Fernando Farré aparece por un pasillo de la Unidad B del penal 46 de San Martín con el mismo gesto que mostró los días que estuvo en la sala donde fue condenado a prisión perpetua. En su irrupción está serio y parece inconmovible. Sin embargo, cuando estrecha la mano de los periodistas una sonrisa de cortesía aparece y se dibuja súbitamente. Sin iluminarle la cara. Luego el femicida invita a sentarse sobre una silla dentro de una pequeña sala del penal. La luz del sol entra allí como un halo que rebota contra la mesa sobre la cual él tiene apoyadas sus manos. Están pulcras y bastante pálidas y no se les ven cicatrices ni anillos. Las manos del asesino se mueven rápido como las de un croupier sobre la mesa; Farré, que viste una camisa cara con un chaleco encima, acomoda unos apuntes escritos con letra puntillosa, mueve el estuche de sus anteojos para que quede paralelo a la carpeta y las lleva a sus bolsillos. Las manos asesinas traen dos lapiceras: una es del Hotel Hilton y la otra, una bic azul. "La bic me la traje del juicio. Pero no se asuste. No se la voy a clavar". Farré lo dice y sonríe con cierta condescendencia. Como si todo fuera una broma.
Esa supuesta ajenidad con la realidad es el arma que el asesino de Claudia Schaefer, la madre de sus tres hijos, utiliza según su conveniencia. Cuando le sirve, Farré, que tiene 54 años y le esperan al menos 15 ininterrumpidos en la sombra, se autocondena directamente a la muerte, "a la horca en el Obelisco". En otros momentos apela al viejo truco de la amnesia o, como dicen en la jerga tumbera, el borrado de cinta. Pero siempre subyace su idea de agradar. Cree que dice lo que los otros quieren escuchar.
"Yo asesiné a mi mujer, la madre de mis hijos. De un acto que no fue a sangre fría, pero que ocurrió. ¿Qué pasó? No lo sé. No tengo explicaciones. Yo no me sentía yo. No me sentía responsable. Evidentemente no sabía lo que hacía. No voy a premeditar hacer esa barbarie. Que me acusen de eso me pareció irritante", es el discurso que tiene casi ensayado y que repitió en las entrevistas que dio los últimos días.
¿Se habrá imaginado Farré cuando vivía como un ejecutivo de alto vuelo en Nueva York que 20 años después compartiría celda con un violador y un ladrón? ¿Alguna vez se le habrá cruzado durante su estadía en París que tres veces por semana cursaría Sociología en una cárcel y entre asesinos como él?
–¿Cómo se lleva con los otros presos? En la unidad penal donde está hay un 70% de abusadores. ¿Sabía?
–Bien. Me respetan. Acá hay violadores, es cierto. Hay de todo. Pero me respetan. Yo soy muy tranquilo, generoso y no soy un abusador de niños. Algunos presos me dicen "mataconcha", pero es un tema de la cárcel. No te diría que hay respeto. Pero el preso entiende a una persona que se le borra la cinta.
–¿Qué es eso?
–Que se te borra la cinta. Acá les pasó a muchos. La memoria. Hay muchos abusadores, muchos en los pabellones de Evangelistas que se refugian. Yo no me tengo que refugiar de nada.
–¿Se siente protegido en la cárcel?
–Y sí. Si salgo la gente me lincha.
–Vivió en las mejores ciudades del mundo. ¿Le pesa estar encerrado?
–Es muy distinto. Acá miro la tele con los presos. Fútbol, las series de cárceles, como El Marginal. Afuera yo era otro, miraba Netflix y House of Cards (se ríe). Es cierto lo que se ve en esas series. Cómo hablan acá. Yo hablo español, inglés, francés, italiano, portugués y acá hablan tumbero. Yo hablo un poco así con ellos. Ellos saben que convido yerba, cigarrillos, pero no le estoy pagando la fianza a nadie. Otros ponen un montón de guita para vivir bien, pero yo decidí ser uno más. Mucho jogging, zapatillas. Cuando voy a Sociología me visto un poco más formal.
