Al entrar a la plaza, se empieza a escuchar cada vez más de cerca una canción con melodías alegres. Se mezcla con risas de nenes y el sonido de una sortija que va de un lado al otro, intermitente. El ruido termina cuando uno de ellos, subido a un auto de madera que da vueltas, obtiene el trofeo. Abajo está Tito, el emblema de la calesita. Hace 40 años que se convirtió en un ícono del barrio de Devoto. Allí, generaciones tras generaciones le piden dar una vuelta más.
"Pegasos, lindos pegasos, caballitos de madera… Yo conocí siendo niño, la alegría de dar vueltas sobre un corcel colorado, en una noche de fiesta". Así describió Antonio Machado la experiencia de dar vueltas en una calesita. En definitiva, del primer viaje solos de la vida.
Tito comprende la sensación a la perfección. Todas las tardes le da vida a la calesita de la plaza Arenales, de Villa Devoto. Convertido ya en un personaje del barrio, grandes y chicos lo saludan desde la calle. Él les devuelve el saludo. Conoce a todos por su nombre y, cuando encuentra el tiempo, hasta les pregunta cómo fue el día en el colegio.
"Tengo 73 años y voy para 72", bromea Adelino Luis Da Costa -mejor conocido como Tito- y ya hace escapar algunas risas. La calesita existe desde 1938, y conserva algunos de sus juguetes iniciales. A fin de año, cumplirá 80. Hace 40 años que Tito va todas las tardes a la plaza de la calle Nueva York, entre Mercedes y Chivilcoy.
Vende los boletos a 15 pesos y hace mover la ilusión de la sortija. Durante las vueltas, se escucha música infantil: "No salgo de Topa o Ariana, que es lo que más piden", dice. Está en desacuerdo con las calesitas que optan por pasar reggaeton o "lo que esté de moda".
"Hay muchos padres y madres que vienen ahora con sus hijos, pero antes venían ellos cuando eran chiquitos", explica, y afirma que está al frente de un paseo que se fue transmitiendo a través de los años. Hay familias que vienen porque viven en el barrio, y otros que se acercan para conocer la calesita de Tito, que abre todos los días desde las 16.30 hasta el anochecer. Se convirtió en un infaltable de la recorrida por Devoto.
Tito llegó a ser calesitero por "una vuelta de la vida". Su tío migraba para España, y le vendió su calesita. "Todo el mundo, no solamente yo, está predestinado a algo. Cuando esa persona encuentra su ideal, llega a su felicidad. Yo ya la encontré", cuenta Tito. Su destino como calesitero debió estar escrito en algún lado.
Según Tito, "la calesita es un monumento histórico". "Si nombrás a Devoto, se te viene a la cabeza esta calesita", cuenta. Hace unos años, cuando se vendió el terreno en donde estaba -frente a plaza Arenales-, los vecinos juntaron firmas para que pudiera subsistir. La calesita ahora forma parte de la fisionomía del barrio.
En los fines de semana de verano, la calesita está abierta hasta la madrugada. En invierno, en cambio, se aprovecha más la tarde de la semana y la salida de los colegios aledaños. "Los domingos, si está lindo el día, pueden haber 300 personas", explica.
"Para hacer la diferencia con cualquier calesita, se tiene que tener alma de calesitero", dice Tito. "Hay un montón de circunstancias por las que uno quiere estar acá. No hay maldad ¿Qué clase de maldad puede haber en un chico de seis años?", expresa mientras le da las fichas para que los niños puedan dar otra vuelta. "La relación que tengo con los chicos es que ellos se sientan conformes y contentos, que estén en familia. No es solamente venir a dar vueltas".
"En una charla, acá en la plaza, le dije a un hombre que el alma de la calesita es la sortija. Él me dijo que no, que era yo", dice. "El día que no esté, para mi la calesita va a seguir. Es la herencia que puedo dejar".
Tito toma la responsabilidad de guiar a los nenes en el primer viaje de su vida. Al principio, suben con sus papás. A medida que van tomando confianza, se despegan y empiezan a girar solos. Se agarran fuerte del auto o del caballito y esperan a que Tito los salude desde abajo agitando la sortija. "Mi función principal es darle felicidad a ese chico. También trato de cuidarlo. En ese momento soy el abuelo que no está".
"Una día, pasó un muchacho con su hijo y su esposa. Se volvió hacia la calesita, y me agradeció las vueltas gratis que le di. Era un pibe de la calle. Me estaba agradeciendo las vueltas que dio cuando estaba en esa situación. Eso te da la pauta de lo que uno puede llegar a transmitir", expresa emocionado. Y revela un secreto: "Un rato en la calesita es mucho más que un paseo de algunos segundos".
La palabra "carrusel" tiene sus orígenes en el idioma italiano y significa "primera batalla". Alude a un ejercicio de entrenamiento que practicaban los turcos y árabes, allá por el año 1100. Estaba armado con caballos de madera suspendidos en vigas, que eran soportadas por una columna central.
La idea fue llevada a los reyes de Europa por los cruzados. Con el paso de los años, se fueron instalando pequeños carruseles en jardines privados de la realeza. Ya con el objetivo del entretenimiento, las primeras calesitas tenían muñecos colgados de postes o cadenas que simulaban volar y eran movidas por animales que caminaban en círculo.
En el país, la primera calesita se instaló entre 1867 y 1870 cerca del Teatro Colón, donde se encuentra la actual plaza Lavalle. Había sido fabricada en Alemania, y hasta 1891 no se produciría una en el país. La primera de industria nacional se situó en la entonces plaza Vicente López.
El elemento particular de una calesita, más allá de la música y los juguetes que dan vueltas, es la sortija. Un invento argentino de la década del 30, que se inspiró en las carreras de gauchos. "Cuando me preguntan qué es la sortija para mí, les digo que es el segundo triunfo que tenemos como seres humanos. El primero, es haber nacido. El segundo, es sacar la sortija", dice.
"Cuando el chico me la saca -yo tengo que transmitir que me la saca y no que se la doy- se siente un superhéroe", expresa mientras uno de sus pequeños clientes se queda con el trofeo. Se percibe como un partido ganado. Los dos son vencedores. Tito también será el héroe de la tarde.