Alberto tiene 45 años, es delgado y fibroso. Creció en Moreno y asegura que vivir en la Ciudad de Buenos Aires, aunque sea en la calle, es menos riesgoso que un asentamiento del oeste bonaerense.
Alberto y Verónica, su mujer, viven con sus tres hijos varones: Lolo, de 12 años; Ezequiel, de 10; y Albert, de 6. Además están las dos niñas, Estefanía, de 8 y Nicole de 3. Con ellos también vive Karen, de 14 años, hija de Alberto y su anterior esposa. Son ocho en total.
A fines de 2017, tras haber pasado diez meses acompañados del tembleque de los autos, debajo de la 25 de Mayo, decidieron trasladarse a 24 de Noviembre entre Pavón y avenida Garay, pleno San Cristóbal. A la pura calle, sin siquiera una autopista que hiciera de techo. Un matrimonio joven, seis niños de entre 3 y 14 años. Salvo la niña de 3, todos van a la escuela.
Corrección: Karen terminó la primaria el año pasado con muy buenas notas y cuando Infobae le pregunta a Alberto qué necesita, la respuesta no es ropa o comida o una casa.
-La inscribimos a Karen en el secundario, una escuela técnica, me dieron tres posibilidades, pero ya empezaron las clases y no me confirmaron la vacante en ninguna de las tres. La inscribimos en una técnica porque en esta época es lo mejor… Nosotros hablamos todos los temas en familia y la educación es lo más importante. Sí, queremos que los chicos vayan a la escuela técnica…
Albert empezó primer grado y Lolo ya va a séptimo. La tarde en que Infobae fue a visitarlos, Alberto llegaba con los dos pibes. Lolo venía en bici, una de las que Alberto consigue en sus recorridos con el carro. Todos los días visita obras en demolición o casas en arreglo y ofrece su trabajo a cambio de quedarse con ventanas, puertas, bicis, heladeras. Otras veces, directamente compra con la expectativa de venderlo.
Lolo llega en bici y Albert de la mano de su padre. Apenas Alberto conversa con los cronistas, Albert agarra un casco amarillo y se sube al autito a pedal. Despliega destrezas sobre la vereda rota de 24 de noviembre. Ni Lolo ni Albert se sacaron el guardapolvo. Ezequiel, nervudo, de ojos vivaces, está pecho al aire. Ese día no fue a la escuela. Tanto los tres varones como Estefi, la niña de ocho, van al turno tarde de la escuela Francisco Laprida, de México al 2300, también en San Cristóbal.
Mientras los varones de la familia comparten la tarde con Infobae, Verónica y las tres niñas están dentro de la casa. Sí, es una casa. Rodante. Al lado de un Fiat 1600 que ya no funciona.
Allí tienen un baño químico, dos garrafas, un par de baterías de 12 voltios, cuatro cuchetas. Allí los chicos hacen los deberes. Allí están ocho ciudadanos que no siempre vivieron en la calle.
Sin embargo, mientras la mayoría no puede imaginarse fuera de una vivienda formal, propia o alquilada, Alberto y Verónica dicen agradecer por ser sanos y dichosos. Las sonrisas de los hijos parecen darles la razón.
Las políticas públicas y las cifras
Saben que no son un caso excepcional, aunque para ellos sus carencias y penurias son únicas, porque tienen que vivirlas.
Según el último informe del gobierno porteño, Alberto, su mujer y sus hijos son ocho de las 1.066 personas que viven en situación de calle en la ciudad más rica del país. Sin embargo, el censo realizado por el Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad, la Auditoría General Porteña, la Defensoría del Pueblo y más de 50 organizaciones sociales, políticas y barriales advierten que esa cifra es en realidad 4,5 veces mayor.
El censo registró un total de 5.872 personas en situación de calle en la ciudad, de las cuales 4.394 duermen efectivamente cada noche a la intemperie y otras 1.478 utilizan la red de alojamientos transitorios nocturnos, como los paradores del gobierno o de otras instituciones.
Las cifras dicen que el 86,5% de las personas en situación de calle es mayor de 18 años, y que el 20% no tiene documento de identidad ni se encuentra en trámite para conseguirlo. El 49% de los adultos se encuentra solo y un 12% se definió como grupo familiar en la calle.
Ése es el caso de Alberto, Verónica y sus hijos, el de una familia que vive en la calle.
-A nosotros sáquennos todas las fotos que quieran –dice Alberto.
