"¿Qué hago si dejo de cultivar? ¿Pasarme la vida en silla de ruedas?". Adriana Funaro se refriega los ojos llenos de lágrimas. Su hija Micaela le frota la espalda con una de sus manos, le sonríe y le alcanza un mate levemente dulce, que su mamá toma como quien recibe un abrazo. Cada gesto de contención -una caricia, el mate, una visita- es lo más parecido a sentirse a salvo. Es que la historia de esta mujer de 46 años se convirtió en ejemplo del absurdo: hace casi 40 días que está presa por cultivar cannabis que usaba para fabricar su aceite, el único remedio que le calma los dolores impiadosos de su artrosis, mientras al mismo tiempo se aprobaba la ley del uso medicinal de esta planta milenaria.
Apenas 48 horas antes de que los 58 senadores votaran por unanimidad la ley que permite el uso medicinal de la marihuana, el juez penal Horacio Hryb confirmó la prisión preventiva de esta mujer, al considerar que las 36 plantas (eran 22 más 14 plantines) secuestradas en los jardines de su casa en Ezeiza el 21 de febrero pasado son prueba suficiente para acusarla de sembrar y cultivar para comercializar, un delito grave que no contempla la excarcelación (con una pena que va de 4 a 15 años). Sin embargo, no hay más pruebas que la suposición.
Y mientras en el salón Arturo Illia del Congreso, las madres y compañeros de militancia de Adriana –una activista reconocida por sus pares– celebraban el miércoles pasado la aprobación de una legislación histórica, ella miraba por televisión la novedad, por la que había luchado tantos años, encerrada en la casa de su hija, donde cumple la preventiva con una domiciliaria.
Funaro está presa porque una artrosis le comió la rótula. Si no se hubiera enfermado no estaría siendo investigada por un juez penal, ni presa ni dolorida como estaba el día que recibió en la casa-cárcel de su hija a Infobae. Desde que la detuvieron dejó de consumir el aceite que producía, hecho con una cepa de cannabis determinada, por lo que el dolor volvió a dominar su cuerpo y su espíritu. Una trampa fatal. En estos días, algunos cultivadores solidarios le acercaron jeringas con aceites de otras genéticas, pero no le producen el mismo beneficio que el que ella había fabricado.
"Mi caso es sobre mi derecho a poder vivir, a tener calidad de vida, a la salud. Si no tomo aceite de cannabis no puedo caminar", dice Funaro, quien la semana pasada llegó esposada a una audiencia judicial, como si fuera un narco. La llevaron dolorida, casi sin poder caminar, y Adriana se descompuso, por su artrosis y por el pavor de estar frente al estrado. La audiencia debió postergarse hasta que los médicos la estabilizaron. "Hace 40 días que estoy sin la medicina, si sigo así termino en silla de ruedas. No puedo apoyar el pie. La artrosis es así".
Funaro, que lleva tatuada la planta de cannabis florecida en su brazo izquierdo, fue diagnosticada con artrosis hace tres años. Tenía dolores muy fuertes en sus rodillas y también en su espalda. La medicina tradicional que le recetaron al principio le hizo daño en el aparato digestivo y le generó una úlcera. Ella consumía cannabis antes de esta enfermedad, lo que la ayudaba para superar sus ataques de pánico.
Al asumir la enfermedad, Adriana empezó a profundizar en las propiedades medicinales, que ya conocía porque había militado con otros activistas de zona sur del Conurbano ayudando a pacientes del Departamento del Dolor del Hospital Tornú. Así que probó cultivando diferentes cepas en el jardín de su casa. Lo que le servía para su artrosis, lo consumía. Y con lo que no le quitaba los dolores lo usó de manera solidaria con otros enfermos. "Tenía una amiga con VIH que cuando me visitaba venía blanca, vomitando, y cuando fumaba cannabis le volvía el color, comía, se reía. Ahí tomé el compromiso de que a ella no le podía faltar más. Había que estar a su lado", cuenta.
También lo hizo con Delfina, una nena de 3 años que padece microcefalia severa y que desde que empezó a tomar aceite de marihuana dejó de sufrir convulsiones. "El cambio de Delfina es impresionante. La conocí cuando era como una plantita, con convulsiones que le duraban hora y media. Tenía cinco o seis por día. Eso no era vivir. Es algo que no se puede creer. Sus papás estaban desesperados. Y les dije que los iba a ayudar".
Una de las aristas del absurdo que sufre Funaro es que por ser cultivadora solidaria, y admitirlo, está infringiendo el artículo 5 de la ley de drogas. "Mi cultivo no era sólo para mí. Lo compartía con Delfina, con Valeria, una señora con cáncer, y con otra señora con Parkinson, que llegó a través de su hija, que es médica. Mi idea es ayudar a cada persona que lo necesite", dice, convencida de que lo que hace no es un delito. "Yo no acepto ni que me traigan facturas en forma de agradecimiento", aclara.
