A pocos metros del santuario, frente a las fotos de 194 jóvenes sonrientes, un par de hombres arman un escenario. Faltan pocos días para que se cumpla un nuevo aniversario de la tragedia de Cromañón y allí, en donde comenzó la noche sin fin, volverán a subirse los familiares de los que ya no están, los sobrevivientes y los amigos: las víctimas colaterales. Aquellos que conviven con el enojo y el dolor. Los mismos que padecen día a día la noche del 30 de diciembre, la cual les recuerda a carne viva por qué no quieren vivir más.
Cromañón no duró solo una noche. Nilda Gómez es la mamá de Mariano Benítez. Su partida fue el motor para crear Familias por la Vida, una ONG que lucha por los que partieron pero también abraza a los que aquí subsisten. "Si no hubiésemos puesto el cuerpo no habría justicia. A nosotros, los padres, nos dieron una bolsa negra y no nos dijeron qué iba a suceder. Nos consolaron de una manera horrible. Los chicos no tenían fecha de vencimiento, no tenían que morir ese día: fue la negligencia, los sujetos corruptos y codiciosos que solo buscaron cuidarse y llenar sus bolsillos", dijo a Infobae.
En la misma mesa que encabeza Nilda están los otros muertos de Cromañón. Sus presencias representan a muchas otras víctimas, que no solo debieron lidiar con su propio dolor, sino que fueron partícipes de una pesadilla que también se llevó a 43 padres producto de enfermedades cardíacas, psiquiátricas, carcinomas y depresivas, entre otras.
Enrique Stola, médico psiquiatra, explicó a Infobae que "el organismo está preparado para responder ante eventos inesperados. Mecanismos de reacción ante sucesos sobrenaturales. Se trata de un hecho traumático. La muerte de un ser muy querido produce un estrés postraumático, en donde las alteraciones emocionales -si no son tratadas- pueden convertirse en enfermedades letales. Eso es lo que le sucedió a muchos padres y familiares de Cromañón"
Gabriela Avendaño, mamá de cuatro hijos, tenía un solo hermano, Sergio. "Me acuerdo que llegó de trabajar, se cambió y se fue. 'Me tengo que ir a ver a una banda', me dijo. Lo pasó a buscar Carlitos, un amigo, y se fueron para allá. 'Es la última vez que voy a verlos', me gritó, y nos saludamos con un abrazo, porque el 31 a la noche no íbamos a pasarlo juntos. Esa fue la última vez que lo vi. A las 3 de la mañana me sonó el celular, pero se cortó y seguí durmiendo. A la mañana golpeó la puerta mi mamá, gritando que Sergio estaba en un boliche donde hubo un incendio. Prendí la tele y había 80 muertos. A las 8 de la noche, después de muchas horas de búsqueda, nos dieron la noticia. Ahí se nos terminó la vida".
Carmen López y Daniel Avendaño, sus padres, quedaron devastados. "Mi mamá lloraba todo el día. A lo último ya ni iba a trabajar", contó Gabriela. El mismo día que destituyeron a Aníbal Ibarra como jefe de Gobierno de la Ciudad, Daniel quiso viajar a Santiago del Estero, su provincia natal, para ser parte de la fiesta del Señor de los Milagros de Mailín, del cual era devoto. Sintió que comenzó a hacerse justicia. "Le dijimos a mamá que vaya, que le iba a venir bien distraerse y logramos que viaje con él". Allí, Carmen sufrió un ACV y Daniel también comenzó a morirse.
Se quedó solo, sin su hijo menor y su mujer de toda la vida. Tampoco pudo seguir trabajando. Le diagnosticaron diabetes y, contra todas las recomendaciones, hundió su dolor en el alcohol. "Murió en 2013, producto de un paro cardíaco. Lo vi morir en mi casa. Él estaba vivo porque estaba vivo. Le daba mucha bronca todo lo que había pasado. A veces, viajando en el colectivo, paso por el cementerio en donde están y no puedo ni mirar. Me siento muy sola".
