Adiós a los "maridos a domicilio": "Somos mujeres, madres y plomeras"

Marisa y Daniela decidieron incursionar en un terreno "de hombres": trabajos de gas, plomería y hasta arreglos de persianas. Hace un mes que empezaron y ya no dan abasto

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Marisa (izq.) fue ferretera, Daniela
Marisa (izq.) fue ferretera, Daniela estudia para ser gasista (Martín Rosenzveig )

Marisa y Daniela son amigas desde el secundario. Las dos estudiaron en la escuela Mariano Acosta, las dos son madres solteras y este verano, después de 25 años de amistad, las dos se encontraron frente a una encrucijada: se quedaron sin trabajo casi al mismo tiempo.

"Podríamos habernos puesto a cocinar empanadas", dice Marisa. Pero no fue eso lo que hicieron. Diseñaron, en cambio, un flyer casero que decía: "Plomería, gas, persianas y arreglos en general". Al lado, pusieron la foto de una chica armada con un cinturón de herramientas. Lo compartieron en las redes una vez cada una pero la novedad de ser dos mujeres atreviéndose a ocupar espacios que suelen ser sólo de hombres, lo volvió viral.

“Siempre quise ser plomera”, dice
“Siempre quise ser plomera”, dice Daniela (Martín Rosenzveig)

Daniela, futura gasista

Daniela Vidal (38) toma un cortado en jarrito y el hollín debajo de las uñas la delata. Esta tarde, mientras su hija de 8 años estaba en el colegio, desarmaba el taparrollos de una clienta y arrancaba el durlock para arreglar una persiana completamente salida de lugar. "Debo tener hollín hasta en el corpiño", avisa, mientras se pone crema para suavizar las manos. Se la ve cansada: además de ocuparse sola de su hija, está estudiando en la UOCRA para recibirse de gasista matriculada.

"El marido de mi mamá es gasista y plomero, yo me crié con él. Tengo dos hermanos varones y a ninguno le llamó la atención lo que él hacía pero a mí me fascinaba. Cuando era chica, me la pasaba revolviendo sus herramientas, le robaba los tornillos y los clasificaba por orden, me envolvía los dedos con la cintas de teflón que él usaba para trabajar", cuenta ella. En su casa, sin embargo, la motivaron para que su abuela le enseñara a coser y le dejara otro legado: el oficio de modista.

"Hice el secundario en el Mariano Acosta porque no me dejaron ir a un industrial porque eran todos varones", se queja. Creció, cosió (y aún lo hace) para las murgas de la Ciudad y cuando se convirtió en madre soltera, apareció todo eso que ya tenía impregnado: "La necesidad agudiza el ingenio. Yo saqué los ventiladores de techo de mi casa y puse lámparas, instalé mi cocina, arreglé el inodoro. He destapado las cañerías completas del edificio en el que vivo".

“Fui ferretera durante 15 años”,
“Fui ferretera durante 15 años”, dice Marisa (Martín Rosenzveig)

Marisa, ADN de ferretera

"Yo fui mamá a los 18 años -comienza Marisa Batlle-, así que terminé el secundario de noche y dándole la teta a mi hija". Ella -que tiene 36 años y está a punto de recibirse de maestra de primaria- también venía de una infancia cruzada por las herramientas.

"Cuando mi papá hacía arreglos en casa yo estaba siempre en el medio. Le pasaba las herramientas, pintábamos juntos, y si él estaba cambiando el fuelle del inodoro y yo no lo podía ayudar al menos estaba mirándolo. Creo que hoy sé hacer más cosas que él", se ríe. "De chica prefería jugar con una estación de servicio antes que con Barbies pero esos juguetes no existían en mi casa porque éramos todas mujeres".

Cuando terminó el secundario, Marisa comenzó a atender la ferretería de su papá, en Paternal. Durante 15 años se ocupó de asesorar a los clientes y de la venta por mayor a otros ferreteros. Había algo que hacía su papá cuando se daba cuenta de que los plomeros que iban a comprar sólo le hacían consultas a él: se hacía el que no sabía y llamaba a su hija para que opinara.

