Rocío vive en un pueblo llamado General Cabrera, a 220 kilómetros de la ciudad de Córdoba. Tiene tonada cordobesa aunque nació en Neuquén y llegó al pueblo cuando tenía 6 años, después de la separación de sus padres. El acuerdo entre los adultos había sido claro: ella y su hermana iban a pasar el año a más de 1.000 kilómetros de distancia con la condición de que las vacaciones de verano las pasaran en Neuquén, con su papá.
"En diciembre, cuando terminé segundo grado, viajamos a verlo", cuenta Rocío Dinolfo –19 años, estudiante de Medicina– a Infobae. "Yo siempre había sido muy pegada a él y nunca había sido agresivo conmigo, por eso a nadie se le ocurrió que podía hacerme algo así". Delante de la madre de sus hijas, además, se mostraba responsable: nunca había dejado de pagar la cuota alimentaria.
A su hermana, que en ese entonces tenía 11 años, le tocó dormir sola en una habitación. A Rocío, que tenía 7 años, le tocó dormir en la cama matrimonial con su papá, que tenía 60.
"Lo que recuerdo es que él esperaba a que mi hermana se durmiera y me tocaba. A veces empezaba cuando yo ya dormía porque me despertaba y me estaba tocando. Al principio yo lo veía como algo normal, él me decía que era un juego, no me amenazaba ni nada", sigue. "Después me empezó a obligar a ver pornografía y a masturbarse delante mío", sigue. Hay más pero Rocío todavía siente asco y vergüenza, por eso pide no dar detalles.
La primera amenaza llegó una noche en que se negó a ver pornografía. "Le dije que no me gustaba y que se lo iba a decir a mi mamá y él me contestó que si lo contaba iba a entrar al cuarto donde dormía mi hermana y la iba a matar". Rocío hablaba seguido con su mamá por teléfono "pero siempre delante de él", explica. "Me acuerdo que no podía dormir de noche, cerraba los ojos y me lo imaginaba matando a mi hermana".
Llegó febrero, regresaron a Córdoba y Rocío empezó tercer grado, todavía en silencio. En el verano, las hermanas volvieron a Neuquén, esta vez acompañadas de una tía. "Ese verano fue peor, porque lo hacía y después me pagaba, como a una prostituta. Me decía que era para que me comprara cositas lindas y si no aceptaba la plata, me amenazaba otra vez". Su "progenitor", así lo llama ahora, le dejaba plata en el bolsito en el que llevaba su ropa interior.
"Eso todavía me hace llorar, era como que disfrutaba humillándome. Obviamente yo no lo hacía por gusto pero él igual me daba un premio. Cada vez era peor, me empezó a decir que si hablaba iba a matar también a mi mamá cuando fuera a buscarnos. Yo ya tenía tanto miedo que cuando sentía asco vomitaba a escondidas, por miedo a que se enojara".
Ya de regreso, cuando su mamá desarmó el bolso, le preguntó qué era ese dinero que había entre las bombachas. Rocío le mintió: le dijo que se quedaba con los vueltos cuando la mandaban a hacer compras. Pasó otro año en silencio. Pero cuando llegó diciembre y el calor anunció otro verano igual, explotó y se lo dijo a su mamá.
Era 2008, el abuso sexual infantil todavía era un tema que solía ocultarse pero su mamá y quien hoy sigue siendo su padrastro, fueron a hacer la denuncia. "Nos derivaron a un juzgado de menores en Río Cuarto, pero la mujer que nos atendió dijo que sin pruebas no podía tomarnos una denuncia así", cuenta. "Me tendrían que haber hecho pruebas con psicólogos. ¿Cómo una nena va a mentir con algo así? No sé qué pruebas necesitaban: ¿tendría que habernos matado, así tenían pruebas?".
Con todas mis fuerzas les digo #Cuéntalo pic.twitter.com/Hv6ATH5erT
— rochi (@RoDinolfo) 2 de mayo de 2018
Como la mamá de Rocío había llamado al padre de sus hijas enfurecida –le dijo que desapareciera o iba a matarlo con sus propias manos–, no volvieron a saber de él. "Igual siempre tuve miedo de salir de la escuela y que se me apareciera en la puerta", recuerda. Ya en quinto grado, Rocío empezó a engordar. A los 12 años le diagnosticaron obesidad mórbida.
"Creo que la comida era un refugio, iba a la primaria y pesaba más de 100 kilos. Empecé a sufrir mucho bullying. Bajé de peso recién en la adolescencia, cuando ya me costaba incluso respirar". No hubo, después de esa adicción, intentos de suicidio, algo frecuente en las víctimas de abuso sexual en la infancia. Sí hubo, en cambio, dificultades para conocer a un varón y entablar una relación íntima: "Tenía miedo de sentir asco, reaccionar mal y no saber cómo explicárselo".
Conocían su historia sus amigas y algunos familiares pero la semana pasada, cuando en las redes sociales se difundió el hashtag #Cuentalo, Rocío decidió hacer pública su historia. "Haber podido hablar y romper el secreto me salvó, porque hoy estoy bien. Y también que me creyeran y me defendieran, porque sé que a algunos chicos ni sus mamás les creen. Yo estoy viendo chicas de mi edad que están pasando por situaciones de abuso o de acoso y no se animan a hablar", dice. El hashtag se creó en España y el lunes pasado fue trending topic en Twitter en Argentina.
"Quería que mi relato llegue a las mujeres que siguen callando, para que puedan sacarlo a la luz. El abuso sexual es algo que se lleva toda la vida, no te lo olvidás más pero si podés romper el secreto, si tu entorno te cree y te acompaña y si la Justicia te protege en vez de pedirte pruebas, el peso es más liviano", dice. El padre de Rocío murió hace tres años: nunca fue, ni siquiera, citado a declarar.
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