Tan sola como Rosa David, que venció al cáncer de cuello uterino y le pone pilas porque "sino me muero yo también". Recuerda cuando esa noche la llamó Mariano Valsangiácomo, su hijo mayor, quien estaba junto a Verónica, su otra hija, en un bar a la vuelta del boliche. "'Está Pato Fontanet al lado nuestro y Vero no puede más de la emoción', me dijo. Sonó el teléfono 11 y pico de la noche, nos llamó una amiga de Mariano. Nos avisó que se había incendiado Cromañón. Recorrí 17 hospitales esa noche. Dos días después, mi casa se transformó en un desastre. 'No aparecen los hijos de Rosita y Carlitos', decían en Ramos Mejía, mi barrio. Todos los vecinos rezaban por nosotros. Y aparecieron los dos, pero en la morgue. Mi marido se quiso suicidar".
Mientras sirve agua en vasitos de plástico desnuda su más cruel sentimiento: "Vivo la peor de mis soledades". Mariano logró salir de Cromañón e ingresó 11 veces más para buscar a su hermana. Rescató a 10 personas, pero no pudo volver a salir. "Mi esposo sufrió muchas enfermedades durante 9 años. Tuvo cáncer de próstata en 2005. Lo trataron hasta que se puso bien y tuvieron que operarlo del corazón para colocarle una válvula aórtica. Después de unos años, le tuvieron que extirpar 11 ganglios del cuello, la dentadura y le achicaron la boca por un tumor que le había aparecido detrás de la oreja. Fue un calvario. A fines de 2013 tuvo neumonía. Lo internaron. Pero una hemorragia digestiva fue más que él y falleció. Murió muy triste".
Así de triste como se presenta Erasmo González, papá de Edwin, el último NN en ser reconocido en la morgue judicial. "La tragedia ocurrió un jueves a la noche y nosotros recién nos enteramos el domingo que nuestro hijo estaba muerto. La vida no volvió a ser la misma sin Edwin. Tengo más hijos, pero el tiempo pasó y el dolor permanece intacto. Lo extrañamos todos los días".
Erasmo jamás olvidará la noche en la que llegó de trabajar tras brindar con sus compañeros y se acostó en la cama. Cuando se despertó, el televisor estaba encendido y las imágenes reflejaban el caos. "Le pregunté a Catalina, mi esposa, dónde estaba Edwin y no sabía. Mi otro hijo me dijo que me quedara tranquilo, que él no iba a esos lugares. Pasaron dos días y no teníamos noticias. Mis hijos salieron a recorrer hospitales y volvieron de madrugada con dos ambulancias. Una para mí y otra para mi mujer".
Habla pausado, y quizás es por eso que cada silencio le permite juntar el aire para no llorar. "Estoy deshecho", confiesa. "Perdí a mi esposa, Catalina. Fue en 2011. Ella no soportó la muerte de Edwin. Era una mujer inquieta, fuerte, luchadora. Comenzó a enfermarse y murió de un ataque cardíaco".
La oficina de la ONG está sobre Bartolomé Mitre, a una cuadra del lugar en donde sucedió todo. A ellos les es inevitable voltear la mirada y paralizarse ante el escenario del horror. A partir de allí nacen las preguntas: ¿por qué taparon las ventanas de ventilación? ¿Por qué construyeron una cancha de baby fútbol encima del boliche, obstruyendo todas las salidas de aire? ¿Por qué trabaron las puertas de seguridad? ¿Por qué la capacidad del lugar estaba quintuplicada? ¿Por qué nadie los llama y les pide perdón?
Cuando levantan la mirada, coinciden en que están mejor allí que en sus casas. "Aunque mis huesos cada vez estén más débiles sigo viniendo igual, porque es aquí donde me siento cerca de mis hijos", agregó Rosita. "Para mí no hay más fiestas ni cumpleaños. Acá se habla mucho de los padres y de los sobrevivientes y nadie habla de los hermanos, que perdieron a su único par y se quedaron solos, soportando el dolor desgarrador de sus padres", dijo Nilda.
Al igual que las 194 víctimas, intentaron buscar una salida. Van 13 años y aún no la pueden encontrar.
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