¿Qué hay en la mente de un asesino serial? Los espeluznantes detalles de la pericia psicológica de Robledo Puch

El director Luis Ortega presentó El Ángel, la película que contará la vida del máximo criminal de la Argentina, del "niño bien" que en 1972 asesinó a 11 personas por la espalda o mientras dormían, del hombre que está preso hace 45 años. Quién es, qué pensaba y qué sentía este oscuro personaje

Durante la reconstrucción de uno de los 11 crímenes por los que fue condenado

"¿Están seguros de que este es el sátiro? ¿No se habrán confundido? Ese pibe no puede ser, si se parece a Marilyn Monroe" , le dijo el médico forense Osvaldo Raffo al jefe de policía la primera vez que estuvo frente a frente con Carlos Eduardo Robledo Puch.

El joven tenía 20 años, el pelo rubio ensortijado y enormes ojos azules. Los sesenta kilos distribuidos en su metro setenta y dos lo hacían aparentar menos edad de la que tenía. Parecía un ángel. "Era dueño de una belleza que cabalgaba entre lo femenino y lo masculino", recordó el prestigioso forense ante un periodista de Cosecha Roja hace ya cinco años.

Hoy su nombre vuelve a los medios de la mano de Luis Ortega, quien tomó la historia de este adolescente de clase media, que hablaba inglés y alemán, tocaba el piano con delicadeza y vivía en una acomodada casa en Vicente López junto a su padre empleado en General Motors y a su madre dueña de una panadería, para llevarla al cine en El Ángel y revelar la oscuridad de los 11 homicidios, 17 robos, una violación, dos raptos, un abuso deshonesto y dos hurtos por los que fue detenido el 3 de febrero de 1972 y condenado a cadena perpetua.

Vive en el Pabellón 10 de Sierra Chica -de los homosexuales- con su gata Kuki. Lee la Biblia y desde 2008 pide su libertad condicional

Robledo Puch lleva 45 años preso en el Pabellón 10 del penal de máxima seguridad de Sierra Chica. Desde el 2000 puede pedir su libertad condicional. La primera vez que envió una solicitud para dejar la cárcel fue en 2008, la última en 2016. En febrero del año pasado le remitió una carta a la gobernadora María Eugenia Vidal, donde cita al filósofo Michel Foucault, se compara con Nelson Mandela y reivindica al genocida Emilio Massera.

"Gobernadora Vidal: yo no he matado ni lastimado jamás a nadie (…) estoy convencido que para V.S. no sería más que tener la decisión política necesaria y, como mujer, demostrar por sí sola tener valor para estampar la firma que decrete mi libertad, sin que por ello le vaya a temblar el pulso (…) Así escribo y así soy: un hombre de 64 años con la mirada límpida de quien siempre ha mirado de frente", detalló el múltiple asesino.

Todos sus pedidos fueron rechazados por la justicia: "Se siente libre de todo mal y toda culpa", argumentaron los jueces. En síntesis: "Es un hombre con personalidad anormal psicótica con componentes perversos, histéricos, paranoides y esquizoides", según describió Raffo en el estudio psiquiátrico que le realizó durante dos meses y medio hace ya 45 años.

El 3 de febrero de 1972, cuando la policía fue a buscarlo a su casa, levantó las manos y gritó: “¡No me maten!”. Tenía 20 años y había asesinado a sangre fría a 11 personas

"Que conste que siempre maté por la espalda", le espetó Robledo Puch al juez Eduardo Sasson, recuerda el periodista Rodolfo Palacios en el libro El Ángel Negro. Y Puch no mentía: entre el 15 de marzo de 1971 y febrero de 1972 asesinó a once personas por la espalda o mientras dormían.

