Se quemó de bebé y le amputaron los dedos: la historia de la joven que lucha para convertirse en médica

Natalia Treglia estudia Medicina y una de sus opciones es ser cirujana. Pero su sueño está amenazado por un obstáculo inesperado: no existen guantes de látex para estudiantes que sufrieron amputaciones. La joven de 25 años se saca fotos sin filtros y tiene miles de seguidores en Instagram

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En Flores, donde vive. De
En Flores, donde vive. De frente, su estetoscopio (Martín Rosenzveig)

Natalia había tenido broncoespasmo desde los primeros meses de vida, por eso el neumonólogo le había recomendado a sus padres que compraran un vaporizador y lo pusieran en su habitación. Esa madrugada de septiembre de 1994, Natalia dormía en la parte baja de una cama cucheta. Su hermana, de 7 años, en la parte alta. La habitación estaba a oscuras cuando el artefacto hizo cortocircuito. La térmica no saltó. Y la habitación, con las nenas adentro, comenzó a prenderse fuego.

"Tenía dos años y tres meses, por suerte no me acuerdo de nada", cuenta Natalia Treglio, que ahora tiene 25 años y vive en Flores con su padre, su perra caniche y un gato. Aquella noche en la casa de Villa Luro, su hermana saltó de la cama y, a tientas entre el humo negro, corrió a buscar a sus padres. Los juguetes y los peluches ya estaban propagando el desastre.

Natalia no se había quemado con fuego y, en la oscuridad total, creyeron que la beba -que había llegado a sus vidas después de varios tratamientos de inseminación artificial- estaba bien. "Pero cuando se acercaron a la luz de emergencia y me vieron, salieron corriendo", cuenta ella.

Una de las pocas fotos
Una de las pocas fotos que tiene de su vida antes del accidente.

Durante la primera semana de internación en el Instituto del Quemado, los médicos creyeron que no iba a volver a ver. La trasladaron al Garrahan, la ingresaron al quirófano una y otra vez para colocarle injertos de piel y en una cama pediátrica de Parque Patricios comenzaron a tejerse los hilos que iban a definir su futuro. "Tenía una infección en los dedos de las manos. Esperaron un tiempo para ver si mejoraba. Pero empezó a haber riesgo de que la infección subiera a los brazos. Menos los pulgares, me amputaron todos los dedos".

Natalia recibe a Infobae en su departamento. No tiene remera de mangas largas ni sombrero sino el pelo suelto y musculosa, y en la elección de su ropa se revela algo de su identidad. Muestra los espacios vacíos del cuero cabelludo, las cicatrices de sus brazos, las de su espalda: las partes de su cuerpo de la que extrajeron láminas de piel sana para hacer injertos en la cara y en el cuello.

Era 1994 y mientras los argentinos seguían abatidos por el doping positivo a Maradona y aquel "me cortaron las piernas", la familia de Natalia comenzaba un lento proceso de reconstrucción. En diciembre, un día antes de Navidad, le dieron el alta. Ella, que aún no había cumplido 3 años, atravesó una o dos operaciones más por año, con varios meses de postoperatorio cada una. "Fue así hasta que cumplí los 15". Natalia, igual, festejó sus 15 con una fiesta.

Mientras estaba internada -le contaron- había un chico que se había prendido fuego haciendo un experimento de Química. Tenían prohibido acercarle un espejo. Funcionó hasta el día en que el chico vio su reflejo en los lentes del médico que lo revisaba. "Tuvo una crisis terrible. A mí no me pasó nada de eso. Para mí siempre fui así, como me ves ahora. Si veo fotos mías de bebé, siento que es otra persona".

En su cumpleaños de 15.
En su cumpleaños de 15.

El bullying aun no llevaba ese nombre cuando Natalia empezó el jardín y la primaria. "Tuve que aprender a contar lo que me pasó como a deletrear mi apellido. Pero entre chicos no había crueldad. Al contrario, me mandaban dibujos cuando me operaban". Las burlas llegaron con los años: "Había amigas, o las que yo creía amigas, que a escondidas me cargaban por cómo agarraba la lapicera".

