Era un domingo de junio y faltaba menos de un mes para que naciera Bruno, su primer hijo. Carla se despertó y lo sintió patear en la panza, como siempre, pero cerca del mediodía dejó de sentir sus movimientos. El control de los latidos, al día siguiente, mostró que todo estaba bien. Carla, entonces, siguió adelante: fue al curso de preparto, le enseñaron cómo pujar para tener un parto natural, y recibió la cuna que sus amigas le regalaron durante el baby shower. Pero dos semanas después de aquel domingo raro, Carla fue a hacerse un nuevo control. Los latidos ya no se oían: hacía tiempo que Bruno estaba muerto en su panza. Carla tenía trombofilia pero todavía nadie lo sabía.
"Yo iba por la semana 34 de gestación. A esa altura, el bebé pesaba más de dos kilos así que se tenía que mover todo el tiempo. Ese domingo, cuando dejé de sentirlo, no me quise alarmar. Me acosté y a la mañana siguiente llamé al obstetra. Cuando estaba yendo sentí tres movimientos leves de los piecitos, como que pateaba pero sin fuerza", cuenta Carla Septier (35) a Infobae desde su casa, en Tigre. En ese control le dijeron que su hijo estaba bien. Como se estaba mudando y como era madre primeriza, creyeron que lo que tenía era estrés.
"Me convencí de que todo estaba bien y seguí adelante. A partir de ese momento volví a sentir que la panza se movía pero era raro: ahora se movía en bloque y se deformaba. Durante esas dos semanas, hice el curso de preparto y mientras nos enseñaban a pujar nos decían: 'prueben, van a sentir que la panza se pone tensa'. Pero yo no sentía eso. Durante esos días también fue mi baby shower y el primer Día del padre, así que en casa habíamos festejado todos".
Faltaba tan poco que ya estaba todo listo para recibir a Bruno: la ropa lavada a mano y planchada, los pañales de recién nacido, el bolso, la cuna al lado de la cama matrimonial. Pero en la semana 36, mientras le hacían un control programado, el obstetra se puso serio. "Pasó más de 10 minutos buscando los latidos y ahí me empezaron a caer todas las fichas juntas. Me largué a llorar y el obstetra me abrazó, no sé cuánto tiempo nos quedamos abrazados. Después me cargó en el auto, llamó a mi marido y me llevó al hospital. Yo le decía: 'decime por favor que alguna vez te pasó esto, que no sentiste los latidos y cuando llegaron al hospital estaba todo bien'. Fui rezando todo el viaje", dice ahora, y llora de corrido cuando vuelve, con el relato, a hacer ese camino.
La ecografía mostró que Bruno había muerto varios días antes. Y le dieron a elegir: si lo quería tener por parto natural -para que no tuviera que esperar mucho para tener otro hijo pero a sabiendas de que iba a ser un parto largo, con goteo-. O por cesárea, para no pasar por ese trauma pero con una contra: iba a necesitar tiempo para volver a intentarlo. "Me acuerdo que les dije 'parir un hijo muerto no es un parto', y elegí la cesárea. No lo podía creer. El hospital Austral tiene unas ventanas enormes que dan a unos jardines preciosos y durante el embarazo yo pensaba: 'qué hermoso lugar, mirá cuando nazca Bruno y lo tenga en brazos, mirando a este jardín'. Y de repente estaba en esa habitación sentada, tocándome la panza, mirando un punto fijo afuera y pensando 'no puede estar pasando esto".
Héctor Beccar Varela, su obstetra, le recomendó que vieran al bebé y se despidieran. "Lo trajeron como a un recién nacido, en la cuna, con el gorrito. Lo miré, no quería olvidarme de su cara, le levanté el gorrito y le miré el color del pelo, los ojos. Después empecé a llorar y le pedí perdón: le dije 'perdoname hijo por no haber podido". Era el 16 de junio de 2014. La fecha de parto estaba prevista para el 12 de julio.
