"La libertad de los presos": cómo se vive en el lugar menos parecido a una cárcel del penal de Olmos

Para los internos, estar ahí es como "estar en la calle". En la Unidad 01 del Servicio Penitenciario Bonaerense, la cárcel Lisandro Olmos de La Plata, los reclusos trabajan en un taller mecánico, donde -dicen- se olvidan que están presos. Historias de un lugar que sueña con la reinserción social

El frente de la cárcel de Lisandro Olmos, la Unidad 01 del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB)

Willy mira la escena desde un costado. Come los recuerdos de unas medialunas caseras que había sobre una mesa con mantel de flores. Quedan vasos de plástico por recuperar. Los restos líquidos se reúnen en un mismo vaso. Las gaseosas sin abrir vuelven a la heladera, junto a los excedentes de un amenities culinario. Willy fiscaliza la limpieza desde una mansa paz. Algunos de sus compañeros recogen sillas y pupitres, vuelven a dejar el lugar como lo habían encontrado a las siete de la mañana. Otros siguen interesados en continuar la charla que había terminado hace decenas de minutos. Pero Willy se mantiene impávido. No parece perturbarle los movimientos del lugar donde vive hace 16 años.

En el penal de Lisandro Olmos, denominada oficialmente Unidad 01 del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), hubo gaseosas y medialunas cocinadas en los talleres de panadería del penal. Un catering informal y provisorio sirvió de respaldo gastronómico de una jornada que se extendió durante diez horas: 25 internos y cuatro penitenciarios fueron capacitados por personal idóneo en materia de pintura para autos. Sillas y pupitres habían sido distribuidos conforme la posición del exponente. Cinco horas de consignas teóricas, y el resto enseñanzas prácticas. La imagen que percibía Willy -abstraído de todo componente cultural- era la de un grupo de alumnos en un aula.

Los alumnos eran penitenciarios y reclusos condenados por robo calificado, homicidio agravado, tentativa de homicidio, abuso sexual, comercialización de estupefacientes, corrupción de menores. El aula era un taller mecánico ubicado en el ala norte del penal. En la escena había compenetración, silencio, vocación y miradas voraces. Y un docente, Guillermo Tonello, un experto en pintura para autos que encontró, mezclado entre los estudiantes, una cara conocida: "Uno de los internos trabajaba en taller muy grande de la zona de Caseros. Pintaba Ferraris. Me sorprendió tenerlo acá. Cuando lo vi, le dijo 'yo a vos te conozco'".

Era su primera vez en una cárcel, era su primera exposición ante presos. Su experiencia, dijo, fue loca y gratificante: "Es imposible no caer en los prejuicios. No sabía con qué me iba a encontrar, no sabía qué me podían preguntar, si iban a prestar atención. Y me sorprendieron las ganas, el interés, la concentración, el entusiasmo, la participación. La mejor forma de aprender es preguntando y esta gente me preguntó todo".

Tonello conocía la cárcel de las noticias, de la opinión pública. Bebía de la concepción cultural del miedo a la cárcel, una construcción ambigua, tan cierta como desconocida. Estuvo adentro, percibió, sintió, conoció presos y confrontó su dualidad. "Afuera ves el noticiero y escuchás noticias sobre asaltos, robos, homicidios. Lo primero que pienso es el deseo de que se queden adentro para siempre. Pero cuando llegué, me olvidé lo que habían hecho para estar ahí. No parecen presos, parecen estudiantes".

Cárcel de Lisandro Olmos: además de talleres, trabajos y capacitaciones, hay denuncias de sobrepoblación y hacinamiento (Télam)

Esteban Cardozo García parece un hombre que estudia y trabaja. Le dicen el "Uru" y presume de ser un tipo "querible". Cuando expone su historia se echa hacia atrás, se muestra desinhibido y desfachatado. Mueve los brazos, gesticula, se sirve de su pierna flexionada para acompañar con sus manos lo que desenvuelve en su boca. Mira por encima de sus lentes y cuenta que estudia derecho en la universidad del penal y despunta su oficio de mecánico durante la mañana. Hace tres años y tres meses que está en la unidad penitenciaria de La Plata. Recién comienza su condena por robo agravado: le esperan siete años más. No es su primera vez preso, es la tercera vez que lo detienen. Se considera una persona inteligente "o medianamente inteligente, porque sino no estaría acá, nuevamente".

