Natalí iba a la primaria en San José, un pequeño pueblo de Entre Ríos, cuando escuchó por primera vez la palabra "esclerodermia". Tenía 9 años y acababan de diagnosticarle una enfermedad autoinmune que, a la larga, iba a provocarle un afinamiento de la piel y a obligarla a tomar corticoides en exceso. Terminó el secundario con un cuerpo distinto al de sus compañeras: las venas de una pierna se traslucían, tenía manchas en la piel y ya pesaba 70 kilos.
"Sentía mucha vergüenza. Mis compañeros me miraban, se burlaban, me decían: 'uh, mirá las várices que tenés', me tocaban las piernas como si fuera un bicho extraño", cuenta Natalí Jourdan (27) a Infobae. "En la adolescencia fue peor, porque es el momento en que empiezan a haber asaltos, juntadas en la pileta. Yo vivía tapada, era muy triste para mí. Veía que todas usaban shorts y malla y yo no podía".
La apariencia de su cuerpo fue tallando su personalidad: se volvió una chica introvertida y comenzó a aislarse. "Prefería estar encerrada jugando a la computadora, me sentía menos incómoda. Además, seguía con el tratamiento con corticoides y me seguía hinchando. En esa época lloraba todo el tiempo, los adolescentes discriminan mucho. De hecho mi primer novio fue de Buenos Aires, no de allá. Parecía que nadie quería estar con la gorda del pueblo".
Tener 15 años y 95 de busto fue otro problema: "Era insoportable, todo el tiempo alguien me estaba mirando. O porque se me abría la camisa o porque en la clase de educación física me rebotaban las tetas y no podía correr. A los 16 además, empecé a tomar pastillas anticonceptivas y apareció una explosión de celulitis".
A los 19, Natalí volvió a subir de peso pero irse del pueblo e instalarse en la Ciudad de Buenos cambió el panorama. "Fue un alivio, empecé a sentirme una más del montón en medio de la diversidad. De a poco empecé a estar más suelta, por primera vez en mi vida me sentía cómoda con mi cuerpo". El cambio era evidente: se puso de novia, comenzó a convivir en pareja y, como tiene expansores de 22 milímetros en las orejas, le ofrecieron hacer una producción de fotos con el foco puesto en sus orejas.
"Me vi en las fotos y me vi linda. Pero eran fotos de la cara, el cuerpo seguía guardado", cuenta. A fin de año, alguien vio sus fotos en Instagram y la llamó para desfilar ropa pin up. Lo que siguió fue una propuesta para hacer una producción en bikini de día, en una plaza.
"Tenía que mostrar mis piernas, con todo el estigma que arrastraba. Pero me vi muy linda y empecé a pensar: 'Ok, no tengo un cuerpo 90-60-90, peso 30 kilos más que una top model pero me siento muy sexy". Estaba empezando a trabajar como modelo y, al mismo tiempo, trabajaba con su mamá en Patuski, una fábrica familiar de zapatos para mujeres de pie grande (van del talle 41 al 44).
"Había reforzado mi autoestima, había empezado a ver mis caderas con otra perspectiva y mis 110 de busto dejaron de ser un problema y se convirtieron en algo para aprovechar. Hasta que un día, mi novio de ese entonces me dijo: 'Estoy podrido de tu fat pride' (orgullo gordo). Pesaba 80 kilos, estaba viviendo con un hombre al que no le gustaba mi cuerpo y le molestaba que yo ya no quisiera cambiarlo ni esconderme". Natalí se separó, volvió a vivir con su mamá y volvió a sumergirse en la tristeza.
"Otra vez me dejé de querer", cuenta. Mientras tanto, algo sucedía en las redes: "Están llenas de gordofóbicos que directamente insultan. Fíjense las cosas que le escriben a la hija de Jorge Rial (tiene 136.000 seguidores en Facebook). Y hay otros, los pasivo agresivos, que te dicen: 'tendrías que adelgazar, por tu salud te lo digo. El que te dice que tu cuerpo está bien es porque no le importás".
A comienzos del año pasado -ya en proceso de salida del pozo- Natalí recibió un mensaje de una diseñadora independiente que hace ropa a la moda hasta el talle XXXL. Posó para esa marca de cuerpo entero, con faldas cortas, con vestidos adheridos al cuerpo. En abril le propusieron modelar, por primera vez, ropa interior: sin filtros, en corpiño y tanga.
"Me miré al espejo mientras estaba posando, me vi la celulitis, los rollos de la panza y me gusté igual. Pensé: 'Este es el cuerpo que tengo y este es el cuerpo que me gusta'. Me redescubrí siendo más sexy y menos naif. Estaba tan orgullosa que mostré las fotos en las redes. Fue impresionante la cantidad de mujeres que me escribieron para decirme 'al fin un cuerpo real". Los mensajes dejaban entrever un pensamiento extendido: la ropa interior de encaje es para flacas; para el resto, bombachudos de algodón.
Este verano, Natalí posó en malla. "Dije 'basta de usar medias'. Se me ven las piernas inundadas de celulitis pero no importa, basta de esconderlas. Volví a ponerme en pareja con un hombre que me ama como soy y a quien le gusta mucho mi cuerpo. Reforcé mi autoestima, me siento hermosa, salgo como se le da la gana, me encanta mostrarme. Fue un proceso difícil pero siento que hoy soy una mujer mucho más fuerte".
Ahora Natalí quiere seguir modelando ropa interior. "Además, quiero seguir haciendo zapatos grandes para que las zapaterías no se aprovechen de las mujeres que no calzan 38 y tienen pocas opciones de encontrar calzado. Y quisiera que a las modelos XL se les pague igual que a las flacas, porque a veces nos ofrecen ropa o regalarnos las fotos pero no un pago, como si nos estuvieran haciendo un favor".
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