Romina estaba entrando al quinto mes de embarazo cuando fue con Matías, su marido, a hacerse una ecografía de rutina. Lo que escucharon fue tan impensado que los desmoronó: la beba que estaba creciendo en su vientre tenía una malformación irreversible en el cerebro y, si sobrevivía al parto, podía vivir horas, días, semanas. Ella y su marido salieron, desesperados, a consultar con otros médicos: todos coincidieron. Con ese panorama por delante, tomaron la decisión de interrumpir el embarazo. Pero como en nuestro país la malformación fetal no está contemplada dentro de las causales para abortar legalmente, tuvieron que hacerlo de manera clandestina.
Romina F. es cordobesa, tiene 36 años, es licenciada en Comunicación Social y trabaja como empleada administrativa en su provincia. El lunes pasado se sacó una foto con un cartel que dice "#YoAborté" y contó su historia en el perfil de Facebook de la "Campaña nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito". "Fue muy duro -dice ahora, en diálogo con Infobae-. Y haber tenido que recurrir a un aborto clandestino fue la peor parte".
Romina y Matías están en pareja desde hace casi 10 años. Cuando decidieron ser padres, buscaron un embarazo durante meses hasta que un diagnóstico de infertilidad le puso nombre a lo que estaba sucediendo. "Nos dijeron que las posibilidades de que quedara embarazada eran mínimas. Dejamos pasar un tiempo hasta que decidimos que íbamos a recurrir a la adopción para formar nuestra familia", arranca.
Como en ese entonces estar casados era un requisito para poder anotarse en el registro de adoptantes, en noviembre de 2010 tomaron la decisión y en diciembre se casaron. El paso siguiente era esperar a que terminara la feria judicial para iniciar los trámites de adopción: "Bueno, el 7 de enero me enteré de que estaba embarazada. Fue un embarazo imprevisto pero muy deseado", recuerda.
En el quinto mes de gestación, Romina empezó a tener presión alta y como la hipertensión durante el embarazo puede provocar partos prematuros, le indicaron reposo absoluto. Amparo, su hija, nació a las 36 semanas. El deseo de ser padres acababa de concretarse.
Cuando decidieron buscar un segundo hijo, aquel diagnóstico inicial volvió a mostrar sus fallas: Romina quedó embarazada enseguida. Y fue durante este embarazo que pasó lo que ahora, atragantada por el llanto, intenta contar. "Estaba de 19 semanas, casi 5 meses de gestación. Estaba cursando un embarazo deseado, planificado y armonioso. Me hicieron la ecografía y como vieron que había mucho líquido me mandaron a un centro especializado. Ahí nos dieron el diagnóstico: el feto tenía una malformación neurológica grave e irreversible".
El diagnóstico preciso fue "holoprosencefalia", una malformación por la cual el cerebro no se divide en dos hemisferios. "No era una discapacidad, no era una capacidad diferente con la que hubiera podido vivir. Era una malformación incompatible con la vida", distingue. Romina y Matías se sentaron en un bar, frente al Centro de diagnóstico por imágenes, y se miraron con una tristeza negra y espesa, como brea.
El tiempo los corría: si no hacían un aborto, Romina iba a tener que seguir gestando a una hija que no iba a poder vivir fuera de su útero. Antes de tomar la decisión, fueron a ver a un pediatra y a un genetista. "Todos coincidían. Nuestra hija podía morir en el parto o tener una vida corta con respirador artificial y alimentación mecánica. Nos explicaron que no iba a tener desarrollo motriz y que no iba a ver porque sus ojitos no iban a desarrollarse. Yo visibilicé un calvario, para nosotros y para nuestra hija, porque eso no se puede llamar vida", sigue.
