"No conozco a ninguna mujer que se haya arrepentido de haber llevado a término un embarazo; sí conozco a muchas que se arrepienten de su aborto" , dice Ségolène du Closel, socióloga y bioeticista, residente desde hace 3 años en la Argentina, donde ha trabajado en barrios carenciados del Gran Buenos Aires y prepara un doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de El Salvador sobre el acceso a la justicia por parte de las mujeres de esas zonas.
Du Closel es magister en Historia (Sorbona, París), docente e investigadora en Bioética. Este jueves, expondrá en la Cámara de Diputados, en el marco del debate en torno a la legalización del aborto, sobre la experiencia francesa, frecuentemente citada pero no tan conocida y de la cual se pueden sacar interesantes conclusiones.
En esta entrevista, Ségolène du Closel explica cuál fue el verdadero espíritu de la llamada Ley Veil (por su impulsora, Simone Veil) y cómo progresivamente se fue perdiendo. De todos modos, aunque la ley fue reformada varias veces, y siempre en el sentido de facilitar cada vez más el aborto, nunca se eliminó el derecho del médico a no realizarlo y ampararse en la objeción de conciencia, señala Du Closel; algo que increíblemente no contemplan los proyectos que están en debate en Argentina.
En Francia, país con 66 millones de habitantes, se realizan 200.000 abortos por año, lo que debería llamar a la prudencia a los que esgrimen la delirante cifra de medio millón de abortos en la Argentina, cuando no la suben directamente a 700 mil.
Lo más notable es el espíritu antinatalista que impregna progresivamente a las sociedades occidentales. En Francia, como señala Du Closel, actualmente, "se requiere mucha fortaleza, mucha fuerza interior, para tener una familia numerosa". Algo que hasta no hace mucho era una tradición.
— En Francia el aborto es legal desde hace más de 40 años. ¿Podría explicar en qué contexto se dio esa ley?
— La ley de aborto se promulgó en enero de 1975, hace 43 años. Era una ley empapada de compasión. La promovió Simone Veil, que fue una mujer muy peculiar. Era francesa judía, a los 16 años estuvo en el campo de concentración de Auschwitz, donde murieron sus padres y una de sus hermanas, y toda esta fuerza de compasión la trajo al proyecto de ley para quitar la pena al crimen que era el aborto. Ése era el contexto. Entonces la finalidad de aquella primera ley era poner todo el drama del aborto en el escenario. Decir: ese drama tenemos que ayudar a las mujeres a resolverlo. No queremos que las mujeres pasen por el aborto pero no nos queda otra solución. Esa era la mentalidad. Y la ley tenía muchas cautelas. Se hablaba por ejemplo de la noción de détresse, que en francés significa desamparo y angustia de la mujer. Una palabra algo difícil de traducir.
El tono de la ley era compasivo, pero podríamos decir de una falsa compasión
— ¿Eso como motivo?
— Como motivo para abortar, sí. Como hacerse cargo del desamparo de una mujer y proponerle esta solución. El tono de la ley era clarísimo, era una compasión que también podríamos llamar en cierto sentido una falsa compasión.
— Usted citó en un artículo a Simone Veil preguntando "¿cómo tolerar el aborto sin que por eso pierda su carácter de excepción, sin que aparezca que la sociedad lo apoya?" Veo un contraste entre ese discurso precavido y la tendencia actual a hablar de "derecho", como algo conculcado o suspendido y que se le debe devolver a la mujer.
— Sí, ella eligió orientar el proyecto de ley más hacia la compasión. Sin embargo ya en aquel momento en la sociedad francesa, muchas mujeres, sobre todo las famosas 343 salopes [N. de la R: zorras, golfas] que firmaron un manifiesto y que lo pedían como un derecho. Acá se ve un tironeo…
— ¿Qué salvaguardas preveía la ley inicialmente?
— Había una cita previa con un médico, un plazo de reflexión, la mujer tenía que escribir y firmar su deseo de abortar cuando había tomado su decisión. Los médicos obviamente, y sigue vigente hasta hoy, tienen objeción de conciencia, que es fundamental. El tono de la ley era disuasivo. El aborto tenía que ser el último recurso cuando no había otra alternativa.
El aborto se banalizó, se le quitó todo el carácter de drama
— ¿Qué resultado tuvo la ley en la práctica, cómo evolucionó?
