Lo primero en lo que se piensa cuando se ve a tantas personas agolpadas alrededor de las escalinatas de la rambla de Mar del Plata es que toda esa gente podría llenar un teatro. En el medio un hombre de voz rasposa, gorra y remera, le hace frente a la multitud sin más armas que un micrófono.
A Luis Flores hace ya muchos años que nadie le dice Luis Flores. Para todos es El Chileno, el artista callejero que todas las noches alrededor de las 21 llena la rambla de Mar del Plata con un show que se extiende hasta las 2:30 de la mañana. Cuando termina se queda otra media hora sacándose fotos, recibiendo invitaciones que van desde una cerveza a un partido de fútbol o intercambiando teléfonos con desconocidos que se acercan a pedirle trabajo.
Infobae lo espera mientras cumple con el último de los pedidos: una mujer lo está filmando con su celular y él mirando a la cámara, con la luz blanca del flash pegándole de lleno en la cara, graba un saludo para dos chicos que están privados de su libertad en la cárcel de Batán.
"Estar en la rambla para mí es como estar en televisión con Tinelli o con Susana. En el teatro más grande de Mar del Plata entran 2.000 personas y por la rambla pasan cada noche 5.000 o 6.000", asegura, mientras cruza con las manos en los bolsillos el boulevard Peralta Ramos. Todo el tiempo lo paran, le piden una foto o le convidan con algo y él a todo dice que sí. "Yo me puedo creer el mejor, pero si me la creo la gente me saca la roja y no viene más. Hay que ser humilde", comenta. A su alrededor tres colaboradores vigilan en silencio todo lo que pasa.
El humor de El Chileno es al límite. Durante cuatro horas hace equilibrio entre el bullying y el chiste ácido, en medio de puestas en escena que terminan siendo una excusa, apenas un guión sobre el que hacer lo que mejor sabe: improvisar. El contrapunto con el público se vuelve clave y ninguna noche es igual a la anterior. Expresivo, de barrio, rápido, sensible, sabe cuándo volantear, cuándo cambiar el tema, cuándo no tirar más de la soga. Maneja enteros los hilos de un show que le pertenece y que levantó solo.
Hace 30 años El Chileno, que hoy tiene 44, llegaba por primera vez a la ciudad de Mar del Plata. "Yo estaba durmiendo en la calle y en ese tiempo dormir en la calle era aberrante, la gente te miraba y se reía. Estuvimos tres días con mi hermano y un cordobés viviendo así. Al cuarto día les dije a los pibes 'voy a laburar', me fui, hice un show y gané 80 pesos, que en esa época eran como 8 lucas. Alquilé un hotel, me compré zapatillas y un traje para actuar. La gente se me reía, era un pibe de 14 años de traje, parecía cualquier cosa. Hoy llego y los porteros me dan la llave sin plata", marca la cancha y deja en claro que a la rambla no se la regalaron, se la ganó.
"No es lo mismo ser Tevez por el nombre que ser Tevez por correr y transpirar la camiseta", dice como al pasar, trayendo al "Apache" a la charla y sumando: "Yo cada show que hago lo hago como si fuera el primero o el último, dejo todo. Quiero que al final me digan 'te pago porque valió la pena, loco'".
A veces alguien desde el público intenta retrucarle y los que lo conocen saben que lo que sigue a eso es una de las mejores partes del show. La picardía de El Chileno para devolver como una cachetada cualquier chicana inesperada, de gambetear en el terreno de lo no planeado y salir del corner con un caño, hace explotar a todos los que lo miran, al tiempo que envía un mensaje claro: el que vaya a decir algo, que se atenga a las consecuencias.
"Si me boquean en el show o me dicen algo indebido se quieren matar porque yo tengo diez veces más trucos para darles por la cabeza. Mi mejor arma es el micrófono", dice, y otra vez trae al ídolo de Boca: "A mí eso me lo dio lo mismo que tuvo Tevez; el hambre. La calle me lo dio todo. Yo sé lo que es dormir en la calle, yo sé lo que es cagarse de hambre, no me la contaron, yo la viví".
"Todos los días busco desde la miseria ridiculizar, acá está muy de moda el bullying, yo lo que hago es llevarlo al extremo, para que choque", una forma de que la gente se dé cuenta de lo que no tiene que hacer, como "un tirón de orejas", lo define, indagando entre las líneas de un show en el que hay más que algunos chistes.
"Mi papá era payaso de circo y me había enseñado la rutina, ya de chico me subía a los colectivos y hacía el papel de Cantinflas, un humorista mexicano", se acuerda de los primeros pasos en el mundo de la actuación. Y deja saber: "Yo toda la vida fui artista de calle, estuve con Tinelli, Susana, Peligro sin Codificar, La Cocina del Show, Hora de Reír, después hice teatro acá en Mar del Plata, soy el primer artista de la calle que ganó el Faro de Oro y la Estrella del Mar. Así y todo elijo la calle. Cuando me metía en un teatro la gente venía y me decía 'loco, el Chileno no es el Chileno si no está en la calle'. Y tenían razón".
"El que conoce Mar del Plata sabe que esta ciudad es conocida también por los artistas de calle: hay bailarines, payasos, malabaristas y me molesta por eso que de los teatros a veces nos llamen competencia desleal. No lo es, el teatro nació en la calle, desde un bufón haciendo reír a un rey, pasando por los mimos y hasta los cómicos", repasa la historia de un oficio con el que convivió siempre.
Con el humor aprendió "a caminar en la cornisa entre lo emocional y lo divertido" y siente que podría actuar frente a la cantidad de gente que sea sin que lo afecte en lo más mínimo. "Hice un show con Damas Gratis en el Luna Park y Pablo (Lescano) me dice 'che, que no te vaya a temblar la pera', yo lo miré, me reí y le dije 'vos estás re loco', porque yo entre más gente hay más me transformo", comparte.
Entrada la madrugada, mientras cierran el último bar, se ríe y dice que piensa retirarse a los 50. Después, confía: "Es lindo divertir al que menos tiene, pero hay algo que a mí me hace millonario: el ruido que yo hice en la rambla de Mar del Plata no se lo van a olvidar más. En la vereda del Hermitage están las manos de Olmedo y en la de la rambla van a estar las de El Chileno, aunque tenga que romper todo y ponerlas yo".
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