contestó Mor Roig.
Sin embargo, accedió a continuar con los escoltas. Esta anécdota sería quizás intrascendente sin el desenlace que se produjo un año después. Un comando montonero sorprendió al ex ministro del Interior de Lanusse en un restaurante y lo ultimó a tiros. El atentado se produjo cuando Mor Roig ya no tenía custodia.
La noche del 25 de mayo
Cámpora había dado su discurso de asunción ante la Asamblea Legislativa con lo cual ya no había ni un minuto de vacío de poder. Había tomado juramento a sus ministros así que todos los teléfonos de la Casa Rosada estaban bajo el mando de su equipo de gestión.
Righi, a su vez, había puesto en funciones a sus colaboradores y, además, confiaba en que ese 25 de mayo, diputados y senadores dieran un tratamiento exprés a la ley de amnistía y la derogación de la legislación represiva.
Llevaba un día y medio casi sin dormir. Creyó que llegaba el momento de ir a casa y descansar. Tomó una ducha y antes de terminar de secarse, un secretario que atendía el teléfono le iba avisando de los llamados que se sucedían: el diputado Héctor Sandler, el secretario del Consejo Nacional Justicialista, Juan Manuel Abal Medina (padre) y otros tantos más.
Se calzó el toallón a la cintura, salió del baño y se prendió al aparato negro. Cuando todavía no había alcanzado a ponerse un pantalón llegó el ministro de Justicia, Antonio Benítez, con traje oscuro y corbata para la ocasión, que se plantó al lado suyo. El tiempo apremiaba.
El siguiente llamado fue del propio Presidente. Cuarenta y cinco años después, Righi reconstruye esa conversación.
-Primero que yo estaba con el teléfono en una mano y con la otra me agarraba el toallón. Segundo que todos los llamados y las radios advertían que una multitud había rodeado el penal de Devoto. Exigían la liberación inmediata de los presos. Y si bien el Congreso sesionaba, los tiempos no coincidían. Yo había trabajado mucho para que saliera una ley. Un indulto presidencial dejaba muy expuesto a Cámpora. Una ley da respaldo, un indulto es soledad. Pero, tal como se presentaba la situación, la alternativa podía ser represión o indulto.
Righi pidió al Presidente un rato para negociar con los delegados de las organizaciones guerrilleras del penal de Devoto. Dos eran peronistas y apoyaban a Cámpora (FAR y Montoneros), mientras que el ERP tomaba distancia del nuevo gobierno.
Precisamente el diálogo con el vocero de esa organización terminó de convencer a Righi, quien ya había cambiado el toallón por un pantalón y una camisa.
-Llamé a Cámpora y le dije que no había alternativa. Le pedí a Polo Schiffring que fuera al Ministerio y preparara el texto del indulto. Sin perder el tiempo, llamé al penal de Devoto para que los dejaran salir. Los penitenciarios necesitaban algún respaldo porque una conversación telefónica no parecía garantía suficiente. En Devoto había ocho diputados nacionales, que firmaron un acta que anunciaba el indulto y con eso se abrían los candados.
Infobae quiso saber cómo se conformaron las listas de quienes estaban autorizados a salir.
-En Devoto había una clasificación. Los presos políticos, hombres y mujeres, estaban en unos pabellones diferenciados del resto de la población penal –dijo Righi.
Tras cartón, desde una ventana, a voz en cuello, tanto Abal Medina como dos representantes de los presos, Freddy Ernst por Montoneros y Pedro Cazes Camarero por el ERP, hablaron a la multitud que rodeaba el penal para confirmar que iban a salir.
Entre cánticos, gritos y algún disparo aislado, eran pocos los que se enteraban de esa decisión. Eran las once de la noche.
El Congreso apuraba la sanción de la ley, en la Sala de Prensa de Presidencia se anunciaba el indulto. Unos camiones y colectivos puestos de culata en la salida de la calle Desaguadero eran el transporte hacia la libertad.
Un total de 447 presos salieron en libertad desde los penales de Devoto, Rawson, Caseros, La Plata, Tucumán y Córdoba.
Unos disparos efectuados desde fuera de Devoto fueron la excusa para que, desde dentro de la cárcel, la guardia armada tirara con las subametralladoras PA3 y quedaran dos víctimas fatales impactadas por las balas nueve milímetros de las armas del penal. Se trataba de dos chicos: Carlos Sfeir, de 17 años, y Oscar Lisak, de 16.
Righi, prácticamente no pegó un ojo en aquella noche de vértigo.
La mañana del 26 de mayo se presentó en la Casa Rosada, fue a su oficina y vio cómo la gente empezaba a trabajar. Tenían que atender los accidentes de tránsito, los reportes de las provincias y también los llamados de los amigos, que nunca faltan cuando se llega al poder.
Cuando vio que todo estaba en marcha, se acercó a darle tranquilidad, si cabe la expresión, al propio Cámpora. En realidad, estaba muerto de sueño y quería volver a su casa a dormir aunque fuera un rato. Le dijo:
-Presidente, comprenderá que no voy a asistir al Tedeum… tengo que ir a dormir un rato.
-Righi, dese una buena ducha y lo espero en un rato en la Catedral –contestó Cámpora con su sonrisa habitual.
El 13 de julio, apenas 49 después, Cámpora renunciaba a la Presidencia para permitir a Perón presentarse a las elecciones, cosa que no le había permitido Lanusse.
Righi recogió las fotos que tenía su escritorio y se acercó a un funcionario de carrera del Ministerio para que asentara la devolución de los fondos reservados que no había utilizado en su paso, breve, por la función pública.
Estaba por cumplir 35 años y lo esperaban su mujer, su hijo y su estudio de abogado.
SEGUÍ LEYENDO: