Vivimos una época que Zygmunt Bauman definió como de "tiempos líquidos". Nada se consolida, todo es fugaz y precario, superficial y perecedero. Ocurre con las costumbres, el lenguaje, los hábitos, las innovaciones tecnológicas, las corrientes de pensamiento, la moda, los objetos, los artefactos. Se impone la obsolescencia programada. La impaciencia vence a la paciencia, la banalidad a la profundidad, lo efímero a lo permanente. Y, por supuesto, lo líquido a lo sólido.
Sin embargo, el amor sigue siendo una necesidad vital y existencial, una fuente de sentido y de propósito. Y aún en tiempos líquidos es posible construir un amor sólido, que no se disuelva como un terrón de azúcar, que eche raíces y trascienda en sus frutos. Hay quienes conciben y sostienen ese amor. Un amor que incluye el tiempo, el compromiso, la presencia, la constancia, la empatía, la aceptación. Un amor que no llega por arte de magia, que no se consigue por delivery. Un amor que se construye, ladrillo a ladrillo, día a día, a través del sol y las tormentas, desde los cimientos hasta la cúpula. Un amor que restituye valor y sentido a la vida en tiempos en los que hasta eso está en discusión.
Sergio Sinay (70), autor de varios libros, acaba de lanzar El amor sólido en tiempos líquidos. Una apuesta y un homenaje a las relaciones que se construyen día a día y que perduran en el tiempo. Una indagación sobre los vínculos trascendentes en tiempos de fugacidad y banalidad.
— ¿Por qué decidiste escribir este libro?
— Mirá, yo para escribir necesito estar muy conectado con un tema que me convoque, que me preocupe, que me entusiasme y que me movilice, ¿no? Ya sea porque me rodea muy de cerca, porque me atraviesa, porque es una experiencia personal. Y este libro tiene mucho o un poco de cada cosa de eso, un poco de cada una de esas cosas. Primero, no me atrevo a escribir de algo que no pueda sostener desde la propia experiencia. Mi experiencia personal me dice que el amor puede perdurar, que una relación puede perdurar, no por resignación ni por rutina ni acostumbramiento sino por una construcción cotidiana del amor y por una, si se quiere, transformación permanente del amor a medida que las personas se transforman.
— ¿Cómo se hace para perdurar y mantener el amor vivo?
— A mí me parece que se trata de la caja de ahorro afectivo, ¿no? Yo creo que cuando se construye una pareja, cuando ya se sale del enamoramiento y se empieza a construir el amor, porque el enamoramiento es un momento inicial de mucha pasión, de mucha excitación, de alto voltaje emocional, pero no es amor todavía porque no hay conocimiento, y el amor es conocimiento del otro, uno empieza enamorado de una persona que desconoce, a la que desconoce pero idealiza, porque como esa persona tiene algo que a mí me gusta yo digo que debe tener todo lo que a mí me gusta, no solo ese algo, y es la persona ideal. Pero yo no sé quién es y ella no sabe quién soy yo. De ese desconocimiento del enamoramiento se pasa, no todos los enamoramientos lo hacen, pero se pasa con tiempo, con paciencia, con constancia, con trabajo, con la construcción amorosa, al conocimiento del amor. Entonces uno empieza enamorado de una persona desconocida y termina amando a una persona conocida. El amor es un punto de llegada. Y en ese trayecto yo digo que es donde la caja de ahorro afectivo que una pareja abre junta en un comienzo, en ese trayecto se van haciendo depósitos en esa caja de ahorro afectivo.
—¿Cómo son los depósitos afectivos?
Un depósito afectivo es una acción amorosa, cada día hay que depositar como si fuera un chanchito, el chanchito alcancía digamos…
—¿Qué tiene que tener una pareja para no ser "líquida"?