— La despenalización banalizó el aborto en Francia. Otra cautela que se había puesto en 1975 fue que esta ley se votó solamente por 5 años, como un tiempo de prueba. Los legisladores dijeron "votémosla y en 5 años volvemos a estudiar el tema". Pero en 1979 ya se votó como definitiva. Y mientras tanto realmente lo que pasó fue la banalización. Se consideró que en esos 5 años el aborto ya había pasado a ser una práctica de la sociedad francesa. Entonces en ese momento realmente se le quitó todo el carácter de drama. En 43 años hubo once leyes en Francia sobre el aborto, una cada 4 años.
— ¿Por qué?
— El legislador no paró de revisar. El movimiento global fue aumentar esa banalización, quitar todas las cautelas. Por ejemplo en el año 2000 se alargó el límite para la posibilidad de abortar de 10 a 12 semanas de embarazo. En el año 2013 se revalorizó la tarifa por aborto para los equipos médicos. Significa que el Estado francés frente a la situación de que había mujeres que querían abortar, pero como a los equipos de salud no les gusta nada practicar un aborto, hubo que elevar las tarifas para animar a los médicos; sobre todo a las enfermeras.
— Es decir, el honorario que cobra el médico.
— El honorario, exactamente. El gobierno lo tuvo que aumentar como un incentivo. Otra cosa gravísima que pasó en Francia: la ley del 2016 autoriza a las parteras a realizar el aborto por medicamentos. Otro paso gravísimo. Todo eso favorece la banalización.
— Se busca disimular qué es realmente un aborto, ¿no?
— Exactamente. El legislador se pone como tenso. Cada vez pone medidas más… quita toda humanidad. En sentido contrario a esto, en varios segmentos de la sociedad francesa emergen voces que dicen no, el aborto no. Muchísimas mujeres empiezan a dar su testimonio y la frase que más vuelve es: nadie me había dicho que era así, nadie me había dicho el sufrimiento que supone. Nadie me había dicho que con el medicamento para abortar…
Uno de cada cinco franceses es abortado hoy. Es un poco crudo dicho así pero genera un malestar
— ¿Se refiere al misoprostol?
— Sí. El misoprostol provoca la contracción y la expulsión del feto. Muchas mujeres dicen: nadie me había hablado de ese sentimiento de vaciarse de una misma. Cosas fortísimas. Pero es muy interesante notar ese movimiento contrario a la tendencia a la banalización de las leyes. Un movimiento que surgió es el de unos jóvenes que compartieron su malestar de vivir en una sociedad donde cada año en Francia hay 200 mil abortos y 800 mil nacimientos. Uno de cada cinco franceses es abortado hoy. Es un poco crudo dicho así pero genera un malestar.
— Usted comentaba que antes en una familia era muy frecuente decir, por ejemplo, tenemos tantos hijos y el último fue inesperado. Pero en Francia ya no existe más ese "bebé sorpresa", todos los hijos son planeados.
— Sí. Y el aborto tiene su parte en esto. Lo que constatamos es una mentalidad anticonceptiva. El Instituto Nacional de la Salud Pública de Francia dice que hoy más del 90 por ciento de las mujeres sexualmente activas usan un método anticonceptivo, sin embargo la tasa de abortos sigue igual: 200 mil por año desde 1975, desde que se legalizó. Nunca bajó, a pesar de que subió mucho la anticoncepción. Usted me preguntaba por el contenido inicial del proyecto de ley. Bueno, se pensaba: el aborto lo legalizamos ahora pero con la difusión de la anticoncepción bajará la tasa. No ocurrió así. Los sociólogos lo explican. Cuando una mujer toma un anticonceptivo, ella piensa que es totalmente fiable, que no va a ocurrir un embarazo. Y no es así, hay muchísimos fallos de la anticoncepción: ruptura de preservativos, olvido de la píldora, rechazo de la píldora… Entonces la mentalidad que se instauró fue que el aborto empezó a surgir como la anticoncepción de segunda mano, en caso de fallar el anticonceptivo. Y no se produjo el fenómeno que Simone Veil esperaba en 1975; al revés, se banalizó el aborto hasta tomarlo como un método de anticoncepción.