Y Ezequiel agrega:
-A Tini también. Se refiere a su mascota, una perrita de dos años.
-Es una cocker –afirma un cronista.
-No, bretón español –corrige Ezequiel.
Los chicos ríen y Alberto cuenta que no siempre estuvieron así, que su historia es la de una caída que no pudieron frenar.
-Nosotros venimos de Combate de los Pozos y Cochabamba. Ahí alquilamos ocho años. Era un local grande al que llegamos por medio de un amigo que falleció. Antes de eso habíamos estado en un hotel del Gobierno de la Ciudad. Pero salimos de ahí porque eso no sirve.
Mientras estuvieron en el hotel, Alberto y Verónica no pararon hasta conseguir otro lugar, el local prestado por un amigo. Pero la cosa no duró.
-La cuestión es que cuando mi amigo se enfermó pusieron en venta el local. Lo vendieron por chaucha y palitos y nosotros terminamos en la calle. Nos instalamos a cinco cuadras, en Pichincha, debajo de la autopista. Pero la verdad ahí no se podía vivir. La gente que está en una casa, cuando pasa algo se encierra y listo. Debajo de la autopista aunque pegues un grito no te escucha nadie. Ahí no se podía vivir, todos los días un quilombo, todos los días nos faltaba algo. Ahí decidimos mudarnos, dejamos a los hijos ahí mientras con mi señora buscábamos un lugar donde ir. Y elegimos este lugar.
Un dato importante: la casa que da a la vereda donde esta familia está instalada está deshabitada. Alberto, incluso, tiene apoyadas en la fachada muchas de las cosas que tiene en venta: marcos de hierro con sus respectivas puertas, una heladera de los años sesentas que parece funcionar bien y un maniquí negro que alguna vez habrá servido como exhibidor de ropa de adolescentes.
-Se llama Carlos –dice Ezequiel mientras le pone una bufanda al maniquí.
Un 1600 y una casa rodante
Alberto retoma el relato.
-Lo primero que hice fue traer el auto. Ahora no anda porque me robaron una parte del motor. Pero lo traje andando. Antes tenía otro auto, un 504, que andaba, pero me lo robaron de la puerta de Combate de los Pozos. Todavía lo estoy buscando… 40 mil pesos perdí ahí. Lo habíamos comprado con la plata que hicimos para una Navidad, hace algo más de un año. Con papeles. La policía todavía lo está buscando.
Todos los hijos nacieron en el Hospital Ramos Mejía. Por pura coincidencia, el Ramos Mejía está sobre 24 de noviembre, a diez cuadras de donde ahora viven. En la calle.
-No te digo que la pasamos mal, tampoco bien… Pero hay mucha gente que está peor que nosotros. Algunos tienen su casa, su coche, su trabajo pero capaz que tienen a un hijo enfermo o tienen problemas adentro. Nosotros tenemos a los hijos sanos. Hace más de un año que estamos en la calle y los chicos no se enfermaron, dice Alberto.
Y también cuenta:
–Esta es la segunda vez que la pasamos en la calle. Hace diez años nos tuvimos que quedar en la calle y pudimos remontarla. Hacemos todo lo posible: que vayan al colegio, que tengan un plato de comida, que estén limpios…
Que los chicos puedan estudiar es una de las aspiraciones en las que Alberto y Verónica no cejan. No son los únicos entre sus pares en desgracia. Según el censo del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad, el 73,6% de los menores que se encuentran en situación de calle concurre a la escuela (el 25% en el nivel inicial, el 52% en primaria y el 18% en el secundario).
Una vacante en el secundario
-Me preocupa Karen… que la tengo en lista de espera. Me dieron un número de código, pero todavía estamos esperando. El trámite lo hicimos por internet.
Infobae quiso saber si Alberto iba a un locutorio a conectarse…
-No. Lo hago en la computadora que les dan a los chicos en la escuela. Me dieron un número de código pero todavía no dieron la vacante. Está en lista de espera. En las escuelas técnicas que pedimos no hay lugar… tienen que esperar que se vaya algún chico… Yo digo: cómo no están prevenidos, si todos sabemos que la población crece.
Según datos del Ministerio de Educación de la CABA brindó a requerimiento de la Justicia, el año pasado 11.958 niños y niñas no consiguieron vacante en la escuela pública pese a haberla solicitado en tiempo y forma.
-La escuela técnica es lo mejor. Ahora no se repara nada. Todo es descartable. Todo se basa en la tecnología, insiste Alberto.