Y por eso nunca escondió las plantas. Lo que la llevó a prisión no fue una investigación policial, ni evidencias de que vendía cannabis. Ocurrió porque su vecino la denunció después de una disputa por la construcción de una medianera. Hasta ese momento, la relación de Adriana con su vecino había sido cordial, incluso, cuenta ella, le dio aceite a la esposa del hombre, quien finalmente la denunció en enero pasado.
Es decir que: si no se hubiera enfermado de artrosis o no hubiera querido construir una medianera, Funaro no estaría presa. La ley de drogas, sancionada en 1989, está castigando demasiado a Funaro. Con este antecedente penal, aunque mañana sea sobreseída, va a tener problemas para trabajar como mandataria, que es a lo que se dedica, porque se necesita un certificado de antecedentes penales. "Ya es un problema. Estoy viviendo de mi hija porque mi ahorros se los llevó la Policía en el allanamiento", protesta resignada porque sabe que nunca le devolverán ese dinero.
Adriana recuerda los tres días que estuvo encerrada en un calabozo policial como si fuera narcotráficante. La primera noche fue en la comisaría de Tristán Suárez, donde fue contenida por las otras cinco detenidas que compartían el agujero de dos por dos. "Tengo 46 años y nunca pisé una comisaría. Pero ellas fueron las que más me contuvieron. Me hicieron la cama, vieron la dificultad que tengo para caminar, me hicieron tereré, me contaron sus historias y me hicieron olvidar de la película de terror. Me trataron mucho mejor que lo que me trata el Estado", ironiza. Después la llevaron a una subcomisaría que todavía no fue inaugurada. Estuvo sola allí una noche, custodiada por un subcomisario, acostada en un colchón. Y la tercera noche la "alojaron" en el hall de entrada de la DDI de Ezeiza, donde, según cuenta, hasta los propios policías le admitieron que su detención no tenía sentido.
Pero el sarcasmo se le acaba a Funaro cuando corporiza la sensación de estar siendo prejuzgada con la prisión preventiva por una Justicia que tiene los ojos vendados, pero no para no ser imparcial sino para contemplar matices y nuevas realidades sociales, en este caso, ya aceptadas por el Poder Legislativo nacional con una nueva ley. El día de la aprobación en el recinto, fueron los propios senadores quienes advirtieron que la ley se quedaba "corta" y que había que comenzar a discutir la legalidad del autocultivo, al menos en los usuarios medicinales.
"¿Qué quieren inventar?", se pregunta Funaro y se le escapa de la boca la impotencia. "Siento que me cambiaron la vida por completo. No soy la misma persona que antes. Y yo no puedo dejar de cultivar. ¿Quién me va a dar calidad de vida? Yo elijo vivir sanamente. Cultivo mi planta, hago mi aceite y llevo mi vida normal sin molestar a nadie. ¿Qué hago si dejo de cultivar? ¿Pasarme la vida en silla de ruedas?", pregunta al aire, detenida en el estupor, mientras observa cómo por el otro lado de la ventana de la casa de su hija se mueve el barrio del conurbano donde vive al ritmo de siempre.
Funaro y su abogada, Victoria Baca Paunero, esperan que la Justicia revea su posición a partir de la votación de la ley. Esta semana se presentarán ante la Cámara de Apelaciones provincial con un recurso para que se revea la decisión del juez Hryb de confirmarle la prisión preventiva. Adriana no entiende que todo esto pase por culpa de unas plantas que crecían en su jardín, y que son tan importantes en su vida, mucho antes incluso del diagnóstico de su artrosis.
"Yo tuve una depresión muy profunda muchos años", confiesa, y explica que fumar cannabis fue determinante como acción terapéutica en su vida ya hace unos diez años. Fue cuando necesitó sobrellevar la muerte de su padre, asesinado en el asalto 33 que sufría en su almacén, en el barrio de Haedo.
-Hubo un momento que no entendía mi vida, y el cannabis me enseñó a ser más paciente, a mirarme por dentro, a escucharme, me hizo equilibrar.
-¿Cómo explicaría esa enseñanza?
-La planta me salvó por dentro. Es amor puro. Me ayudó no sólo con la artrosis. Pensar que puedo ser solidaria con otros, dar lo que hago en mi casa en plena intimidad, para otras personas que vienen con el alma en sus manos pidiendo ayuda, con un nietito convulsionando… no entiendo.
Entonces Adriana hace silencio, quita la vista de la ventana. Otra vez se le llena la mirada de lágrimas.
La última pregunta la hace ella: "¿Por qué no puedo ayudar?".