La lección de Teresa: en su niñez fue víctima de la polio, pero desde hace 60 años busca cada día una razón para ser feliz

¿Cómo es ver la vida a través de una ventana? Teresa Bonnefous se contagió durante aquella feroz epidemia de 1956 que dejó más de 6.000 infectados. Hace 60 años habita en su cuarto con un pulmotor. Y cuenta cómo es vivir el paso del tiempo desde allí y, a pesar de todo, sonreirle a la vida

Su cabeza queda afuera, cien kilos de metal se deslizan sobre el cuerpo y el enorme cilindro se cierra al vacío. Lejos de esa ansiedad que provocan los encierros en los tomógrafos, siente una profunda tranquilidad cuando se va a dormir metida en el pulmotor. Mira los tres rosarios que tiene colgados a centímetros de su cara y respira tranquila. El ritual es así, todas las noches, desde hace más de 60 años.

A mitad de 1957, Teresa Bonnefous estaba en un recreo de quinto grado en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, cuando comenzó a sentir fiebre y problemas para respirar.

Sala de lactantes en el María Ferrer durante el brote polio

Había escuchado a sus padres hablar de la epidemia de polio del año anterior, que había provocado más de 6.000 infectados. Parecía que empezaban a controlar el brote en las ciudades pero en el interior del país se produjeron nuevos casos. Esa fiebre de Teresa era la prueba concreta de eso.

En poco tiempo perdió la movilidad fina de sus manos y sus piernas y tuvo que ser llevada a Paraná. Allí estuvo internada tres años pero nunca pudo salir a la calle. Una mañana le dijeron que le hacían lugar en un hospital de Buenos Aires, el "María Ferrer". Ubicado en Barracas, el sur porteño, el lugar se destaca por su tratamiento exclusivo de afecciones respiratorias. No tenía idea entonces que ése sería su destino definitivo.

“Crecí primero en el edificio de acá a la vuelta y ahora estoy en este lugar tan lindo”, dice Teresa desde uno de los cuartos que da a Montes de Oca, en el Palacio Díaz Vélez, anexo del María Ferrer

"Vi pasar la vida desde aquí adentro. Desde esta ventana veo cómo pasa el tiempo, cómo cambian las cosas, los días de sol, los autos, la gente, las modas. Crecí primero en el edificio de acá a la vuelta y ahora estoy en este lugar tan lindo", dice desde uno de los cuartos que da a la avenida Montes de Oca, en el Palacio Díaz Vélez, una casona señorial que albergó a los integrantes de aquella familia aristocrática y desde hace décadas funciona como anexo del "María Ferrer".

"A pesar de estar acá no me siento encapsulada. Hablo con todos los que entran, les pregunto de lo que pasa afuera. A los médicos, las enfermeras, las visitas. Cada uno me cuenta un poco. Si Moyano hace un acto en la 9 de Julio, a uno le pregunto por el tránsito a otro por la cantidad de gente, dónde estaba el escenario. Me interesa estar informada y saber por qué suceden las cosas".

Teresa habla sentada en su silla. Tiene el pelo lacio color caoba, dos perlas en las orejas y sus lentes puestos. Es coqueta y, a pesar de la insistencia del periodista, no quiere develar con precisión su edad, aunque con los datos que ella misma da se puede inferir que ya pasó los 70.

En un cuarto con pisos de roble, todo gira ante la omnipresencia del pulmotor de acero: con sus dos metros de largo y un diámetro que es casi la mitad recuerda a la estética bélica de la Segunda Guerra. Evidentemente era una tecnología preparada para durar y cumple con su misión. Tiene ajustes cada tanto pero no se detiene nunca y Teresa se lo agradece.

"Tengo un vínculo muy cercano. Le conozco todos sus ruidos, sus presiones. El más mínimo sonido extraño ya lo detecto. Siempre ruego que no se rompa", dice.

Dentro de estas cuatro paredes también hay una televisión anclada en un canal de cable y una computadora con la que Teresa entra a Facebook, ve los diarios y se conecta a Netflix.

"Ahora me siento más comunicada con el mundo que antes. Puedo saber en qué andan los amigos que pasaron por acá, los antiguos voluntarios del hospital. A uno lo descubrí luego de 30 años. Lo vi más canoso, con familia. Me impresionó el paso del tiempo. Quizás es porque creo que a los otros el tiempo no les pasa. Debe ser por estar acá", reflexiona y cuenta que muchos de ellos se volvieron amigos y que pasan seguido a visitarla.

“Estudié francés e inglés y trabajo como recepcionista todas las mañanas”, cuenta

En la televisión pasan un informe de noticias internacionales. Teresita hace un par de comentarios sobre la crisis del Reino Unido y Rusia tras la reciente muerte del ex espía que desató un enorme conflicto diplomático. "Encima ahora hay elecciones", tira, y también comenta que le gustan los relatos de espías.

Entra Sol, la enfermera que le ayuda a comer y Teresa le pregunta por un trámite de la VTV de su auto. Casi como una simultánea de ajedrez pero en tableros de conversaciones y con la asistencia respiratoria nasal que le tira aire mientras habla.

En todos estos años, Teresa recuerda muchos hitos que tuvo que vivir puertas adentro.

"Era junio del 69 y yo estaba con otros pacientes en uno de las pocas habitaciones con televisión. El hombre estaba llegando a la Luna y nosotros lo veíamos sin poder creerlo. Entraban médicos y familiares y se ponían frente a la pantalla. Recuerdo que algunos le sacaban foto a la televisión. Fue un impacto tremendo".

"Otro momento que vivimos con ansiedad fue el año 2000. Con el efecto Y2K. Pasamos la noche de Año Nuevo en los jardines, rodeados de técnicos y médicos por si se descompaginaba el sistema y fallaban los aparatos. Al final, pasaron las doce y no ocurrió nada. Pero estuvimos acá todos juntos".

"También el día que se cayeron las Torres Gemelas. Me habían llevado al odontólogo y el chofer paró en un Frávega que estaba lleno de gente frente a los televisores. Le preguntábamos qué pasaba y no despegaba la mirada de las pantallas. Recién al entrar a mi cuarto pude entender bien cómo había sido el atentado".

“Quise estudiar psicología, pero me dí cuenta que no iba a poder ir a las clases presenciales. Lejos de deprimirme me hizo darme cuenta de que necesitaba aprender siempre y hacer nuevas cosas para estar más feliz”,

Teresa dice que ese interés por saber lo que ocurre en otros lados lo heredó de su mamá. Ella leía los diarios y, según sus relatos, era muy inquieta: "Hasta que se murió en 2001, escuchaba y leía todo lo que podía. Me había dado un atril para que yo leyera La Nación. El atril lo tuve conmigo hasta hace poco, cuando empecé a leer todos los diarios por Internet".

El diario de 1956 y la noticia sobre el brote de polio que dejó 6.000 infectados en la Argentina

En los años 90, ella quiso estudiar psicología e hizo varias materias del CBC por el programa de educación a distancia UBA XXI. "Fue una experiencia hermosa aprender pero me di cuenta que no iba a poder cursar de manera presencial. Ir y venir en los tiempos que me demandaba la carrera para mí era difícil. Pero lejos de deprimirme me hizo darme cuenta de que necesitaba aprender siempre y hacer nuevas cosas para estar más feliz", sonríe Teresa, que todas las mañana sube un piso y trabaja como recepcionista en la escuela de una fundación para personas con discapacidades.

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