Las bombas del ejército ruso se escuchaban de fondo. Las detonaciones se aproximaban. No quedaba tiempo. Los alemanes se veían cercados y deseaban borrar las pruebas de la infamia.
Dispusieron la evacuación de los campos. Sacaron a los prisioneros a la intemperie e intentaron trasladarlos hacia otra zona más alejada de las tropas enemigas. Sin abrigo, la mayoría con un calzado deficiente (el artículo que más se robaba en los campos de concentración eran los zapatos: las enfermedades empezaban por los pies, decían; en esas condiciones de higiene y falta de cuidado una lastimadura en un pie conduciría a una infección segura), sin alimento, sin agua, por los caminos helados.
El que se retrasaba era castigado severamente por los guardias. Muchas veces, se omitía el castigo y sin dilación eran asesinados.
Decenas de miles salieron a marchar hacia la nada. Famélicos, sedientos, esqueletos en trajes rasgados, a los que les habían despojado hasta los más insignificantes vestigios de humanidad. Decenas de miles que caminaban con sus últimas fuerzas hacia la muerte. Las marchas de la muerte.
Rodeados por los rusos y por los aliados, los alemanes decidieron trasladar a los prisioneros.
Primo Levi cuenta en esa obra maestra seca y dolorosa que es Si esto es un hombre que él no partió con el resto porque tenía escarlatina. La debilidad y la fiebre le impidieron salir con sus compañeros de cautiverio. Y eso le salvó la vida. La gran mayoría murió de hambre, de sed, de frío, de cansancio, asesinado a golpes o por un tiro de un guardia. Solo un puñado sobrevivió.
Para entender en qué condiciones partieron a caminar a campo traviesa en medio de jornadas heladas es bueno recordar lo que cuenta Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz 1986, en su libro La Noche.
Wiesel cuenta que fue trasladado de Buna a Büchenwald junto a su padre. Caminaron días bajo la nieve. Quien se detenía, a quien las fuerzas lo abandonaban era asesinado por un guardia. Días después llegaron al tren muchos menos de los que salieron. Hacinados viajaron hacia el nuevo destino. Otros tantos no sobrevivieron y yacían muertos en el vagón.
El padre de Wiesel murió unos días después. Ya en Büchenwald, en los últimos días de la guerra, Wiesel narra que los hicieron alistar y les anunciaron una nueva evacuación. Pero por diversos motivos -muchos de los cuales nunca fueron conocidos por los prisioneros- la salida se fue postergando varios días. Solo cinco mil salieron en el primer llamado. Sin embargo, desde ese momento no hubo más agua ni comida para nadie.
Los días pasaban y los reclusos cada vez se debilitaban más. Habían sido abandonados por completo. Cuando ya casi no quedaban esperanzas el campo fue liberado. De los cinco mil que salieron en el primer turno de evacuación no se supo más nada.
Las primeras marchas forzadas se dieron en abril de 1944 en Majdanek. Las últimas tuvieron lugar en Dachau justo un año después.
Amenazados en el este y el oeste por los aliados, los alemanes intentaron trasladar a los detenidos hacia los campos de concentración del interior.
La más populosa de estas Marchas de la Muerte fue la que salió de Auschwitz en enero de 1945. Más de 60 mil personas que debían caminar 63 kilómetros hasta el tren. Solo en esa caminata se cree que murieron más de 15 mil.
Miles de jóvenes y adultos de todo el mundo caminaron hoy tres kilómetros: los tres mil metros que separan Auschwitz de Birkenau. Es la Marcha por la Vida. Contraponiendo a esas marchas forzadas del pasado la voluntad de caminar junto a sus compañeros y amigos para recordar, para luchar contra el olvido, para no perder de vista las atrocidades, para evitar que se repitan.
Esa marcha abigarrada que integraron más de ocho mil personas fue encabezada por los testimonios vivos de la historia, los que no han permitido olvidar. Delante de todo, escoltados por los más de ocho mil marchistas, caminaron los sobrevivientes.
Hace exactamente treinta años unos pocos centenares de personas hicieron ese camino por primera vez. Veinte argentinos integraron ese equipo de pioneros en 1988. Hoy son 750 los argentinos que Marchan por la Vida, que honran la memoria, que concurren al lugar de los hechos para aprender, para entender. Para que lo abyecto no pueda volver a ocurrir.
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