El primer proyectil le pegó en la pierna izquierda. El siguiente le destrozó un brazo. El teniente Roberto Néstor Estévez, sangrando, siguió dando órdenes a sus 40 hombres que, en la primera línea de combate, contenían el avance inglés sobre Pradera del Ganso.
En medio del feroz combate, el oficial vio que uno uno de sus soldados estaba herido en una trinchera. A pesar de sus propias heridas, se arrastró hacia él. Tomó un fusil FAL y siguió disparando.
"De pronto lo vi caer en mi pozo. No parecía sentir dolor, gritaba y daba órdenes, estaba dispuesto a continuar la batalla", recordó años más tarde el veterano Sergio Daniel Rodríguez.
-¿Estás bien?– le preguntó Estévez al ver que la pierna del joven estaba ensangrentada.
-Estoy bien, puedo seguir– respondió Rodríguez
La batalla había comenzado en la densa y gris madrugada del 28 de mayo de 1982. La compañía C del Regimiento 25 de Infantería de Colonia Sarmiento, Chubut, recibió la orden de relevar a la Compañía A del Regimiento 12 de Infantería que estaba bajo intenso fuego enemigo.
"Sé que la misión que le imparto sobrepasa sus posibilidades, pero no me queda otro camino", le dijo el teniente Coronel Italo Ángel Piaggi, del R12.
Estévez no dudó. Supo que era una misión imposible, excesivamente arriesgada, pero arengó a sus hombres:
"Soldados, en nuestras capacidades están las posibilidades para ejecutar este esfuerzo final y tratar de recomponer esta difícil situación. Estoy seguro de que el desempeño de todos será acorde a la calidad humana de cada uno de ustedes y a la preparación militar de que disponen… ¡Seguidme!".
A las 5:30 de la mañana los ingleses habían tomado las posiciones más altas. Los argentinos se desplegaron en abanico y se refugiaron en varias trincheras. El fuego enemigo comenzó a menos de 200 metros. La Compañía C quedó en medio de un tiroteo entre las fuerzas británicas y otro regimiento argentino que estaba a sus espaldas.
Las fuerzas nacionales se enfrentaban contra 150 hombres bien armados y con apoyo naval del 2º Batallón de Paracaidistas británicos. Para el mediodía la batalla continuaba y la sección de Estévez había rechazado tres avances ingleses impidiéndoles tomar la colina.
Pero el R25 estaba en medio de fuego cruzado. El teniente buscó un cambio de posición. Mandó al soldado Carrascull a comunicar la orden a la otra compañía. Pero el joven nunca llegó: una bala de un francotirador le pegó de lleno en la cabeza.
Minutos después, Estévez fue herido en la pierna y en el brazo. Fue en ese instante, ya con dos balazos en su cuerpo, que el teniente vio a Rodríguez sangrando en la trinchera y se arrastró hacia él.
El oficial notó que el soldado no tenía casco. "Éramos comandos, nos cubríamos la cabeza solo con una boina verde", recordó el veterano. Inmediatamente, tomó el casco de un caído en el fondo de la trinchera y se lo puso para protegerlo.
"Para hacerlo tuvo que incorporarse. Y en ese momento una bala le perforó el pómulo derecho. Cayó pesadamente a mi lado. Dijo algo antes de morir, pero ninguno entendió sus palabras. No pudimos salvarlo. Esa bala era para mí. Estévez me salvó la vida", reveló con emoción Rodríguez.
Roberto Néstor Estévez cayó en la negra turba de Malvinas y se convirtió en héroe. Había nacido en la tierra colorada de Posadas, Misiones, el 24 de febrero de 1957, y era el séptimo de nueve hermanos.
La Patria siempre fue su vida. A los ocho años había dibujado una historieta cuyo superhéroe no era Batman o Superman: era un gaucho con capa que vivía grandes aventuras en nuestra tierra. Durante cuatro años el niño hizo que su gaucho, su héroe nacional, peleara para llevar adelante una campaña para recuperar las Malvinas.
El 2 de abril de 1982, sin la capa de su infancia pero con ese mismo espíritu, participó en el desembarco en Puerto Argentino junto al Regimiento de Infantería Mecanizada 25. Dos días más tarde, a bordo del ARA Islas de los Estados, llegó a Puerto Darwin.
Antes de partir hacia Malvinas, escribió dos cartas. Fue el 27 de marzo de 1982. Lo hizo con trazo firme y mucha emoción.
Guardó las cartas en dos sobres y le pidió a un soldado que si él no volvía se las hiciera llegar a sus seres queridos.
Fueron su despedida para la mujer que amaba -Marta Beatriz López, fallecida en 2011, y a quien conocía desde la infancia- y para su padre, Roberto Néstor Estévez, a quien admiraba y seguía como ejemplo de vida.
El joven oficial sabía que iba a morir en las islas.
A su novia le pidió que lo recordara con alegría, y le escribió: "Mi niña hermosa: Cuando leas estas líneas yo estaré ante Dios, Nuestro Señor, rindiendo cuenta de mis actos. Lo haré como consecuencia de haber entregado mi vida, como es un honor para el Soldado: en el cumplimiento de la misión (…). Para vos, que sos niña aún, la vida continúa y eso es inexorable razón por la cual no te debes cerrar a la posibilidad de encontrar otra vez el amor. Y ahora el último abrazo. No te olvides nunca de rezar por mí. Recordá que es Dios, Nuestro Padre, quien así lo ha querido. Te amo por siempre".
Las cartas para el teniente siempre fueron muy importantes en su vida. Eran un acto de amor, de entrega. Tanto que su cuerpo fue identificado por la gran cantidad de cartas que tenía en los bolsillos de su uniforme. Los ingleses lo anotaron ese detalle: "id by letters".
A su padre le dejó una carta que es un legado de honor, coraje, y entereza. Palabras emocionadas que definen la breve e intensa vida de un héroe.
Querido papá,
Cuando recibas esta carta yo ya estaré rindiendo cuentas de mis acciones a Dios Nuestro Señor.
Él, que sabe lo que hace, así lo ha dispuesto: que muera en cumplimiento de mi misión. Pero fijate vos, ¡que misión! ¿no es cierto?
¿Te acordás cuando era chico y hacía planes, diseñaba vehículos y armas, todos destinados a recuperar las islas Malvinas y restaurar en ellas Nuestra Soberanía?
Dios, que es un Padre Generoso ha querido que éste, su hijo, totalmente carente de méritos, viva esta experiencia única y deje su vida en ofrenda a nuestra Patria.
Lo único que a todos quiero pedirles es:
1) que restauren una sincera unidad en la familia bajo la Cruz de Cristo.
2) que me recuerden con alegría y no que mi evocación sea la apertura a la tristeza y, muy importante.
3) que recen por mí.
Papá, hay cosas que, en un día cualquiera, no se dicen entre hombres pero que hoy debo decírtelas: Gracias por tenerte como modelo de bien nacido; gracias por creer en el honor; gracias por tener tu apellido; gracias por ser católico, argentino e hijo de sangre española; gracias por ser soldado, gracias a Dios por ser como soy y que es el fruto de ese hogar donde vos sos el pilar
Hasta el reencuentro, si Dios lo permite.
Un fuerte abrazo.
Dios y Patria ¡O muerte!
Roberto
(Hoy, a 36 años de la guerra, este homenaje al teniente Estévez -teniente primero post mortem y Cruz al Heroico Valor en Combate- en la voz de Mariano Martínez, recordando las palabras escritas para su padre poco antes de partir hacia la guerra)