Saira, la chica trans que podrá jugar al hockey femenino profesional: "Pretendían medir cuánta testosterona tengo”

Hay algo que distingue a Saira de muchas otras chicas trans: iba a la primaria cuando empezó a vestirse con ropa de mujer. La decisión fue el primer paso de un camino pantanoso. Hubo compañeros que la golpearon, patotas que le tiraron piedras y una familia que la expulsó de su casa. Pero Saira, sola, siguió adelante con su transición. Y ahora que ya tiene 27 años logró algo que parecía imposible cuando iba al colegio en Allen, el pueblo de Río Negro en el que nació. La Justicia ordenó que la habiliten a jugar al hockey en el equipo de mujeres de Primera División sin obligarla a demostrar qué cantidad de hormonas masculinas tiene en el cuerpo.

"A los 6 o 7 años empecé a mostrar diferencias con el resto de mis compañeros. Y a los 11, cuando todavía iba a la primaria, empecé a vestirme con ropa de mujer. Fue muy duro, vivía en un pueblo donde había solo dos colegios y sufrí mucha violencia física", cuenta Saira Millaqueo a Infobae desde Bahía Blanca, donde vive.

La violencia sucedía en el colegio pero también en su casa: "Cuando empecé a ponerme pantalones ajustados, a maquillarme los ojos y a ponerme remeritas cortas empezaron los golpes correctivos. Mi viejo me decía 'caminá bien', 'hablá como un hombre', y me pegaba para corregirme. Y mi abuela lo mismo, y lo que me decía era: 'yo no voy a tener un nieto puto".

A los 13 años, Saira se convenció de que para las travestis había un solo destino posible: ser trabajadora sexual. "Y lamentablemente tuve que recurrir a eso porque era muy chica, estaba sola y no sabía hacer otra cosa", cuenta. Con las puertas cerradas en el colegio y en su casa, el hockey se convirtió en un único refugio: "Yo corría a casa a buscar el palo para ir a entrenar con las chicas. Me quedaba, me fascinaba, y por poco me tenían que echar cuando terminaba el entrenamiento. Era el único lugar donde me sentía contenida". Cuando el club cerró, se cerró la última puerta.

Dos años después, a la edad en la que la mayoría de los adolescentes empieza a planificar su viaje de egresados, Saira agarró la mochila con la que iba al colegio, sacó los libros, guardó un par de zapatillas, algo de ropa, sus maquillajes y decidió irse.

"Me fui a Neuquén, donde vivía mi mamá. Me fui haciendo trabajo sexual por la ruta", cuenta. Durmió en una plaza hasta que encontró a su mamá: "Fue todo lo contrario de lo que esperaba. Ella también me empezó a golpear. Era evangélica y decía que yo estaba endemoniada".

Lo que siguió fueron años "haciendo plazas" -buscando clientes- por Bariloche, Córdoba y Buenos Aires. Y en uno de esos viajes, hace 6 años, llegó a Bahía Blanca. Y fue ahí, cuando tenía 21 años, que sintió la necesidad de volver a mezclar y dar de nuevo. "No quería ser siempre la travesti pobre que salió del pueblo sin un peso y vivir toda la vida agachando la cabeza. Yo respeto la prostitución como trabajo pero no como destino".

Saira se puso de novia, hizo cursos de auxiliar administrativa, de auxiliar jurídico y buscó otra forma de ganar dinero: limpió casas, vendió ropa, trabajó de peluquera. "No era fácil, no todo el mundo quiere que una chica trans limpie su casa o atienda al público de su negocio".

Fue en ese vuelco que Saira decidió volver al refugio de su infancia: el hockey. Se presentó en el club Armonía y pasó 4 años entrenando en el equipo amateur de mujeres. Pero cuando quiso dejar de ser amateur para jugar en Primera empezaron las vueltas. Y decidió pasarse, esta vez sin necesidad de "advertir" que era una chica trans, al Palihue Rugby- Hockey Club de Bahía Blanca: una institución deportiva que representa a uno de los barrios más aristocráticos de la ciudad.

No hubo prejuicios: la aceptaron sin hacerle preguntas. El problema empezó este año, cuando las autoridades enviaron los fichajes a la Asociación Bahiense de Hockey para habilitar a todas las jugadores que iban a formar el equipo de Primera División. Todos fueron aceptados salvo el de ella que volvió con un cartel que decía "Esperando respuesta".

"Pasaron días, semanas, y nada. Ya no nos atendían el teléfono. Mandábamos carta documento y no la contestaban". Y el 7 de abril, después de un mes de silencio, la asociación colgó un comunicado en su página web. El comunicado lleva el título "Cambio de género".

Lo que dice es que las "personas que cambien de sexo masculino a femenino" deben cumplir una serie de condiciones. Pueden jugar con mujeres si hace más de 4 años que se cambiaron el nombre en el DNI. Y si demuestran que durante los 12 meses anteriores a la competencia tuvieron un nivel de testosterona menor al que tiene un hombre. La razón: "minimizar cualquier ventaja" frente a otras mujeres.

Adrián Helien, el médico que coordina el Grupo de Atención a Personas Transexuales del Hospital Durand explica: "Una de las actividades de la testosterona es la mayor generación de masa muscular. Cuando tenés más masa muscular podés tener más fuerza. Lo que creo es que es un reduccionismo pensar que sólo la musculatura define a una jugadora, porque la habilidad y el talento no dependen de los músculos", explica.

Y sigue: "Tomar únicamente el parámetro biológico -hasta acá es lo femenino y desde acá lo masculino- deja afuera lo que indica la Ley de identidad de género. Y la ley dice que no hacen faltan cirugías de readecuación sexual ni tratamientos hormonales para que alguien que se percibe mujer tenga los mismos derechos que cualquier otra", sigue.

Saira tenía los estudios hormonales pero decidió no sucumbir e ir a la Justicia para que se respetara su derecho. "La jueza fue muy amorosa, me hizo muchas preguntas, pero desde una ignorancia sana", cuenta.

Y el 15 de mayo, la jueza Patricia Marenoni, a cargo del Juzgado Nº 3 de Familia de Bahía Blanca, dio su veredicto: ordenó que la Asociación la habilitara a jugar sin pedirle ninguna prueba. La Asociación apeló. Y no sólo eso falta resolverse. También el pedido de que la circular que exige la demostración de testosterona quede sin efecto para cualquier deportista transexual. Saira, mientras tanto, jugó su primer partido como profesional.

"Yo no te puedo explicar la alegría. A mí, que desde que iba a la primaria soñaba con ser una Leona pero sabía que no iba a poder. De repente, el club me ayudaba, la Justicia me daba la razón, mis compañeras me alentaban. Y yo empezaba a jugar al hockey como profesional y estaba contando mi historia en los medios".

– Si tus padres se encontraran hoy con una nota tuya en un medio, ¿qué te gustaría que vieran?

– Uy, voy a llorar, no lo había pensado. Bueno, me gustaría que vieran que nada era tan grave como ellos pensaban. Que no era una locura lo que yo sentía. Me gustaría que vieran que hoy estoy en paz, que trabajo de recepcionista y mi trabajo me gusta, que estoy terminando la secundaria, que voy a ir a la universidad. Eso, que nadie siente vergüenza de mí y que ahora soy lo que siempre quise ser.