Willy está acostado. Lo mira pero no le presta mucha atención. El "Uru" habla mucho, es desenvuelto y tiene fama de chamuyero. Pero no respondió qué hace otra vez adentro. "Estoy acá por una circunstancia de mi vida que todavía no me la puedo explicar. Pero eso es un tema legal", desestimó. Argumentó su necesidad de pertenecer al sector automotores del penal: "Me estoy capacitando para no tener que volver nunca más acá, para ser una mejor persona cuando salga y a su vez también inculco a los chicos que me cruzo para que hagan lo mismo. Porque la cárcel no es para nadie. Esto es así. Es simple y sencillo. Automotores es una herramienta importante para un montón de pibes. Ojalá todos pudiesen llegar acá y cambiar su mentalidad".

Automotores es, para los internos, la libertad. Coinciden en que las paredes que custodian el taller mecánico es la zona menos parecida al resto de la prisión. Es su escape, la carga mental necesaria para desplazar el tedio, el medio y la psicosis carcelaria, es su recurso para quemar las horas y tachar los días que faltan. Es la solución a la pasividad del reloj. Los presos que reparan autos esperan los lunes y se apenan los viernes. Quieren evadir la realidad de sus vidas. Trabajan para su saciar su negación.

Willy lo ve llegar y se para. Lo admira: Ricardo Miguez Coronel es Messi. Su experiencia como oficial mecánico le valió el apodo del astro rosarino. Su condena lleva dos años y cuatro meses en suspenso. Fue detenido por tenencia de estupefacientes con fines de comercialización. A diferencia del uruguayo, se sienta hacia adelante, con los codos en los muslos, brindándose a la interacción. Tiene manos cansadas, dedos de overol y uñas curtidas. Contó que su tío, el hermano de su papá, tenía tres cadáveres de autos. Y que él, cuando tenía trece años, hizo de tres vehículos inútiles uno que funcionara. "Me gusta, es lo mío. Qué sé yo, no sé. Cuando te gusta algo, te sale. Y le meto la mejor onda", dijo.

El "Messi de automotores" mata el tiempo trabajando. Dice que la "lleva", que no la "soguea". La conversación, las respuestas y la recapitulación de eventos maduró una sensibilidad que se expresó en el vidrio de sus ojos. Tiene una mirada de fácil desborde, pura y genuina, de las que no saben ocultar emociones. Las lágrimas reprimidas se descubrieron cuando intentó imaginar qué sería de su vida en la cárcel sin el taller mecánico. Pidió perdón por "ponerse así", pero alcanzó a decir que sería complicada porque ahí se descuelga. "Es como que estoy en la calle. Me olvido a veces que estoy preso. Me olvido, generalmente me olvido". Porque prefiere olvidarse que está preso antes que estarlo, se lamentan los días feriados: "Cuanto más pueda venir, mejor. Vengo -insiste-. Incluso si tengo que bajar un día que no es laborable porque se rompió algún vehículo de la unidad, vengo, no tengo ningún problema. Cuanto más estoy acá, para mí es mejor".

Martín Basterrica Ocaranza siente lo mismo. Dijo: "Se me pasa mucho más rápido viniendo a trabajar todos los días, estar en movimiento, en actividad". Fue uno de los reclusos que lideró la limpieza de las mesas, la recolección de los bancos: finalizada la capacitación, trabajó para devolverle al taller su fisonomía natural. Lo contrario a Willy, que no se inmutó nunca. Después de desperezarse por enésima vez, el interno le preguntó si alguna vez lo iba a ayudar: Willy lo relojeó y no le respondió.

