Hace 20 años, cuando se inauguró el Club de Osos de Buenos Aires, había que cumplir ciertos requisitos para formar parte del "movimiento osuno": ser un hombre gay rústico, barbudo, de pelo en pecho y gordo era la forma de identificarse con un tipo de hombre gay distinto al del estereotipo. Esas exigencias, sin embargo, ya no son tan estrictas. Franco -oso, 56 años, en pareja con Raúl, también oso- lo simplifica: "Hay quienes viven su homosexualidad desde un lado más afeminado. Nosotros somos una partecita de la diversidad: somos las maricas masculinas".
Franco Pastura abre la puerta del club, en el límite entre San Cristóbal y Constitución. Afuera, al lado del timbre, alguien escribió con fibrón una especie de insulto: "Osos putos". A Franco le da gracia: más que una agresión le parece una redundancia.
A lo largo del pasillo, hay cuadros de hombres panzones y peludos besándose y, adentro, está también Juan Bautista: oso, 43 años, presidente del club. Son las 8 de la noche, Juan saluda y avisa que tiene poco tiempo. Acaba de llegar de la oficina -trabaja en Sistemas en una multinacional- y en una hora tiene partido de fútbol.
El movimiento de osos nació en San Francisco hace 30 años, cuando se abrieron los primeros "bears bares". Y aunque durante muchos años se hablaba de hombres rudos, como los leñadores o ex rugbiers, la definición de oso ya no es tan rígida.
Franco -que además de oso es docente, traductor y periodista- lo explica. "Hay quienes sostienen que para ser oso hay que ser corpulento, tener barba, pelo en pecho, ser gordo y panzón. Otros teóricos dicen que ser oso es tener una actitud masculina, es decir, diferente del estereotipo de gay estilizado, producido, lampiño o depilado. Yo creo que los osos somos simplemente varones que nos sentimos cómodos tanto con nuestra homosexualidad como con nuestra masculinidad".
Franco llegó a esa definición después de haber salido del clóset, a los 40 años, y tras haber encontrado un espacio de identificación. Hasta ese momento llevaba una vida gay a escondidas y se sentía "el raro" porque no le gustaban los mismos hombres que deseaban los otros gays sino los gordos (los llaman Chubbies, que significa rechoncho o gordinflón). De adolescente, Franco había pasado por el seminario para ser sacerdote, había tenido relaciones sentimentales con dos curas y había dejado la religión para ser lo que es hoy: docente de Filosofía y Ciencias de la Educación.
Juan también se había sentido "perdido": se dio cuenta de que le gustaban los hombres a los 14 años, cuando lloraba a escondidas por su profesor de matemáticas. Después, se mudó a Bariloche y se puso en pareja con otro hombre. "Yo era grandote y peludo. Para mí yo estaba con hombres, pero puto no era", recuerda. Recién a los 25 años se enteró de que existía un nuevo espacio para gays a los que le gustaban, como a él, "los hombres morrudos, gordos, rústicos, como puede ser el camionero o el plomero", se ríe.
Cuando Juan llegó, en el club habían adoptado un diccionario de "tipos de osos" que se usaba en todo el mundo. Los osos polares (con canas, símbolo de experiencia), los musculOsos (panzones pero con brazos, piernas y torsos vigorosos), los cachorros (los más jóvenes, que muestran necesidad de ser protegidos), los osos en cuero (los que tienen como fetiche vestirse con cuero y practicar sexo duro), los osos pardos (más hoscos), los Papá oso o "Daddies" (con actitud de padres protectores), las nutrias (los menos robustos) y los big bears (los que pesan más de 120 kilos).
Pero lo cierto es que muchas de esas distinciones dejaron de usarse. Hoy sólo hablan de osos y de cazadores (que son los hombres delgados y lampiños, que gustan de ellos). "Hemos evolucionado. Hoy, seas flaco, gordo, peludo o depilado, si te sentís identificado con un oso está todo bien", dice Franco.
"Es más -sigue Juan-: al principio venían muchos hombres que habían vivido reprimidos toda la vida, muchos casados con mujeres, hijos. Hoy se vive con más libertad, es mucho menos frecuente que aparezca alguien de 50 años y diga 'recién estoy saliendo del clóset'.
El movimiento osuno entonces se fue haciendo cada vez más visible. El fin de semana pasado, Matías Tombolini, candidato a diputado por 1País, eligió una fiesta de osos en su cacería por los votos de la comunidad LGBT. Hay, además, series en Netflix que muestran el estereotipo del hombre gay -como "Please Like me"- y otras, como "Ozark", que plantean una relación entre un investigador del FBI y un pescador rural peludo y de barba tupida.
A diferencia de otros "bear clubs" del mundo -los que más gente convocan están en Estados Unidos (San Francisco, New York, Miami), Australia y España-, el club porteño no es sólo para conocerse y tener sexo. Hay clases de tango, mateadas, torneos de fútbol mixto (para gays y hétero), un taller literario, un taller de restauración de muebles y, próximamente, clases de inglés y de teatro.
Es acá donde Juan encontró un grupo de pertenencia. Llegó hace 18 años y recién hace 4 o 5 pudo contarle a sus padres: "Me había separado, estaba triste y ya no les quería mentir más. Les dije que, aunque no se me notara, a mí me gustaban los hombres y que seguía siendo el mismo hijo que había sido 5 minutos antes, cuando no lo sabían. Contárselos era lo que necesitaba para vivir más tranquilo, sentirme libre".
Franco confiesa que llegó a tener actitudes homofóbicas, porque no quería que lo identificaran con los gays más femeninos. Hasta que encontró en quiénes espejarse: "Yo estoy feliz con lo que soy, no hay ningún problema en mi familia con eso, de hecho estoy en pareja con otro oso desde hace 11 años. Si viene un insulto, lo convierto en bandera. Mi blog se llama 'gordo puto, amén' así que si me decís 'gordo puto', ningún problema, contame, te escucho".