"En la boite Enamour, después de robar un millón ochocientos mil pesos, entramos en una pieza y vimos a dos tipos dormidos. Como no se despertaron nos fuimos. Pero al salir me acordé que habíamos quedado en liquidar a cualquiera que estuviera allí. Entonces volví y los maté a los dos por la espalda. ¿Para qué los iba a despertar si igual los tenía que matar?", describió con voz aniñada su primer asesinato, aunque con los años negó toda responsabilidad sobre sus crímenes.

Puch actuó siempre con un cómplice. Primero fue su amigo Jorge Ibáñez, hasta que murió en un accidente de tránsito en extrañas circunstancias, en las cuales él estuvo involucrado. Posteriormente fue Héctor Somoza, a quien asesinó de un disparo y luego le quemó la cara y las manos con un soplete para que no pudieran reconocerlo, en un confuso episodio durante el robo en una ferretería donde habían fusilado al encargado. Esa tarde Puch cometió el error que lo llevaría tras las rejas: olvidó una cédula de identidad en el bolsillo de su socio. La policía lo detuvo en su casa horas más tarde.

El forense Raffo -quien tuvo a su cargo las autopsias de Alicia Muñiz, René Favaloro, el soldado Carrasco, María Soledad Morales y fue perito de parte en la muerte del fiscal Nisman- realizó la historia clínica, psiquiátrica y criminológica de "el Ángel de la muerte", como lo bautizó la prensa en ese entonces.

"No es un asesino serial. El asesino serial mata porque ese es su deseo máximo, su eyaculación. Se lleva alguna cosa material de su víctima como un trofeo. Puch mataba por una cuestión utilitaria", le dijo el médico legista al periodista Federico Shirmer en una entrevista.

La única vez que salió de la cárcel: fue el 10 de mayo de 2016, lo llevaron desde Sierra Chica hasta San Isidro donde le hicieron estudios médicos (Télam)

Hoy Robledo Puch no recibe visitas en la cárcel. Vive en una pequeña celda -pabellón de los homosexuales -con su gata Kuki, lleva una Biblia bajo el brazo, prepara el mate con 11 cucharaditas de yerba cada día y ya no sueña con ser el sucesor de Juan Domingo Perón. En una de sus últimas crisis nerviosas gritó: "¡Quiero ser olvidado!". La película de Ortega impedirá que su deseo se haga realidad.

Osvaldo Raffo aseguró que cuando estuvo cara a cara con Puch, durante el extenso estudio que le realizó, sintió que estaba frente al demonio: "Era como mirarle los ojos a Satán. Es la maldad pura".

¿Qué tiene en la mente un asesino serial? La respuesta la dio el especialista en el informe que hizo para el juicio oral de Robledo Puch, luego de analizar la relación con sus padres ("mi mamá me cuidaba, pero no me sobreprotegía; mi papá era hombre callado, muy de familia y sin vicios"), su adolescencia y su vida escolar ("soy un tipo aislado; no tengo amigos, tengo compinches. Desde chico quería mi independencia y mi libertad"), sus relaciones sexuales ("mi primera experiencia fue a los 15 años con una chica que conocí en un hotel, nunca estuve con prostitutas. A mi novia nunca le toqué un pelo. Tenía sexo una siete veces por mes, no me lo pedía el cuerpo, nunca violé a ninguna"), y su reacción ante cada delito imputado: "Se torna agresivo y se limita a repetir: 'Ya entramos en terreno jurídico y eso no corresponde a la pericia médica. Disculpe, doctor, yo no vengo a fingir y por eso me exaspero. Me hago cargo de los robos, de los homicidios no voy a hablar'".

El día que terminó el juicio oral, su madre rogó ante los periodistas: “Quiero que tenga la oportunidad de tener una vida normal”. Y lo visitó en la cárcel hasta el último día de su vida

Luego de bucear en la oscuridad y en el horror de una mente perversa, el perito afirmó: "Carlos Eduardo Robledo Puch conoce el carácter psiquiátrico de la entrevista, saluda correctamente y se esfuerza en parecer cortés y educado. La mímica es exagerada, amanerada y tacha de puerilidad. Sonríe por motivos fútiles y esta sonrisa da a su rostro cierta impresión de cinismo".