Los presos que participan de las capacitaciones son 400, dentro de un total de cerca de 2.400 internos

A Martín lo interrumpe el encendido de un compresor y el barullo de un objeto contundente que cae en el techo de chapa. Posa sobrio, protocolar y educado: la espalda recta en contacto con el respaldo de la silla. Viste camisa y jean. Tiene 40 años, gel en el pelo, una barba recién afeitada y está procesado por tentativa de homicidio y robo. Ya cumplió tres años dentro del penal. Allá, del otro lado de los muros, era integrante de una respetada familia en su ciudad y dueño una empresa familiar de verdulería y transporte ("mi hermano me putea todos los días porque le dejé un quilombo bárbaro", recordó con gracia). Tiene hijos afuera y contradicciones adentro, desde donde combate su error y su bronca. Encontró a su pareja con el ex marido: le radicaron la denuncia por tentativa de homicidio. Se llevó la billetera y el celular del ex marido de su pareja para entregárselo a la actual pareja del hombre: le incluyeron robo en la carátula. "Yo tuve una reacción, una mala reacción, pero jamás atenté contra la vida de nadie", se defendió.

Estudia maestro mayor de obra, aprobó materias de la carrera de derecho, trabajó en albañilería antes de entrar a automotores y cursa un taller de mecánica de motos. No apela al sarcasmo cuando habla de la libertad. "Me gusta más estar trabajando y no encerrado en un pabellón. Me siento mejor así, un poco más libre". No hay rastros de ironía en su valoración. Tal vez encubra cierta confusión o temor a ser malinterpretado. "Si me quedara todo el día en el pabellón estaría más físicamente privado de mi libertad. Por suerte, yo tengo la libertad, entre comillas -explica y hace el gesto-, de ir a un centro universitario o realizar un curso de mecánica de motos y estar en movimiento todo el día".

Esteban, Ricardo y Martín encontraron un lugar donde sentirse útiles, vivos y un poco más libres. En el taller mecánico de Lisandro Olmos se trabajan entre quince y treinta autos mensuales. Bajo la gestión de Pablo Verdi, actual jefe de la sección automotores, se conciliaron 140 expedientes de trabajo. La dinámica consiste en recibir una unidad a reparar por desperfectos en chapa, pintura, mecánica o electricidad. El propietario ingresa la unidad al penal con los materiales que se les solicita, es presentado con el personal de internos y oficiales del área que trabajarán con el vehículo. Inmediatamente se labra un expediente con los costos y las condiciones. El dueño del vehículo puede ser particular, empresa o personal del servicio penitenciario.

Pablo afirmó que todos los clientes se fueron satisfechos con el producto terminado: "Estamos en una relación del 35, 30% menos del valor que se cobra afuera. Económicamente es mucho más redituable, y si vamos a la calidad de terminación, estamos a la misma altura de cualquier otro taller de alta gama de afuera". Martín recordó cuando un cliente pagó un asado para todos después de haberse emocionado por haber recuperado la salud y la apariencia de su viejo auto. "Este sector es como especial. Viene una persona y nosotros no pensamos que viene alguien de afuera. Viene un cliente. Es como si estuviésemos en un hábitat fuera de lo que es el muro. Y las personas que ingresan con el vehículo nos tratan de la misma manera. No nos tratan como si vinieran a traer el auto a la cárcel, vienen a traer el auto al taller", narró Esteban.

Los internos que trabajan en el taller se reparten el 50% de los ingresos por cada vehículo

Los internos que trabajan en la reparación de cada automóvil perciben el 50% del valor del expediente, que se reparten en porcentajes equitativos salvo excepciones que responden a la calidad del proceso. El otro 50% se lo dividen en partes iguales la unidad penitenciaria y la división general del trabajo. Y aunque los internos reconozcan que no es mucho dinero, les sirve para recuperar dignidad y financiar los viajes de sus familiares. Sus ingresos sólo pueden ser manipulados por personas autorizadas o bien ser entregados una vez cumplida su condena.

