"Mi nombre es Vanesa Cufré, soy de la ciudad de Villa María, Córdoba. Activista, militante, feminista. Soy una mujer trans. Soy estudiante de la carrera de Comunicación Social", se presenta. En diálogo con Infobae hace un repaso de su dura vida: desde la infancia y aquellos años de adolescencia en los que tuvo que trabajar entre ladrilleros para afrontar la crisis de 2001, hasta las dificultades para hacer cualquier tipo de trámite antes de que se sancionara la Ley de Identidad de Género en la Argentina, en 2012. De todas las veces que comenzó y dejó el secundario porque trabajaba como prostituta para subsistir. De cómo encontró en la militancia y en los estudios que cursa en la Universidad un camino posible y un faro para luchar por los derechos de todas.
-¿De dónde venís?
-Nací en el seno de una familia de clase popular, una familia muy pobre, muy numerosa, también, de la ciudad de Villa María. Mis abuelos siempre fueron jornaleros. Mi abuela fue una mujer que mantuvo durante 40 años su casa. Teníamos una familia donde yo tenía 10 tíos y tres tías. Mi abuela tuvo quince hijos y su vida siempre fue trabajando en el trabajo de cortadores de ladrillos. Hoy están conglomerados en un montón de sectores de la economía que no tienen representación todavía, ni siquiera, con derechos laborales como otros sectores. Creo que eso marcó absolutamente mi vida, en el hecho de conocer la pobreza, la miseria. Y entender también que muchos de los derechos que teníamos privados eran en parte por esa pobreza y esa miseria, que tenían un carácter económico. Luego fui reconociéndome en ese sistema de clases en donde sin dudas entendí, desde muy temprana edad que el proceso de formación intelectual, el acercamiento a las instituciones educativas era la acción más revolucionaria que podía realmente hacer para mi situación.
-En ese marco, ¿cuándo empezaste a percibir que el cuerpo que tenías o habitabas no representaba quien eras vos realmente?
-Desde muy temprana edad. Desde las primeras representaciones que veía en la televisión, en los dibujos animados, distinguía claramente las diferencias del género. No sé si muy claramente. Pero a los 4 o 5 años ya tenía consciencia absoluta de qué era un hombre y era una mujer, las diferencias por ahí. Tuve una aceptación de mi cuerpo, pero siempre me sentí absolutamente reflejada en la imagen femenina. En los juegos de niños siempre jugaba en roles femeninos con mis hermanas. Creo que fue de los cuatro años en adelante. Luego tuve una aceptación de la cultura, una aceptación de lo que se me imponía. Yo también nací en el seno de una familia, podríamos decir, conservadora, ligada a lo eclesiástico, a lo religioso. Y también había líneas muy claras. Entonces traté de mantenerme, podríamos decir, dentro de la cultura en ese rol. Hasta los 14 años que fue en un proceso de descubrimiento donde pude identificar que sentía realmente algo más, que no era una simple representación, sino que era una identidad lo que sentía y que lo otro era una aceptación nada más, de la cultura, del contexto. Y decidí expresarme. Bueno, pagué altas consecuencias por eso.
-¿Cómo viviste el proceso de ir a la escuela?
-Tuve un gran acompañamiento en la escuela, en la primaria concretamente, de las maestras. Creo que tuve una situación muy particular en mi niñez, que tenía que ver con la separación de mis padres. Me crié con mi papá. Creo que eso también me hacía, en algún punto, buscar una figura materna o una figura en una mujer. Si bien estaba mi abuela muy presente –mi abuela es una de las mujeres más presentes en mi vida– también tenía mucho que ver lo que sucedía, esa relación con mis maestras. Entonces creo que eso me acompañó y también me privó de sufrir. Luego, tarde o temprano, esas circunstancias llegan. Cuando tuve el cambio de escuela y pasar a otro contexto se notó la diferencia. Más que nada en el rechazo, en algunas actitudes que quizás de niña uno no las ve, no las siente. Pero sí las expresa. Y en la diferencia que marcamos todo el tiempo de qué es masculino y qué es femenino está absolutamente marcado y atravesada estas diferencias. Si los niños y las niñas no lo notan, los adultos se las hacen notar.
