"Si lo mirás con Google maps es una manchita", dice Victoria. Habla de Macachín, el lugar donde creció: un pequeño punto en el mapa de La Pampa que, de cerca, es un pueblito agrícola y ganadero de 50 manzanas y 5.500 habitantes. En el pueblo estaba su papá el jueves cuando recibió el audio que le envió Victoria desde la Ciudad de Buenos Aires. Lloraba tanto que su papá se asustó. La mayor de sus tres hijas, sin embargo, lloraba porque acababa de recibir un mail que llevaba como título cuatro palabras: "Buenas noticias desde Harvard".
"Muchas veces me dije: '¿Para qué estoy intentando si esto es algo que pasa en las películas?", cuenta Victoria Orozco a Infobae. Tiene 28 años, es economista y trabaja en el Ministerio de Producción de la Nación. Lo que estaba intentando era que la admitieran para cursar un máster en Harvard, una de las mejores universidades del mundo. Su familia se enteró de lo que estaba pasando casi al mismo tiempo que otro montón de desconocidos, porque un compañero de trabajo lo contó, emocionado, en su cuenta de Twitter.
blockquote class="twitter-tweet" data-lang="es">Hay una chica llorando en la oficina porque la admitieron en Harvard. Trabaja en el Estado. Es de un pueblo de 50 manzanas en La Pampa.
— Bernardo Solamente (@berniastarloa) 15 de marzo de 2018
Victoria se crió en Macachín con sus padres –ambos abogados– y sus hermanas. "Mi papá, además, era intendente del pueblo así que desde chiquita estuve muy expuesta a los temas sociales", recuerda. "Ellos son profesionales y eso te puede mostrar un camino pero lo que más me marcó fue verlos salir a trabajar muy temprano y volver de noche. Tuve muchas herramientas pero si algo me enseñaron ellos fue el valor del esfuerzo".
Durante la primaria, vendía flanes que hacía con sus amigas del colegio. La más habilidosa los cocinaba, la más caradura los comercializaba y Victoria, que ya era muy buena con los números, llevaba las cuentas. Le interesaba, además, lo social. Su familia la recuerda, a los 10 años y en un salón municipal, organizando la ropa seca para los evacuados después de una inundación feroz.
Tenía 18 cuando vino, sola, a estudiar a la Ciudad, a 650 kilómetros de su casa. Había descubierto que en la UBA existía la carrera de Economía y, de acuerdo al programa, iba a poder unir la facilidad que tenía con las matemáticas con la "pata social".
"No había tantas mujeres que estudiaran Economía ni tantas mujeres docentes pero sabía que esa carrera me iba a dar las herramientas técnicas para pensar soluciones y la sensibilidad para entender que detrás de cada número hay una persona", sigue.
Hizo la carrera mientras daba clases particulares de matemáticas y vendía por internet ropa que compraba en la calle Avellaneda o traía de algún viaje. En la mitad de la carrera concursó y ganó una beca de investigación por eso, a los 21 años, ya estaba dando algunas clases como ayudante y empezando a pensar, concretamente, en el diseño de políticas públicas. Le cuesta decirlo –le gana la timidez– pero se recibió en la UBA con un promedio de 8,50 y medalla de honor.
Con otra beca hizo otro máster y, después de un proceso de selección durísimo, entró a trabajar al Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) y luego al Ministerio de Producción de la Nación. La red de "mujeres fuertes" que la alimentaron durante el camino ya era sólida. Primero su mamá: el ejemplo de una mujer que, pese a haber quedado embarazada justo cuando se estaba recibiendo de abogada, nunca dejó su carrera profesional.
Después, Priscilla Ramos, la docente e investigadora del Conicet que la detectó en el semillero y la llevó a dar clases. El otro nudo de la red fue Paula Szenkman, una joven economista que hoy es subsecretaria de Desarrollo y Planeamiento Productivo, a quien Victoria asesora. Sus "mentoras", como las llama, escribieron dos de las cartas de recomendación que necesitaba para aplicar a una Maestría en Harvard.
El año pasado, cuando Victoria decidió aplicar a una beca Fulbright para cubrir parte de los costos, aparecieron las dudas. Solo había ido a una academia de inglés en la primaria y durante una parte de la secundaria. "Había que llenar un montón de papeles, presentar ensayos y tener un determinado nivel de inglés. Me metí a full a estudiar. Me seguía pareciendo algo inalcanzable pero igual me tenía fe".
Victoria fue a rendir el examen de inglés. Rindió bien pero necesitaba una calificación mejor para aplicar a las universidades que quería. Volvió a presentarse. Lo consiguió. Le exigían, además, tener aprobado un examen de Lógica matemática, con un vocabulario en inglés muy complejo y con una demanda de agilidad mental importante. Fue a rendir. Le fue bien. "Sabía que para aplicar a Harvard me tenía que ir todavía mejor". Volvió a rendir. Lo logró.
A mediados del año pasado le avisaron que había ganado la beca Fulbright y que podía empezar a buscar entre las mejores universidades de Estados Unidos.
Aplicó a varias y se lo contó a sus amigos por encima, más como una anécdota que como una posibilidad. Le dijeron que sí en la universidad de Columbia, Georgetown y Michigan y el miércoles le dijeron que no desde la universidad de Berkeley. De Harvard seguían sin llegar novedades. El jueves, Victoria estaba en el ministerio y bajó a comprar comida. Tenía tanto trabajo que volvió y se sentó a almorzar frente a la computadora. Fue ahí que entró el mail de Harvard que la dejó en shock.
La habían admitido para cursar una maestría de dos años en Administración Pública con foco en temas de desarrollo internacional. "La idea es poder pensar políticas públicas para combatir la pobreza, para mejorar la distribución del ingreso en países subdesarrollados o en desarrollo". Ahora está postulada a una beca del Banco Mundial para terminar de cubrir los gastos (cuesta 110.000 dólares). Si no sale, tiene pensado usar sus ahorros y pedir un préstamo. El 2 de agosto la esperan en Boston.
Fue ahí que lloró, que llamó a su papá a Macachín, que hizo emocionar a sus compañeros de trabajo, a sus maestras del pueblo, a las amigas con las que vendía flanes y a las mujeres de su familia, que pretenden seguir poniendo eslabones en la cadena de "mujeres fuertes": su mamá es ahora diputada provincial por La Pampa, una de sus hermanas acaba de recibirse de abogada, la otra será ingeniera industrial.
"Me hizo muy bien ver cuánta gente se puso contenta por mí –se despide–. Creo que saben que hice el paso a paso, que tuve muchas posibilidades pero no me regalaron nada. Me ha tocado hacer esfuerzos sin recompensa y otros con recompensa, como este. Yo lo quería de chiquita. Me puse un objetivo, y adelante".
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