Farré cuenta que mira mucha televisión. Que los DVD circulan entre las celdas y que últimamente se enganchó con Game of Thrones, una serie épica y fantástica donde la muerte de prácticamente todos los personajes es la constante.
–Es la vida misma. (Pasan) Muchas cosas que yo veo en mi vida y veo en el juicio. La vida, la muerte, el dinero, el amor, el amor de los padres, la salud, el asesinato. La vida en distintos formatos.
–Es una serie que tiene mucha muerte.
–Y hay mucho sexo. Acá un compañero lee el libro (escrito por George R.R.Martin) y dice que no hay tanto sexo. Pero en la tele sí porque en la vida sí. Y está bueno ver un culito de vez en cuando.
–Antes dijo que se le borró la cinta. ¿Hace esfuerzos por recordar el mediodía del 21 de agosto de 2015 cuando mató a Claudia?
–Hago esfuerzos pero no tengo visión. Escuché un helicóptero, después vi caras de policías, después recuerdo mi mano toda tajeada e hinchada. Me había cortado a mí mismo. Mi mano es chica pero parecía una zapatilla.
–¿Cómo se ve viviendo acá hasta al menos los 70 años, cuando tenga la posibilidad de pedir prisión domiciliaria?
–La vida me puso acá. Si es por mí que me cuelguen mañana. Si veo que puedo seguir viviendo y estar vivo por mis hijos, ellos saben que su padre existe.
–Usted perdió la patria potestad. Sus hijos firman con el apellido de su madre. ¿Aspira a que ellos quieran verlo?
–Creo que puede llegar ese momento. Y si tengo que vivir acá me chupa un huevo. Ya viví en París. Me chupa un huevo. Acá hay seres humanos. Yo no había visto esto. No sabía cómo vivía la gente en San Martín. Yo no salía de Recoleta, Nueva York. Jamás vi la cárcel de San Martín. No era parte de mi realidad. Yo usaba el VIP del VIP de Ezeiza. Me cruzaba con Ricardo Fort, con Vargas Llosa. Vivía en otro mundo. Esta realidad nueva me fascina, quiero ayudar.
Farré tiene armado el mismo discurso que enunció cuando días atrás habló en los canales de televisión sentado en la misma piecita donde ahora recibe a Infobae. Protesta contra ciertos testigos del juicio, apunta contra dos hombres que trabajaron con Schaefer, elabora la teoría de la infidelidad con la que su abogado Adrián Tenca quiso confundir al jurado popular pero a la vez jura que eso no tuvo importancia, y se refiere al crimen como una "tragedia familiar".
–¿Le afecta la condena social?
–Es impresionante que algo tan privado, como una tragedia familiar, indescriptible, privada, haya tenido esta trascendencia. Jamás hubiera imaginado asesinar a nadie. Yo era una persona trabajadora, disfrutaba cierto placeres de una buena vida, tenía una buena pareja, lindos hijos, era buen compañero.
Farré asesinó a Claudia Shaefer de 66 puñaladas. Fue en la última reunión que iban a tener en la casa que alquilaban para los fines de semana en el country Martindale, en Pilar. El femicida asegura que no premeditó el crimen, que fue con su mamá y que le restaba importancia al asunto, pero admite que negaba la posibilidad de separarse, lo que a esa altura de la relación era un hecho consumado.
–¿Estaba obsesionado con Claudia?
–Evidentemente no quería dejarla.
–¿Cuál era su miedo de separarse?
–No sé, una pelotudez. Separarse es una pelotudez. Yo podría haber rehecho mi vida.
–Hay un audio que se pasó en el juicio donde usted le dice a Claudia en medio de una pelea que prefería terminar en (la cárcel de) Ezeiza antes que entregarle el departamento de la avenida Libertador.
