Cuenta la historia que la noche del domingo 24 de mayo de 1812, Vicente López y Planes fue uno de los espectadores que habían ido al Teatro El Coliseo a ver la obra El 25 de Mayo, a la que el catalán Blas Parera le ponía música. Dicen que, inspirado por el coro interpretado por el pueblo que le cantaba a la libertad, escribió los primeros versos de una canción patriótica, numen de lo que sería el himno nacional. Hubo historiadores que se ocuparon, en sendos trabajos, de descubrir los orígenes y el desarrollo de este símbolo patrio, como son Esteban Buch, Luis Cánepa y Dardo Corvalán Mendilaharsu, por nombrar a algunos. Ya en 1810 había sido publicada en La Gaceta una primera canción patria.
Pero otra parte de la historia señala que el Cabildo estaba empeñado en la búsqueda de compositores y autores de un himno nacional. Y, llegado el momento, se sometieron a una compulsa dos obras; una, de Fray Cayetano Rodríguez, un sampedrino que había adherido al gobierno de Mayo y que cuatro años después sería diputado en Tucumán; y la otra, de Vicente López y Planes. Si bien no existen datos concretos, luego de escuchar ambas composiciones, se habían inclinado por la del clérigo pero éste, al escuchar la otra versión, retiró la propia. También, algunos autores dicen que su obra se impuso sobre la de su amigo, el poeta y militar Esteban de Luca, quien en 1812 también había escrito una marcha patriótica.
En noviembre de 1812 se la ejecutó frente al gobierno; el viernes 7 de mayo de 1813 en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson y el 11 de mayo, cuatro días después, la Asamblea General Constituyente la sancionó como la marcha patriótica oficial. Esta es:
Oíd mortales el grito sagrado
Libertad, libertad, libertad;
Oíd el ruido de rotas cadenas
Ved el trono a la noble igualdad
Se levanta en la faz de la tierra
Una nueva, gloriosa nación
Coronada su cien de laureles
Y a sus plantas rendido un león.
Sean eternos los laureles
Que supimos conseguir
Coronados de gloria vivamos
O juremos con gloria morir.
De los nuevos campeones los rostros
Marte mismo parece animar
La grandeza se anima en sus pechos;
A su marcha todo hacen temblar.
Se conmueven del Inca las tumbas
Y en sus huecos revive el ardor
Lo que va renovando a sus hijos
De la Patria el antiguo esplendor.
Pero muros y sierras se sienten
Retumbar con horrible fragor
Todo el país se conturba por gritos
De venganza, de guerra y furor.
En los fieros tiranos la envidia
Escupió su pestífera hiel
Su estandarte sangriento levantan
Provocando a la lid más cruel.
¿No los veis sobre México y Quito
Arrojarse con saña tenaz?
¿Y cual lloran bañados en sangre
Potosí, Cochabamba y La Paz?
¿No los veis sobre el triste Caracas
Luto y llantos, y muerte esparcir?
¿No los veis devorando cual fieras
Todo pueblo que logran rendir?
A vosotros se atreve argentinos
El orgullo del vil invasor
Vuestros campos ya pisa cantando
Tantas glorias hollar vencedor
Mas los bravos, que unidos juraron
Su feliz libertad sostener
A estos tigres sedientos de sangre
Fuertes pechos sabrán oponer.
El valiente argentino a las armas
Corre ardiendo con brío y valor
El clarín de la guerra, cual trueno
En los campos del sud resonó
Buenos Aires se opone a la frente
De los pueblos de la ínclita unión
Y con brazos robustos desgarran
Al ibérico altivo león.
San José, San Lorenzo, Suipacha,
Ambas Piedras, Salta y Tucumán
La colonia y las mismas murallas
Del tirano en la banda oriental
Son letreros eternos que dicen:
Aquí el brazo argentino triunfó
Aquí el fiero opresor de la Patria
Su cerviz orgullosa dobló.
La victoria al guerrero argentino
Con sus alas brillantes cubrió
Y azorado a su vista el tirano
Con infamia a la fuga se dio
Sus banderas, sus armas se rinden
Por trofeos a la libertad
Y sobre alas de gloria alza el pueblo
Trono digno a su gran majestad.
Desde un polo hasta el otro resuena
De la fama el sonoro clarín
Y de América el nombre enseñado
Les repite, mortales oíd:
Ya su trono dignísimo abrieron
Las provincias unidas del Sud
Y los libres del mundo responden:
Al gran pueblo argentino salud.
Los autores
Tanto el autor de la letra como el de la música recorrieron caminos disímiles. Vicente López y Planes había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 3 de mayo de 1785. Cursó estudios en San Francisco y los secundarios en el Colegio de San Carlos. Como teniente de Patricios, peleó contra los ingleses. Cuando regresó de Chuquisaca con el diploma de abogado bajo el brazo, adhirió a la revolución de Mayo, ocupando diversos cargos. Hasta fue presidente interino en 1827 cuando cayó Bernardino Rivadavia. Era un aficionado a la astronomía; hablaba inglés, francés, italiano y alemán y colaboraba en diversas publicaciones culturales de la época. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas estuvo en el Tribunal Superior de Justicia y cuando aquel fue derrocado, López y Planes, por unos meses, fue gobernador interino de la provincia de Buenos Aires. Moriría el 10 de octubre de 1856.
Nacido como Blas Perera Morat en Murcia el 3 de febrero de 1776, este hijo de catalanes que desde muy chico fuera criado en Mataró, por 1797 emigró a América. Se ganaba la vida como compositor y como profesor de música en el Colegio de Niños Expósitos. También daba clases particulares de violín, piano y laúd y solía ser el organista de las iglesias de la ciudad. Como López y Planes, peleó contra los ingleses, pero como voluntario. El 14 de octubre de 1809 se casó en la iglesia de San Nicolás de Bari (donde actualmente está el Obelisco) con una de sus alumnas, Facunda del Rey, con quien tendría tres hijos: Juan Manuel, Dolores y Juana. La persecución a los ciudadanos españoles en estas tierras lo llenó de temor y en 1818 emprendió el regreso a España. Moriría en la pobreza en 1840.
La ejecución de la versión oficial del himno insumía cerca de veinte minutos. Los arreglos fueron realizados en 1860 por Juan Pedro Esnaola. Este era un músico porteño pero que –curiosidades de la historia- por las ideas monárquicas de su tío español debió dejar el país en 1818, como ocurrió con Blas Parera. En Europa, por su talento musical, llegó a ser considerado un "niño prodigio". Esnaola regresó al país en 1822, gracias a la amnistía decretada por Martín Rodríguez, y se ganó la vida como profesor de música. Entre sus alumnas se contaba a Manuelita Rosas y él mismo fue amigo personal del padre.
Fue en la segunda presidencia de Julio Argentino Roca cuando se reglamentó cuáles estrofas cantar y cuáles no. El decreto del 30 de marzo de 1900 argumentaba que el himno se había escrito en épocas en la que se luchaba por nuestra independencia, pero que con el correr de los años podía resultar ofensivo, particularmente para España, la inclusión de la letra completa. Se cantarían los primeros cuatro versos, los últimos cuatro y el coro.
Sin embargo, la polémica continuó entre intelectuales, historiadores y el periodismo, lo que llevó al presidente Marcelo T. de Alvear a formar una comisión y a ratificar, finalmente en 1928, la versión de Esnaola con los recortes impuestos por Roca. ¿Qué dirían sus autores si ahora escucharan tararear una parte del Himno, tal como ocurre en espectáculos deportivos masivos?
*Este artículo fue publicado el 11 de mayo de 2018
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