"La vuelta a casa sin panza y sin bebé fue muy dura. Me despertaba todos los días de madrugada con ataques de llanto, sentía que me iba a quedar sin aire". Como el embarazo había sido normal, el médico y ella seguían desconcertados. Pero como había sido una muerte intrauterina, le mandó a hacer un estudio para ver si tenía trombofilia. Carla sólo había escuchado esa palabra una vez, viendo en la televisión lo que les había pasado a dos famosas: a María Fernanda Callejón -que había perdido varios embarazos- y a Panam -que había sufrido la muerte de Chiara, su beba, pocos días antes de su nacimiento-.
El estudio, tres meses después, mostró que efectivamente tenía un trastorno de la coagulación llamado trombofilia. "Es muy traumático pasar por algo así". Quien habla ahora es Ianina Castro, miembro de "Trombofilia y Embarazo" y una de las impulsoras de la ley que el Gobierno vetó en diciembre. Sabe de lo que habla: "Yo tengo dos hijas y el tercero se me murió en la panza, cuando estaba de seis meses", cuenta. "El criterio que hoy tienen los médicos es mandarte a hacer el análisis -que cuesta unos 9 mil pesos- después de que perdés tres embarazos de menos de 10 semanas o cuando tenés una muerte intrauterina, como nos pasó a nosotras". En el caso de ella, tenía trombofilia hereditaria, y tampoco lo sabía.
La asociación, formada por 4.000 mujeres, impulsó una ley para que las mujeres fueran estudiadas. Pero el CAHT, que es el Grupo Argentino de Hemostasia y Trombosis, mostró su desacuerdo. "Estudiar a todas no redunda en una eficaz prevención ya que los estudios no tienen valor predictivo", explicaron. También argumentaron que se iba a medicar a muchas mujeres que no lo necesitaban y que eso iba a significar costos altísimos para el sistema de Salud. "El costo es de por lo menos, 150.000 pesos, entre el análisis para hacer el diagnóstico, las inyecciones diarias de heparina (un anticoagulante) y los estudios que hay que hacer durante el embarazo", dice Castro.
Lo que hicieron ellas fue reformular el proyecto de ley que -creen- volverá al Senado la semana próxima. "Se cambió el enfoque. Lo que se plantea en el nuevo proyecto no es estudiar a todas las mujeres sino que los médicos hagan preguntas que ayuden a descartar una trombofilia antes de que pasen por una pérdida así". Por ejemplo, si alguien de la familia tuvo un ACV, una trombosis venosa profunda, preclampsia o perdió embarazos.
No son las únicas que piden que haya una ley. El domingo, la actriz Florencia Peña contó en el programa de Mirtha Legrand que le detectaron trombofilia ahora, durante su tercer embarazo. "Necesitamos la ley de Trombofilia. En mi caso, yo tengo una buena obra social y la posibilidad de pagar el tratamiento, pero muchas mujeres no tienen esa posibilidad, y es un tratamiento carísimo", dijo.
Aquel 16 de junio entonces, Carla volvió a su casa sin Bruno, donó algunos de los regalos, guardó otros en un cajón con las cosas que quería conservar y guardó las únicas dos fotos que le sacaron en la cuna. "Yo terminé creyendo que tuve la suerte de perder a Bruno cuando ya estaba por nacer porque si lo perdía antes entraba en 'lo normal' y no me hacían el estudio".
Poco tiempo después -ya con un diagnóstico y yendo a una psicóloga especializada en muerte gestacional- Carla volvió a quedar embarazada. El tratamiento fue con inyecciones de heparina. Paz nació bien pero Carla tuvo un embarazo terrible, "muerta de miedo, con pérdidas, paranoica, reviviendo una y otra vez lo que había pasado con mi hijo. Bruno dio la vida por su hermana. Por él descubrimos lo que me pasaba a mí porque si me hubieran dejado perder tres hijos, Paz tampoco existiría. Siempre le voy a estar agradecida a mi hijo por eso, pero no fue justo el precio que pagamos: nosotros con esa tortura y él con su vida".