"Ya vas a ver que hoy viene a buscarme la policía", repetía durante los días que permaneció oculto. Como una especie de broma. Como si se adelantara a una jugada de ajedrez que conocía de antemano. Se lo decía a su ayudante todoterreno, Leonardo Aristimuño, uno de los pocos empleados cercanos que hacia mediados de mayo de 1998 todavía trabajaba para él.
Con una decisión judicial que ordenaba su arresto, el empresario postal Alfredo Yabrán era para entonces el hombre más buscado del país. Pero las autoridades no lograban encontrarlo, oculto como estaba, en una de las fastuosas casas de campo que poseía en Entre Ríos, la provincia en la que había nacido 53 años antes.
Hasta que el miércoles 20 de mayo, un grupo de efectivos policiales ingresó por el camino de tierra que culminaba en la estancia San Ignacio, lindante con un pequeño poblado de apenas mil pobladores, en el sur entrerriano. Entonces la tranquilidad que caracterizaba a aquel verdadero páramo se alteró por el ruido de un escopetazo.
Hace veinte años el suicidio de uno de los emblemas de la década de los '90 impactaba a los argentinos y no fueron pocos los que, escépticos, no creyeron en la noticia que inundó todos los medios. El hombre que años antes ocultaba su rostro con celo para que nadie lo reconociera estaba en la tapa de todos los diarios del país. Se había quitado la vida.
Las preguntas, en tanto, se multiplicaban: ¿cómo fue que ese poderoso magnate llegó a tomar aquella decisión? ¿Por qué lo hizo vestido con ropa deportiva en un pequeño baño de la estancia con un arma de caza? ¿Por qué dejó algunas cartas escritas el día anterior a su final? ¿Se trató de una muerte anunciada? ¿Un plan premeditado?
EL LUGAR ELEGIDO
El 15 de mayo de 1998 el juez de Dolores José Luis Macchi, que investigaba el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas ocurrido el 25 de enero de 1997, ordenó la captura de Yabrán como posible instigador del crimen.
Ocurrió tras el testimonio de Silvia Belawsky, la esposa del ex comisario Gustavo Prellezo, quien aseguró que el empresario postal le había pedido a su marido que se encargara de matar al reportero gráfico que en 1996 le había tomado una fotografía mientras caminaba con su esposa por las playas de Pinamar.
Según aseguraron las crónicas periodísticas de aquellos años, el empresario contaba con información sobre lo que ocurría minuto a minuto en los tribunales, por lo que comenzó a urdir una estrategia durante el verano previo a su final.
Entre otras cosas, visitó todos los campos que tenía en su tierra natal y echó a varios de sus empleados en aquellas propiedades. Es por eso que, cuando decidió quitarse la vida, apenas lo acompañaban Aristimuño, su esposa Andrea Biordo, y un custodio.
Sobre los días anteriores a su decisión, las versiones periodísticas brindan algunas pistas. Aunque los diarios de la época cuentan que el empresario estuvo todo el tiempo en Entre Ríos, el periodista Miguel Bonasso, en su libro Don Alfredo (Editorial Planeta, 1999) asegura que el magnate hizo una parada técnica junto a Aristimuño en su mansión familiar de la localidad de Martínez, en el Gran Buenos Aires, y retiró algunas pertenencias.
"Los guardias conocían bien a ese muchacho amable y sencillo que andaba de arriba para abajo con el Jefe, y le franquearon el acceso por el portón enrejado de la calle Pueyrredón, sin sospechar que, acostado en el piso del asiento trasero de la 4×4, venía Don Alfredo (…) Había decidido entrar de incógnito en su propia casa y esconderse en el lugar más obvio", escribió Bonasso.
"El jueves 14 (de mayo), a las 10 de la noche, Leo y su jefe repitieron la maniobra en sentido inverso. El sospechoso número uno de la Argentina salía de su imponente vivienda escondido en el asiento trasero de la camioneta japonesa", agregó.
Recorrieron a toda velocidad los más de 200 kilómetros que los separaban de la estancia San Ignacio. En palabras de Bonasso, "a pesar de ser uno de los tres hombres más ricos del país, llevaba apenas un pequeño bolso con un jogging azul, un attaché y dos mudas de ropa, además de algunos CD", entre otras pertenencias personales.
Una vez en Entre Ríos, según la investigación del periodista, el empresario recibió la visita de uno de sus hermanos. En tanto, por aquellas horas un allegado le habría acercado el arma de caza con la que se quitó la vida. El 15 de mayo Yabrán se enteró de que Belawsky había declarado en su contra y supo que sus días en libertad estaban contados.
Según reconstruyó el diario Clarín en su edición del 21 de mayo de 1998, el campo donde pasó sus últimos días Yabrán era imponente. Compuesto por tres predios, que en total suman 2800 hectáreas, tenía entre otras cosas más de dos mil cabezas de ganado vacuno y tierras donde crecían maíz, girasol y lino, además de un arroyo hacia el fondo.
Tanto el diario Perfil como La Nación aseguraron en aquel momento que, mientras permaneció oculto, el empresario recibió distintas visitas de sus familiares más cercanos. Mientras tanto, llevaba una vida modesta acompañado por Aristimuño y su mujer, que se encargaba de las tareas domésticas.
No faltaron versiones, todas reveladas tras la muerte del magnate, que aseguraban que había sido visto en Larroque, su pueblo natal, y en Gualeguaychú a bordo de un modesto Fiat Duna de vidrios polarizados.
