La mano de Natalia va y viene, su pelo insiste en cubrirle los ojos pero ella religiosamente retira los mechones molestos y sigue escribiendo. Está sentada sobre la avenida Entre Ríos, en medio de la calle cortada al tránsito, a las puertas del Congreso de la Nación. Natalia escribe consignas en contra de la violencia de género sobre cartulinas de colores: se las dicta Sandra, un par de años más grande. Con 15 y 17 años, las chicas arman sus carteles mientras esperan la indicación para marchar a Plaza de Mayo. Son vecinas del Playón de Chacarita, un barrio precario de la capital en el que viven cerca de 3.000 personas. Sandra dice que en el barrio la violencia contra las mujeres es cosa de todos los días y que por eso todas vienen siempre a las marchas de Ni Una Menos, así las llama y así las llaman también otras dos mujeres más grandes que están con ellas. En la ronda hay también dos chicos que aparentan tener menos de dos años. "Lo bueno es que ahora se puede decir, las chicas pueden hablar. A nosotras nos daba vergüenza contar lo que nos pasaba", dice Hebe, una de las vecinas grandes, que hoy está sola pero vivió 18 años en Liniers con un hombre que la golpeaba y la maltrataba cada vez que bebía de más, algo que ocurría prácticamente todos los días.
La coloradita debe tener unos 8 años y ametralla con preguntas a la madre, que camina apurada porque está buscando a una amiga con la que quedó en encontrarse para marchar juntas en esta tarde de sábado desapacible. "Lo que queremos es vivir en una sociedad más igualitaria", le dice la mamá a la nena que, sin mirarla y casi sin dejarla respirar, pregunta de nuevo: "¿Qué quiere decir igualitaria?". Unos metros más adelante, dos chicas jóvenes se sacan una foto con un cartel que dice "Justicia por Lola" arriba de una foto en blanco y negro que duele tanto. Muy cerca de ellas, otro grupo de mujeres muy jóvenes canta con entusiasmo y promete que se va a acabar el patriarcado, se va a acabar…
Luis Zamora camina solo, dice que viene siempre a las marchas en contra de la violencia de género y habla de la deuda de los gobernantes y del reclamo a las instituciones, que siguen mirando hacia el costado pese a que hay leyes. El abogado, dirigente de derechos humanos y político dice algo más, con cara de sorpresa y entusiasmo contenido: "Las mujeres hoy no siguen a nadie, se autoorganizan. No hay dirigente que les indique lo que tienen que hacer y eso es lo más impresionante de todo. Esto es algo muy grande".
Por todos lados se ven exhibiciones artísticas, grupos que hacen música, teatro callejero, otros que se pintan en diferentes partes del cuerpo. Las inscripciones en la piel y en los diferentes soportes de los carteles oscilan entre la denuncia y el ingenio, un clásico de la era de las redes sociales. Claramente no es una marcha "de mujeres": se ven muchos hombres y, sobre todo, se ven muchos adolescentes y hombres jóvenes. Esto último parece una de las luces de esperanza en medio de un estado de cosas doloroso, con un índice de femicidios que no solo no muestra cifras a la baja sino algo peor: los crímenes de género parecen haber aumentado.
Hace dos años cientos de miles salíamos a la calle por primera vez para decir Basta de femicidios y es ingenuo suponer que entonces no había política en el reclamo porque lo personal es siempre político, como enseñaron ya a fines de los 60 los movimientos pioneros que consideraron que hacer público el padecimiento privado nos permite hacer algo con ese sufrimiento, hacer tanto como, incluso, terminar con la opresión y cambiar las relaciones de poder.
Hace dos años salíamos a la calle por primera vez y el reclamo ya era político porque es imposible que no tenga un sentido político el pedido a las instituciones para que se hagan cargo del drama de los números oficiales que aseguran que en la Argentina una mujer muere asesinada por su condición de mujer cada 26 horas y que 1 de cada 4 de las asesinadas había denunciado previamente al agresor y, así y todo, no había recibido la protección adecuada para preservar su vida.
Lo que no había hace dos años y sí hay ahora son los reclamos partidarios y sectoriales. La consigna "Ni una menos" es tan inmensa y poderosa que nos atraviesa como sociedad, no tiene dueño, no es de nadie o, mejor, es de todos, y es por eso que desde los diferentes partidos y organizaciones salir a la calle para reclamar por las deudas de los tres poderes hacia las mujeres es una ocasión para exhibir también otros reclamos que van desde la despenalización del aborto a la liberación de Milagro Sala.
¿Hay un aprovechamiento partidario de las marchas? Es posible, como ocurre cada vez que miles salen a la calle y algunos prueban -con más o menos descaro, con mayor o menor pudor- a sacar ventaja de esa enorme masa movilizada. ¿Pueden esos reclamos sectoriales o partidarios invalidar el origen de una consigna que hoy está incorporada en el espíritu colectivo? No, definitivamente no.
En lo que va del año se cometieron 133 femicidios. Todas esas mujeres tenían un nombre, una familia, una historia, hijos que quedaron huérfanos. Unas 30 mil mujeres se comunican por mes para pedir ayuda porque viven situaciones de abuso y violencia y la cifra de las que demandan asistencia creció a partir de la difusión del tema. Las marchas forman parte de ese esquema de difusión que lleva a que muchas mujeres que antes callaban ahora cuenten su dolor y busquen la ayuda adecuada.
No hay dudas: sigue habiendo muchas más razones para marchar que para desistir.