En el secundario sufrí absoluta exclusión, acoso, bullying, burlas
-¿En tu caso puntual cómo lo vivías en la adolescencia o la pre-adolescencia cuando todos están de alguna manera viendo quiénes son o qué quieren ser?
-El paso a la escuela secundaria fue el más fuerte. En segundo año sufrí absoluta exclusión, acoso, bullying, burlas. También es donde una se empieza a acercar a otros componentes sociales que fueron, por ejemplo, las amigas. Ahí no había tantas profes con la autoridad que en la escuela primaria por ahí tienen. En la secundaria hubo otra situación, donde me acerqué a grupos de contención que tenían más que ver con amigas, con mujeres que hoy son mis amigas también, después de tantos años pero que fueron en ese momento un gran apoyo. Yo me autoflagelaba, me autoincriminaba algún hecho que en realidad no era ningún hecho ni delictivo ni nada parecido, sino que era sentir como una sentía, quién era, qué era. Eso no tenía que ver con que estabas rompiendo ninguna regla. Eso me lo hicieron ver mis amigas, eso fue lo que me mantuvo en algún punto. Pero decidir eso me llevó a que desde mi casa, que era tan conservadora y demás, me echaran. Yo tenía 14 años. Eso me llevó al hecho de tener que abandonar la escuela. Creo que no sé si sufrí tanto el abandono por ahí de salir de mi casa como lo que hoy me valió saber que tuve que abandonar el sistema educativo. Luego sufrí muchísimas más consecuencias, quizás, por haber abandonado el sistema educativo que por haberme ido de mi casa. Tenía una gran familia, me fui a casa de tías, me fui a casa de otra gente. Pero necesitaba las firmas de mi papá, de mamá. En el caso de mi papá, desde los 14 años yo no tengo relación en absoluto.
-¿Qué te decía él?
-Yo no expresé una identidad trans. Se podría decir que están absolutamente invisibilizadas las identidades trans en la infancia. Se le asigna a un niño, a una niña o a une niñe una atracción sexual que no tiene, como si fuese una orientación sexual. Un niño maricón, afeminado parece que tuviese una atracción sexual. Y en realidad es una identidad de género lo que muchas personas en la infancia viven. Creo que es eso lo que más me marcó: ver que estaba absolutamente invisibilizada mi identidad y que lo único que recibía en mi familia era esto, una confusión entre la orientación sexual y la identidad de género. Obviamente la ignorancia reina de por medio. Pero bueno, sus palabras fueron muy simples y yo no las voy a olvidar nunca. Fue: "Yo no voy a vivir en la misma casa que vive un homosexual". Y desde ese día yo no tuve relación alguna. En algún punto yo siento pena por las no posibilidades de algunas personas de no poder comprender las formas tan personales que tenemos de vivir las identidades, el género, el sexo.
El mundo del trabajo
En 2012 fue aprobada y reglamentada a nivel nacional en la Argentina la llamada Ley de Identidad de Género, que reconoce el derecho de las personas trans de todo el país a ser reconocidas con su identidad autopercibida, al tiempo que obliga al Estado a garantizar la atención integral de su salud. Según estadísticas oficiales, a cinco años la sanción de la Ley, más de 5 mil personas tramitaron el cambio de su documento nacional de identidad. Sin embargo, las organizaciones sociales insisten en que todavía faltan medidas desde el Estado para que las personas trans puedan acceder al mundo del trabajo. De hecho, algunos distritos comenzaron a trabajar en este sentido. En la provincia de Buenos Aires, donde vive casi el 40 por ciento de los ciudadanos del país, se aprobó en septiembre de 2015 la llamada Ley de Cupo Laboral Trans, que obliga al sector público de la provincia a "ocupar, en una proporción no inferior al uno por ciento (1%) de la totalidad de su personal, a personas travestis, transexuales y transgénero que reúnan las condiciones de idoneidad para el cargo y establecer reservas de puestos de trabajo a ser exclusivamente ocupados por ellas, con el fin de promover la igualdad real de oportunidades en el empleo público". Sin embargo, luego de más de dos años, la gobernadora María Eugenia Vidal continúa sin reglamentar la norma votada por el Poder Legislativo.
