De cuantas maldiciones lanzamos al cielo los porteños contra Pedro de Mendoza y Juan de Garay por habernos fundado sobre un pozo de 90 por ciento de humedad, dos se la llevan otros tantos errores: levantar Buenos Aires junto a un río marrón en vez de elegir el ancho y puro mar, y alejarnos de por vida de la belleza de la nieve. Aunque no tan de por vida…
Quedan ya pocos testigos, es cierto. Pero hace 89 años, el sábado 22 de junio de 1918 a las tres y media de una tarde nublada y con el termómetro en cero grado, suave y silencioso como un fantasma, un manto de nieve fue abrazando la ciudad.
¡Y hubo fiesta! Y sonrisas por primera vez desde los negros días del 2 al 7 de enero. Días de sangre y muerte obrera –gobierno de Hipólito Yrigoyen– bajo la represión de una huelga en los talleres metalúrgicos Vasena.
Sí: la masacre que pasó a la historia como La Semana Trágica. La nieve de junio no cerró las herida, pero acaso mitigó su ardor.
Y los años pasaron, pasaron, y cuando aquella nevada era ya una mínima crónica en los libros de historia, llegó a Santa María de los Buenos Ayres, en suprema fiesta patria (9 de julio), año 2007, casi con la perfección de un guión de cine ¡la segunda nevada!
Nos había hecho esperar casi nueve décadas.
Pocos testigos quedaban vivos. Algunos de esos pocos –infalible– murmuraron: "La del 18 fue más grande". Nunca faltan los pregoneros del "todo tiempo pasado fue mejor".
Los primeros augurios soplaron, junto con una ola de aire polar que azotó al ochenta por ciento del país (y también a los vecinos: Uruguay, Paraguay, Brasil, Chile y Bolivia, pero todos en menor medida), los días 6, 7 y 8, cuando el porteñaje fiel empezó lucir escarapelas, y el 9 a la mañana junto con el himno en las escuelas y los cuarteles, empezó a aterrizar una cortina helada –temperatura a esa hora, cuatro grados–, que pasado el mediodía llegó a la mayoría de edad y se recibió de nieve, nevada, nevazón.
Y en los barrios se desató el folklore blanco: muñecos urdidos con mayor o menor arte, batallas a copo limpio, celulares a mil para fotografiar, filmar y mandar a los noticieros de la tele.
Por cierto, el blanco radiante no fue privilegio de la ciudad: desde La Pampa hasta el extremo norte, el mapa que indica los puntos de caída parece un cartón ametrallado.
El pico de caída sucedió entre las cuatro y media de la tarde y las tres de la madrugada. Después, lentamente, densa y pura primero, blanda y sucia después, se fue diluyendo hasta ser pasado.
Porque la nieve, como la lluvia según Borges en su poema del mismo nombre ("Bruscamente la tarde se ha aclarado / porque ya cae la lluvia minuciosa / Cae o cayó / La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado"), es en Buenos Aires tan bella como efímera. Es un golpe de azar: un número ganador entre mil millones. Una estrella avara de luz. La frustración de un poeta: pronto es agua en los cristales de su buhardilla.
Aquella de la fiesta de Julio Nueve cumple hoy su primera década de ausencia. Oremos: tal vez orando vuelva a teñirnos de blanco la cabeza… antes que los años.