Pablo y Juan estaban recién casados cuando llegaron a un Hogar de niños en Misiones. Hacía poco que habían empezado a pensar en la adopción y, mientras estaban conversando, un chico se acercó y les convidó tereré. David tenía 11 años y estaba atravesado por todas las formas de soledad: su mamá había muerto, su abuela lo había dejado a la deriva y alguien se había robado a su hermano. Pablo y Juan se fueron pero nunca pudieron dejar de pensar en él. Volvieron un tiempo después y le preguntaron a David si quería ser su hijo. David les contestó: "Si no es con mi hermanito, no". Pablo y Juan le prometieron que iban a hacer todo lo posible para encontrarlo y adoptarlos juntos. Y cumplieron.
Hace cero grados y cae aguanieve en Río Grande, Tierra del Fuego. Pablo López Silva -52 años, docente y director de gestiones institucionales del municipio-, atiende el teléfono. Juan Castro (42), su marido desde hace cinco años, no está en casa. Sí están sus hijos y sus voces es escuchan de fondo. Lo interrumpen, le preguntan si tiene chicles primero, si tiene plata después.
– No hijo, papá no tiene, preguntale después a papá.
Hay parejas que se mueven con lentitud: calculan los riesgos y beneficios de cada paso que están por dar. No fue el caso de ellos. Se conocieron un domingo de diciembre de 2010 en el boliche Contramano. Pablo había llegado desde Río Grande y estaba haciendo una escala en Buenos Aires antes de viajar a Chaco a visitar a su familia. Se vieron al día siguiente y tomaron un jugo sentados en las escaleras de un supermercado. Dos meses después, Juan dejó su trabajo en una empresa de telefonía y se fue a Tierra del Fuego a vivir con él. A fin de ese año, se casaron.
"Después del casamiento nos vinimos a Buenos Aires porque el padre de Juan nos había organizado la fiesta. Y no sé bien cómo, un día nos levantamos y planteamos esta pregunta: ¿y si en algún momento vemos si podemos adoptar? La verdad es que Juan siempre había querido formar una familia; yo no, no era una idea que tuviera incorporada", recuerda Pablo.
Estaban pensando a dónde ir de luna de miel cuando llegó la noticia desde Chaco. La mamá de Pablo tenía un tumor en el pulmón con metástasis en la glándula suprarrenal. "Mi mamá murió al poco tiempo y fue todo tan caótico, estar casándote y al mismo tiempo enterrando a tu vieja, que yo le dije a Juan: 'necesito salir de acá'". Como ninguno conocía las Cataratas del Iguazú, compraron un paquete de último momento y se fueron.
Iban en un remís a conocer las minas de Wanda cuando el chofer escuchó que ellos, en el asiento de atrás, hablaban de "adopción". Y les ofreció llevarlos al Hogar de niños "Piecitos colorados". Aún no lo sabían pero el objetivo del viaje, de repente, había cambiado. A la primera niña que conocieron fue a Betiana: una nena a la que se le había caído un brasero encima y tenía graves quemaduras en la cara. "Ahí nos informaron que todos querían adoptar a su hermano, que era sano y chiquito, pero no a ella por lo que le había pasado".
Escuchar eso fue un shock: "Es que había algo que nosotros teníamos claro. El día que adoptáramos íbamos a adoptar al niño como fuera, sin condiciones. Ni con respecto a la edad, ni al estado de salud, ni a la estética. Si era 1 estaba bien, y si eran 2, 3, 4 hermanos, también. Yo pensaba: cuando tenés un bebé en la panza, para vos es tu hijo, venga como venga. ¿Por qué íbamos nosotros a poner condiciones?".
Una traba judicial les impidió adoptar a Betiana (que tiempo después logró ser adoptada, junto a su hermanito, por una pareja de Hurlingham). Y en el proceso les hablaron de David y de su hermano, Batista. "Nos contaron que la madre había muerto y que la abuela los había tenido durmiendo prácticamente en la calle hasta que la Justicia se los sacó. Pero no sabíamos que estaban separados. David, el de 11 años, estaba en el Hogar. El más chico, de 9 años, había sido apropiado por una abogada, hermana de una jueza".
Dice que conocieron a David y quedaron "enloquecidos". Y la segunda vez que fueron a pasar tiempo con él a Misiones, "David nos plantea ésto: era con su hermano o no era". De Batista, su hermano menor, sólo había una foto. Pablo y Juan le dijeron: "No te podemos prometer que lo vamos a lograr pero vamos a pelear con todo lo que se pueda para que vuelva a estar con vos". David sintió la contención y unos días después, mientras festejaban un cumpleaños, cortó un pedazo de torta y se lo acercó a Juan: "Para vos, papá", le dijo.