El 19 de mayo, según investigó luego Graciela Pross Laporte, la jueza que tuvo a su cargo la causa del suicidio, Yabrán escribió distintas cartas de despedida. Había una dirigida a su familia y la otra para su secretaria, sobre cuestiones vinculadas a sus negocios. La magistrada, entonces, afirmó que esto podría ser un indicio de que Yabrán había tomado la decisión de quitarse la vida tiempo antes de que llegara la policía a detenerlo.
EL ÚLTIMO DÍA
"En el aparato de sonido, que causaba la admiración de Leo (Aristimuño) porque admitía cinco CD a la vez, se escuchaba la voz de Céline Dion cantando My heart will go on, el tema central de la película Titanic", describió Bonasso en su libro.
Era miércoles al mediodía y Yabrán, vestido con la ropa deportiva que usaba por esos días, se aprestaba a comer una picada junto a la pareja que lo acompañaba.
Entonces se cumplió la profecía que el mismo hombre de negocios había estado repitiendo a los otros ocupantes de la estancia. Llegó la policía a buscarlo y encontró la mesa puesta para tres personas.
Las versiones periodísticas, a partir de ese momento, difieren en algunos detalles. Pero todas coinciden en señalar que Yabrán se recluyó en el cuarto en el que dormía por aquellas horas y que, una vez que los oficiales accedieron al lugar, se encerró en el baño contiguo a la habitación.
"No abra esa puerta", habría dicho el hombre de confianza de Yabrán a los policías que lo rodeaban. "Adentro está don Alfredo y se va a pegar un tiro si la abre".
Mientras un efectivo intentaba llegar hasta el picaporte de la puerta, se oyó un escopetazo. Cuando finalmente pudieron ingresar al baño donde se ocultaba el empresario, lo encontraron tendido sobre los azulejos. Su rostro estaba irreconocible.
Cuando poco después se conoció la noticia, la conmoción social fue enorme. Uno de los personajes públicos más poderosos del país se había quitado la vida. En las horas posteriores se hizo una autopsia al cuerpo y, pese a que los expertos determinaron que se trataba del empresario, muchos dudaron.
El cuerpo de Yabrán llegó a la morgue cubierto con un manto rojo.
"El cuerpo fue examinado sobre un lecho de mármol blanco durante tres horas, en una sala de 20 de metros cuadrados del cementerio sur. Eligieron un lugar oscuro y descuidado: los dos pliegues del techo están por derrumbarse", describió el diario Clarín.
El pequeño poblado de San Antonio, a pocos kilómetros de la estancia, se vio totalmente convulsionado. Empezaron a llegar los medios de comunicación, mientras los lugareños no podían comprender lo que ocurría. Hasta ese 20 de mayo no se había registrado ningún deceso aquel año en el pueblo.
Quizá por el hermetismo con el que se manejó el empresario siempre y su gran poderío, no faltaron quienes dudaron de aquel episodio. Los medios de la época llegaron a mostrar encuestas que revelaban que gran parte de los argentinos no creía que, cercado por la Justicia, Yabrán se había suicidado. "Sólo el 26 por ciento de la opinión pública cree en la versión oficial sobre el suicidio de Yabrán", fue uno de los titulares del diario Perfil por entonces.
LA VERSIÓN FAMILIAR
"La idea del suicidio en Alfredo no estuvo basada, ni nació, a partir del pedido de captura del 15 de mayo de 1998, pocos días antes de la trágica determinación. De ninguna manera. Esta idea venía desde hacía tiempo. Y puedo fundamentar lo que digo", escribió Beatriz Yabrán, hermana del empresario, en su libro Yabrán, la otra campana, que la mujer editó de manera independiente y publicó en 2001.
"Alfredo volvió de sus vacaciones un mes antes de lo previsto. Y el 30 de enero de 1998 llamó a Buenos Aires, a una reunión, al matrimonio encargado de supervisar las actividades de los cascos de cuatro de sus estancias en Entre Ríos: San Ignacio, San Juan, San José de los Ombúes y Rancho Grande".
Según su versión, el magnate no era capaz de soportar el "deshonor" de ir a prisión. Es por esto que decidió terminar su vida allí donde nació.
"Por algo Alfredo eligió Entre Ríos para sus últimos días. No hay nada como volver a las propias raíces. Es ahí donde está la esencia de lo que nosotros somos", afirmó Beatriz Yabrán y vinculó esa determinación con los orígenes árabes de su familia.
La mujer también contó en su texto que durante el último verano de su vida, su hermano esbozó con ella una suerte de despedida.
Sorpresivamente un día de mediados de febrero de 1998, Beatriz fue convocada por su hermano, quien mandó un auto a buscarla. Sin saber a qué lugar se dirigía, el vehículo se detuvo en las afueras de Gualeguaychú, donde el magnate la esperaba al costado de la ruta con un asado para agasajarla.
Después de que se conociera la noticia de su muerte, los allegados no se cansaron de repetir que, entre sus últimas palabras, Yabrán habría asegurado: "Prefiero morir antes de que mis hijos me vean esposado entrando en la cárcel".
El 2 de febrero del año 2000, aquel tribunal que había dado la orden de detener al empresario postal condenó a un grupo de ex policías de Pinamar a reclusión perpetua por el asesinato de Cabezas. Alfredo Yabrán, muerto dos años antes, fue señalado entonces como "autor intelectual" del crimen.
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