"Lo hice por necesidad", dijo el hombre barbudo con voz tímida y sin temor a confesar que durante dos años se había alimentado de los cuerpos trozados de una decena de personas, a razón de dos por semana. Pero, solo de algunas de sus partes, porque obvió "los cortes" que le podrían causar indigestión. A poco de haber sido detenido, Dorángel Vargas, un vagabundo que solía dormir debajo de un puente de la ciudad de Táriba, respondió las consultas de una reportera que quería saber los motivos de esa detención. La prensa venezolana ya le había dado el apodo por el que se lo conoce.
—¿Por qué se te acusa de haber comido a unas doce personas?— indagó la reportera.
—Y, porque había unos pies y unas manos por ahí—, respondió.
—¿Pero te comías a la gente?—insistió la mujer.
— Pues claro, si soy el "comegente".
Con total franqueza asumió que comió "a unos diez (hombres)…". Según las crónicas del caso, que hasta tiene una canción, Vargas salía a cazar a sus víctimas en el parque 12 de febrero —a 750 kilómetros de Caracas— donde los hombres solían ir a correr. Lo seducía el aspecto saludable de los corredores.
Esa fue su rutina durante casi dos años que, sumada a la extraña pasividad de los efectivos policiales, realizaba casi con tranquilidad.
"Yo soy nuevo… Fue por necesidad", dijo a modo de excusa a la reportera que lo esperó antes de ser trasladado a prisión y explicó por qué en su "menú" no había mujeres: "Porque ésas no molestan a nadie", remató.
La historia del canibalismo de Dorángel
Dorángel Vargas Gómez nació en el seno de una familia humilde en 1957 y desde niño trabajó junto a ellos en la agricultura, lo que le impidió estudiar más allá del sexto grado. Antes de que su nombre fuera tapado por el apodo por el que se lo conoce había sido arrestado en tres ocasiones: dos veces por robo de animales, y la tercera, en 1995, porque fue acusado de matar e ingerir a Cruz Baltazar Moreno, un linyera con el que compartía lugar debajo de un puente. Por ese crimen fue internado en una clínica psiquiátrica y a los dos años volvió a las calles. Su aspecto bonachón lo eximió de que se controle su conducta y la justicia consideró que simplemente llevaría una vida "normal" en la indigencia y se le perdió el rastro.
Recién en 1999 la desaparición de, al menos, 10 hombres alertó a la policía local. Los familiares de algunos corredores y obreros que frecuentaban el parque 12 de febrero, ubicado en Táriba, pidieron investigar sus posibles muertes, pero aún no se había vuelto a reparar en Vargas.
Fue el 12 de febrero de ese año que personal de Defensa Civil, en medio de un rastrillaje, encontró los restos de dos personas. Eso hizo que las fuerzas de seguridad ahondaran en la búsqueda de las personas que seguían desaparecidas. Otros seis cuerpos —los restos dispersos de ellos— aparecieron; las hipótesis rondaban desde ajustes de cuentas de bandas narcos hasta rituales satánicos. Finalmente, recordaron al indigente que había estado internado por comer a otro hombre en 1995.
Cerca de la zona de los hallazgos estaba la vivienda precaria que habitaba Vargas. Hubo un allanamiento. El terror se apoderó de los investigadores.
En el interior de la choza había recipientes con carne humana preparadas para ser consumidas. A un lado había tres cabezas, pies y manos de distintos cuerpos. Una carnicería, pero humana.
El nacimiento del "Comegente"
Tras el macabro hallazgo, Dorángel Vargas fue detenido. Las versiones de sus declaraciones, llamaron a un sinfín de mitos e hipótesis y pusieron la historia del hombre caníbal en el primetime de los medios venezolanos. La prensa, al unisono, lo apodó "el Comegente" y su nombre de pila y apellido paterno quedaron en el olvido.
Según las crónicas policiales de los medios, la desaparición de los hombres sucedió entre noviembre de 1998 y enero de 1999. Las mismas aseguran que salía de cacería con una lanza que él mismo había fabricado con un tubo. Los mataba, luego los descuartizaba, guardaba las partes que comería y enterraba aquellas que no le gustaban, como pies, cabezas y manos.
Le gustaban los hombres de aspecto fornido y saludable, por eso prefería a los que paseaban a trote por el parque y a los obreros que, distraídos, caminaban por las orillas del río Torbes. Y de ellos prefería la parte de la panza. Cuenta la historia, o leyenda, que cuando en la dependencia policial le preguntaron sobre esa preferencia respondió que era por el sabor y que un agente panzudo hundió el abdomen, asustado.
En 1995, Vargas fue acusado de matar y comer a Cruz Baltazar Moreno, un indigente que conocía, y por ese acto fue denunciado por otro mendigo, Antonio López Guerrero. Al cumplir los dos años de internación en el Instituto de Rehabilitación Psiquiatrica de Peribeca fue en busca de su delator para hacerlo correr la misma suerte que su primera víctima. Al confesar ese crimen llegó a decir que le comió el corazón "todavía caliente" y la totalidad de su carne. Habría confesado que le gustaba poner ojos a las sopas y que no ingería niños ni mujeres; tampoco pies ni manos porque lo indigestaban.
Los investigadores de su vida supieron que desde niño manifestó conductas poco comunes y problemas de adaptación. Cuando era adolescente mataba gallinas y vacas para comerlas crudas y bebía la sangre. Del mismo modo lo hizo con las otras victimas de sus instintos caníbales.
Una vez que descuartizaba los cuerpos los cocinaba y preparaba guisos, sopas y empanadas.
¿Hasta en la cárcel?
Vargas fue detenido tras el allanamiento de su choza y su confesión, pese a que no asumió haber hecho nada malo. Lo suyo fue reconocer que lo que había en los recipientes eran restos de otras personas y que el preparado era para comer. Su pasividad al hablar incomodó a los policías que pronto lo llevaron a prisión, quedando a cargo de la Dirección de Seguridad y Orden Público del Estado de Táchira. Permanece allí desde el 12 de febrero de 1999.
En octubre de 2016, Vargas —el comegente— volvió a ser protagonista de las noticias mientras un motín en el Cuartel de Prisiones de PoliTáchira, en el que está detenido. Durante la toma de la prisión (que duró 29 días) dos internos fueron asesinados como forma de mostrar a la Ministra de Asuntos Penitenciarios que sus reclamos venían en serio. Aquí apareció una hipótesis casi mítica que le da participación: los cuerpos de los reclusos habrían sido descuartizados y servidos con arroz. Quienes se negaron a comerlos habrían terminado con los dedos mutilados. En una entrevista dijo al respecto: "Hubo cuchillos. Me quedé tranquilo", negó su participación.
Actualmente, permanece aislado porque lo consideran "una persona de peculiar peligrosidad".
En 2010, una sentencia determinó que esa prisión "no era el mejor lugar" para un hombre diagnosticado con esquizofrenia paranoide, lo que lo convierte en inimputable. Pese a eso, consideraron que tanto para su resguardo e integridad, como la de terceros, lo mejor era que siguiera allí.
Las historias sobre "el Comegente"
El periodista colombiano Sinar Alvarado escribió el libro "Retrato de un caníbal" (2014) con detalles de la investigación y el relato de las declaraciones del propio Vargas.
El grupo Bacalao Men grabó el videoclip "El comegente" en el que cuentan la crónica policial, al mejor estilo Pedro Navaja.