Nora apenas tenía 20 años cuando en 1978 trabajaba en un supermercado en San Miguel de Tucumán. Una mañana, un vecino suyo que se encontraba en pleno servicio militar llegó junto a un sargento de apellido Blas, para hacer unas compras. El encuentro entre la cajera y el experimentado militar apenas sirvió para el cruce de algunas palabras.
No se volvieron a ver hasta unos cuatro meses después, cuando se cruzaron de un modo fortuito en el mismo supermercado: "Él se acordó de mí. Era por la mañana y me pidió si quería ir a desayunar algo. Me dieron 15 minutos para el desayuno. Ahí nos fuimos a un café cercano y ya muy rápido nos contamos sobre nuestras vidas", le explica Nora a Infobae.
"Oscar me dijo que tenía 29 años, que era soltero y que estaba con ganas de formar una familia. Yo pensaba '¿Cómo puede ser que tenga 29 años y siga soltero?'. Entonces, antes de que yo volviera a mi trabajo, me propuso casamiento. A los tres meses ya estábamos casados", recuerda emocionada.
En cuatro años, todo fue un torbellino. En 1979 nació la primera hija de ambos, Alejandra, y luego se mudaron los tres a Salta; en 1980 llegaron los mellizos Walter y Facundo y en abril de 1982, Nora quedó embarazada de su cuarta hija, Lucía.
Ya había empezado la guerra en Malvinas y todavía Oscar Blas no había podido viajar hacia las Islas. Hasta que a inicios de mayo, apareció la oportunidad: "Yo le rogué, le pedí una y otra vez que no se fuera. Tenía tres hijos muy chicos y encima estaba embarazada de Lucía. Él me dio un beso en la frente y me respondió: 'Tengo que estar ahí. El 90% de mi vida se la debo al Ejército y el 10% a vos'...", explica la mujer.
Pasaron más de 35 años de esa última despedida. Nora llega al Archivo Nacional de la Memoria con un sweater a rayas blanco y rosa y los labios pintados también de un rosa fuerte. La acompaña una chica joven, de pelo ondulado, y que lleva en sus manos un pequeño portarretrato con una foto en blanco y negro de Oscar Blas.
Es Lucía. La misma pequeña que estaba en el vientre de su madre en abril de 1982 y que hace tres años fue la encargada de brindar la muestra de ADN para lograr la identificación de su padre en una de las 121 fosas sin nombre de los soldados argentinos enterrados en el cementerio de Darwin.
Ambas llegaron a Buenos Aires desde la provincia de Salta, con un pequeño. Y apenas dos horas después de ingresar a edificio principal del predio, bajan las escalinatas donde están las oficinas donde los forenses del Equipo de Antropología Forense y miembros de la secretaria de Derechos Humanos reciben a las familias de Malvinas. Abrazan como si fuera un preciado tesoro una caja, un folleto y la confirmación de que el marido y el padre Oscar Blas descansa en paz en Darwin.
"¡Está, está ahí!", exclama Nora como si fuese una niña desaforada. "Encima nos dieron su cadenita. No lo puedo creer", agrega.
La emoción también invade a Lucía, quien lleva en sus manos el último objeto de ese padre al que nunca pudo conocer. "Para mí es algo difícil de explicar. No se cómo transmitir lo que siento. Pero quizás me siento más feliz por mi mamá, que es la que luchó por tantos años para conseguir esto".
Lucía revela que cuando le confirmaron la identidad de su padre, ella decidió grabar un audio de WhatsApp en vivo, para que sus tres hermanos en Salta lo escucharan: "Fue una explosión en los dos lugares".
Por su lado, Nora recuerda ese duro mayo de 1982 en el que comenzó a digerir que su marido ya nunca volvería a Salta desde las Malvinas.
"Me mandó dos cartas y un telegrama durante ese mes. Él pertenecía a un comando y era una persona con mucha experiencia en combate. En esas dos cartas ya empezó a despedirse. Sabía de la gravedad de la situación en la que estaban y lo que le iba a pasar. Me decía que guardara las cartas para que sus hijos leyeran y supieran que participó y que dio la vida por su Patria".
