De profesora de gimnasia a "detective": la argentina que cambió el rumbo de su vida buscando saber quién la vendió cuando nació

A los 8 años, Silvia Dell' Agnese supo que no era hija biológica de sus padres. Tampoco era adoptada ni hija de desaparecidos. Con los años, se convirtió en una investigadora con una misión especial: saber por qué la vendieron y por qué la compraron cuando era una recién nacida

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En la investigación sobre su propia historia, Silvia descubrió que no era adoptada y tampoco hija de desaparecidos: había sido comprada (Martín Rosenzveig)
En la investigación sobre su propia historia, Silvia descubrió que no era adoptada y tampoco hija de desaparecidos: había sido comprada (Martín Rosenzveig)

Silvia tenía 8 años y estaba en su casa, en José C. Paz, jugando a hacer piruetas contra la pared. Su papá y su mamá entraron a la habitación y le pidieron que se sentara. Su mamá empezó a llorar con espasmos: lo que estaban por contarle es que ellos no eran sus verdaderos padres. "Silvita", así la llamaban, atravesó la adolescencia y la juventud con una idea fija: en algún lugar del país había una "hija de puta" que la había parido y la había abandonado. Cuando se convirtió en madre, sin embargo, las certezas mutaron en preguntas: ¿qué le había pasado a esa madre? ¿había entregado a su beba? ¿Por qué? Fue así que empezó a investigar, sola. Nunca imaginó que iba a encontrar a la partera que un verano de 1979 había decidido, "como si fuera Dios", cuál iba a ser la trama de su vida.  

"Yo tenía 20 años cuando nació mi primer hijo. Recién ahí, cuando fui madre, empecé a pensar: 'alejarte de un hijo es inhumano'. Tenerlo adentro tuyo, parirlo y después dejarlo, no puede ser posible", cuenta a Infobae Silvia Dell' Agnese, 38 años, profesora de educación física y personal trainner.

Estaba empezando a aceptar que era adoptada cuando su mamá de crianza le contó qué había pasado. Era septiembre de 1978 y ellos estaban en el fondo de un duelo: habían tenido un bebé que, antes de cumplir un año, había muerto. "La tía de mi papá -sigue Silvia- era de esas mujeres bien matriarcales: se hacía lo que decía ella y punto. Bueno, esa tía ve entrar a su negocio a una mujer con un bebé en un cochecito y le dice: 'pero vos no estabas embarazada, ¿cómo hiciste?". La mujer le contestó: "Hay una partera en Mercedes que te soluciona todo". La tía, sin consultarle nada a nadie, viajó a Mercedes. Quería conseguir un bebé que fuera capaz de tapar el vacío familiar que había dejado el otro.

Silvia junto a la tía Elva, la mujer que se ocupó de todo. “Fue una entrega pactada”, dice.
Silvia junto a la tía Elva, la mujer que se ocupó de todo. “Fue una entrega pactada”, dice.

Cuando golpeó la puerta la atendió una mujer delgada, alta y de piel blanca. Estaba embarazada. "Entró, y la partera le hizo una especie de entrevista: cómo eran los papás que querían quedarse con el  bebé, cuánto ganaban por mes, y le dijo que ya había una oferta por el bebé de la mujer alta y delgada que le había abierto la puerta. Se ve que hicieron una especie de subasta por mí. Después llegaron a un acuerdo: que ese bebé, fuera nena o varón, quedaba reservado para ella. Ese bebé era yo. Mi nacimiento fue una entrega pactada", cuenta.

A su mamá de crianza le contaron del acuerdo dos días antes del nacimiento. Y viajó a Mercedes a buscarla. "La partera le contó que yo era la tercera hija de una mujer que no podía quedarse conmigo porque los hermanos, que eran camioneros, no querían que tuviera más hijos". Hubo dos factores en la vida adulta de Silvia que movieron las fichas que faltaban.

Uno fue el nacimiento de Delfina, su segunda hija, que era blanca, delgada y se notaba que iba a ser alta. "Ella se parecía a mí, que mido casi un metro ochenta. ¿Y yo? ¿A quién me parecía yo? El otro fue el nacimiento de su tercer hijo: Silvia, según lo poco que le habían contado, también había sido la tercera hija de alguien. Todavía no lo sabía pero estaba a punto de convertirse en lo que es hoy: una detective buscando desmalezar su propia historia.

