"Nací sin vagina y sin útero pero ya no me siento una mujer incompleta"

Karina Esper tiene un síndrome "tabú". Pocos médicos saben de qué se trata y como son mujeres que no pueden procrear y solo puede tener relaciones sexuales si se operan, sienten vergüenza y pasan la vida escondiendo lo que les pasa

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(Adrián Escandar) Karina Esper, en Palermo: “Este era el secreto de mi vida dice” a Infobae.
(Adrián Escandar) Karina Esper, en Palermo: “Este era el secreto de mi vida dice” a Infobae.

Karina conversa distendida mientras espera que el tren termine de pasar. Después, sonríe para las fotos, posa sin pudor. Está sentada a pocos metros de la bicisenda de la avenida Bullrich, en Palermo, y los que pasan se desesperan: frenan, cuchichean, se preguntan quién es, si será o no famosa. Karina los ve y dice en voz baja lo que está pensando en voz alta. "Pensar que pasé tantos años en la oscuridad total, llena de vergüenza. Jamás hubiese creído que iba a animarme a contarlo así. Este era el secreto de mi vida".

El secreto del que habla se llama "Síndrome de Rokitansky" y se calcula que lo tiene una de cada 5.000 mujeres, aunque muchas lo oculten durante toda la vida. Son mujeres que nacen sin cavidad vaginal y sin útero. Y la razón de que sea un tema tan tabú y tan desconocido tiene que ver, precisamente, con lo que todavía simbolizan para la sociedad las partes del cuerpo que ellas no tienen.

"Las mujeres Rokitansky tenemos la autoestima muy baja porque pasamos la vida creyendo que somos mujeres incompletas. Y eso es porque hay un estereotipo que dice que la mujer vino a este mundo para procrear. Una nenita cumple un año y le regalan el cochecito, el bebote, todo para que juegue a la mamá. Bueno, cuando sos una adolescente y te dicen que no vas a poder tener hijos, la sensación es que no servís, que entonces tu vida no va a tener sentido" cuenta a Infobae Karina Esper, que tiene 43 años y es podóloga.

A los 14 años, Karina notó que todas sus amigas ya habían tenido la primera menstruación y ella no. Y es acá cuando empezó a cargar con el peso del estereotipo: las otras "se habían hecho señoritas, ella no". Dos años después, y aún en la búsqueda de una explicación, terminó acostada con la panza cubierta de gel, al lado de un ecógrafo. El profesional, sin rodeos, le dijo: "Pero vos no tenés ovarios". Y es acá donde, otra vez, apareció la carga de las palabras: "no tener huevos", o "no tener ovarios" es, en el habla cotidiana, no ser valiente, ser cobarde, no poder.

(Adrián Escandar) “Yo sentía que si no podía procrear mi vida como mujer no tenía ningún sentido”.
(Adrián Escandar) “Yo sentía que si no podía procrear mi vida como mujer no tenía ningún sentido”.

Recién cuando tenía 20 años y la menstruación seguía sin llegar encontró un médico que conocía del tema. Fue él quien le dijo que tenía Síndrome de Rokitansky, es decir, que no tenía útero ni cavidad vaginal pero sí tenía ovarios funcionales. "Me dijo que no iba a poder llevar un embarazo pero que mi vida sexual podía ser normal si pasaba por una cirugía".

Por miedo al dolor, Karina tardó un año en tomar la decisión de operarse. "Hasta ese entonces yo tenía noviecitos pero nada serio, siempre me condicionaba. Ahora me doy cuenta de que creía que no tenía que avanzar con una relación porque ya sabía que no iba a poder llegar lejos. ¿Qué le iba a decir cuando quisiera tener relaciones? A esa altura ya era un secreto familiar. Una sola amiga lo sabía y mi mamá tenía absolutamente prohibido contarlo".

La cirugía, hace más de 20 años, fue sencilla pero Karina tuvo un post operatorio muy doloroso. "Te abren un canal vaginal y colocan un tutor, que es una especie de dilatador que hay que llevar puesto durante un año para que el conducto no se cierre. Después recubren el interior con piel de otra parte de tu cuerpo o con una parte de intestino. Hoy ese conducto se hace con piel porcina", explica. Lo que siguió a la cirugía fueron tres meses en cama.

En el lugar de la pierna de donde extrajeron la piel quedó una cicatriz que generó una nueva espiral de mentiras. "Es cierto que pasé a tener una vagina y pude tener una vida sexual normal", dice, pero la autoestima ya estaba apoyada sobre baldosas flojas: "Me quedó una cicatriz muy grande en la pierna y estuve dos años sin ir a la playa. Cuando alguien me preguntaba, mentía, decía que me había quemado. Era una mentira tras otra, hasta que me las terminaba creyendo".