Oscar Blas fue el único combatiente de Salta que murió en las Islas Malvinas. Perdió la vida el 30 de mayo durante una patrulla con el Comando 602, en Bluff Cove Peak.
Según cuentan su viuda y su hija, su caso fue muy emocionante para los miembros del Comité Internacional de la Cruz Roja y para los representantes del Equipo Argentino de Antropología Forense durante el proceso de exhumación de los cuerpos en el cementerio de Darwin.
"En la reunión estaba Mercedes, antropóloga de la EAAF, que nos contó que la chapita de mi papá fue una de las primeras cosas que encontraron en el cementerio. Nos dijo que al momento de hallarla, se empezaron a abrazar y a llorar entre todos los profesionales porque su trabajo empezaba a funcionar", le dice Lucía a Infobae.
Y lo que fue nerviosismo e incertidumbre al momento de la llegada, se convierte en alegría y en ansiedad por tomar el vuelo a las 5 de la tarde en Aeroparque. Hay que regresar con el resto de los hijos y hermanos. Hay que celebrar que Oscar Blas está en Malvinas, el lugar en el que quería estar, sin importar las consecuencias.
La emoción de encontrar a un hijo que esperó durante 35 años
El caso de María del Carmen Molina muestra descarnadamente el momento que atraviesan algunas de las 107 familias que están siendo notificadas a lo largo de los días. La mujer, con un bastón en su mano derecha y un prolijo saco blanco, recibió la confirmación de que su hijo Jorge Bordón se encuentra en una de las fosas hasta hoy rotuladas como "Soldado argentino solo conocido por Dios". Sin embargo, ese resultado que tanto esperaba no significó un motivo de desahogo, alivio o incluso alegría.
"Fue un golpe muy duro. Yo esperaba que estuviera vivo. Nunca había perdido esa esperanza. Pero bueno, ahora me tendré que resignar. Siempre tuve esa llamita encendida… como han aparecido muchos chicos durante todos estos años, yo creía que él algún día iba a volver. Ahora espero que mi hijo esté contento donde está", le dice a Infobae, poco después de salir de la entrevista.
Jorge Bordón, su hijo, viajó a Malvinas el 2 de abril. Precisamente en esos días, su madre María del Carmen tenía su vida revolucionada: uno de sus hijos estaba internado por una fractura en su pierna y su hija recién nacida debía ser operada de inmediato, con un mes y medio de vida, por un caso de labio leporino.
"Yo estaba con mi hijo en el hospital y ni pensaba en lo que tenía que hacer Jorge. Estaba re mal porque me encontraba entre la espada y la pared. Cuando él se fue a Malvinas, ni nos pudimos despedir. Yo estaba con la cabeza en otra cosa", recuerda con lágrimas en los ojos.
Jorge envió dos cartas desde Malvinas, pero su madre jamás pudo leerlas: "Sus cartas les llegaron a mis hermanos y ellos nunca quisieron mostrármelas. Ahora ya ni sé dónde están", recuerda con resignación, y agrega que le mandó una nota a su hijo que la maestra de la escuela le ayudó a escribir porque ella no sabe leer ni escribir.
Durante los 35 años desde que terminó la guerra, María del Carmen se aferró a la idea de que su hijo aparecería en la puerta de su humilde casa de Lobos. De hecho, desde el 1982 hasta la fecha, durante cada Navidad puso su plato en la mesa y encendió una vela por él.
"Ahora me da un poco de miedo lo que pueda venir. Pero bueno. Tengo que recuperarme. Me encuentro con esta noticia, que por un lado busqué porque es difícil vivir sin saber, pero por el otro me hubiese gustado que no me confirmaran que mi hijo estaba muerto", dice con la voz consumida. Según confirmó la María del Carmen, ella tiene la ilusión ahora de pedir que el cuerpo de su hijo sea trasladado al continente para poder visitarlo en el cementerio de Lobos, donde una placa rememora a los caídos de Malvinas. "No voy a poder visitarlo si queda en las islas, ya no me dan las piernas y ahora que sé que está en el cielo con Dios quiero tenerlo cerca".
FOTOS: Gustavo Gavotti
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