Pamela tenía 19 años y acababa de instalarse en la Ciudad de Buenos Aires. Venía de Arrecifes con la idea de estudiar periodismo y, como había jugado al fútbol durante su adolescencia, buscó un club donde seguir e ingresó como arquera en uno de San Cristóbal. Fue cuando comenzó el torneo de la AFA que la vio por primera vez: del lateral hacia afuera de la cancha, una mujer daba instrucciones a sus jugadoras. Mariana, la mujer en cuestión, era la DT del equipo de futsal femenino de Atlanta. Pamela la vio en un partido, en otro, hasta que le dijo a una amiga: "Si me da bola, me caso".
"Nunca me imaginé salir con alguien del ambiente del fútbol, menos con una alumna o con una jugadora de otro club, especialmente por la diferencia de edad. Siempre fui muy seria con mi trabajo, para mí eso no existía", cuenta a Infobae Mariana Blanco (41). En aquel entonces, esa amiga en común -la que escuchó el "si me da bola me caso"- la invitó a tomar algo a un lugar al que, casualmente, iba a llegar Pamela. "Me mintió con la edad, me dijo que era mucho más grande", se ríe ahora Mariana. Se llevaban 12 años. Empezaron a salir.
Que Pamela se quebrara cúbito y radio en un partido aceleró el proceso de unión, porque Mariana se subió con ella a la ambulancia, se quedó en la internación y en la operación y conoció a su suegra antes de lo imaginado. "Yo nunca tuve problemas con mi orientación sexual -dice Pamela Visciarelli, que ahora tiene 29 años. De hecho cuando se lo dije a mi mamá me contestó que lo sabía desde que yo tenía 4 años. Así que cuando conoció a Mariana en el hospital me dijo: 'Ustedes van a formar una familia". Un año y un día después de haberse puesto de novias, Mariana y Pamela, se casaron.
"Yo soy más grande, a mí me costó más. Creo que mis compañeros de trabajo se enteraron de que me casaba con una mujer el día en que recibieron la invitación y leyeron los nombres", cuenta Mariana.
Era 2010, acaba de aprobarse la Ley de matrimonio igualitario pero la norma que podía cubrir los costos de los tratamientos en caso de que quisieran tener hijos no estaba ni siquiera en discusión. Igual, juntaron plata y fueron a un centro de fertilidad. Había una diferencia entre ellas y otras parejas de mujeres, en las que sólo una tiene que el deseo de gestar: "Las dos queríamos estar embarazadas".
Como Mariana era mayor, arrancaron por ella. Pagaron 6 inseminaciones con el semen de un donante pero ninguna funcionó. En 2013, justo en ese bache emocional, se sancionó la Ley de reproducción asistida. Mariana tenía 38 años cuando comenzaron con los tratamiento de alta complejidad. Con sus propios óvulos lograron generar 2 embriones pero ninguno se desarrolló. Sin saberlo, Mariana y Pamela terminaron recurriendo a un método que usan cada vez más parejas de lesbianas. Se llama método ROPA e involucra a 3 partes: una de las mujeres pone los óvulos, la otra pone el vientre, un donante pone el semen.
"La médica nos sugirió usar los óvulos de Pamela, que tenía 26 años, desarrollar los embriones in vitro y transferírmelos a mí para que los geste", cuenta Mariana. Como ya estaban acostumbradas a que el test diera negativo, hicieron la transferencia y siguieron con sus vidas. Mariana ya había dejado de trabajar como entrenadora de River –fue la única mujer que llegó a dirigir la primera división de Futsal Femenino de ese club-, pero acababan de llamarla para ayudar en el entrenamiento del Santiago Morning, un equipo chileno que iba a jugar la Copa Libertadores.
Pamela ya no jugaba en River sino en San Lorenzo, el único equipo argentino que viajaba a jugar esa misma Copa Libertadores. Se enfrentaron en la semifinal y el equipo chileno dejó afuera de la Copa al argentino. "Nos peleamos mal. Ella se quedó en Chile y yo me volví -cuenta Pamela-. Lo que no sabíamos es que ella ya estaba embarazada". El 7 de mayo de 2016 nació Juana, la nena que ahora juega con pulseras y hebillas de pelo en la redacción de Infobae.
"Por más que ya hayan pasado casi 8 años de la ley de matrimonio igualitario, todavía faltan muchas cosas. Juana es la única nena con dos mamás del jardín y cuando hay que firmar algún papel todavía dicen: 'nombre de la madre y nombre del padre'. Yo lo tacho y pongo 'nombre de la madre y de la madre', explica Pamela, que ahora es periodista y productora. "Lo mismo pasó con la licencia por maternidad. Como yo no la gesté, cuando nació me tuve que tomar 3 días, que es lo que le corresponde al padre. Yo soy una de sus madres, no soy el padre".
Les quedaron 6 embriones congelados y un proyecto a futuro: tener otro hijo, esta vez gestado en el vientre de la otra mujer de la pareja. A fin del año pasado, cuando Pamela tenía 29 años, le transfirieron 2 embriones que habían sido generados en el mismo momento que Juana. Apenas se le nota la panza, pero funcionó. Pamela está embarazada de Simón o de Eva.
En este caso, si el proyecto de ley que entró la semana pasada a Diputados prospera, por más que una de ellas no atraviese el parto, podrá tener una licencia más larga. El proyecto dice que a "la madre no gestante" le corresponderán 15 días de licencia. "Claro, le corresponde. ¿Está embarazada? No. ¿Va a ser madre? Sí", distingue Pamela.
Su segundo hijo o hija nacerá en los primeros días de septiembre. No saben si quieren tener más hijos pero quedaron 4 embriones congelados. Y aquí el dilema: ¿qué se puede hacer con ellos?
"Hay dos posturas. Una que dice que los embriones criopreservados sólo pueden usarse para ser transferidos a la paciente o que los pacientes pueden donarlos. En este caso, lo que queda latente es qué se puede hacer si no los quieren usar ni donar. Esa postura es la que asume que el embrión es una persona y, por lo tanto, no se pueden descartar", explica el biólogo Gustavo Martínez, presidente del Comité científico de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (SAMeR).
"Por otro lado, estamos los que decimos que el embrión no es una persona aunque merece un respeto grande porque tiene la potencialidad de serlo. Si no son personas, uno puede usarlos, donarlos y eventualmente desecharlos. No está resuelto porque la ley regula las coberturas de los tratamientos pero no las prácticas". Hoy Mariana y Pamela pueden usar sus embriones, donarlos a otras parejas o dejarlos eternamente mantenidos en nitrógeno líquido. No pueden desecharlos.
"Más allá de lo que nosotras vivimos, sufrimos, renegamos sorteando los obstáculos con la obra social, hoy tenemos el resultado", dice Mariana y señala a Juana y al bebé que crece en el vientre de su mujer. Y cierra: "La verdad es que este bebé no tiene vínculo genético conmigo pero eso no me genera ningún conflicto. Yo ya tengo una hija y tengo perfectamente claro que ser madre es otra cosa".
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