Automotores es un oasis: no hay hacinamiento, superpoblación, agua contaminada, podredumbre u otros vicios de la escena carcelaria argentina. Hay un gran pulmón libre, gateras espaciosas, cocina equipada, espacios de descanso, trabajo y esparcimiento. Hay un lugar en la cárcel que huele a serenidad. Los internos dicen que allí adentro se sienten afuera de los muros: el taller está envuelto en un paisaje homogéneo de autos terminados, autos por terminar, piezas, herramientas, el caos ordenado común a cada depósito de reparación automotor.

La actividad confluye en un plan integral del Servicio Penitenciario Bonaerense que se completa con talleres de chapa y pintura, reparación de motos, reparación de calzado, mantenimiento de edificios, electricidad domiciliaria, panadería y fidería, entre otros. Anualmente se capacitan 400 internos en grupos de 25 a 30 por cada curso trimestral. Pero la ecuación no es auspiciosa: en Lisandro Olmos hay otros dos mil reclusos. Están los que estudian, se capacitan y trabajar, que son pocos; y está lo que todos conocen como "la población", que son muchos.

"La población" parece ser un cuerpo uniforme, gente sin identidad, sin rostro ni paz. Son los reos, los vagos, aquellos que difícilmente se interesen en prácticas de formación profesional. Seducir a alguien de la población a participar de una capacitación es todo un mérito. Autoridades del servicio penitenciario le contaron a Infobae que casi convencen a un interno de la población a integrar la clase avanzada de pintura como si fuese un evento extraordinario.

Imágenes sombrías de la cárcel de Lisandro Olmos

Por la atmósfera revolotea el concepto de la reinserción, la búsqueda genuina e innegociable que hoy se viste de utopía. Esteban conserva sus críticas. "El sistema acá está funcionando. Porque acá viene un vehículo, yo trabajo, me capacito, aprendo y el cliente se va contento. Hasta ahí estamos todos bien. El tema de la reinserción no pasa solamente por la capacitación, porque yo puedo estar muy capacitado pero si la sociedad afuera no te reinserta, la capacitación se quedó en vos, es algo que aprendiste para vos", reflexionó. Willy, otra vez acostado, ahora parece prestarle atención al "Uru".

Esteban cierra cada pensamiento con la pregunta "¿me entendés?". Se resguarda en la retórica para ganar empatía. Ya admitió que no es la primera vez que está detenido. Fue y volvió dos veces. "Intenté por todos los medios, de corazón lo digo, intenté por todos los medios de buena fe. Y se lo digo, a todo el mundo que me pregunta lo mismo, se lo digo. ¿Sabés qué pasa? No es una cuestión vacía que se escucha acá y allá. Verdaderamente el estado es quien está ausente cuando uno sale en libertad". Ricardo sostuvo que no se quiere acostumbrar a la cárcel. Martín repitió que no encaja, que la cárcel no va con él. Cada día salen del pabellón a trabajar sin ganas de volver. Van al taller, donde la cárcel no es tan cárcel.

Pablo, su jefe, todavía cree en la buena voluntad de las personas: "La palabra reinserción suene muy grande porque se necesita de muchos factores para que se lleve a cabo. Pero si desde nuestro lugarcito le podamos dar una herramienta mínima, yo calculo que le podamos dar la vuelta a la cosa". Willy asiente. Aunque haya preferido quedarse a vivir en la cárcel parece darle la razón porque se relame y se frota entre las piernas del oficial. Willy, el gato de un ex presidiario que salió en libertad hace algunos meses, vive sin saberlo hace 16 años en un taller mecánico, muros adentro de la Unidad 01 del Servicio Penitenciario Bonaerense, el penal de Lisandro Olmos.

LEA MÁS:

Las 40 fotos que muestran las condiciones inhumanas en las cárceles de Olmos y Marcos Paz

Los números de las torturas en cárceles y comisarías bonaerenses

Destacaron los avances en la capacitación de presos y perspectivas de género en las cárceles

Motines y guerra entre bandas: las cárceles argentinas no son las de Brasil, pero pueden serlo