Ella vive con VIH, él no: "Elegimos tener sexo sin preservativo"

Mariana Iacono adquirió el virus cuando tenía 19 años. Lo primero que pensó fue "me voy a morir". Caio es su pareja desde hace tres años; para ellos, dejar de usar preservativo no fue "una locura" sino una opción

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Faltaban cuatro cuadras para llegar al hospital y escuchar el resultado definitivo. Mariana tenía 20 años y caminaba sola. Su hermana había querido acompañarla pero ella le había dicho: '¿Para qué, si va a dar negativo?'. Faltaban cuatro cuadras para llegar al hospital cuando la duda entró como entra un río opaco cuando se abre el dique que lo contiene. Mariana caminó rezando. Rezó diez padrenuestros. La mirada de la infectóloga alcanzó para entender. Cuando salió lo puso en palabras mudas: "Me voy a morir", pensó. Y se vio recostada, rígida y joven, en un ataúd.

Mariana Iacono tiene 35 años, es licenciada en Trabajo Social y ahora está acariciando a uno de sus perros en su casa, en Sarandí. Hace 15 años que vive con VIH y desde hace tres está en pareja con Caio Mota, un joven brasilero que conoció durante un viaje a Río de Janeiro. Juntos forman una pareja sero-discordante, eso significa que ella vive con el virus y él no.

"Sé perfectamente en qué momento adquirí el virus. Yo tenía 19 años y estuvimos tres meses juntos. Era una relación posesiva, con una enorme violencia psicológica: él quería tener sexo sin preservativo y me fue comiendo la cabeza hasta convencerme. Terminé la relación después de una paliza que me dio", cuenta ella a Infobae.

Varios meses después de haber podido finalizar esa relación, Mariana empezó a notar que tenía verrugas en el pubis y buscó en Google. Encontró que el HPV (Virus del Papiloma Humano) podía provocar verrugas con forma de coliflor y fue a un dispensario, en Lanús, a hacerse ver. Antes de hacerle el análisis de VIH (Virus de la Inmunodeficiencia Humana) le preguntaron si tenía parejas ocasionales y si era usuaria de drogas inyectables. Como Mariana contestó que no, le dijeron: "Sería muy raro que te diera positivo".

Dio positivo. Decidieron repetirlo. Una vez, otra vez. "La infectóloga me miró, habrá sido un segundo, y yo me largué a llorar. Yo sabía poco del tema, tenía la información básica de cuando había rendido Biología, en cuarto año. En mi casa tampoco se hablaba de eso, mi papá tenía 70 años cuando me dieron el diagnóstico", recuerda. Ese día, Mariana volvió llorando y gritando a su casa: "Me dio positivo", repetía. Hasta que lo sentaron y le explicaron, su papá pensó que estaba embarazada.

Al día siguiente, su mamá y su hermana fueron a hablar con el médico clínico. Su papá la acompañó al infectólogo. "Cuando salimos, mi papá dijo: 'Lo único que voy a decir es que ella tiene este virus porque ella lo decidió". Mariana y su papá habían discutido sobre el tema una semana antes, cuando él escuchó que se iba a hacer el análisis: "¿El análisis de qué? Eso es una enfermedad de chorros, de putos y de putas".

La noche posterior al diagnóstico, Mariana fue a dormir a la casa de unos amigos, en Gerli. Nadie lo podía creer. Le decían "pobre" y preguntaban, en voz alta, cómo podía ser, si ellos habían "bardeado" en sus relaciones sexuales mucho más que ella. Lo que sucedió con cada relación que Mariana tuvo durante los años posteriores al diagnóstico es un capítulo aparte.

"Yo había vuelto con mi primer novio cuando me enteré. Fue raro porque él siempre dijo que me acompañaba, que estaba conmigo; pero no volvimos a tener sexo. Yo tampoco tenía deseo, pero me daba cuenta de que él no quería ni darme un beso. Cuatro meses después se fue a vivir a México y me agarró un ataque de ira. Mandé un mail colectivo a toda su gente que decía: mi novio me dejó porque tengo sida".

Hubo otra relación, que duró casi un año: "No había penetración. Y eso que era alguien con información, que había ido a la universidad, que tenía padres profesionales. Cada vez que había que intentarlo parecía que iba a morir de un infarto".

Mariana entró en lo que llama "una fase de experimentación" y empezó a plantearse preguntas: "Cuando conozco a alguien, ¿le tengo que avisar? ¿Por qué, si vamos a tener relaciones con preservativo? ¿Cuándo le tendría que decir? ¿Antes de tener sexo? ¿Después? Si quiero una relación seria, ¿se lo tengo que decir de entrada? ¿Por qué si alguien tiene sífilis no tiene que decirlo y yo sí, si usamos preservativo y no te voy a exponer a nada?".

Hubo, en ese contexto, un hombre al que Mariana veía cada vez que viajaba a Estados Unidos a dar conferencias como referente de la Comunidad internacional de mujeres con VIH. "Un día le conté y fue terrible. Llamó a mis amigos y me dijo que si pisaba otra vez Nueva York y me veía, me pegaba un tiro. Que ahora él estaba enfermo, cosa que no era cierta, que quién se iba a hacer cargo de eso. No habíamos tenido sexo sin preservativo, no había riesgo, pero no pude ni explicárselo".