—Las tres herramientas para mí más modernas, y que además son de toda la vida, para la construcción amorosa son la mirada, el mirar, no el ver, porque ver acá nosotros como no somos ciegos nos podemos ver, pero eso no necesariamente es mirar, mirar es registrar al otro. Y el otro cambia siempre como cambia uno, ¿viste? Si nosotros no nos viéramos por un año o por algunos meses o hasta por algunas semanas seguramente nos encontraríamos algo diferente al volver a mirarnos, porque hemos estado cambiando. Pero no hemos cambiado porque no nos vimos, si nos hubiéramos estado mirando todos los días también hubiéramos estado cambiando, el tema es mirar, el tema es escuchar, que no es lo mismo que oír. Oír también, digamos, si uno no tiene defectos auditivos oye, pero eso no quiere decir que escuche. Escuchar es recibir hospitalariamente la palabra del otro, los silencios del otro también porque hay silencios que son muy comunicativos, muy cargados de emociones. Es no dar por escuchado, no decir ya sé lo que va a decir, lo dice siempre. Una tercera herramienta –yo te decía que son cuatro- es la palabra. Pero la palabra no como emisión de sonidos solamente sino una palabra que pregunta, que ofrece, que transmite algo, lo que me está pasando. Una palabra que no teme decir. Y una escucha que no tema escuchar también, porque todo lo que se dice en una relación uno no siempre dice lo que el otro quiere escuchar y no siempre escucha lo que le gustaría a uno escuchar.
—¿El modo automático en la pareja te lleva a la ruptura?
—Los aviones vuelan con piloto automático pero las relaciones amorosas no. No prosperan con piloto automático, necesitan artesanía. Y esto es artesanía, escuchar, mirar.
— ¿Cuál es la consecuencia de vivir en "tiempos líquidos"?
— La consecuencia de vivir así es que uno vive en el aire, no se echan raíces en nada. No se echan raíces afectivas, a veces no se echan raíces laborales, no se echan raíces incluso hasta de nacionalidad. No se echan raíces de amistad. Todo es rápido, todo es descartable, la obsolescencia programada que está muy de moda hoy para artefactos y para objetos también empieza a afectar a las personas, las personas empiezan a tener obsolescencia descartable. Mirá, o me satisfacés inmediatamente o ya está, fuiste, ¿viste? Y a otra cosa. Paso a otra relación que también durará lo que dure mi paciencia o mi poca tolerancia al obstáculo, al límite, a la frustración.
— Escribís: "El amor se cambió por el roce, la profundidad por la superficie, el buceo por el surfeo". ¿Cuándo empiezan a pasar estas cosas, que empiezan los cambios?
— Esta es una pregunta interesante que da para otro libro. Pero yo creo que en las últimas tres décadas más o menos, desde los 90 para acá, se ha disparado un desarrollo tecnológico absolutamente divorciado de todo lo que tenga que ver con necesidades reales de los seres humanos. Es un desarrollo tecnológico que apunta sobre todo a generar deseos y a satisfacer deseos que en realidad, como la función del deseo es desear, ni bien es satisfecho aparece un nuevo deseo. Y se ha generado la idea, la tecnología, en realidad es la tecnología la que nos ha hecho más confortable la vida, pero no más profunda y no más significativa, nos ha llevado a creer paulatinamente que no necesitamos del otro, si yo me arreglo con este aparato que hace tal cosa, no el otro que hace tal otra y con este otro que hace todas las cosas juntas el aparato solo, entonces nos vamos retrayendo del mundo y retrayendo del otro. Vamos creando una cultura que es narcisista por un lado y hedonista por el otro lado. O sea, yo me termino enamorando de mi imagen reflejada en las pantallas, donde me construyo como a mí me gustaría ser. ¿Cómo son las relaciones virtuales? Son las relaciones entre dos fantasmas, dos personas que cada una le cuenta a la otra un personaje que ha creado y que él cree que es y que ofrece como producto. Se ofrece como producto, que es lo que pasa mucho en las redes sociales, en las redes sociales no aparece gente triste, no aparece gente que sufre, no aparecen problemas. El que empieza a plantear problemas de cierto espesor inmediatamente no va a tener "Me gusta"; va a tener "No me gusta".