-¿Vos hiciste secundario?
-Muy poco. A mí me anotaron en una secundaria comercial, para ser perito mercantil, pero dejé pronto. Vivíamos en una casilla en Moreno, con piso de barro, mal… y en un momento que estaba jodida la cosa yo me
fui a laburar… mi hermano sí siguió estudiando. Fíjate que ahora, mis hijos están en el asfalto y en la Capital… es muy distinto.
Alberto cuenta que uno de sus primeros trabajos fue en la compra-venta de muebles. Se venía desde Moreno a Buenos aires en el Sarmiento. Estaba en una mueblería que estaba en Rivadavia y 24 de noviembre, una calle que parecer ser su destino.
-Así empecé. Después vendí diarios, helados… Y en esa zona conocí a Verónica, porque vivía a una cuadra de la mueblería y cuando yo salía de trabajar la saludaba y alguna vez la invité a tomar una cerveza.
Con el tiempo, Alberto y Verónica tuvieron cinco hijos y además criaron a Karen, hija de la primera pareja de Alberto.
El clima y la calle
Llega el otoño e Infobae pregunta cómo afrontan el frío y las lluvias.
-Ahora compramos esta casita rodante. Nosotros estamos cómodos adentro, frío, gracias a Dios, no tenemos. Tenemos cocina, baño y cuatro cuchetas. Ahora, cuando se hace de noche, les soy sincero, prendo la garrafa…
-Pero es riesgoso…
-No, eso no. Es que sale caro. Tenemos dos garrafas. Lo que pasa es que cuando llueve yo no puedo salir a trabajar con el carro y nos quedamos adentro. Y consumimos mucho gas. Por eso también aprovecho y hago fuego, con carbón.
Alberto tiene una suerte de salamandra. Ese fuego le resulta más barato que el gas. No es preciso ser experto en seguridad para saber lo riesgoso que es ser pobre para enfrentar el frío.
-¿Reciben la AUH?
-Sí, Verónica cobra la asignación por los chicos. Pero, la verdad, con mil pesos que cobrás por cada uno no podés hacer mucho. A cualquiera le doy mil pesos y que salga a comprar comida para seis…
-¿Y cuando tienen problemas de salud?
-El hospital Ramos Mejía, donde nacieron todos mis hijos, es el más cercano… Yo tuve un problema hace unos meses y casi me muero…
-¿Qué te pasó?
-Hace 18 años que trabajo en la basura y nunca me había pasado nada. Pero esta vez, no sé si fue por los perros, pero algo me agarré en la mugre que me salieron unos forúnculos en los abdominales. Como treinta en total, pero dos que tenía en los abdominales casi me cuestan la vida. Me llevaron al Ramos Mejía, me tuvieron 17 horas con suero y me fui de ahí todo doblado. No podía ni caminar derecho.
Mientras dura la charla con Infobae pasan muchas personas que saludan con familiaridad a Alberto y los chicos. Algunos baten palmas en la entrada improvisada de la casa rodante y dejan bolsas con comida, artículos de limpieza o ropa.
-La gente pasa y los saluda, les trae cosas…
-Sí, la verdad es que tenemos buen trato. No nos gusta dar lástima, pero sí necesitamos de la ayuda de otros. Estamos en una situación complicada pero tratamos de estar bien.
-¿Cómo te llevás con la gente del barrio?
-Yo trato de ser buena onda… pero si veo algo raro ahí me cambia la manera de ser. Te ponés alerta. Por ejemplo, el otro día eran las siete de la tarde, un rato después de que los chicos volvieron del colegio, ellos habían ido a hacer compras y acá al lado paró una moto y le robaron a una chica, la tiraron, le sacaron el celular.
-¿Y con los vecinos?
-Trato de estar bien, porque uno está en una mala situación y si encima le cargás mala onda… Yo tengo 45 años, pero cuando era joven yo era un mala onda, un terrible mala onda. Entonces eso sí traté de cambiarlo.
Alberto está informado. Le importa lo que pasa en el país. Y sobre todo sabe qué ocurre con los que viven en su misma situación.
-Sé que hay miles de personas que están en la calle, no solo nosotros. Habrá gente que le gusta estar en la calle, pero la gran mayoría están por necesidad, porque no tienen ninguna posibilidad. Nosotros teníamos nuestro techo y lo perdimos, queremos salir de esto.
