Era la noche de Año Nuevo, el 2015 iba a comenzar con una fiesta en una casona antigua y fue en esa transición entre un año y otro que Javier decidió "montarse" por primera vez. Tardó casi dos horas en maquillarse, se colocó pestañas postizas, una peluca negra con ondas y se cortó el flequillo en pico, estilo Natalia Oreiro. Después, se puso un body reductor rojo, pezoneras, un deshabillé de gasa con capucha y volados, se subió a unos tacos y se puso a bailar entre la gente de civil. Esa noche, en el interior de un personaje naciente, comenzó su doble vida. De día, es Javier, empleado en un call center. De noche, es Drag Queen.
Javier Santamaría, el joven de 25 años que llega a la redacción de Infobae y saluda con timidez, es delgado y bajito. En cambio "La Santamaría", el personaje que creó desde que es Drag Queen, es una "mujer bomba" típica de la década del 50, estilo Marilyn Monroe. "Una Drag Queen -explica el joven nacido en Lanús- es alguien que se monta para crear un personaje a partir de sus referentes artísticos. Montarse es maquillarse, peinar una peluca y crear un vestuario para representar a un ser femenino".
No es actor ni estudió artes escénicas. "Todo empezó porque hacía muchos años que me sentía incómodo con mi imagen. Usaba ropa muy masculina para disimular mi homosexualidad. En esa época, yo tenía 18 años y recién estaba saliendo del clóset, conocí a Matías, mi actual pareja. Él me impulsó a liberarme y a ponerme lo que quisiera. Primero me compré borcegos en una zapatería de mujer, después empecé a usar chupines de mujer. Cuando lo logré fue una revelación. Me dije: 'A partir de ahora voy a usar lo que me guste sin esperar autorización de nadie'".
De a poco, empezó a hacerse un esfumado en los ojos y algún corte o tintura de su propio pelo para salir a algún boliche gay. La nueva imagen era más bien rockera. Después fue agregando accesorios: una gorra, un tocado, aros. "Así conocí a las Drags. Yo pensaba que eran chicas trans que hacían personajes artísticos, no sabía bien qué eran. Y empecé a experimentar". Había una diferencia: las chicas trans -muchas de ellas con cirugías de mamas y/o genitales- se mostraban como mujeres de noche y de día. Las Drags no: en la cola del supermercado, se mostraban como varones.
Su novio, que trabajaba como fotógrafo en una fiesta en la que varias Drag Queens eran anfitrionas (La Whip, en el boliche Amérika) empezó a montarse. Como su referente es Marilyn Manson, creó un personaje llamado Le BrujX, una fusión entre lo gótico y lo dark con estética femenina.
Javier, amante de Monroe, Rita Hayworth y Ava Gardner y seguidor de David Bowie y de Madonna, fue dándole forma al suyo. Es una "fishy", como se llama a las Drag Queens con un look muy femenino, "muy muñeca". Según el diccionario de Rupaul -una referente mundial que hace 20 años estuvo en el living de Susana Giménez-, el nombre viene de "olor a pescado", en referencia a la vagina.
"Ser Drag Queen demanda mucho dinero. Una buena peluca arranca en los 1.500 pesos, lo mismo que unos buenos zapatos. Como no teníamos esa plata, lo primero que compramos fue unos tacos en una feria americana para usar a medias". Javier y Matías compraron, además, pelucas de cotillón en el barrio Chino y las intervinieron con extensiones.
Javier empezó a conocer a otras Drags, vio cómo se producían las que competían en el famoso reality show de Rupaul (está en Netflix) y, entendió que su trabajo freelance como maquillador social nunca iba a ser suficiente para para comprar esos zapatos o esas pelucas. Y por eso decidió comenzar a trabajar en un call center, que tiene como clientes empresas grandes, como Personal. Sus jefes saben que de noche cambia de piel, sus compañeros también. No hubo problemas.
Para moldear su personaje, compró una placa de goma espuma y diseñó, artesanalmente, un relleno de caderas que se coloca debajo de tres pares de medias ultraopacas. "Las caderas redondeadas ayudan a crear la ilusión de una cintura más pequeña". Y con un tutorial en Youtube aprendió a hacerse pechos: con una manga, carga gel para el pelo sin alcohol y rellena preservativos. El resultado: siliconas caseras.
Lo ideal -dice- es tener tres horas para maquillarse. Javier y Matías viven en Banfield, por eso, a veces se producen y se toman el tren hacia la Ciudad. "¿El resto? A veces te ama y a veces te odia. Nos ha pasando que nos pidan fotos y también que nos insulten". La inmersión fue tan profunda que hace un año crearon juntos la fiesta Trabestia, en donde también están dos de las Drag Queens que en octubre fueron al programa de Marcelo Tinelli: Sosuna Morosa -la mujer con barba-, y Lest Skeleton.
Puede ir cualquiera a la fiesta, aunquea la idea es que aproveche la oportunidad para ir "dragueado" (han ido hombres de 80 años "montados"). "La mayoría somos varones gays, aunque nada impide que un hombre heterosexual sea Drag Queen. Creo que los hombres hétero no se animan porque tienen más prejuicios y represiones que no les permiten sentirse tan libres: ¿Qué van a pensar si me monto de mujer?, ¿que me gustan los hombres?, ¿que quiero ser mujer?, ¿me va a perjudicar en el trabajo?'. Yo les diría que vengan y prueben".
En estos dos años, aquel Javier reservado y pudoroso, comenzó a practicar Pole dance exótico (baile del caño como el que hacen las strippers) y el coreógrafo de la fiesta le enseñó a actuar como una regia "Host" (anfitriona). Ahora sube al escenario, baila. Su familia -sus padres y sus cuatro hermanos- conocen su vida real y lo apoyan. Algunos incluso están pendientes de si pudo terminar el vestuario que lo tenía preocupado o mejorar la escasez de pelo de alguna peluca.
"Yo no sé si seré Drag Queen para siempre -se despide-. Tal vez evolucione en otra cosa. Lo que hoy me gusta es la falta de límites, y no me refiero al libertinaje sino a que puedo hacer lo que yo quiera: quiero ser Javier, lo soy. Quiero ser una bomba rubia, también lo soy. No tengo que pedir permiso. En lo que respecta a mi vida, no voy a volver a darle el gusto a una persona que no sea yo".