Jorge Sivak se suicidó el 5 de diciembre de 1990, el mismo día que decretaron la quiebra de la empresa de su familia. Jorge era hermano de Osvaldo Sivak, secuestrado y asesinado unos años antes, en uno de los casos de mayor impacto de los 80. El periodista Martín Sivak, hijo de Jorge y sobrino de Osvaldo, autor de Jefazo, una celebrada biografía de Evo Morales, se decidió a contar en primera persona una historia que es a la vez un singular retrato de la Argentina de entonces.
En El salto de papá, Sivak reconstruye la muerte y la vida de su padre, un hombre que fue militante comunista, guerrillero urbano, abogado de presos políticos, él mismo un preso político y que vivió la culpa del sobreviviente con la desaparición de su mejor amigo, primero y definitivamente y hasta su muerte, con el secuestro y asesinato de su hermano mayor. Pero en su libro, Sivak cuenta también la larguísima discusión de carácter legal de siete años años que él y su hermano vienen teniendo con el cementerio privado Jardín de Paz, de donde se propusieron tiempo atrás retirar los restos de su padre para cremarlos, algo que no consiguieron por el empecinamiento de la empresa, que insiste en cobrarles, aún cuando la real deudora por el entierro era la madre de los Sivak, quien también murió años atrás.
Lo que sigue es el capítulo del libro que reproduce la carta que el autor les envió a fines de 2016 a los propietarios del lugar donde aún están los restos de Jorge Sivak.
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En septiembre de 2016, la abogada Mariela Mosnaim me preguntó para qué quería recuperar el cuerpo de papá y cremarlo. No supe qué responderle. Balbuceé por teléfono.
—Bueno… esteeee… para cerrar el litigio interminable con el cementerio, ¿no? Y porque quiero terminar el libro.
—Probablemente Jardín de Paz no se va a mover de su posición. Habría que pagar lo que piden. Pero también podés dejar todo como está —sugirió.
No sabía cómo argumentar para qué quería las cenizas. Empecé a considerar lo que nunca se me había cruzado por la cabeza en siete años de disputa y abogadas: ¿qué pasaría si dejara a papá en Jardín de Paz?
El 25 de noviembre de 2016 redacté una carta para los propietarios del cementerio. Tardé veinticinco minutos. Fue fácil encontrar un malo perfecto y tirarle un balde de mierda. Cuando me levanté para retocarla, me distrajo una noticia: su muy admirado Fidel Castro había muerto. Un buen día también para escribir la última página de este libro que tantas veces se me escapó, que me hizo llorar ríos y que guarda mi amor por papá.
26 de noviembre de 2016
Señores propietarios de Jardín de Paz,
Son el peor cementerio de Argentina. Conozco públicos y privados. Ustedes dan un servicio deplorable, pagan sueldos bajos, maltratan a los jardineros del predio y tienen un gusto pésimo.
Hace siete años que pido la exhumación y la reducción de mi padre, Jorge N. Sivak (cédula de identidad: 4.736.895). Me corrieron con cobradores, me condonaron
la deuda, me volvieron a querer cobrar. Si no me ejecutaron o me demandaron es porque no pueden. Les ahorro abogados e intermediaciones. Se pierden 2.500
dólares. Nada: eso ganan con un muerto en la zona económica. Si tuviera coraje entraría con un tractor y me llevaría a papá por la fuerza.
Quiero ser bien claro. Quiero que me entiendan bien. Métanse el cuerpo de mi padre en el culo. Quédense con la parcela. Vendan esa paz aparente. Vendan ese jardín de maqueta, ese golfito hediondo. No necesito las cenizas de papá, ni sus restos. Ni nada. No les debo nada. No me deben los restos. Empatados: tablas en el cementerio.
Nunca más voy a pisar Jardín de Paz. Cada vez que escuche sobre un deceso desaconsejaré los servicios de ustedes. Ya dos de mis amigos enterraron a
los suyos en la competencia. Hasta hacerles perder a doce clientes no me detendré.
Mercaderes de la muerte. Mi papá no merece haber pasado veinticinco años ahí. Pero ya entendí: no está en esos huesos retenidos en su cementerio, ni en ningún otro lado.
Muéranse. Y tengan cuidado: pueden enterrarlos en Jardín de Paz.
Martín E. Sivak
(DNI: 24.773.853)