–(Interrumpe) Matarla fue una profecía autocumplida. Parecía que algo dentro de mí había, aunque si lo vas a hacer no lo anunciás.
–Varias veces dijo que en el transcurso de la separación tuvo dos aproximaciones al suicidio y que Claudia lo frenó. ¿En el momento que la mató no pensó en suicidarse?
–Analizándolo después tal vez lo hubiera hecho pero no me dieron tiempo. Apareció mi mamá. Cayó la policía. Si no hubiera habido nadie tal vez me habría suicidado.
La madre de Farré se llama María Antonieta. Tiene 77 años y le dicen Nenina. Según cuenta el asesino, su mamá y Claudia Schaefer se llevaban muy bien. "Me sorprende la relación excelente que tenían", resalta él ahora, mientras mira al sol que le da de lleno en sus ojos marrones oscuros, que parecen vacíos. Por momentos, cuando se refiere a Claudia, la mujer que mató, parece que la hubiera asesinado otro.
–¿Y cómo fue su relación con su madre?
–Es una pregunta psicológica. Mi madre fue docente, directora, maestra de Matemáticas. Trabajaba. Fue una buena madre. Siempre tuvimos una buena relación. Y Claudia era buena madre, trabajadora, independiente. Eso siempre me gustó de Claudia, que se parecía a ella, a mi mamá, que hacía su vida, que no se quedaba haciendo pastelitos en su casa. Ganaba la plata y la gastaba en su ropa.
María Antonieta, su mamá, es de las pocas personas que visitan a Farré en prisión. Suele venir con el padre del asesino. Juegan a las cartas o al ajedrez. A veces también aparece su hermano, recientemente sospechado de llamadas amenazantes al teléfono de Sandra, la hermana de la víctima.
–Yo digo que la madre es la que está siempre. Acá vienen ellas en colectivo desde La Plata para ver a sus hijos, que son violadores, chorros, asesinos, transas. Pero la madre siempre está. Se puede querer o no a la madre pero siempre está. Ese amor es eterno.
–¿Qué le dice su madre? Usted mató a la madre de sus hijos. ¿Ella qué le dice?
–Vos estás cometiendo el asesinato de la persona que amás y aparece tu madre tratando de impedirlo. O sea que ni siquiera tuve el pudor de hacerlo delante de ella.
–¿Pero qué le dijo en ese momento ella?
–No me acuerdo de nada. Dicen que tengo una realidad reconstruida a partir de lo que fui escuchando. Mi madre me dijo que ella estaba ahí, que me golpeaba la cabeza, que yo no reaccionaba, me decía "basta", pedía ayuda. Estuve ahí pero es como si estuviese afuera. No es que me hago el pelotudo.
–¿Qué actitud tomó ella respecto de usted? ¿Lo perdonó?
–(Hace un silencio largo). No lo sé.
–¿Le pidió perdón a ella?
–Le pedí mil veces perdón porque les arruiné la vida. Ella se da cuenta que no fui yo. No sé qué querés que te diga. Si no hubiera hecho esta boludez que el destino me puso adelante ellos tendrían una vejez tranquila.
–¿Usted cree que el destino es la razón por la que mató a Claudia?
–Yo creo que sí, creo en el destino. El hecho está. Pero desde que estoy acá me bauticé, me confesé con el padre Pepe, estudié Los Evangelios, leí libros de tradición judía. Siempre fui creyente y entre todas las cosas que hice para pedir ayuda antes de lo que pasó fue un retiro espiritual. Es como dicen acá: "el diablo metió la cola". Y sí, el diablo metió la cola. Creo en eso.
–¿Cómo duerme?
–Tomo una pastilla todas las noches que me hace dormir y sueño mucho.
–¿Qué sueña?