Consultada sobre las dificultades para la inserción laboral de las personas trans, Vanesa Cufré cuenta su propia experiencia, cuando siendo adolescente trabajó entre ladrilleros para poder subsistir hasta que se identificó como trans y decidió optar por se trabajadora sexual: "El sector ladrillero de donde venía mi familia es un trabajo de absoluta explotación y desde muy niños y niñas nos criamos en ese contexto. Entonces yo vi una alternativa, cuando me identifico como trans, en el trabajo sexual. Esto quiero remarcarlo, porque es una visión muy particular, es mi historia. Yo sentí que a los 14 y 15 años estaba siendo explotada en otro contexto, que era el contexto del trabajo ladrillero. A los 16 o 17 años, con una identidad ya preestablecida, podríamos decir, yo sentía que me sentía mujer. No era que me gustaba un chico, tenía algo más profundo que eso. Entonces elegí, podríamos decir viví, la primera experiencia del trabajo sexual". Sobre esa decisión, asegura: "Yo estoy absolutamente abierta a todas las discusiones que tengan que ver con la situación de prostitución y el trabajo sexual. Pero en ese momento me resultó una opción más válida que la que tuvo que ver con el otro trabajo, donde trabajaba ocho o diez horas, en los años 2001 y 2002, por 20 pesos por día. Cuando, con suerte 15 o 20 pesos los hacías con un cliente en 15 o 20 minutos.
-¿Cómo te enfrentabas, todavía sin Ley de Identidad de Género, a la burocracia, a los papeles?
-Villa María es una ciudad que hoy tiene 100 mil habitantes. Es una ciudad conservadora del interior cordobés. Yo creo que es una ciudad que me dio muchísimas oportunidades también, una ciudad muy permeable. Conservadora pero permeable. Yo supe hacerme un lugar en esa sociedad, yo supe incluirme antes de que me incluyan; yo lo entendí así. Yo sentí que era una necesidad de mi parte traspasar los límites fijados hasta por la misma geografía del lugar. Porque la ciudad también te impone esos límites con las barreras del sistema represivo y demás. Quienes éramos de los barrios marginales no cruzábamos muchas veces para la zona del centro sin que te parara la policía, sin que te dijeran "¿y vos qué hacés acá?". Creo que fui haciéndome poco a poco un lugar. Luego me encontré con un grupo de gente que realmente me cambió la vida. Yo siempre digo que la militancia me salvó la vida. La exclusión que viví… Con 16 o 17 años ya había caído detenida tres o cuatro veces solo por prostitución, artículos que tenían que ver con códigos contravencionales de faltas, de la provincia de Córdoba. Prostitución escandalosa, este tipo de códigos, que muchas veces son usados para criminalizar a nuestra población.
La Ley de Identidad de Género lo primero que le devolvió a la población trans fue autoestima
-¿Cuándo fue que hiciste el click en tu cabeza sobre tus derechos?
-En algún momento me convencí de que había otra vida para mí. De que la expectativa de vida no podía ser de 35 años. De hecho una lo pensaba así, ya lo veía así, sabías que a los 35 años era muy probable que estuvieses absolutamente devastada. Físicamente, emocionalmente, mentalmente también. La exclusión que se vive todos los días por salir a la calle. Lo que vivíamos como personas trans era una vulnerabilidad que sufríamos todas cuando íbamos ahí, a los papeles, cuando íbamos a pedir un alquiler, un crédito. "No, pero tiene que venir a firmar tu hermano". O te preguntaban: "¿quién es el titular?". "No, pero soy yo". Era complejo, teníamos que tener mucha autoestima, que no teníamos. Creo que la Ley de Identidad de Género lo primero que le devolvió a la población trans fue autoestima. Ser reconocidas con ese nombre, se te notara mucho la barba o se te notara poco. Fueses más o menos femenina que la otra.
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ENTREVISTA COMPLETA, ACÁ