Marisa tampoco tenía una pareja que resolviera las supuestas "cosas de hombres" en casa. Menos aún dinero para contratar a quienes se promocionan como "maridos a domicilio" (avisan que trabajan por "hora hombre"). "Hice todo yo. Alquilé una casa grande que estaba muy deteriorada. Estaba sola con mi hija y no me alcanzaba para pagar algo mejor, así que propuse pagar un alquiler bajo con la condición de ir arreglando la casa. Puse las membranas, impermeabilicé los techos, piqué paredes, cambié caños, instalé estufas y termotanques".

Mujeres, madres, amigas y plomeras
Mujeres, madres, amigas y plomeras (Martín Rosenzveig)

Amigas y plomeras

Fue este verano que Marisa y Daniela se quedaron sin trabajo y tuvieron que recurrir nuevamente al ingenio. Marisa trabajaba como docente de primer grado en el marco de un programa estatal que permitía a los estudiantes avanzados de magisterio cubrir algunos cargos. En febrero le avisaron que ya no podía hacerlo. Daniela trabajó durante 9 años en la Secretaría de Comercio de la Nación y fue despedida hace dos meses.

"Cuando me lo propuso, me pareció una idea genial. Era lo que había querido hacer toda mi vida. Siempre soñé con ser plomera y acabo de darme cuenta", dice Daniela a Infobae. Al principio salían juntas por la Ciudad para ayudarse y sacarse el miedo de entrar solas a las casas de desconocidos. En esos primeros días cambiaron flexibles, sifones de bachas, boyas de inodoro, arreglaron persianas y estufas, destaparon válvulas, arreglaron vástagos e instalaron cocinas.

Después se dieron cuenta de que ir juntas no era redituable y se dividieron el trabajo. Trazaron una línea en el mapa: una se ocupa de los clientes de la mitad de la Ciudad de Buenos Aires, la otra del resto. Hace poco tiempo que empezaron pero no dan abasto. Es que una clienta compartió el flyer en su perfil de Facebook y, en una semana, llegó a los 6.000 me gusta y a los 4.000 compartidos. Los teléfonos, explotaron.

"Las que nos llaman son mujeres. Nos dicen que prefieren plomeras antes que plomeros porque tienen miedo de hacer pasar a un hombre cuando están solas o con sus hijas", describe Daniela. Son muchas: en la Ciudad, la mitad de los hogares está a cargo de una mujer. 

"También dicen que es por un tema de confianza. Que suelen encontrarse con hombres que quieren cobrarles mucho aprovechando que no saben. O que directamente los llaman y no van. Nosotras nos manejamos con sinceridad: lo solucionamos, te derivamos a alguien si no sabemos hacerlo o te ayudamos por teléfono para que lo soluciones sola", sigue.

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

Marisa explica: "Estamos viviendo una revolución feminista y eso está cambiando muchos paradigmas. Está bueno que las mujeres perdamos el miedo a resolver esas cosas. Capaz es una pavada lo que tenés que hacer, sólo que pertenece a un terreno desconocido en la que la mujer no tenía permitido meterse. Hoy me llamó una chica porque el horno se le apagaba. Le hice algunas preguntas y me di cuenta de que estaba sucia la termocupla y la guié por teléfono para que pueda limpiarla ella misma con una lima de uñas. Así aprendimos nosotras: haciendo".

Daniela es tan dúctil con las manos que entendió que puede hacer de todo: de cuando confeccionó bijouterie con alambre aprendió la técnica que hoy usa para manipular el rulo del alambre grueso de las persianas. "Además soy grandota, tengo fuerza y sé usar la palanca. Sé dónde aplicar la fuerza para no lesionarme. Yo no tengo problema, si tengo que caer en tu casa con un cortafierro y picar la pared, lo hago".

Es Marisa, por su experiencia, quien suele lidiar con los ferreteros a la hora de ir a comprar materiales: "Algunos te quieren vender cualquier cosa porque se creen que no sabés nada. Es difícil ir como plomera a la ferretería o a la casa de sanitarios y decirles: 'Estoy arreglándole el inodoro a un tipo acá a la vuelta y necesito tal cosa'. No te creen, tenés que estar demostrando que sabés de lo que estás hablando. Igual a mí eso no me intimida, no me achico en ese mostrador. Yo sé bien de lo que estoy hablando".

 

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