Fue en Boedo, hace menos de un mes. Carolina estaba dando un taller de albañilería básica para mujeres con la idea de que, en principio, aprendieran a levantar una pared. Para practicar a pequeña escala, salieron a la puerta y construyeron un cantero. Desde la casa de al lado, un hombre las miraba preparar la mezcla y masticaba palabras. No habían terminado la primera fila de ladrillos cuando les gritó: "¡Veinte boludas para hacer una cantero!".
"No fue sólo él. En un momento, ellas empezaron a hacer preguntas sobre humedad y un hombre que pasaba paró y quiso explicarles lo que me estaban preguntando a mí. Las dos actitudes responden al estereotipo: la mujer no puede hacer albañilería porque no sabe, porque no tiene fuerza, porque no se quiere ensuciar y, por todo esto, necesita que venga el macho alfa a salvarla", dice Carolina Gutiérrez a Infobae.
Carolina es mendocina y nómade y acaba de llegar a Buenos Aires montada en el camión de un chofer conocido. Tiene 34 años y es, además de arquitecta, "albañila", como le gusta que la llamen. La semana pasada, precisamente, estuvo en una obra en la que trabajaban 10 albañiles: había ido a supervisar pero terminó arreglando las paredes torcidas con revoque.
"Apenas me recibí empecé a ver que el trabajo de las arquitectas en los estudios quedaba muy invisibilizado porque quienes trataban con los clientes siempre eran los hombres. Es como el trabajo que las mujeres hacen en sus casas, que es fundamental pero nadie ve", dice. Sin embargo, como el mandato indicaba que trabajar en un gran estudio era sinónimo de crecimiento, lo intentó.
"Éramos 10 mujeres y tres jefes hombres que venían sólo a llevarse nuestro trabajo. Yo me quejaba, ellas también, pero cuando los jefes llegaban las quejas desaparecían y todas se ponían al servicio de ellos. ¿Por qué nos desvalorizábamos así?". Carolina logró que la trasladaran al área de construcción. En las obras aprendió "la artesanía de la teoría".
No era frecuente que una arquitecta supiera hacer con sus propias manos contrapisos, cimientos, revoques, paredes, la plomería y la electricidad de una obra. "Empecé a formar parte de las recorridas con los clientes por las obras. Era la referente, todo lo importante me lo preguntaban a mí. Sin embargo, al momento de tomar decisiones, me dejaban afuera".
Conocer el feminismo la ayudó a pensar que podía convertirse en emprendedora y hacer el trabajo a su manera. Lo primero que hizo fue asesorar a mujeres que querían hacer remodelaciones en sus casas. "Todas me decían que los arquitectos que habían ido no les habían explicado cómo era el trabajo, y que no habían quedado conformes. Había una gran subestimación de parte de ellos: ¿Para qué te voy a explicar si vos no lo vas a hacer?". Fue en ese entonces que se topó con un flyer de un proyecto llamado "Nosotras lo arreglamos".
Lala León, redactora publicitaria y una de las fundadoras, explica a Infobae cómo nació "Nosotras": Veníamos de hacer una seguidilla de arreglos en nuestras casas. Siempre teníamos que llamar a un hombre que venía cuando quería y nos cobraba lo que quería. ¿Por qué? ¿Por qué eran los dueños de ese saber? A veces venía alguien conocido, hacía un arreglo y cuando le decíamos 'mostrame cómo se hace así la próxima vez lo hago yo', contestaban: 'Dejá, yo vengo, me pagás con un pastel de papas".
Con esa premisa, en mayo de 2017 comenzaron con los talleres de oficios para mujeres y chicas trans: electricidad, plomería, carpintería, tapicería, bicicletería, pintura y autodefensa (en un año capacitaron a 160 mujeres). Carolina las contactó, propuso enseñar albañilería y ya dio dio el curso en el Centro cultural El Surco, en Boedo, y otro para mujeres de la villa 1.11.14.
"Me encanta explicar porque me doy cuenta de que eso las empodera. Empiezan a tener sus propias ideas y a tomar decisiones, no sólo se tienen que limitar a aceptar las que toman otros", piensa. Tiene en mente, además, otro proyecto: hacer trabajos en casas a cuatro manos. "Arreglar en conjunto con la mujer de la casa como una manera de replicar ese saber".
El nombre que eligió para su perfil de Facebook habla de su militancia y de su predilección por la arquitectura sustentable. Se llama "Caro alfalfa", una mezcla de "mujeres alfa" y alfalfa, un material muy usado en la bioconstrucción. Pronto dará, además, el primer taller de plomería.
"Para ser la que manda hay que saber, entender el trabajo del otro. Y eso no se logra sentada detrás de un escritorio sino metiendo las manos", opina. "Las primeras veces que pisé una obra no me gustó para nada, me quería sacar el polvo de encima. Ahora me encanta, me acostumbré al desorden y a la suciedad, entre los ladrillos y el cemento yo estoy feliz".
Pronto volverá a Mendoza, allá la espera una incipiente cooperativa de mujeres constructoras. La idea que está moldeando es plantarse en un puesto, todos los sábados y en un barrio puntual, para que cualquier mujer pueda acercarse a pedirle consejos "de chicas": cómo mejorar la instalación eléctrica de su casa, cómo destapar una cañería o dónde romper para arreglar una gotera.
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