Es un mediodía más. La escenografía retrata un descampado lleno de chatarra. En la puerta de una casilla improvisada, en medio de la tierra, una señora con harapos barre por tercera vez en el día. Su misión es que no se ensucie el interior del lugar en el que vive con su familia. Hasta que de repente, su hija mayor que no llega ni a los 10 años se larga a llorar. "¿Qué pasa, hija?", pregunta la joven. Y escucha el reclamo: "¿Por qué tenemos que vivir así? No puedo invitar a mis amigos de la escuela porque me da vergüenza donde vivo".
Esta escena se repite cada semana en las cercanías del estadio mundialista de Mar del Plata. Yamila Luna es una joven de 23 años que junto a su marido y sus cuatro hijas viven desde hace cuatro años en la caja de un camión. Son una familia que cada día sueña con poder volver a tener un hogar digno, con espacio, con una mesa para almorzar y sin el agua de la lluvia en cada rincón.
Ya pasaron cuatro años desde que la vida del joven matrimonio cambió por completo. Cuatro años en los que Yamila olvidó los "placeres" de sus días como cuidadora en un hogar de ancianos. Cuatro años en los que se borró la idea inicial de utilizar esa caja de camión comprada en una chatarrería como un refugio para los perros de la familia. Cuatro años en los que su cotidianeidad fue acaparada por el instinto de supervivencia, aún cuando los obstáculos eran cada vez más grandes y más repetidos.
"Mi marido siempre hizo changas. Cirujeó toda su vida. Hace cuatro años nos la arreglábamos para poder alquilar un departamento chiquitito y ahorrar un poco. Así, logramos comprar esa caja de camión para usarla de casilla para los perros", relató Yamila emocionada a Infobae.
"Pero cuando empezaron a subir los precios, ya no pudimos seguir pagando el departamento y nos quedamos en la calle. A mí no me entraba en la cabeza lo que nos estaba pasando y nunca imaginé que esa caja se terminaría convirtiendo en nuestra casa. Lo sigo pensando y sigo sin creerlo", agregó.
En ese entonces, Yamila y Gonzalo tenían sólo dos hijas: Ludmila (que hoy tiene 9 años) y Lucila (7). Así, ubicaron la caja al lado de una casilla donde vivía la hermana de ella, en la calle Ingeniero Julio Rateriy, en las inmediaciones del estadio José María Minella de la ciudad balnearia bonaerense.
"Tuvimos que improvisar eso como una casa. Nos llevamos las cosas indispensables que teníamos a mano y tratamos de acomodarnos como podíamos. Fue doloroso y muy raro. El departamento en el que vivíamos antes era pequeño, pero acá no nos podíamos mover hacia ningún lado", explicó.
El hacinamiento se haría más agobiante: llegarían los nacimientos de Alma (hoy con casi 4 años) y Yasmín (2). Las niñas nacieron en el Hospital Materno de Mar del Plata pero tuvieron que ser alimentadas en sus primeros años de vida en un marco de higiene absolutamente precario.
"Les daba teta como podía. Siempre arriba de la cama. Los días de lluvia eran los peores, porque nos entraba agua por todos lados. Ahí, las más grandes tampoco podían sacar sus juguetes porque se les llenaban de barro y podían agarrarse enfermedades".
Con el pasar de los años, la vida en tales condiciones se hizo insoportable: "No podemos ni comer sentados en una mesa. Para cocinar, tengo que hacer un fuego afuera y luego darles un plato a cada una en una cama. No entra ni una mesa para que podamos cenar los seis juntos. Tenemos que usar tachos para hacer pis y caca y calentar el agua en una olla para bañarlas, que en invierno es algo horrible".
Como si fuera poco, el drama no sólo se registró en el marco del hogar propiamente dicho, sino que también empezó a afectar la vida social de sus hijas.
Las preguntas de Ludmila, la mayor de las cuatro, no tardaron en aparecer. "Desde hace un año más o menos, empezó a preguntarme por qué vivíamos de esta manera", le relató Yamila a Infobae, y se quebró en llanto en medio del testimonio: "A veces me quedo sin respuestas. Se me traban las palabras. No sé qué decirle. Le digo que no tenemos plata como para estar mejor y que algún día vamos a tener una casa más linda. Pero a ella le cuesta entenderlo. Me pregunta '¿Por qué tenemos que vivir así?'. Y yo me muero de tristeza porque veo que todos sus amiguitos de la escuela tienen una casa".
Yamila comentó que su hija no quiso contarle a ningún compañerito de la escuela dónde queda su casa ni cómo viven. La única que lo sabe es su maestra de grado del colegio público Nº 75, quien también le sirve como apoyo para esos días donde abunda la pena.
"En la salida de la escuela, algunos amigos le dicen que quieren ir a su casa y ella les dice que no. Y después me dice 'No, mamá. Me da vergüenza. Hasta que no tenga mi casa, no quiero que venga nadie'".
Desde un primer momento, la prioridad para la joven pareja fue la estabilidad de sus cuatro hijas. Salvo esporádicas ocasiones, siempre tuvieron comida en un plato y se mantuvieron escolarizadas.
Así, Yamila y Gonzalo decidieron a finales de 2016 poner fin a su drama doméstico e iniciar un proyecto propio: usar la mayor parte de la asignación familiar que reciben para poder construir un nuevo hogar, al lado de la casilla improvisada que todavía habitan. Con mucho sacrificio, designaron más de la mitad de los 3.000 pesos mensuales para comprar materiales. Y lograron construir una humilde casilla con ladrillos y cemento de 7 x 7 metros.
Sin embargo, el plan que comenzó hace siete meses está estancado desde hace unas semanas. Debido al enorme incremento en los precios de los materiales de construcción, la familia Luna ve cómo el futuro hogar ya dispone de paredes y los huecos para las ventanas y la puerta, pero no puede instalar un techo ni realizar las terminaciones.
"Estamos a un paso, pero nunca llegamos. Para nosotros es imposible poder pagar los techos de chapa, las partes de adentro, los tirantes, las maderas. Está todo muy caro y tenemos que seguir dándoles de comer a nuestras hijas", se lamentó Yamila, casi con resignación.
"Por eso, si la gente se entera de nuestra historia, lo único que les pido es que nos ayuden a tener una casa otra vez. Sólo eso pido", le rogó a Infobae.
Yamila no pudo seguir hablando con Infobae. Ayer llovió en Mar del Plata y el agua venció la "pileta" instalada en el techo de la caja de camión para evitar las filtraciones. La joven intenta quitar el agua y secar su "hogar" antes de ir a buscar a sus tres hijas mayores a la escuela y al jardín. Más tarde deberá resolver cómo preparar la cena, ver si es posible bañar a las cuatro y dejarle algo de comida a Gonzalo, que la comerá fría cuando abandone sus changas a las 2 de la madrugada. Así, como todos los días.
Quien desee ayudar a la familia Luna, lo puede hacer mediante el perfil de Facebook de la organización Una Mano Salva a la Otra, que dio a conocer el caso.
LEA MÁS:
El misterioso final de París, la maestra que murió en una comisaría de Rosario