Después de la operación, el médico le dijo que necesitaba tener relaciones sexuales para darle elasticidad a la nueva cavidad. Karina no eligió a un novio del que se enamoró sino a alguien que gustara tanto de ella que fuera incapaz de rechazarla. "El fue el ideal para ese momento porque tuvo mucha paciencia. Pero cuando yo me quise separar me dijo: 'no me dejes, ¿quién te va a querer con tu problema?'. Yo me lo creí y me quedé 4 años con un hombre del que no estaba enamorada".

Karina logró separarse pero los pensamientos corrosivos no terminaron. "Yo conocía a alguien y pensaba: voy a ser un clavo, si se queda conmigo le voy a cagar la vida, porque él podría ser feliz y tener una familia. Eso dice la fórmula de la felicidad, ¿o no? Mamá, papá, los hijitos, el perro y la camioneta. A mí no se me ocurría que podía existir otra fórmula de felicidad: sola, en pareja pero sin hijos, o con hijos que llegaran de otra manera".

Esa "otra manera" no es sólo la adopción y todas sus dificultades sino también el "alquiler de vientres": una posibilidad que en Argentina no está regulada y que en Estados Unidos cuesta, en promedio, 100.000 dólares. 

Karina se disfrazó de "living la vida loca", se creyó y les hizo creer a todos que la maternidad era un plomo y, como ya tenía más de 30 años, lo que recibió fueron, otra vez, comentarios del tipo: "tenés que sentar cabeza, se te va a pasar el cuarto de hora". Hasta que "afortunada o desafortunadamente, me enamoré por primera vez", cuenta, y suspira.

Llevaban 6 meses de relación cuando pudo contarle su secreto. Fue después de que él le preguntara ¿cuándo te tiene que venir? "Se lo dije de una manera dramática, como yo lo sentía en ese momento", y mientras aún fingía que era "una chica normal" y, por eso, tenía toallitas y tampones en el baño. 

"Lo que pasó con él es que se hicieron realidad todas mis pesadillas. Nos separamos y a los tres meses dejó embarazada a una chica y formó una familia". Ese fue para ella el paso final antes de caer al vacío. "Yo literalmente quería morirme. Tuve una depresión muy grande, bajé 10 kilos, era un cadáver caminando. Sentía que era una mujer incompleta y que, encima, era la única en el mundo a la que le pasaba esto".

Karina, que ya había pasado sin éxito por siete psicólogos, estaba en tratamiento con la octava: "Ella no sabía qué era una mujer Rokitansky, porque no hay especialistas en el tema, pero decidió aprender para poder ayudarme. Y yo creo que ese día me salvó la vida".

Fueron dos años en el fondo del pozo. Hasta que se enteró de que una periodista chilena tenía un blog sobre el tema. "Se me iluminó la vida, ya no era la única. Y leyendo los comentarios empecé a darme cuenta que para todas era un secreto lleno de dolor": comentarios que, muchas veces, eran escritos desde el refugio de los seudónimos.

Gracias a ese blog, Karina descubrió que había otras 5 mujeres Rokitansky en Buenos Aires y las invitó a almorzar a su casa, en Devoto. "El almuerzo duró 8 horas: por primera vez no había que explicar nada, no había que mentir, no había que ocultar. Era como si nos conociéramos de toda la vida". Y en abril de 2011 formaron el grupo Mayna -que significa "madrina- donde ya hay 90 "mujeres Rokitansky".

La regla fue dejar de hablar de lo negativo, como sucedía en otros grupos, y "poner el foco en que somos mujeres, punto. No hay ni completas ni incompletas. No tenemos por qué sentirnos inferiores". Y empezar a hablar y a dejar de mentir para evitar un maridaje que todas conocían de cerca: el secreto y los ataques de pánico, el "no soy suficiente" y la depresión, el "mi vida no tiene sentido" y los pensamientos suicidas. 

Así, en ese despertar, es que Karina se propuso que las adolescentes que llegaran al médico como llegó ella, sin entender por qué no les viene la menstruación, atravesaran un túnel menos oscuro. Picar las piedras desde adentro de su cueva fría fue un proceso largo. Pero la búsqueda ya tuvo eco en el primer piso del Hospital Rivadavia.

Desde hace tres semanas, todos los lunes a las 9.30 de la mañana, "las Mayna" se ocupan de recibir a esas nuevas mujeres Rokitansky y atender todos los frentes: ellas, que les allanan el camino, y ginecólogos, cirujanos y psicólogos que ahora saben cómo ayudarlas. Es un espacio físicamente pequeño pero tiene un significado mucho más grande: es encontrarse en un lugar público, fuera de la cueva, y ponerle un fin a eso que ahoga. El secreto de sus vidas.

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