Hubo golpes que llegaron de parte de sus amigas. "Una de ellas siempre me decía que me iba a presentar a su hermano, que vivía en Italia. Hasta que un día el hermano vino, y pegamos onda enseguida. Pero resulta que ella se atacó mal, me dijo cosas muy feas, pensaba que yo le iba a matar al hermano. Para mí fue uno de los golpes más duros". 

Pero en 2014, la trama empezó a cambiar. Mariana viajó a un Encuentro de Mujeres en Brasil. Caio Mota, que trabajaba en una organización que participaba del evento, fue a buscarla a la terminal. "En ese viaje nos enganchamos y nos dimos unos besos. Yo después volví a Buenos Aires", arranca ella.

Quedaron conectados por Facebook. Una noche, Mariana posteó algo técnico, acerca de su carga viral, y Caio le preguntó qué era eso que escribía. "Yo estaba segura de que él ya sabía, por mi activismo. Pero cuando me hizo esa pregunta me di cuenta que no sabía nada".

Mariana le respondió: "Es algo del VIH", y Caio -que ahora sonríe con picardía cuando recuerdan la anécdota-, no contestó más. Hay dos versiones sobre lo que pasó esa noche: Caio se quedó dormido, Caio habló con sus amigos. Él dice que no recuerda ninguna de las dos, Mariana sí. Esa noche, ella se quedó hasta las 2 de la mañana esperando su respuesta hasta que dijo: "Listo, otra vez".

Al día siguiente, Caio contestó.

"Saber que Mariana vivía con VIH no fue muy marcante para mí", dice él, que todavía usa palabras en portugués. "No lo fue, creo que porque yo tenía información sobre el VIH. No sé, la verdad es que no tuve miedo. Para mí lo complejo era otra cosa. Yo quería estar con ella pero ella vivía en Argentina y yo en Brasil, eso era para mí un problema".

Mariana y Caio le buscaron la vuelta -están viviendo en Sarandí pero piensan irse a vivir a Brasil- y se pusieron en pareja. Y en estos años, Caio detectó una misma pregunta que muchos le hacían: "Vos, ¿no tenés miedo?". 

"Entiendo la motivación de la pregunta. Mi generación, años 90, 2000, creció con esa cultura del miedo, de que el VIH es sinónimo de muerte, de que no hay vida después de que contraés el virus", escribió él en un posteo en su Facebook que se volvió viral. "Creo que hay que quitar el miedo del camino y reformular nuestras preguntas. Vivir con Mariana en estos años, ver el baile que ella da viviendo con VIH, es aprender a bailar juntos. Y me da la certeza de que no hay nada de qué temer. Solo existe lo que hay que enfrentar, con amor".

Mariana sonríe cuando lo escucha. Y cuenta que quieren tener un hijo. Explica que hay parejas sero- discordantes que recurren a la fertilización asistida para evitar tener sexo sin preservativo y hay quienes, como ellos, tomaron otro camino: "Elegimos tener sexo sin preservativo. Eso no es una locura, es una opción", explica. "Está estudiado que si una persona con VIH toma su medicación en tiempo y forma, tu carga viral pasa a ser indetectable. Es como si el virus estuviera dormido".

El prestigioso infectólogo Pedro Cahn, director de la Fundación Huésped, lo confirma: "Se ha demostrado, desde 2012, que una persona con una carga viral indetectable no solo mejora su salud individual sino que prácticamente lleva a cero la posibilidad de transmitir la infección a un tercero", explica a Infobae. 

De hecho, esa es una de las patas de la 'meta 90-90-90', establecida por ONUSIDA: si el 90% de quienes viven con el virus conocen su situación, el 90% de ellos está en tratamiento, y el 90% de quienes están en tratamiento tienen su carga viral indetectable, para 2030 la epidemia estaría controlada. Hay una campaña, que ya tiene fuerza en Estados Unidos, que lleva ese nombre: "Indetectable no transmite".

No es una meta sencilla -explica Cahn-: hoy, 3 de cada 10 personas con VIH en Argentina lo desconoce. Para aquellos que acceden al tratamiento la adherencia es un desafío (muchos lo abandonan). Y 1 de cada 10 personas presenta resistencia a algunas de las drogas (es decir, los medicamentos ya no son activos para controlar el virus).

"En síntesis, la no transmisión por vía sexual del VIH en parejas sero-discordantes está debidamente probada siempre que se tengan todas las variables mencionadas antes. Es una decisión de cada pareja que, en el marco del conocimiento y el acuerdo voluntario, debe ser respetada como tal", cierra Cahn.

No usar preservativo es la opción que Mariana y Caio tomaron para sus vidas. También decidieron estudiar juntos una Maestría en Comunicación y Derechos Humanos, en La Plata. Hay otra decisión que ya está tomada: en octubre van a casarse.

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