Cada cirugía le llevaba tanto tiempo de recuperación que terminó repitiendo. "El secundario fue horrible, no encajaba en ningún grupo. En los últimos años quería operarme para poder faltar", cuenta. La última operación, en la que le colocaron expansores para reconstruir las secuelas de las quemaduras en el cuero cabelludo, fue mientras cursaba quinto año.

Pero Natalia no se aisló, y a los 17 años abrió un fotolog y se convirtió en flogger. "Yo ponía mis fotos, no me escondía. Pero era una época difícil, todos adolescentes. Empezaron a aparecer usuarios que abrían páginas sólo para hacerme bullying. Uno escribió que yo me parecía a Voldemort, el personaje de Harry Potter, eso me dolió mucho. Pero también empezaron a aparecer personas desconocidas que me defendían o se movían para que cerraran esas cuentas".

Cuando pudo elegir a qué dedicarse, una escena repetida a lo largo de su vida, se resignificó. "Cada vez que volvía de una cirugía, le hacía lo mismo a las muñecas". Natalia, entonces, comenzó la carrera de Medicina.

"El problema llegó cuando cursé Anatomía, porque las partes del cuerpo con las que estudiamos están separadas y conservadas en formol. Necesitamos guantes para tocarlas y a mí me bailaban todos los dedos". Natalia decidió cortar los dedos de los guantes de látex y cerrar los agujeros con La Gotita. Hasta que pensó a futuro y entendió que esos guantes nunca iban a estar esterilizados y, si estaba pensando en ser cirujana, se había topado con un obstáculo inesperado.

En su cuarto, donde estudia
En su cuarto, donde estudia para recibirse de médica (Martín Rosenzveig)

Habló con una empresa argentina que los fabrica, le contó de su amputación y le contestaron que hacer una matriz nueva costaba más que un departamento. "Entonces empecé a hablar con una empresa china, con horarios chinos. Dormía con el teléfono abajo de la almohada".

Después de un año y medio de idas y vueltas, le contestaron que podían hacerle guantes especiales. "Mi prima, que es odontóloga, hizo el molde. Pusimos alginato en una botella, el que se usa para hacer impresiones dentales, y metí las manos. Mandé el molde a China. Me contestaron que podían hacerlo pero que costaba 52.000 dólares y que la compra mínima era de 50 millones de pares de guantes".

Como se negaba a volver a ser "la protegida" entre sus docentes, Natalia tuvo que recursar Anatomía. Se deprimió, picó en el fondo y volvió a subir. La gesta de su cuenta de Instagram -y lo que iba a hacer con ella-, ya estaba en marcha.

Empezó a poner selfies, muchas sin filtros, con hashtags variados: #sexy, #NotPerfect, #StopBullying. "Hasta los 15 años pensaba que era la única persona en el mundo a la que le había pasado algo así. Por eso creo que no sólo me sirve a mí, porque mucha gente me dice cosas buenas que me ayudan a seguir, sino a otros que puedan estar sintiendo lo mismo".

 

Tiene más de 12 mil seguidores y selfies con hasta 18.000 likes (me gusta). Recibe mensajes de usuarios de Argentina, de Perú, de Estados Unidos, de Brasil, de Arabia Saudita. Muchos son de jóvenes que sólo la alientan; otros, de adolescentes que también se sienten fuera del molde. "Ven que me saco fotos como cualquiera, no me escondo. No estoy pensando todo el tiempo que tuve un accidente".

Casi 20 mil likes obtuvo
Casi 20 mil likes obtuvo cuando contó Instagram lo que significa no tener los guantes que necesita.

Después se despide, tiene que seguir estudiando. Ataja al cachorro, baja al palier a abrir la puerta. Alguien que camina por la vereda la mira de reojo. Natalia ni lo ve.

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