Romina, sin embargo, no podía interrumpir el embarazo de manera legal porque, en Argentina, el aborto es legal sólo cuando hay peligro para la vida de la mujer, para su salud y en los casos de violación. "Es cierto, la malformación fetal no es causal de aborto no punible en Argentina -explica a Infobae Raquel Tizziani, médica y responsable de la primera materia sobre aborto en una universidad argentina-. "Chile, en cambio, acaba de aprobar tres causales en las que el aborto no está penado: cuando hay peligro para la vida de la mujer, en casos de violación y cuando el feto se declara inviable".
El embarazo de Romina estaba muy avanzado: "Tenía que hacer el aborto en condiciones seguras porque era casi un parto prematuro", continúa ella. Como ya era militante por los derechos de las mujeres, se asesoró: "Tuve la suerte, si se puede llamar así, de poder contactar a un médico que está de acuerdo con el derecho a decidir de las mujeres. Él me asesoró para hacerme un aborto medicamentoso".
Lo que Romina tuvo que hacer fue conseguir la pastilla de Misoprostol, ir a su casa, esperar el inicio del trabajo de parto y soportar las contracciones. "Tenía que esperar a romper bolsa en casa sí o sí y llegar a la guardia con el aborto en curso. Si no llegaba con la bolsa rota el protocolo es tratar de retenerlo. Fue una situación horrible, cuando el embarazo está avanzado las contracciones son insoportables. Tuvieron que llevarse a mi hija de mi casa para que no viviera eso".
Romina tuvo que esperar a romper bolsa y a dilatar antes de ir a la clínica. "Fue la suma de todos los dolores. El dolor físico, el dolor emocional y el dolor de estar haciendo algo que para la jurisprudencia argentina es ilegal. Finalmente pude despedir el feto. Fue uno de los peores momentos de mi vida. Después de eso, caí en una depresión profunda", sigue, con la voz entrecortada.
María Teresa Bosio, presidenta de "Católicas por el derecho a decidir", explica la letra chica de la ley: "La interrupción del embarazo es legal si está en peligro la salud de la mujer. En el caso de Romina, su salud física no estaba en juego pero la Organización Mundial de la Salud indica que la salud no es sólo física sino también psicológica y emocional. Y obligar a una mujer a llevar adelante un embarazo inviable genera un sufrimiento psíquico inmenso".
Dice Romina que haber tenido que hacerse un aborto clandestino fue "la peor parte": "Nunca sentí que estaba haciendo lo incorrecto pero el tema de la clandestinidad te rotula como un monstruo. Yo creo que la vida no es sólo una variable física. Por más que mi hija hubiera nacido y hubiera podido respirar de manera mecánica y alimentarse por sonda, hay cosas que no iba a poder hacer nunca. Sonreir, por ejemplo, darme la manito, tomar la teta. Iba a vivir conectada a cables, eso no es vivir".
Cuando Romina y su marido se sintieron mejor, se hicieron estudios genéticos. Los resultados mostraron que la malformación no había sido azarosa sino producto de una falla genética de ella. Era una lotería: así como su primera hija había nacido sin la malformación y la segunda la había padecido, había un 25% de posibilidades de que la malformación volviera a repetirse y de no poder enterarse, otra vez, hasta la semana 20 (que es cuando se deja ver). Decidieron volver a intentarlo y asumir el margen de error.
El año pasado, Romina volvió a quedar embarazada. "Estuve muy nerviosa hasta la semana 20. Finalmente fue un alivio porque el diagnóstico no se repitió", cuenta, sin alegría. Como le había sucedido en el primer embarazo, Romina volvió a tener hipertensión. Su hija nació en la semana 25, cuando aún no había entrado en el sexto mes de gestación. Estuvo 14 días internada. Murió en abril.
Romina trata de serenarse del otro lado del teléfono. Está en Córdoba, aún con licencia por maternidad, más allá de que no haya podido ejercerla. Ahora, cuenta, con su marido tomaron una decisión: volverán a aquella idea inicial de adoptar a su próximo hijo.
LEER MÁS: Paso a paso, qué se enseñará en la primera materia sobre aborto en una universidad argentina