–De todo, de todo. Anoche soñé que estaba en una fiesta con amigos, la pasábamos bárbaro. La noche del juicio soñé con mi hijo Marquitos (el menor de los tres). Me aparecen personas de la farándula, gente que conozco o conocí. Me apareció Tinelli. Yo interpreto los sueños.
–¿Son situaciones cotidianas y agradables?
–Sí. Apareció mi ex novia el otro día.
–¿Con Claudia sueña?
–Soñé tres veces. Viste que los sueños se interpretan.
–¿Qué interpreta de los sueños con Claudia?
–Que ella está presente. Que ella está conmigo. Que la pasamos bien.
–La fiscal Carolina Carballido Calatayud nos contó que soñó con Claudia antes del veredicto y que ella le pidió que la ayude.
–Está bien, que sueñe lo que quiera. Hizo un gran trabajo. Pero no era necesario decir eso. Ya la maté de 66 puñaladas. Quien sueña con Claudia soy yo, sus hijos, la gente que era parte de su vida y puede tener lindos recuerdos. Yo siempre tengo sueños muy gratos con Claudia. Recuerdo uno que estábamos juntos en la cama. Otro que ella estaba embarazada de mi hija en Nueva York. El día de las Torres Gemelas yo estaba en París y ella se volvió el 10 de septiembre a Nueva York, embarazada de mi hija. Y estuvo allá cuando pasó todo. Y se murieron amigos nuestros. Eso nos traumó mucho. Y soñé con ella embarazada en Nueva York y que estábamos juntos. Con mis hijos también sueño. Sobre todo con Marquitos.
–¿Con el crimen no sueña?
–Jamás.
–Durante el juicio se habló mucho de su personalidad narcisista. ¿Tiene espejos en la cárcel?
–Hay pocos. ¿Sabés cómo les dicen acá a los espejos? "La mira".
–¿Y qué ve?
–Hay pocos. Hay algunos chiquitos que los presos usan para depilarse las cejas, para mirarse la cara. Hay una obsesión de los presos con los espejos. Yo tengo uno también y lo uso para afeitarme.
–¿Y qué ve?
–Veo a un asesino. Veo toda mi historia, de punta a punta. Veo a mis hijos. A veces veo a una persona narcisista que se ama a sí mismo.
–¿Se sigue amando a sí mismo?
–Mirá. Si me preguntás si me siento un fracasado, sí. Si me perdoné a mí mismo, no. Perdonarse a uno mismo es lo peor, lo hablo en terapia.
–¿Qué perdió de cuando se miraba al espejo en su departamento de Libertador?
–Ya no veo al padre de mis hijos. Estoy encapsulado en otra vida. Maté a mi mujer, maté a mis hijos, maté a mi propia vida. Más lo que piensa la sociedad. Veo muchas cosas. Esto no sólo es 'Farré es un hijo de puta que mató a su esposa'. Había mucha gente que vio lo que pasaba y no hizo nada.
–¿Usted se considera un hijo de puta?
–Eh. Mmm. (Hace silencio). En términos de definición, sí. Lo soy.
–No pareciera conmovido por las circunstancias.
–Lloro a veces cuando recuerdo a mis hijos. Soy un ser humano. Y la verdad viví una vida muy linda con mis hijos, con mi mujer, con mis amigos, me tocó esta. Qué querés que te diga.
–¿Novia tiene?
–No tengo.
–¿Novio?
–Tampoco. Me hubiera gustado reencontrarme con una ex. Pensé mucho en ella. Estuve a 'esto' de rearmar mi vida con ella. Hasta tomamos un café en Paseo Alcorta. Ella quedó viuda. Había otra vida. Pero ahora no va a estar con el femicida más terrible de Argentina, ¡te lo pido por favor! A ver, tengo compañeras en la facultad, con algunas hablo mucho, con alguna suboficial. Hay mujeres acá que me comprenden. Si me traería putas a la cárcel, no; una me sacó cagando una vez que le pedí.