Venció la poliomielitis y ahora hace deportes extremos: "A los 50 logré pararme por primera vez"

Juan Maggi es cordobés, padre de familia y logró escalar el Himalaya, una de las cimas cordilleranas más altas del mundo

"Lo difícil se hace y lo imposible se intenta", así es como se describe Juan ante los desafíos más impensados que le permiten estar en "movimiento", palabra clave en su vida ya que así fue como logró siempre estar de pie y salir adelante. Tirarse en paracaídas, hacer parapente, esquiar, correr maratones y trepar los puntos más inhóspitos del planeta son algunas de las actividades que realiza este deportista que no le teme a los obstáculos.

Una poliomelitis vaccinal al año de vida, decenas de operaciones para rectificar sus piernas, intervenido quirúrgicamente desde los 5 hasta los 18 años, es lo que debió transitar Juan Maggi para poder erguirse por primera vez en su vida a los 50.

"Lo mejor que me dio la vida es poder levantarme cada vez que caigo", señala este cazador de aventuras, que aprendió a caminar luego de ocho meses de prácticas y de colocarse prótesis con tecnología biónica, que le permiten concretar cada uno de los desafíos que decide afrontar.

–¿Qué sentiste cuando te paraste?

–Estuve ocho meses y en esto me ayudó mucho la cultura del deporte. Armé un gimnasio en el garaje de mi casa, y si alemanes y americanos habían dicho que yo me iba a parar, me tenía que parar. Entonces le metí ocho horas por día en búsqueda de esto. Lo veía como algo muy verídico. Y te digo la cultura del deporte por esto, cada día hacés un poquito más. Dedicación, esfuerzo, un poquito de pasión, en el deporte tiene muy buenos resultados.

–¿Qué pasó por tu cabeza?

–Sigo teniendo sensaciones importantes, no te diría a diario, pero en ese momento era todo un cambio no solo mío, sino de mi familia. Al principio caminaba con las manos abiertas y las piernas abiertas. Mi hija me decía "Papá, ¿para qué querés caminar así?". Así como diciendo, "caminas malísimo". Me pasó el día que bajé el primer escalón, llamé a toda la familia. Era importantísimo para mí, pero para el resto era un escalón. Es un cambio muy difícil de explicar con palabras, aparte tirás el peso en un lugar donde durante cincuenta años falló. Entonces tenés que hacer toda una educación.

–¿De confianza en vos mismo?

–Es un proceso difícil a los cincuenta años. Creo que hoy estoy chocho, me ha dado calidad de vida, pero no ha cambiado mi vida. Estuve cincuenta años buscando pararme, y cuando lo logré, estaba bueno pero me di cuenta que no era para tanto. Miré mi vida para atrás y estaba llena de cosas. No estaba parado, pero estuve de pie toda mi vida.

–¿Creés en Dios, Juan?

–Tengo creencias en un Dios no terrenal. Sería muy soberbio pensar que todo esto es obra mía.

–¿Te preguntaste por qué a vos?

–Me lo he preguntado. Vos me preguntaste sobre mi niñez, y creo que el punto difícil en una discapacidad de toda la vida como lo veo yo, es la adolescencia. Porque de niño vos vas y convivís con esto y no te das cuenta de lo que te pasa. Pero en la adolescencia sí, me he encerrado un montón de veces y me he enojado con muchas cosas innecesarias. No con Dios, porque mi creencia es posterior a todo esto.

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–¿Te preguntás por qué a mí?

–No. Sería muy tonto decir que me gustaría tener polio de nuevo, pero creo que he tenido la experiencia de la discapacidad y de la manera que me tocó vivirla, ha sido una experiencia fantástica.

–Alguna vez te preguntaste, ¿por qué a mí?

–Qué es lo que hago. Por ahí lo que le faltó a mi infancia o a mi adolescencia fue tener a alguien, alguna referencia. Es para lo que pongo mucha energía: para que la gente no diga ¿Por qué a mí? Sino, ¿Por qué no yo?

–Ante esta situación, ¿cuál es tu consejo?

–Lo primero que le digo a las personas es que se muevan. Al principio hablaba de deporte y ahora hablo de movimiento, porque no hace falta ni correr un Iron Man o tirarse en paracaídas. El movimiento que uno hace todos los días, todo eso genera vida. Y lo primero que hay que hacer, porque normalmente lo que pasa en las discapacidades, no solo en las visibles, es como que la gente se empieza a encerrar en su zona de confort y lo que hay que hacer es salir de la zona de confort para disfrutar de la vida.

–¿El movimiento es vida?

–Es sanador. Yo digo que el movimiento es mágico.

–¿Alguna vez dijiste "no voy a poder con esto"?

–Un montón de veces no he podido con algo. No todo lo mío fue éxito en la vida, he abandonado alguna que otra carrera. Yo no digo que todo se puede, yo creo que todo se debe intentar. Es distinto. Todo se puede es muy omnipotente. Todo se debe intentar me gusta más y me parece que el lema que me acompañó a mí cuando arranqué este sueño de ir al paso más alto del mundo era "lo posible se hace y lo difícil se intenta".

–¿Se aprende más del éxito o de la derrota?

–Las derrotas enseñan muchísimo. El éxito no te deja detenerte en qué te equivocaste, sino que el éxito es buscar siempre la parte del disfrute.

–¿Te has dado un espacio en estos 54 años para llorar?

–A solas he llorado muchísimas veces. Hoy hay cosas que me emocionan: he llorado de tristeza, de alegría, he llorado en esa mezcla de tristeza y alegría. Por ahí no soy alguien que se emociona en público o ante mi familia, soy un tipo de apariencia dura. Soy muy apasionado para sentir también.

–¿Sos un agradecido de la vida?

–Sí, totalmente. Tengo cinco hijos fantásticos, una mujer fantástica, tengo la vida que quiero. Me levanto todas las mañanas y hago lo que quiero. Eso no tiene precio. Persigo mi sueño, no tengo que hacer nada obligado, eso para mí no tiene premio. Lo único que queda es agradecimiento para eso.

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