Faltaban casi 3 horas para el encuentro en el Congreso y los vagones del subte B estaban repletos. Era fácil diferenciarlos de los vagones colapsados en hora pico: la enorme mayoría de los pasajeros eran mujeres y tenían ropa violeta o pañuelos verdes. "Fijate que soy la única mujer grande del vagón que está yendo a la marcha -observa una señora canosa desde el asiento afelpado-. Afortunadamente, la mayoría son chicas jóvenes, incluso adolescentes. Pienso en nosotras cuando teníamos esa edad y pienso en ellas. Ya tienen mucha más conciencia de sus derechos y van a cambiar el futuro".
Unas y otras estaban yendo hacia Avenida de Mayo, el punto de encuentro del "Segundo Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans", que no sólo estaba sucediendo en Argentina sino en al menos 60 países del mundo. "Yo nunca me había sentido parte de nada y ahora estoy acá y ya me siento parte de la Historia", dice a Infobae Martina, de 18 años. Es que la marcha, según cálculos de las organizadoras, movilizó a unas 200.000 personas sólo en la Ciudad de Buenos Aires.
El Día Internacional de la Mujer había empezado con un llamado a que las mujeres pararan sus actividades en sus trabajos o las tareas de cuidado y domésticas en casa. Fue un pedido simbólico, más bien un modo de sostener la consigna "si las mujeres paramos, se para el mundo". Sin embargo, las que fueron autorizadas a tomarse el día, las que mintieron y se lo tomaron igual, las que faltaron al colegio o las que sólo pudieron adherir usando el #8M en las redes sociales, salieron a la calle apenas pudieron.
Por eso, entre las autoconvocadas que no pertenecían a ninguna organización, había chicas con jumper gris -que decidieron ir con sus compañeros de clase- y también mujeres con tacos recién salidas de la oficina.
Había mujeres adultas, mujeres trans -felices de que no sólo se considere mujeres a las biológicas-, mujeres con discapacidad (estaban en la columna central), mujeres indígenas, empleadas y despedidas (del Posadas, del Inti) mujeres solas, con parejas varones y parejas mujeres. Y no sólo mamás con sus nenas sino algunas madres y padres, juntos, con sus hijos.
"¿Sabés quién quiso que viniéramos? Él", dice Fernanda Diz sobre su marido, que sonríe junto a sus dos hijas, de 9 y 11 años. "Quiero que ellas vayan aprendiendo sobre sus derechos -sigue él- mientras nosotros vamos rompiendo lo que aprendimos de chicos. Yo estoy tomando conciencia sobre la violencia que puede haber en las palabras, a tratarnos de igual a igual o a valorar el trabajo que hacen las mujeres todos los días en casa para cuidar a la familia".
Hubo en líneas generales, tres temas capaces de aglutinar a semejante multitud: que mujeres y hombres tengan las mismas oportunidades laborales, que se debata el aborto en el Congreso para que no mueran más mujeres y que se ponga un freno a la violencia (en 2017 hubo 295 mujeres asesinadas, y cada vez con más saña: ahorcadas, degolladas, quemadas).
A la hora en que estaba previsto el inicio de la movilización, había tanta gente que era imposible dar dos pasos seguidos. Hace más de una década que los movimientos de mujeres piden la despenalización y la legalización del aborto pero es la primera vez que sus pañuelos verdes son el centro de atracción absoluta. Había embarazadas con pañuelos, hombres con pañuelos, chicos con pañuelos. Valían 30 pesos y antes de empezar a marchar, se agotaron.
"Me emociona mucho que hayamos llegado a esto. Es que es pura hipocresía lo que pasa con el aborto: dicen defender la vida cuando las mujeres se mueren. Lo que pasa es que se mueren las pobres", decía Adriana. Estaban hablando de mujeres muertas pero el clima -ayudado por las batucadas en la que ellas también tocaban los bombos que suelen acaparar ellos-, era de festejo: la alegría de haber hecho reaccionar a tanta gente. De fondo, cantaban: "Sí señores, sí señores, prohíben el aborto, los curas abusadores". El coro, añadía: "¡De menores!".
Nadie había improvisado: algunas tenías las uñas esmaltadas con verde, otras usaban el reflejo de las vidrieras para pintarse los labios de violeta. Había mujeres con purpurina en la cara, chicas en tetas, jóvenes con el pelo teñido de verde, disfrazadas.
Hubo clima de orgullo y alegría aún entre los familiares de mujeres víctimas de femicidios, que sonreían para las fotos con los nombres de sus chicas asesinadas impresas en remeras blancas. El orgullo era por ver que el mundo estaba sacudiéndose y notando que si las muertas no fueron sus hijas fue de pura suerte.
Cerca de ellos, Brenda -short cortito y top- decía: "Tengo 17 años y es la primera vez que vengo. Se que yo o cualquiera de mis amigas un día puede desaparecer y aparecer muerta, y no va a ser por la ropa que lleve puesta. Estoy harta de que me digan cosas o me toquen en la calle", dice y levanta un cartel: "Mi cuerpo es mío, no de tus miradas lascivas ni de tus manos abusivas".
Agustina, 32 años, observaba a la columna principal moverse junto a Vita, su hija de 1 año y medio. "Es la primera vez en mi vida que vengo a una marcha, creo que porque hoy soy más consciente. Dejé de pensar que ser feminista es odiar a los hombres. Reflexioné sobre cómo fuimos criadas: 'las mujeres de la casa hacen todo mientras papá mira el partido'. Eso está cambiando porque con mi marido la criamos a ella a la par. Aunque sea chiquita, quiero que cuando crezca tenga claro que hombres y mujeres merecemos igualdad de oportunidades".
Era tanta la gente que aparecía por cada calle que se siguió avanzando lentamente. Aparecían agrupaciones en cada bocacalle (mujeres científicas, mujeres docentes, mujeres de las centrales de trabajadores), por eso la lectura del documento sobre el escenario se hizo casi a las 20. En la Plaza de los dos Congresos, miles de mujeres esperaban en rondas, sobre el pasto, charlando y tomando mate.
Desde el escenario, las organizadoras leyeron un documento: hablaba, entre otras cosas, de la despenalización del aborto, de la igualdad en los salarios, de la paridad en los lugares de decisión, de la necesidad de que haya políticas públicas y presupuesto para prevenir la violencia y para ponerle un tope. De fondo, estaba el Congreso de la Nación, el lugar preciso en el que las leyes deberán acompañar los quiebres culturales.
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