El matrimonio volvió a Tierra del Fuego y un día recibió un mensaje que los llevó a la desesperación: "Hay otra familia que quiere adoptar a David". Y ahí se dieron cuenta de que tenían que moverse con urgencia para que no le dieran la adopción a otra familia y los separaran para siempre.
Pablo viajó a Misiones, contrató un abogado e hicieron el pedido por los dos: por el niño que conocían y por el que no. Así fue que lograron que el juez citara a la mujer que se había apropiado de Batista. "Ese día fue hermoso porque los chicos se reencontraron, eran lo único que tenían y habían estado 9 meses sin verse", dice Juan. Cuando le preguntaron a Batista cómo estaba, repitió un discurso ensayado: "No quiero estar con mi hermano porque mi hermano me pega". Después, le contaron al juez que el nene tenía una nueva vida: iba a una escuela privada, tenía una casa con pileta y un potrillo de mascota.
El juez entendió lo que estaba pasando. Y también escuchó lo que David contestó cuando le preguntaron qué quería él: que no lo separen de su hermano. Y un día, después de semanas eternas, el juez llamó. Dijo que había decidido que los chicos iban a estar juntos. Y que había decidido, también, que Juan y Pablo iban a ser sus nuevos padres.
"Y así nos volvimos, los 4 a Tierra del Fuego". Los chicos eran grandes pero casi no habían ido a la escuela. David, con 11 años, entró a segundo grado. Batista, con 9, a primero. "Batista avanzó tan rápido que el año pasado fue escolta de la bandera", dice su papá. Los padres tuvieron una sentencia favorable en el juicio de adopción y se convirtieron en el primer matrimonio de varones del país en obtener la tenencia total de dos niños judicializados.
Pero ese no iba a ser el final de la historia. "Todos los años llevamos a los chicos a Misiones para que no pierdan contacto con una hermanita biológica que tienen allá. Y también para que le llevan una flor a su mamá", sigue Pablo. Hace dos años, en uno de esos viajes, fueron de visita al Hogar y volvieron a ver a Yanina, una nena a la que habían visto muchas veces pero que, en ese momento, tenía otra particularidad: era la única que quedaba. El resto de los chicos ya estaba con una familia.
"Yani tenía 11 años y había nacido con el Síndrome Alcoholítico Fetal, una enfermedad que heredó de su mamá, que era alcohólica. Suponemos que había nacido prematura, y por todo eso tiene microcefalia y un retraso madurativo. La madre había muerto a causa del alcohol y ahora que ya no tenían con quién revincularla estaba en estado de adoptabilidad".
Y así, otra vez, los López Castro llegaron al juzgado y se ofrecieron a ser sus padres. Fue la jueza la que llamó para preguntarles si el deseo era real. Dijeron sí y poco tiempo después, volvieron a buscarla. Hoy Yanina tiene 13 años y va a quinto grado de una escuela común. Lentamente empezó a alfabetizarse. Los varones de la casa son nuevos en su rol de hermanos pero son conocidos de la vida. Habían sido, por año, sus compañeros de Hogar.
Así, a diferencia de lo que eligen la mayoría de las parejas anotadas en el registro de adopción -piden bebés, sin hermanos y sanos-, Pablo y Juan fueron por una vía paralela: adoptaron chicos grandes, con hermanos, y uno de ellos con discapacidad. ¿Por qué?
"Creo que uno debe replantearse qué es lo que está buscando: si está pensando en satisfacer su necesidad de ser padre o ver qué le puede ofrecer a un chico que está esperando una familia. Me imagino lo que debe ser la vida de un niño que está esperando ser elegido, pensando que para que lo elijan tiene que ser chiquito, no tener hermanos y no tener ningún problema de salud ni estético. Debe ser terrible", piensa Juan.
Y cierra: "Yo sé que hay quienes piensan 'chicos grandes no porque ya tienen una historia, tienen sus mañas'. Pero a ver: nosotros también somos grandes y los chicos también tienen que chuparse nuestras mañas y nuestra historia. La verdad es que nosotros hoy no concebimos la vida sin ellos, sin ser sus papás. Y lo que les puedo decir a quienes ponen condiciones para adoptar es que no se pierdan esta oportunidad de transitar juntos. Uno no nace papá, la paternidad se va construyendo, y se construye con ellos".