Y manifestó su sorpresa ante la frialdad del joven quien articulaba bien las palabras, sabía mantener una conversación, y tenía un discurso coherente y lógico: "No se cree loco, ni cree haberlo estado nunca".

Robledo Puch no despertaba ni odio ni afecto. Simplemente, era imposible sentir alguna empatía con él. Existía como un cristal que lo separaba de la gente, que lo aislaba. Por momentos explotaba de ira y por momentos meditaba las respuestas. "Parece un sujeto que vive como un extraño dentro de la sociedad, como si perteneciera a otro mundo".

De una inteligencia "buena sin ser extraordinaria", excelente memoria, rápida asociación de ideas, viva imaginación "sin carácter patológico" y un bagaje espiritual "proporcionado a su escolaridad y cultura", Puch "no muestra trastornos patológicos del juicio, y esto le permite tener una conciencia razonada de sus actos", escribió el forense.

La casa de La Lucila en la que Robledo Puch vivió durante un año

Entre los párrafos más salientes que elaboró, luego de dos meses de charlas en un cuarto oscuro donde la risa de Puch le resonaba en los oídos aún cuando regresaba a su casa, Raffo puntualizó:

"Su humor es más o menos parejo, pero fácilmente irritable llegando hasta la cólera cuando cree que el interrogatorio no lo favorece; adapta entonces una actitud de aparente amabilidad, complacencia y simpatía".

"Puch posee un amplio dominio sobre sí mismo y dice solamente lo que debe o le conviene. Tiene un rasgo característico de los psicópatas: tendencia a pasar a la acción y descargar así su tensión. Sin embargo eso no tiene carácter patológico: es capaz de adaptarse a las circunstancias e inhibir sus tendencias delictivas cuando hay riesgo para su persona o sus intereses".

"No es ni un sujeto normal ni un alienado. Pertenece a este grupo numeroso y heterogéneo de sujetos intermedios entre la sanidad mental y la psicosis. Nuestro hombre presenta estigmas de temperamento paranoide, perverso, esquizotímico".

"Lo paranoide se refleja en lo siguiente: es desconfiado, egocentrista, orgulloso e inadaptado. Cuando llega a la presencia de los peritos, lo hace satisfecho de ser el centro de atracción, sonríe y trata de impresionar como hombre culto, bien hablado y superior a sus congéneres".

Ana María Dinardo, una aspirante a modelo de 23 años, víctima de Robledo Puch

A Puch no lo doblega nada, ni el interrogatorio más tenaz. "Tiene tendencia a la introversión y es narcisista", señaló el informe.

"Lo verdaderamente dominante de su personalidad son sus estigmas psicológicos, pertenecientes a los psicópatas desalmados, "locos morales", asociales, perversos instintivos. Ha cometido múltiples delitos graves, muchos de ellos en condiciones de excepcional sufrimiento para las víctimas, y no ha mostrado arrepentimiento alguno (….) es indiferente al sufrimiento ajeno".

“Me pregunto por qué tanto odio. Sienten temor, sienten miedo, por eso no me dan la libertad. No aguanto más, realmente no aguanto más”, dijo desde la cárcel cuando le fue denegada su libertad

"Su perversidad viene de lejos, no se instaló de golpe ni fue determinada por una enfermedad o por el medio. Él tiene una infancia con "historia" y esto es importante en la interpretación psicopatológica. Su anormalidad es de origen congénito (…) No es un débil mental, no es un confuso, no es un delirante, no es un perturbado: carece de todo síntoma que constituye un estado de locura".

"Carlos Eduardo Robledo Puch tiene una personalidad psicopática, que son las que sufren por su anormalidad o hacen sufrir a la sociedad. Nuestro hombre pertenece a la segunda variedad: hace sufrir a los demás y personalmente no padece absolutamente nada. Él es un perverso".