Como había nacido en 1979, empezó por Abuelas. El ADN que le hicieron en el Hospital Durand dio negativo. "Fue una sensación muy ambigua. Vos querés saber, aunque seas hijo de desaparecidos, al menos podés decir 'bueno, tengo una historia'. Creo que todavía no sabía lo grave que era no saber". Silvia no era adoptada, tampoco hija de desaparecidos. 

El 20 de noviembre de 2014 buscó en Google dónde estaba la Dirección de Derechos Humanos de Mercedes y manejó 100 kilómetros hasta allá, sola. Lo único que tenía era su libreta sanitaria. "Es raro, yo ya tenía 34 años y recién en ese momento me di cuenta de que en la libreta figuraba una dirección y un garabato. Podían ser datos falsos pero también podía ser la verdadera firma de la partera". El garabato era un apellido. La dirección que estaba escrita quedaba cerca.  

"Ya estaba ahí, sentada en el auto, con una dirección en la mano.  Así que me fui para la casa de la partera. Estacioné y me quedé en el auto, no me animaba a bajar. Estaba sola y nadie sabía que yo estaba allá. Y en un momento me dije: ¿llegaste hasta acá y no vas a bajar?". Silvia, sin saber qué iba a decir cuándo le preguntaran quién es, bajó y tocó timbre.

En su auto hizo decenas de viajes, sola, hasta Mercedes. Allí encontró la casa en la que nació.
En su auto hizo decenas de viajes, sola, hasta Mercedes. Allí encontró la casa en la que nació.

A la señora que la atendió le dijo "mire, yo creo que nací en esta casa". La mujer dio vueltas, llamó al marido, cuchichearon, volvieron: le contaron que, efectivamente, le habían comprado la casa a una partera. La hicieron pasar. "Fue como un tour siniestro. Me mostraron dónde estaba la sala de partos, dónde estaba la oficina y me contaron que la habitación en que las chicas esperaban el momento de parir no tenía ni agua caliente". 

Después le dijeron que cuando compraron la casa, tenía tres cajas fuertes y tanta fama de haber sido un lugar en el que se hacían partos y nacimientos clandestinos, que la señora tuvo que sacar todas las maderas que revestían las paredes: "Soñaba y sentía que había bebés muertos", cuenta. El matrimonio le dio el nombre de la partera. Y le hicieron una propuesta: "¿Querés que te llevemos a la casa?". 

Silvia subió al auto de ese matrimonio desconocido y llegaron a un portón negro. No se animó a bajar. Después, volvió a la Ciudad, gugleó y encontró a un muchacho con una historia igual a la de ella pero el nombre de la partera que figuraba en la partida de nacimiento era diferente. "Hasta que entendimos. La partera tenía dos nombres y dos apellidos. Entonces los iba intercambiando para que no coincidieran. No sé qué juego quiso jugar pero era perverso: había una sola partida que tenía el nombre y la dirección real: la mía".

Dos meses después de la tarde en que no se animó a bajar, Silvia volvió a manejar hasta Mercedes. Desde adentro, una mujer de 84 años le gritó 'quién es', 'no te escucho', 'pasá querida'. "Cuando la vi fue como si la hubiera reconocido. Y la voz, uff, se me encrespaban los pelos. Yo sabía que mi mamá biológica había estado alojada en esa casa durante 3 meses, así que supongo que cuando yo estaba en la panza había escuchado mucho su voz".

Silvia le dijo: "¿Qué tal, vengo a agradecerle". La anciana le hizo zoom con la mirada fría. "Vengo a agradecerle por los padres que me eligió", siguió Silvia. La partera entendió y le contestó: "¿Vos sabés cuánta gente me tiene que agradecer a mí? A mí un montón de mujeres me mandan cartas para el día de la madre, querida. Apenas empezó a hablar me di cuenta que se creía Dios: para ella, había salvado a la chica que no podía tenerme, a la familia que necesitaba un bebé y a mí".