Está enojado con los asistentes sociales que, casi a diario llegan hasta donde vive y le anuncian: "Venimos a evaluarlo".
-Esperate un cachito, ¿qué querés saber? ¿qué tenés que evaluar? Vean, acá cerca, debajo de la autopista, hay una familia que está hace diez años en la calle, en Sánchez de Loria, justo donde está la parada del 41. ¡Hace diez años que están! ¿Y no están enterados? ¿No pueden hacer nada para darles una solución? A esa gente se les enfermó un pibe, tienen hijos presos… Nosotros hace dos meses que estamos acá… ¡y vienen a evaluarnos!, se queja.
-Y además de la solidaridad de los vecinos, ¿algunos se les ponen en contra?, pregunta Infobae.
-Y, sí. Tengo filmaciones de vecinos que llaman al 147 o al 911 para pedir a los gritos que nos tiren nuestras cosas. Y hay gente a la que le pasa, que está en la calle y que llega el camión del gobierno de la Ciudad y les llevan las cosas… dicen que porque están en el espacio público.
Alberto tiene muchas cosas en la vereda, exhibidas. Si el que pasa no está lleno de prejuicios y miedos va a encontrar decoraciones propias de un jardín o del escaparate de un comercio. Sin embargo, todo eso está sujeto a ser decomisado por estar en el lugar incorrecto, en el llamado espacio público, como si la propiedad privada fuera el salvoconducto a la identidad.
Rebuscarse en el siglo XXI
–Todo esto lo consigo con mi trabajo. Por ejemplo voy a una casa, saco escombros, hago limpieza y me llevo algunas cosas. Así trabajamos nosotros: 'Arreglamos por tanto y además llévate esto…' me dicen, y bueno así uno va juntando cosas y sabés a quién se lo podés colocar o lo dejás en algún lugar, pero yo no tengo un espacio para acopiar, por eso lo tengo que dejar en la vereda.
A pocos metros de la casita rodante, estaciona un Citröen 2CV, que parece salido de la película Kamchatka. Baja un hombre con una barba tupida…
-Ven –dice Alberto- ese muchacho también es periodista. Le hice unos trabajos y me dio estas dos bicicletas, la mountain bike y la que usa mi hijo… Esto es lo que puedo hacer para traer el pan a mi familia. Pero no es que no me guste trabajar, porque yo fui colectivero, gasista… no matriculado porque no hice el curso pero se hacer todas las conexiones… Yo trabajaba con un matriculado que es el tío de uno de los Decadentes (se refiere a la banda "Los Auténticos Decadentes"). Y como plomero, uno de mis clientes era el tío de la Bruja Verón. De joven me hice diez temporadas en la costa, desde Pinamar a Mar del Plata. Conozco artistas, futbolistas… Yo tengo mi Facebook, la familia sobre ruedas, y ahí se puede ver que me visitaron Ricardo Fort, Pocho la pantera…
-¿Cómo se iluminan de noche?
-La batería de 12 volts me dura tres o cuatro días. Si no, tengo linterna y les digo la verdad a veces prendemos velas. Los chicos aprovechan la luz del día para hacer los deberes y si es necesario les prendemos luces. Pero cuando oscurece, después de la escuela y de jugar en la vereda ya se van a descansar.
-¿Con el baño químico cómo hacen?
-Cuando se llena lo llevo a algún lugar que haya una alcantarilla y ahí lo desagoto.
-¿Cuánto tiempo más pueden estar ustedes así, sin encontrar una solución?
-El tiempo solo Dios lo sabe. A mí me gustaría salir ya de esto. Pero no quiero una solución ficticia, pasajera, que a los pocos meses nos deje de nuevo en la calle. Esta fue la segunda vez que perdimos todo. Lo que estamos pretendiendo, como familia, es un lugar al costado de la autopista. Hay muchos lugares que están vacíos. Que me den un lugar de esos para vivir y para poder hacer mi trabajo, compra-venta, reciclaje. Para no molestar a nadie, nosotros habíamos pensado en eso. Y, si no, hay lugares vacíos, lugares destinados para plazas, que son del gobierno de la Ciudad, que están cerrado al divino botón. Y nosotros estamos en la calle. Yo no digo que sea para toda la gente, sino para los que estamos en la calle…
La tarde va cayendo sobre 24 de noviembre y los chicos dejan de jugar en la vereda para aprovechar la luz que queda y hacer los deberes. Alberto los mira y termina la frase que había dejado como en pausa:
-…sobre todo para ellos.
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