— La generación sub 30 parece huirle al compromiso…
—Sí, porque es una manera de vivir donde todo es fugaz, todo es rápido, no hay paciencia, hay ansiedad. Vivir el momento, como se decía en décadas anteriores, en los 60, en los 70, cuando empezó la era del crecimiento personal y del autodesarrollo; se hablaba mucho de vivir el momento, todo eso, pero vivir el momento está bien, tiene algo interesante porque el momento de alguna manera es sinónimo de presente, y el presente es un punto de encuentro entre lo que uno ya vivió y con lo que llega a este presente. Yo llego a este presente con mi mochila cargada de todo esto vivido, y en este presente proyecto un futuro con lo vivido. Porque si no, no tengo nada con qué proyectar. Entonces el presente era como una especie de meseta desde la cual uno venía subiendo la montaña, llegaba a una meseta, descansaba, hacía un balance, miraba para arriba y después seguía subiendo hacia el pico, hacia el futuro. Pero ahora ya no se vive en el presente, ahora estamos viviendo en el instante. El instante no tiene como el presente una raíz en el pasado y no tiene proyección hacia el futuro, el instante es un chispazo, ¿no? Todo nace y muere. Nacen y mueren las modas, cada vez más rápido. Los objetos. No importa ya si algo, muchas veces pasa con las personas y con los objetos lo mismo, cambiamos celulares porque salió un modelo nuevo, no porque el anterior dejó de funcionar, no porque dejó de prestar las funciones para las cuales lo necesitamos, sino porque ahora hay que tener el próximo porque ya salió y nos están incitando. Y con las personas pasa lo mismo, antes de haberla conocido, generalmente si uno le pregunta a cualquier persona que no sea tecno a full sino al ciudadano promedio, este que cambia y compra celulares o cambia los autos cada dos años, todo eso, si uno le pregunta si alcanzó a conocer todas las funciones y a usar todas las funciones del artefacto que cambia te va a decir que no. Y si uno preguntara si alcanzó a conocer a la persona de la cual se separa, por impaciencia, por ansiedad o por lo que sea, también diría que no. Entonces en el caso del artefacto bueno, perdiste plata, pero en el otro quizás has perdido posibilidades de explorar el amor, de acercarte al sentido de tu propia vida. Y la verdad que yo creo que es momento de parar un poquito la máquina, por lo menos en el terreno de las relaciones humanas, y volver a cierta artesanía. Yo no quiero compromisos, decías vos, una frase muy escuchada, pero el compromiso igual que el amor también es un punto de llegada. Uno no empieza comprometido porque con qué te comprometés, no sabés.
— Lo decís muy bien en una parte del libro donde dice: "Montaña rusa emocional y no un viaje de paisajes".
— Sí, sí, esa es la idea que yo tenía cuando escribí eso, sí. En lugar de un viaje quizás más lento donde la idea del viaje no es generarte adrenalina sino que mires los paisajes, porque la construcción amorosa es un viaje que como todo viaje pasa por diferentes paisajes. Algunos paisajes pueden ser áridos, aburridos. Porque uno se aburre también en la pareja. Digamos, el amor si le sacamos el empaquetamiento del romanticismo, en la vida amorosa uno se aburre. Pero una cosa es aburrirse del otro y otra cosa es aburrirse con el otro.
—¿Qué es lo que más te preocupa de lo que ves?
— A mí lo que me preocupa es la desaparición del otro. Porque de lo que estamos hablando en definitiva es que todas estas cosas crean la idea de que el otro es prescindible o es peligroso. O mejor no acercarse al otro porque me puede hacer daño, ¿y cómo puedo saber si me puede hacer daño o me puede beneficiar si no lo conozco? Y acercarse realmente a una persona de carne y hueso con la propia carne y los propios huesos en una relación cuerpo a cuerpo tiene sus riesgos, por supuesto, pero vivir es una profesión de riesgo. Entonces a mí me parece que es muy peligroso lo que está pasando con la desaparición del otro, la creencia de que el otro puede ser reemplazado por fantasmas virtuales, por imágenes en pantallas, por mensajes de WhatsApp o de lo que sea, y que no es necesario contactarse realmente.