(Martín Rosenzveig)
(Martín Rosenzveig)

Adularla en vez de amenazarla fue la única estrategia que se le ocurrió para sacarle información. Pero en ese primer encuentro no logró que le dijera nada. Silvia volvió y conoció a Alan, otro joven con una historia calcada y un final distinto. "Él había ido tantas veces a preguntarle, que la partera había terminado diciéndole la verdad: tu mamá es tal y vive en tal lugar, y no vengas a joder más". Silvia escuchó esa historia y decidió hacer lo mismo: la partera era la única que podía decirle quién era su mamá biológica. Por primera vez, había esperanza de conocer la verdad.

"Volví. Esta vez me dejó entrar un jardinero. Entré y ella estaba de espaldas. Cuando se dio vuelta y me miró ya no tenía los ojos duros, esa mirada soberbia de la primera vez. Era una mirada amorosa, como de abuelita". Silvia pensó que había logrado conmoverla y que le iba a contar la verdad. "Cuando le empiezo a hacer preguntas, la empleada, que estaba ahí cerca limpiando, vio que no me contestaba o que decía cualquier cosa. Así que se me acercó y me dijo: 'la señora tuvo un ACV, apenas sabe cómo se llama'. Casi me muero", recuerda Silvia. La única tarjeta de memoria con la historia de su vida se había borrado.

Silvia volvió y armó un perfil en Facebook. Era sábado a la noche: dos días después se había compartido 3.500 veces. Los mensajes iban en dos direcciones: gente que decía 'a mí me pasó lo mismo' y mujeres más grandes que decían 'a mí me hicieron parir en esa casa'. Silvia escribió pidiendo ayuda y terminó generando un efecto contagio.

"Al escucharme, un montón de madres entendieron que tal vez sus hijos las estaban buscando y que no las iban a juzgar. Una me dijo: ¿cómo lo voy a buscar ahora, que tiene 40 años? Yo le dije: los hijos necesitamos saber qué les pasó. ¿te obligó tu familia? ¿creíste que no ibas a poder sola? ¿era un hijo que había que ocultar? También aparecieron mujeres que me decían '¿cuándo naciste? ¿pero estás segura? ¿Y si la fecha es falsa? También creían que yo podía ser su hija".

Así juntaron 11 casos, el primero nacido en 1955 y el último en 1985, e iniciaron el proceso judicial por supresión de identidad y robo de bebés. "Hasta que un día recibí un llamado. Era la hija de la partera, estaba muy ofendida. Mientras ella me hablaba yo saqué cuentas: ella tenía 12 años al momento de mi nacimiento", sigue. Otra vez había una esperanza.

La mujer le habló de una mujer delgada, alta y de piel blanca que había tenido a su bebé ahí. Le dijo que ella misma le había dado "agüita con glucolín al bebé". Y que una noche se la había llevado un matrimonio: un señor alto y una señora más bajita. Estaba hablando de mí". La mujer le contó que aquella mujer -la supuesta mamá biológica de Silvia- se llamaba Angélica. Una letra separaba a sus dos madres: a su mamá de crianza le dicen Angelita. 

"La hija de la partera me dijo que mi mamá le escribía cartas a la suya, que la llamara en 15 días y que me las juntaba. Cuando la llamé había hecho desaparecer todo, hasta el último anotador". La causa judicial quedó dormida. Le dicen que la van a buscar y no la encuentran: "Hasta yo sé a qué geriátrico la llevaron", cuenta Silvia. Lo que Silvia no sabe es el secreto que la tía que pactó su entrega se llevó a la tumba: cuánto pagó por los tres meses en que su mamá biológica estuvo alojada en esa casa de Mercedes y cuánto por la beba recién nacida. 

Los casos de Mercedes y ciudades aledañas que Silvia tiene registrados ya llegaron a 60. Aunque la búsqueda, en el camino, cambió de ruta. "Cuando vos fuiste abandonado, voluntaria o involuntariamente, la marca es para toda la vida. Y te lleva a relacionarte con la gente de una manera distinta, desde la dependencia y no desde la igualdad. Capaz estás con alguien que te hace mal pero vos decís: 'yo sé que es tóxico pero me va a querer siempre, no me va a abandonar'. Ya ya no sé si el objetivo es encontrar a mi madre biológica para tener un vínculo. Creo que ya no necesito saber quién es. Lo que necesito es saber por qué".

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