Se pensaba que la difusión de la anticoncepción bajaría la tasa de abortos. Pero no fue así
— El "bebé sorpesa" no nace…
— Hoy las francesas, muchas de ellas, no se autorizan el bebé que no está planeado. Y acá hay algo muy profundo también, una pareja, si el hijo no está planeado, no se da a sí misma la autorización de tenerlo. Hay una cuestión de libertad fundamental que está dañada por esa mentalidad.
— Una mentalidad anticonceptiva, o antinatalista. Recientemente hubo un incidente con una conductora de televisión que tiene ocho hijos, uno murió, y suele ser motivo de burla la familia numerosa. Tener muchos hijos está mal visto. Se ve mal.
— Se ve como un descontrol.
— ¿En la sociedad francesa también existe esa valoración negativa?
— Existe en Francia. Requiere mucha fortaleza, mucha fuerza interior el tener una familia numerosa o recibir al hijo discapacitado por ejemplo. Requiere mucha fortaleza interior, requiere pelea. Es contradictorio porque en Europa también muchos gobiernos obran por una tasa de nacimiento mayor. Ese tironeo existe. Y es paradójico también porque siempre hubo una tradición de familias numerosas en Francia. Por eso acá me parece que hay que replantearse la libertad. Las mujeres tienen que escuchar su corazón para saber cuántos hijos quieren de verdad y autorizarse a tener más que esta cifra de dos que te concede la sociedad.
— ¿Se produjo también una tendencia a la eugenesia?
— Es una de las consecuencias dramáticas de la legalización del aborto. El débil, el más vulnerable de la sociedad ya no tiene cabida. Quiero llamar la atención de los argentinos sobre este punto. Cuando se empieza, la despenalización del aborto es solo el inicio, hay muchas más leyes que vienen atrás como se vio en mi país. El niño discapacitado obviamente es el que es abortado en primer término. Y mi país tiene un tristísimo récord de 96 por ciento de abortos en casos de diagnóstico de Síndrome de Down. Es un escándalo. Es una verdadera práctica eugenésica. Y muchas personas, incluso profesionales que están a favor del aborto, comparten su inquietud sobre esa actitud eugenésica. Todos sabemos que es injusto apartar a una persona de la sociedad y de la vida por un rasgo genético.
— Hay un contraste en la sociedad actual que al mismo tiempo promueve la inclusión del discapacitado.
— Eso también es muy interesante. Hay un quiebre clarísimo en mi país entre la discapacidad del niño por nacer y la discapacidad del adulto después de un accidente, por ejemplo.
No conozco a ninguna mujer que se haya arrepentido de haber llevado a cabo un embarazo; sí conozco a muchas que se arrepienten de su aborto
— Por su trabajo, usted frecuenta barrios carenciados en el gran Buenos Aires. ¿Cuál es la realidad de las mujeres allí?
— En esos barrios las mujeres están enfrentadas a múltiples sufrimientos, dificultades, montañas que atravesar. Lo que esperan de sus conciudadanos y de los legisladores es que se conozca y se hagan cargo de sus dificultades, no que propongan soluciones así sin conocerlas. No conozco a ninguna mujer que se haya arrepentido de haber llevado a cabo un embarazo, ni en Francia, ni en Buenos Aires, en los barrios carenciados donde estoy trabajando. Sí conozco a muchas que se arrepienten de su aborto. En esos barrios carenciados tengo una multitud de testimonios de mujeres que están desconsoladas por sus abortos o que por un consejo fueron a abortar y al llegar a la puerta se dieron vuelta escuchando una voz interior que les decía no, por ahí vos no vas, no vayas. Y eso es constante. Hay una relación con la vida que es muy genuina. Y es muy injusto pensar por ellas, tenemos que pensar en ellas y no por ellas.
— Al estar legalizado el aborto, ¿hay mayor presión del entorno para que una mujer aborte?
— Muchísimo. Incluso se puede decir que la palabra presión reemplaza a la palabra libertad, sencillamente. Muchas mujeres que testimonian de su aborto de modo público o privado la palabra que más usan. cuando se les pregunta por qué abortaron, es presión. La mayoría de las veces es presión del compañero, que puede ser marido, novio, cualquier relación. Porque no se siente preparado, porque no estaba previsto, porque no lo habían hablado… Y muchas veces también por presión de la madre; eso es algo muy cruel, ¿no? Y presión en el trabajo también. Entonces cuando se habla tanto de libertad, cuando se reivindica el aborto como una libertad, el resultado en verdad va por otro lugar.
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