Al menos un viernes por mes, el rito argentino por excelencia alimentaba la relación de los amigos. Los anfitriones variaban pero el asado se hacía. Podía ser en Rosario, en Funes, en San Lorenzo. Pero las anécdotas eran casi siempre las mismas. Las bromas clásicas de Pagnucco, la timidez de Ferrucchi, las pocas chicas que había en aquel curso que egresó del "Poli" en 1987.
Siempre flotaba lo mucho que se querían, aunque esas cosas, entre amigos, se dicen menos de lo necesario. En una de aquellas ceremonias, hace más o menos un año, surgió celebrar ese cariño ya no con una escapada a la playa, sino todos juntos y en Nueva York. Alguien dijo que a 30 años de egresados, "libres", y el resto rió. Entonces Erlij lanzó una amenaza: "La guita no puede ser un problema".
Sentada en el living de su casa en el barrio Tablada, Carina Valenti mira las fotos de sus compañeros en el Politécnico. Hay dos épocas chocando entre sí como átomos. En la digital, la camada '87 del célebre colegio rosarino está en un quincho y lo que se ven son cuarentones satisfechos sobre restos de asado. En la analógica, impresas sobre papel, hay caras adolescentes y gestos que no cambiaron. Hay risas, pelos largos y espíritu salvaje.
Valenti las repasa y se esfuerza para esquivar la conmoción. Como antaño, mira las fotos y las pasa en ronda, en el sentido en que viaja el mate. Circula la de 1º año, la de 2º. Promedian los '80, se destiñe la primavera alfonsinista, se ve venir el gol de Diego a los ingleses, retumban los cassettes de Páez y de Baglietto.
Y llega la foto de 1986. El curso entero de 4º-4ª posa delante del pizarrón, que está escrito con los apodos de todos. Carina, que en la imagen sostiene el cartelito del curso, las mira en silencio hasta que dice que no lo puede creer, que es muy fuerte y que en esa foto, exactamente en esa, se refleja la luz esencial de los amigos que murieron (y los que sobrevivieron) en Nueva York. Treinta y un años antes del final de la foto, Ferruchi abraza a Mendoza, que tiene a Erlij casi encima sobre quien cuelgan Angelini y Pagnucco. No parecen individuos. Si se la mira con los ojos emocionados de Valenti parecen una entidad indivisible. "Sé que no es así, no dormí en toda la noche, pero veo esta foto y lo que pasó y pienso que eran tan unidos que pareciera que tenían que terminar así: juntos".
Los amigos que quedaron en Rosario se enteraron de las novedades con las noticias y los rumores en los medios. Apenas entrada la madrugada del miércoles el grupo de WhatsApp de los egresados del Poli de 1987 se colmó de mensajes.
En silencio, Claudio Lázaro Carranza encendió un fuego en el jardín de su casa y lo contempló, pensando en ellos, hasta el crepúsculo. En la adolescencia, él fue muy amigo de Mendoza. Vivían a dos cuadras, estudiaban juntos. Volvieron a encontrarse hace una década y Claudio descubrió admirado que la mayoría de los que aparecen abrazados en la parte de arriba a la izquierda de la foto de 1986 seguía en la misma. "Ellos continuaron juntos porque la mayoría compartió la carrera de Arquitectura, y otros jugaban al vóley, y así el grupo se mantuvo siempre. Hace diez años me acoplé a los asados", relata.
Cuando Ariel Erlij advirtió que el dinero no se iba a anteponer al deseo de irse todos juntos a Nueva York, Claudio pensó por un segundo en sumarse a la experiencia de la Gran Manzana, pero su esposa recién había dado a luz a su segundo hijo. "Ariel era una persona muy generosa, a pesar de su condición económica siempre se daba como uno más".
El resto viajó y ahora Lázaro Carranza, infectado de tristeza, suelta de su boca: "Es increíble lo que pasó. Organizaron durante meses un viaje y al segundo día un tarado con una camioneta atropella a cinco. Más allá del atentado, todo es absurdo, inexplicable, no tiene lógica".
El viernes próximo los más de 120 ex alumnos egresados en 1987 iban a festejar los 30 años del fin de la cursada. La celebración tenía fecha para antes, la banda que viajó a Nueva York pidió que la esperen. Quería estar. Cada viernes que comían asado estos amigos, mandaban a ese grupo de WhatsApp las fotos de los vinos y los cortes, como anticipando la gran fiesta. El último fin de semana escribieron desde Nueva York que la estaban pasando muy bien a pesar del frío, que se veían el viernes. Valenti, que conoció a Erlij y a Ferrucchi en la escuela primaria, resume: "Estos chicos eran de verse siempre, eran como socios, una amistad excepcional".
Todos tenían un apodo, algo tan argentino entre amigos como comer asado. Algunos pueden verse en el pizarrón de la foto de 1986, que a diferencia de lo que ocurre en Volver al Futuro, mientras Carina la mira, nada se borra. Al contrario. Mendoza sigue siendo "Nacho"; Angelini, "Cope"; Pagnucco, "Picho". Erlij es "La Momia", por su estilo un tanto rígido para jugar al vóley. Y Ferrucchi, "Pitu".
"Cada uno no es más de lo que era cuando éramos adolescentes, con algunas variantes. Puedo destacar la franqueza de los chicos, el silencio respetuoso ante diferentes situaciones, no eran de juzgar al otro, al amigo, y ese respeto se notaba. Daban mucho acompañamiento, si a alguno le pasaba algo, estaban todos ahí. Por eso se sostuvieron en el tiempo", dice Lázaro Carranza.
Bibiana Vignaduzo fue profesora en el mítico 4º-4ª. Les daba Mecánica Técnica. Lleva 37 años como docente en el Politécnico Superior "General José de San Martín". A aquel grupo entrañable lo recuerda perfecto. "Era un grupo terriblemente unido. Si no me equivoco ya en esa época se habían prometido un viaje así. Tengo recuerdos muy lindos, eran muy buenos compañeros entre ellos".
Valenti también cree que la mística del "Poli" alimentó y potenció la amistad de los amigos: "Es un colegio que sostiene los valores y genera sentido de pertenencia. Y eso se traduce en las relaciones personales". Carina se ríe de incredulidad. Repite que anoche vio las noticias sobre el atentado, que primero se dijo que era un tiroteo y que pensó en "los chicos" pero que "hay tanta gente allá, que no te imaginás". La frase se corta abruptamente y el tono de su voz cambia. "Es que es un dolor magnificado. Que mueran tan lejos, en esas circunstancias, asesinados, todos juntos", susurra, y su voz se apaga.
Claudio repite el concepto. "Eran buena gente, respetuosos, sanos. Muy sanos". Lo dice como si ya no se escuchara. Pero a diferencia de Carina, su voz no se apaga. Tiene algo más para decir. Algo que probablemente lo acompañe cada vez que piense en las aulas del Poli, en los bailes, en los asados, en lo que pudo ser. Algo que retumbará por siempre: "Quisiera que estén acá".
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